John Owen; Sobre los peligros de no mortificar el pecado

Hay una gran verdad plasmada en las Escrituras al respecto de nuestra relación como creyentes con el pecado: Aunque hemos sido librados por Cristo del Señorío del pecado (Rom 6:4-6); no obstante libramos una batalla contínua, intensa, espiritual y diaria con nuestro pecado remanente (Rom 7).

El puritano John Owen, en su característico lenguaje sencillo aborda este tema en su libro “la mortificación del pecado” como ningún otro. Es de allí desde donde he extraído lo que quiero compartirles acerca de su percepción de los peligros que no mortificar el pecado implican.

La palabra «mortificar» («Hacer morir» – Rom 8:13 RV60) da la idea de algo a lo que se le provoca la muerte al dejar de proveerle alimentos. Ese es el trato que nosotros los creyentes debemos tener con el pecado, no proveer para que él se alimente, a fin de que vaya poco a poco languideciendo hasta morir. Aunque sabemos por las Escrituras que ese pecado no será aniquilado completamente hasta que seamos glorificados (1 Cor 15-53).

Nosotros tenemos, pues,  una gran responsabilidad: “no proveer para los deseos de la carne” (Rom 13:14) y no cumplir con ello es sumamente peligroso.

En Palabras de John Owen*:

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 Para el creyente mismo 

 El mal de no tomar en serio el pecado. Una persona puede hablar acerca del pecado y decir que es algo muy malo; no obstante, si esa persona no mortifica diariamente su propio pecado, quiere decir que no lo está tomando en serio. La causa principal de la falta de mortificación del pecado es que el pecado sigue adelante sin que la persona se percate de ello.

Alguien que sostiene la idea de que la gracia y la misericordia divinas le permiten pasar por alto sus pecados cotidianos, está muy cerca de convertir la gracia de Dios en un pretexto para pecar, y de ser endurecido por el engaño del pecado.

No hay una evidencia más grande de un corazón falso y podrido que esto. Lector, tenga cuidado de tal rebelión. Esto solamente puede conducirle al debilitamiento de su fortaleza espiritual, si no es que a algo peor: la apostasía y el infierno. La sangre de Cristo es para purificarnos (1 Jn.1:7; Tit.2: 14), no para consolarnos en una vida de pecado.

La exaltación de Cristo debería conducirnos al arrepentimiento (Hechos 5:31) y la gracia de Dios debe enseñarnos a decir no a la impiedad (Tit. 2:11-12)

La Biblia habla de personas que abandonan la iglesia porque nunca pertenecieron realmente a ella (I Jn. 2:19).

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La forma en que esto ocurre a muchas de estas personas es más o menos como sigue: Ellas estaban bajo convicción por algún tiempo y esto les condujo a hacer ciertas obras y a profesar la fe en Cristo. Ellos se apartaron de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo» (2 Ped.2:20). Pero, después de que conocieron el evangelio se cansaron de sus deberes espirituales. Puesto que sus corazones nunca habían sido realmente cambiados, ellos se permitieron a sí mismos, descuidar varios aspectos de la enseñanza bíblica acerca de la gracia. Una vez que este mal hubo atrapado sus corazones, fue solamente cuestión de tiempo hasta que se hundieron en el camino que conduce al infierno (Es decir, se convirtieron en apóstatas.)

Para Otras Personas

Una persona que no mortifica en sí misma el pecado puede ser preservada de caer abiertamente en la apostasía, y no obstante al mismo tiempo ejercer una influencia doble sobre otras personas:

Una influencia que endurece a otros.

Cuando los inconversos pueden ver tan poca diferencia entre sus propias vidas y la de una persona que profesa el cristianismo pero que no mortifica sus pecados, entonces no ven ninguna necesidad de ser convertidos. Ellos observan el celo religioso de dicha personas, pero también observan su impaciencia con aquellos con quienes no está de acuerdo. Ellos observan sus muchas inconsistencias.

Ellos ven que en algunas cosas se separa del mundo, pero se fijan más en su egoísmo y su falta de esfuerzo para ayudar a otros. Ellos escuchan su conversación espiritual y sus reclamos de tener comunión con Dios; pero todo es contradicho por su conformidad a los caminos del mundo. Ellos escuchan su jactancia de que sus pecados han sido perdonados, pero también se fijan en su falla de no perdonar a otros. Entonces, observando la pobre calidad de vida de tal persona, se endurecen en sus corazones contra el cristianismo y concluyen que sus vidas son tan buenas como las de cualquier «creyente».

Una influencia que engaña a otros.

Otros pueden tomar a tal persona como un ejemplo de un cristiano y asumir que, debido a que pueden imitar su ejemplo o mejorarlo, por lo tanto ellos también podrían considerarse como cristianos. En esta forma tales personas son engañadas y piensan que son cristianos cuando en realidad no poseen la vida eterna.

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* Tomado del libro «Sobre la Mortificación del Pecado» por su titulo en inglés y la traducción a español hecha por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery. El libro se encuentra disponible para descargar gratis en el portal de la Iglesia Bautista de la Gracia

Que Dios pueda ayudarnos a cumplir nuestra responsabilidad, que su Espíritu nos capacite, a fin de Glorificar a su hijo en nuestros cuerpos y que el muera en nosotros. Amén.

 

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Jacobis Aldana

Está casado con Keila y es padre de Santiago y Jacobo. Jacobis sirve en el ministerio pastoral desde 2010. Es licenciado en Teología del Seminario Teológico de Miami (MINTS) y actualmente candidato a Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary. Ha servido como director editorial en Soldados de Jesucristo y es miembro fundador de la Red de iglesias Bíblicas del Caribe Colombiano y también trabaja como maestro-directivo de la fundación de Estudios Bíblicos Alfa y Omega.