La palabra cosmovisión es definida como una visión o concepción global del universo. De manera sencilla, es la forma en que vemos el mundo.
Esto, que también llamamos perspectiva, es diferente en cada individuo y es forjado por el entorno o las influencias de su conocimiento. La cosmovisión puede ser construida por una filosofía, una época, la cultura o la religión, entre otras, así qué, es propio hablar de una cosmovisión cristiana, bíblica, de una manera de ver el mundo con los lentes de la verdad de Dios.
Pablo habló de esto en Romanos 12:2
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
La idea de Pablo aquí es que aquellos que han sido verdaderamente regenerados, deben conformar sus pensamientos y entendimiento, de acuerdo con la voluntad revelada de Dios y en contraposición a cualquier otro sistema.
Lamentablemente, esto no parece ser muy importante en la iglesia hoy, por lo que es muy común encontrarnos con creyentes que en nada se diferencian sus pensamientos y opiniones al respecto del mundo, de lo que podría pensar alguien influenciado por el postmodernismo o alguna otra visión secularizada.
Lo que pretendo en este escrito, es presentar, con un ejemplo concreto, la importancia de entender el mundo en todas sus formas desde una perspectiva correcta: la Biblia.
El ejemplo del cuidado de los ancianos
En la mayoría de los países latinoamericanos se tiene una visión asistencialista del Estado, esto en la medida en que se ocupa paliativamente de las necesidades sociales en el marco de lo que comúnmente se conoce como estado social de derecho; de manera que con frecuencia muchos, entre ellos cristianos, conciben la tiranía de los gobiernos civiles como actos de loable benevolencia.
Esta tergiversación obedece precisamente a una cosmovisión equivocada, semejante alguien con hipermetropía usando lentes de miope (los que usan lentes sabrán a lo que me refiero).
Vamos a ver un ejemplo. En el país donde vivo, Colombia, existen programas que subsidian a las personas ancianas. Ellos les dan una cuota de dinero mensual y además equipan algunos hogares de cuidado donde son alimentados y alojados, en algunos casos, hasta el día de su muerte.
Desde la cosmovisión generalizada, todo esto es un motivo para aplaudir la manera benevolente en que el Estado se ocupa de nuestros abuelos y la necesidad de que tales programas se perpetúen e incluso amplíen su alcance, hasta el punto que la sola idea de eliminarlos resulta cruel y absurda.
Pero ahora, veamos el mismo caso con los lentes de una cosmovisión bíblica:
Esto es lo que leemos en la Escritura:
«… Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan estos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios» (1 Tim 5:4).
Cuidar y honrar a los padres es un mandato divino, de hecho, es uno de los diez mandamientos de la ley de Dios (Ex 20:12; Efe 6:2-4).
Tan delicado es esto para Dios, que de acuerdo con su ley, cualquiera que maldijera a su padre o a su madre (lo cual parece ser una causa menos grave que la inasistencia y el abandono deshonroso), debía morir indefectiblemente (Lev 20:9).
Este contraste nos deja ver que lo que tenemos enfrente es un Estado interviniendo en el círculo más sólido de la sociedad, la familia. La está fracturando flagrantemente y de paso está oponiéndose a los mandatos de Dios, usurpando una función que no es parte de su naturaleza.
El cuidado de los ancianos en una familia no es una responsabilidad del Estado, él no es nuestro Dios, no es nuestra familia, no es nuestro señor y amo.
El rol del Estado
¿Cuál debería ser entonces el rol del Estado en esto sabiendo que muchos ancianos son abandonados a su suerte? Algo que ideal en este caso, sería velar para que la ley y la justicia se cumplan. Esto es lo que se le ha conferido de parte de Dios, la impartición de la justicia (Rom 13:3).
Pero alguien dirá, —el Estado debe ser laico, no puede hacer cumplir la ley de la Biblia— No discutiré sobre el laicismo del Estado, lo cual ameritaría otro escrito; sin embargo, por muy laico que sea, la base de sus leyes siempre serán principios que descansan básicamente en las tablas de la ley de Dios: la protección de la vida (Ex 20:13), la protección del matrimonio (Ex 20:14), la protección de la propiedad privada (Ex 20:15, 17), la salvaguarda del buen nombre (Ex 20:16), etc.
De hecho, en mi país, para continuar con el ejemplo, existe una ley en particular que obliga a los hijos y/o nietos a cumplir con las cuotas alimentarias para el cuidado de sus padres ancianos (Ley 411 del código civil); sin embargo, no vemos al Estado preocupado por la aplicación estricta de esta ley que incluso podría llevar a los hijos negligentes a prisión de dos a cuatro años.
Esto podría parecer irrelevante si se toma como un caso aislado; no obstante, al observar otros casos de intervencionismo estatal, todo lo que vemos es un proceder sistemático en el que el Estado pretende ser cada vez más amo y más señor, incluso yendo contra la ley Divina, mientras los ciudadanos, y de nuevo, incluyendo cristianos, creen que es lo correcto.
El intervencionismo en la educación, los valores familiares e incluso en nuestra economía particular. Es como si el propósito de este sistema fuera mantenernos en una relación de dependencia que termina por expandir los propósitos autoritarios de los que muchos hombres se alimentan, a expensas de deteriorar, sutilmente, las libertades de los individuos.
Nosotros no podemos pensar que la biblia nos sirve solo para cuándo vamos a la iglesia para corroborar que el sermón está de acuerdo con lo que podemos leer. La palabra de Dios es nuestra regla de fe y práctica en todo lo que nosotros hacemos y vivimos y debemos vestirnos de ella siempre.
Es importante que nosotros empezamos a pensar desde una cosmovisión cristiana integral acerca de todas las cosas de la vida cotidiana, sobre todo en un mundo cada vez más secularizado. Hasta que eso no ocurra, seguiremos perdiendo terreno ante un enemigo que tiene incidencia en los reinos de este mundo y que se opone a toda la verdad de Dios.