Manuscrito del sermón
Texto: Eclesiastés 1:3-7
En el corazón de Silicon Valley, donde se concentra la mayor cantidad de riqueza e innovación de nuestro tiempo, existe una obsesión reveladora. Peter Thiel, co-fundador de PayPal y uno de los inversores más exitosos del mundo, ha invertido cientos de millones de dólares en investigación sobre longevidad a través de compañías específicas. Una de las más notables es Unity Biotechnology, en la que invirtió $116 millones en 2016. La empresa se enfoca en desarrollar medicamentos para tratar enfermedades relacionadas con el envejecimiento. También ha hecho inversiones significativas en la SENS Research Foundation, una organización dedicada a combatir el envejecimiento, y se ha reportado que personalmente se ha inscrito en un programa de criogenia con Alcor Life Extension Foundation, pagando $500,000 para preservar su cuerpo después de la muerte.
En múltiples entrevistas, Thiel ha expresado su visión de que la muerte es un problema que debe ser resuelto, no un destino inevitable que debemos aceptar. “La muerte es un problema que debería ser tratado como un problema científico a resolver”, ha declarado públicamente.
¿Qué impulsa a estos hombres, que ya tienen más éxito y riqueza de la que podrían gastar en una vida, a buscar desesperadamente extender sus días? La respuesta es simple y profundamente humana: quieren más tiempo. Más tiempo para ver los frutos de su trabajo, más tiempo para acumular, más tiempo para “disfrutar” de sus logros.
Sin saberlo, están ilustrando perfectamente la pregunta que Salomón plantea en nuestro texto: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana bajo el sol?” Su búsqueda desesperada por más tiempo revela una verdad incómoda: ni siquiera los más exitosos y ricos de nuestro tiempo pueden escapar de la aparente futilidad de todo esfuerzo humano frente a la muerte.
En nuestro sermón anterior, vimos cómo el Predicador comienza su argumento con una declaración contundente: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (1:2). Vimos que esta no era una simple queja existencial; son las conclusiones de una investigación que El Predicador había emprendido hacia la mundanalidad, lejos de Dios.
Ahora, en el verso 3, El Predicador comienza a construir su caso con una pregunta fundamental: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana bajo el sol?” Esta pregunta servirá como puente entre su declaración universal de vanidad y las evidencias que presentará en los versos siguientes.
Hagan de cuenta que estamos frente a un discurso donde el orador está dando su tesis y la va desglosando para luego presentar uno a uno los argumentos: —Todo es vanidad, todo el trabajo debajo del sol es absurdo, y estas son mis pruebas.
En esta pregunta que hoy veremos, El Predicador aterriza la declaración del verso 2 de que todo es vanidad, al plano de la experiencia humana. La primera era una afirmación filosófica, profunda; pero esta es directa, los oyentes se sentían identificados de inmediato.
A través de su observación cuidadosa, el Predicador nos mostrará por qué ha llegado a esta conclusión sobre la futilidad del esfuerzo humano sin Dios. Lo hará presentando evidencias que todos podemos ver: los ciclos interminables de las generaciones y la naturaleza y la inmutabilidad de las cosas.
Por hoy, solo nos concentraremos en la pregunta, luego en sus argumentos y vamos a tratar de mostrar que aunque hay verdad en el hecho de que la vida debajo del sol es poco provechosa, en realidad si la vida se ve como algo eterno, entonces la ganancia de todo debe estar en lo eterno, no en lo terrenal.
Asi que lo que haremos será abordar la pregunta desde el contraste y ese es justamente el argumento que quiero proponerles para la enseñanza de hoy.
Debajo del sol todo nuestro trabajo es infructuoso, pero en Él nuestro esfuerzo encuentra su verdadero propósito y recompensa.
Este argumento lo desarrollaremos a la luz de los siguientes encabezados:
- El sinsentido del trabajo debajo del sol.
- La ganancia del trabajo por encima del sol.
1. El sinsentido del trabajo debajo del sol
“¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana bajo el sol?”
Esta no es una pregunta retórica más. Es una pregunta que penetra hasta la médula de nuestra existencia.
Vamos a analizar en detalle cada término contenido en esta pregunta:
El término “provecho” aquí sugiere una ganancia neta, es un término de uso comercial y da la idea de una ganancia o rédito que queda después de todo el esfuerzo. Es como si El Predicador nos invitara a hacer un balance final de toda nuestra vida: después de todo el trabajo, todo el esfuerzo, todo el afán, ¿qué queda realmente?
La palabra “trabajo” que se emplea aquí no debe ser entendida en el sentido estrictamente laboral. Aquí trabajo se refiere a todo esfuerzo humano. Estudiar, prepararse, casarse, criar hijos; todo lo que nos demande uso de recurso y de tiempo.
por último, las palabras “bajo el sol” no es un relleno poético, tal como lo mencionamos en el sermón pasado, es la delimitación de una esfera, de un entorno en el que las cosas pasan sin tener en cuenta a Dios. Es el lugar donde El predicador desarrolla su investigación: la vida vista horizontalmente, sin referencia a lo eterno, sin Dios en la ecuación. Es la vida como la ve el mundo, como la experimentamos en el plano puramente terrenal.
Entonces, detrás de la pregunta está este razonamiento, muy similar a la afirmación del versículo 2:
Todo el esfuerzo que hagamos en este mundo, en cualquier área, carece de sentido, porque al final nadie obtendrá una ganancia; por eso, nadie se lleva nada.
Soy consciente de que al deconstruir la pregunta para presentarla en estos términos, nos suena un tanto odiosa. ¿Acaso no sancionamos cómo éticamente problemático hace las cosas solo esperando un beneficio o una ganancia? ¿Por qué alguien viviría la vida pensando solo en la ganancia que pueda recibir al final? Pues bien, aunque nos parezca odiosa, es esa la manera en la que muchos vemos y vivimos la vida, como una carrera matemática de sumas y restas en la que algún día lo justo sería recibir algo de provecho para mí.
Pero sabemos de antemano que las cosas desde la perspectiva de Dios no funcionan así.
Si alguien te propusiera, hoy entra a un negocio en el que al final tú no ganas nada y que, de hecho, es muy probable que pierdas. ¿Aun así, entrarías? Nuestra lógica económica nos dice que no debemos hacer eso y nuestro instinto de preservación, pero la vida que vivimos es justamente eso; un negocio al que venimos en el que en últimas cuentas nadie se lleva de aquí nada: suena absurdo, ¿verdad?
¿Entonces por qué vivir? Te preguntarás, pues yo te pregunto: ¿Por qué no?
Espero que puedas verlo. Si la vida termina con la muerte, todo nuestro esfuerzo aquí es infructuoso, sin propósito, más allá de las cosas que podamos disfrutar, las cuales tampoco se irán por nosotros. Todo se vuelve como un vapor que se esfuma.
El mundo no fue diseñado como un sistema de recompensas- no puede hacerlo porque ni siquiera entiende qué es la verdadera justicia. ¿Cómo podría un sistema caído dar recompensa perfecta? ¿Cómo podría un mundo quebrado por el pecado proveer satisfacción duradera?
Si solo vemos la vida desde la perspectiva terrenal, entonces todo lo que trabajamos y acumulamos está destinado a una sola cosa: perecer sin provecho alguno.
Es como si Dios hubiese querido que al final de las cuentas todos quedáramos con el mismo saldo: nada. Todo con el fin de conducirnos a pensar en algo más allá, en una verdadera recompensa.
La Biblia enseña que está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el juicio. (Heb 9:27-28). Llegará un día para hacer cuentas, pero estas no serán acerca de cuánto acumulamos en este mundo o cuantos logros obtuvimos, sino acerca de cuánta justicia tenemos a favor para poder entrar al Reino.
Esto es hasta beneficioso. Piensa, por un momento, si el Señor nos hubiera dejado a merced de ser grandes por la eternidad en función de la recompensa de todo nuestro trabajo; es decir, si de algún modo pudiéramos llevarnos con nosotros después de la muerte todo lo acumulado; la realidad es que nadie viviría. Si así, sabiendo que moriremos y volveremos al polvo, las personas no encuentran descanso en sus labores, imagínate si pudiéramos fabricar nuestra propia recompensa.
Es por eso que Jesús nos advierte: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar.” No es una condena del esfuerzo o del trabajo, sino un recordatorio de dónde debemos buscar nuestra recompensa final.
La respuesta a la pregunta existencial de El Predicador: ¿Qué provecho tendrá el hombre de todo su esfuerzo debajo del sol? Es: Ninguno, y no hay nada de malo con eso, está bien, porque para los que creemos en el Señor no todo termina con la muerte y nuestra verdadera recompensa está en los cielos.
Esta es una cuestión que traerá o mucha angustia o un descanso incomparable, todo depende de la perspectiva con la que lo veas. Si solo lo ves debajo del sol, será una tragedia para ti; pero si lo ves por encima del sol, es liberador.
Piensen en el hombre del que habla Jesús que acumuló grano y construyó bodegas para luego decirse a sí mismo: Alma mía, descansa, porque muchos bienes tienes contigo para muchos años; pero el Señor le habló y le dijo: Necio. Esta noche vienen por tu alma, y todo lo que tienes, ¿de quién será?
Las personas que ahora tienen mucho olvidan que un día no tendrán nada; pero los que ahora no tenemos nada, no podemos olvidar nunca que un día lo tendremos todo.
No escojas vivir esta vida del lado de los que se afanan por ver con cuánto saldo a favor llegan al día de sus vidas, porque llegarás cansado para ver que no tendrás nada.
Todo esto no significa que debemos ser despreocupados y vivir sin ninguna preocupación presente o sin asumir ninguna responsabilidad, eso también es absurdo; debemos trabajar para tener lo necesario aquí, pero siempre con la mira de acumular para lo eterno.
No debemos poner nuestra confianza en las cosas de este mundo debajo del sol, pero debemos trabajar con la diligencia necesaria, de modo que sean un instrumento para acumular para lo eterno.
Así es como un cambio de perspectiva que cambia esta visión absurda pero realista de la vida debajo del sol en algo verdaderamente liberador para el alma.
Así que debemos decir de nuevo a El Predicador: sí, es verdad, parece que no hay mucho provecho en trabajar y trabajar debajo del sol porque nadie se llevará nada el día de su muerte… a menos que haya algo después de la muerte y esa es la respuesta teológica a esa pregunta retórica y también la segunda parte de nuestro argumento: En Dios, todo nuestro esfuerzo encuentra su verdadero propósito y recompensa.
2. La ganancia del trabajo por encima del sol.
Tal como hemos insistido, la visión de la vida de bajo del sol es fatigosa y absurda, pero desde arriba, desde la perspectiva de lo eterno, todo encaja con un propósito glorioso.
Mucho de lo que veremos en esta serie será al estilo de esto que estamos haciendo: ver el argumento de El Predicador y analizar sus razones, pero luego presentaremos el contraste, la perspectiva eterna de su razonamiento. Es cierto que El Predicador lo señala en algunos pasajes, pero lo que he decidido hacer es señalarlo siempre que sea necesario: La vida sin Dios es una tragedia absurda, pero desde la perspectiva eterna adquiero un propósito perfecto.
Ahora, ¿por qué un cambio de perspectiva frente a la vida, cambia nuestra respuesta a la pregunta de El Predicador? Porque si nuestra perspectiva es la de Dios, donde Él es el autor y diseño de su creación, Él, a diferencia de “la vida” o “el mundo”, en un sentido abstracto, si puede recompensar con justicia la obra de cada uno, porque desde esa perspectiva vivimos para alguien que ve lo que hacemos y como vivimos y recompensará a cada uno según sus obras.
Si Dios no existiera, no tendríamos ninguna razón para conducirnos de tal o cual manera. El sinsentido de la vida podría ser asumido en plenitud y todo se reduce a un ciclo que comienza con nacer y termina con morir, lo que nos queda es una visión trágica.
Y yo sé que alguien me dirá que de todos modos vale la pena vivir por hacer el bien a otros, aun cuando no nos recompensen por ello porque evolutivamente nos inclinamos a las cosas que preserva la especie, pero es que no estamos hablando de algo instintivo, estamos hablando de cosas que hacemos por una convicción moral.
Nadie juzga, por ejemplo, que un león devore un ciervo para subsistir, pero si cuestionaríamos que alguien asesine a un niño indefenso; por un sentido interno de justicia, de la imagen de Dios que hay en nosotros que al mismo tiempo nos hace conscientes de que nuestras acciones tarde o temprano serán juzgadas.
No podemos escondernos de la realidad de que vivimos para un propósito mayor a nosotros, incluso cuando decidamos ir en contra de dicho propósito.
Entre más conscientes seamos de que todo lo que hago aquí en este mundo tiene implicaciones eternas, mayor sentido encontraremos para nuestra vida.
No sé si lo has pensado, pero ver la vida desde una perspectiva eterna es liberador: para mí el vivir es Cristo y morir es ganancia, decía Pablo.
Pero tú me dirás, ¿cómo puede alguien hablar así? ¿Cómo puede alguien desear morir sin nada? La respuesta está en que ese alguien considera que hay algo mucho más glorioso en la eternidad y eso afecta su percepción de la vida presente.
Este pensamiento, además de liberador y conducirnos a una vida liviana, también es esperanzador, ayuda en medio del sufrimiento, nos da identidad, nos libera del afán por la aprobación o por tener un nombre, nos da seguridad.
Fue Job quien, en medio de un momento de mucho dolor, exclamó:
Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo;
Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios;
Al cual veré por mí mismo,
Y mis ojos lo verán, y no otro,
Aunque mi corazón desfallece dentro de mí. (Job 19:25-27)
No sé si lo pueden ver, pero Job no soportó el dolor por un voto de estoicismo, lo hizo porque estaba convencido de la realidad de lo eterno y de una vida después de la muerte, aun cuando ni siquiera había visto a uno levantarse de entre los muertos.
Esa es la forma en que la perspectiva que ve la vida por encima del sol cambia el sentido de las cosas, nos da un nuevo panorama y una nueva perspectiva.
Como cristianos, muchas veces nos falta mucho de la eternidad en nuestra forma de ver el mundo.
Muchos de nuestros miedos, temores, ansiedades, afanes y delirios vienen por tener una visión demasiado terrenal de la vida, de nosotros y de todo lo que hacemos.
Cuando leo la vida de estos hombres como Job, los profetas, los apóstoles, muchos de los hombres que murieron por causa de Cristo, siempre llego a la misma conclusión: ellos llegaron a una comprensión de lo eterno a la que tal vez yo aún no he llegado, pero deseo estar ahí.
Tal vez es esta la razón por la que el mensaje de la Segunda Venida de Cristo, del cielo, de la eternidad con el Señor, son cada vez más escasos; estamos muy enamorados de este mundo como para cambiarlo, así sea por uno que se anuncia como mejor.
Todas estas cosas entonces: la certeza de una recompensa futura, una vida liviana y confiada, una confianza esperanzadora en medio del dolor y el sufrimiento, una convicción de una herencia gloriosa en la eternidad, todos estos son los provechos del trabajo con el que uno se afana debajo del sol, porque no estamos esperando nada de esta vida, lo esperamos de los cielos.
No tenemos que ver cómo extendemos nuestros años aquí, como el hombre que mencionamos en la introducción, porque confiamos que hay una eternidad en la que la vida se vive en plenitud.
La pregunta del Predicador, entonces, no nos lleva a la desesperación. Nos lleva a levantar nuestra mirada más allá del sol, hacia aquel que no solo entiende la justicia perfecta, sino que puede y promete recompensar justamente.
Desde esta perspectiva, la aparente falta de provecho “bajo el sol” no es un problema – es un recordatorio de que fuimos creados para algo más que lo que este mundo puede ofrecer.
La respuesta entonces a la pregunta ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo?, encuentra su respuesta no en negar el valor de nuestro esfuerzo, sino en entender que su verdadero significado solo se encuentra cuando lo vemos en relación con Dios.
Nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestras metas y logros, nuestras relaciones, nuestras luchas; todo cobra sentido cuando lo vivimos para Su gloria, más allá de la perspectiva limitada bajo el sol.
Quizás estás aquí hoy y te identificas profundamente con esta sensación de vacío. Has experimentado exactamente lo que El Predicador describe: el agotamiento de perseguir satisfacción en los logros, en el reconocimiento, en todo lo que está “bajo el sol”, la sensación de una vida sin sentido; pues déjame decirte, no es coincidencia que estés aquí hoy.
Esta inquietud que sientes, esta pregunta sobre el sentido de todo tu esfuerzo, es en realidad un llamado de Dios. Él te está mostrando, a través de la misma frustración que describes, El Predicador, que fuiste creado para algo más que los ciclos sin fin de esta vida. Fuiste creado para conocerle a Él, para encontrar en Él el sentido que ningún logro terrenal puede darte.
Ven a Cristo hoy para que encuentres verdadera plenitud en él. Arrepiéntete de tus pecados y él ha prometido darte una vida nueva y plena.