Devocional para el 8 de marzo

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Versículo base: “Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:31-32, NBLA)

La oración que sostiene cuando somos zarandeados

En la antigua Palestina, el proceso de zarandear el trigo era esencial pero violento. Los agricultores tomaban grandes palas de madera y lanzaban el trigo al aire para que el viento se llevara la paja mientras los granos más pesados caían al suelo. Sacudido, agitado y expuesto al viento, el trigo experimentaba una separación brutal pero necesaria. Esta imagen agrícola, tan familiar para los discípulos, es la que Jesús emplea para advertir a Pedro sobre la prueba inminente que enfrentaría.

¿Has considerado alguna vez la inquietante verdad de que Satanás deba pedir permiso a Dios antes de probarnos? Esta realidad sobresale en el texto. Notemos cómo Jesús enfatiza: “Satanás os ha pedido” – una solicitud formal presentada ante el tribunal divino. No es un ataque imprevisto ni una emboscada accidental, sino una prueba permitida dentro de los límites soberanos establecidos por Dios mismo. Cuando Jesús se dirige a Pedro como “Simón, Simón” —usando su nombre previo al llamado—, nos recuerda la humanidad vulnerable del discípulo. No obstante, la promesa central resplandece en medio de esta advertencia: “pero yo he rogado por ti”. El mismo Señor que conoce la debilidad humana intercede personalmente por sus seguidores. Es importante notar que Jesús no ruega para que Pedro sea eximido de la prueba, sino para que su fe no se extinga completamente durante ella. El versículo revela el propósito redentor detrás de la prueba: “y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.” El zarandeo, aunque doloroso, está diseñado para fortalecer y preparar a Pedro para un ministerio más profundo.

Tres verdades bíblicas:

1. Nuestra vulnerabilidad ante la tentación jamás sorprende a Cristo

Jesús conocía perfectamente la fragilidad de Pedro incluso antes de que Pedro mismo la descubriera. Cuando pronuncias con vehemencia “¡Jamás te negaré!”, tus palabras pueden sonar convincentes a tus propios oídos, pero Cristo conoce la verdadera medida de tu fortaleza. Esta vulnerabilidad no es motivo de vergüenza, sino una realidad que nos impulsa a abandonar toda presunción de autosuficiencia. Cristo no te ama a pesar de tu fragilidad, sino que te ama completamente dentro de ella. Cuando te sientas zarandeado por circunstancias aplastantes, recuerda que nada de lo que enfrentas sorprende al Señor que ya anticipó tus luchas más profundas.

2. La oración de Cristo, no nuestra determinación, garantiza nuestra perseverancia

El fundamento de nuestra permanencia en la fe nunca ha sido nuestra resolución personal sino la intercesión incesante de Cristo. “Yo he rogado por ti” constituye la razón más poderosa por la que ningún creyente genuino puede alejarse definitivamente de la fe. Pablo lo expresa así en Filipenses 1:6: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” Cuando te sientas incapaz de mantenerte firme ante la tormenta, descansa en esta verdad: no es tu agarre a Cristo lo que te sostiene, sino el inquebrantable agarre de Cristo sobre ti. Tu perseverancia no depende de la intensidad de tu compromiso, sino de la fidelidad del Salvador que ruega constantemente por ti ante el Padre.

3. Las caídas dolorosas se transforman en ministerio restaurador

“Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.” La caída de Pedro no sería el final de su historia sino el comienzo de un ministerio marcado por la compasión y la empatía. Clemente cuenta que “Pedro se arrepintió de tal modo que toda su vida después, cuando oía el canto de un gallo, caía de rodillas y lloraba amargamente pidiendo perdón por su pecado.” Este arrepentimiento profundo lo capacitó para fortalecer a otros con vulnerabilidad auténtica. Tus fracasos más dolorosos pueden convertirse en los puntos de conexión más poderosos con aquellos que luchan. La restauración que experimentas no es solo para tu consuelo personal, sino para que puedas extender esa misma gracia a otros que también han sido zarandeados por la vida.

Reflexión y oración

La paradoja divina resplandece en este pasaje: somos simultáneamente vulnerables y sostenidos, propensos a caer pero incapaces de ser arrancados definitivamente de la mano del Padre. El zarandeo que permite Dios nunca tiene como propósito destruirnos, sino purificarnos y prepararnos para un servicio más profundo. La seguridad del creyente no descansa en nuestra capacidad para mantenernos firmes, sino en la intercesión constante de Cristo que garantiza que nuestra fe, aunque tambaleante, jamás se extinguirá completamente.

Padre celestial, reconozco mi fragilidad ante ti. Cuántas veces, como Pedro, he declarado con presunción mi lealtad inquebrantable, solo para descubrir la profundidad de mi debilidad. Gracias porque mi esperanza no descansa en mi determinación, sino en la intercesión perfecta de tu Hijo por mí. Cuando me sienta zarandeado, recuérdame que tus manos soberanas limitan cada prueba y que tu propósito siempre es restaurarme, no destruirme. Transforma mis caídas más dolorosas en puntos de conexión con otros que sufren. Que como Pedro, una vez vuelto, pueda confirmar a mis hermanos desde la autenticidad de quien ha experimentado tanto su propia fragilidad como tu gracia inagotable. Amén.

Lecturas del plan para hoy:

Éxodo 19, Lucas 22, Job 37, 2 Corintios 7

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.