La cruda realidad: opresión (Eclesiastés 4:1-3)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra la cruda realidad: opresión, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 4:1-3

Manuscrito

Texto bíblico: Eclesiastés 4:1-3

Estoy seguro de que puedes identificarte con esta escena:

Es domingo y vienes con toda la disposición para adorar al Señor, los cantos te hablan como si fueran un sermón, experimentas consuelo. Luego, en la predicación, pareciera que las verdades que se hablan desde el púlpito son tan claras que te estremecen, estás convencido de que todo lo que ahora entiendes va a ser un cambio significativo en tu vida, así que tomas una decisión; durante la oración final resuelves vivir de tal manera que abandonarás ese pecado y saldrás decidido a obedecer, porque no puede ser que hayas vivido de espaldas a eso tanto tiempo. Vas a ser humilde y vas a tratar a todos con amor, perdonarás y abrazarás a tus enemigos. Pero a los 100 metros, al cruzar la esquina, un imprudente en moto, queriendo evitar exponerse prolongadamente a los 40 grados de sol, se atraviesa como si fuera un animal irracional, así que, sin pensarlo y por instinto, levantas la mano y gritas con todas tus fuerzas lo primero que te viene a la mente y a la boca. ¿Y el sermón? ¿Y la oración? ¿La resolución de un amor incondicional a los enemigos? En ese momento estás de cara con la realidad de que algunas verdades, por muy claras que parezcan, siempre serán probadas en el horno de fuego de la vida real, y ese es nuestro día a día. A veces quisiéramos que el mundo y la vida acabaran cuando por fin logramos comprenderlo, pero resulta que no, que sigue ahí y que ahora debes enfrentarlo con lo que tengas a la mano.

Esto es justamente con lo que nos encontramos en el capítulo 4 y los capítulos siguientes del libro de Eclesiastés.

Hasta ahora, el elocuente predicador de la plaza ha pasado de la lamentable realidad debajo del sol al monte precioso desde donde todo se divisa tan pulcro y claro, el monte donde pudo comprender que todo tiene su tiempo; que Dios todo lo hizo hermoso en su tiempo, pero, en efecto, el predicador no vivía en el monte, vive abajo, donde la vida es cruda y real. Donde uno, además de razonar y pensar, también actúa.

El libro de Eclesiastés es un libro desafiante en cuanto a su estructura. Este capítulo 4 es crucial porque es donde debemos decidir cómo queremos seguir abordando el libro. Por un lado, podemos ver a un predicador que evoluciona en su pensamiento, pero que parece volver otra vez a sus crisis existenciales, lo cual resulta frustrante porque pareciera alguien que olvida fácil todo lo que ha concebido como un entendimiento claro de cómo Dios hace las cosas. Pero hay un camino alternativo: el de ver a un predicador que ha entendido una verdad esencial en el capítulo 3, pero que ahora tiene que contrastarla con la realidad de la vida, la cual, en efecto, no ha cambiado. El resultado es un predicador que ve la desesperanza, se lamenta de ella, pero da instrucciones acerca de cómo vivir y navegarla. En los capítulos 1-3 podemos decir que el predicador no daba consejos, porque estaba tratando de entender primero cómo funciona la dinámica de las cosas; pero a partir del capítulo 4, el predicador se ve maduro en su fe y ahora ve las mismas realidades, pero ve también esperanza y provee un camino, una manera de vivir. Es por eso que de aquí en adelante, nos encontramos a un predicador más proverbial, como un anciano que no ignora la realidad de las cosas, pero que ahora tiene sabiduría suficiente para sugerir cómo enfrentarlas.

En adelante veremos tres bloques en los que vemos a un predicador que es confrontado por la cruda realidad (4-6), luego uno que da consejos sabios sobre cómo vivir a la luz de esa crudeza y sacar el mayor provecho a la vida debajo del sol (7-9), y finalmente veremos a un predicador experimentado que va a dar consejos sabios para las futuras generaciones, como alguien que reconoce que ha llegado al ocaso de su vida (10-12).

Nosotros vamos a comenzar a abordar hoy el primer bloque, en el que el predicador se enfrenta a la realidad frustrante de la vida a la luz de 3 escenarios: la opresión que sufren algunos, la envidia que carcome a otros y la soledad que carcome.

Para efectos de este sermón, nos concentraremos en la primera cosa con la que el predicador se enfrenta: la opresión.

Y este es el argumento que quiero presentarles:

Ante la cruda realidad de la opresión, el Señor es la esperanza de consolación.

Lo abordaremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. La cruda realidad de la opresión (1)
  2. La dulce promesa de consolación (2-3)

1. La cruda realidad de la opresión (1)

Volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol

Al bajar de la montaña del “todo tiene su tiempo”, el Predicador se encuentra de frente con la primera prueba para su recién estrenada sabiduría: la opresión sigue ahí, justo donde la había dejado. Su entendimiento no cambió la realidad. En efecto, que podamos entender ciertas verdades no cambia las realidades crudas, pero sí nos da los elementos necesarios para poder sobrellevarlas. Cuando experimentamos momentos de claridad espiritual, no debemos esperar que el mundo cambie automáticamente, sino prepararnos para enfrentar las mismas realidades con nueva sabiduría. Este predicador ya no está haciendo observaciones fatalistas, sino que al igual que lo hizo con la muerte en el capítulo 3, ahora reconoce profundamente la opresión y la aflicción con una perspectiva transformada.

¿Pueden ver la diferencia? Este predicador ya no está concentrado en sí mismo. Esta realidad que él contempla ya no se trata de él, ni de sus posesiones, ni de lo que va a perder cuando muera; ahora está viendo la realidad con la cabeza arriba. Antes se lamentaba diciendo “mi trabajo, mis riquezas, mi legado, mi muerte”, pero ahora observa “las lágrimas de los oprimidos, el dolor ajeno”. Ha evolucionado del egocentrismo existencial hacia una compasión social genuina. El crecimiento cristiano auténtico se evidencia cuando dejamos de estar obsesionados con nuestros propios problemas y comenzamos a llorar por el dolor de otros. Si nuestras oraciones siguen siendo principalmente sobre nuestras necesidades personales, aún no hemos alcanzado la madurez del Predicador en el capítulo 4.

Entender las verdades de Dios no elimina las realidades crudas, pero nos da la sabiduría para poder navegarlas. Este predicador está aún en la etapa de la confrontación, sus conclusiones van haciéndose cada vez más maduras y de manera progresiva, pero ahora es inevitable que nosotros no nos sintamos identificados con esta realidad. La sabiduría del capítulo 3 lo preparó para ver sin desesperarse completamente, para lamentar sin perder la perspectiva eterna, y para confrontar la injusticia sin negar la soberanía de Dios.

La madurez espiritual se mide en nuestra disposición a ver el sufrimiento ajeno sin perder la esperanza.

A los pobres y los oprimidos siempre los tendremos entre nosotros. Nadie habló tanto de esto como Salomón en Proverbios, pero él mismo también habló del cuidado que se debe tener del pobre, de que Dios favorece a los oprimidos. La opresión que observa no son excepciones aisladas sino un patrón sistemático – “todas las violencias” – que ocurre “debajo del sol”, en nuestro reino terrenal donde vivimos día a día. Cuando dice “he aquí las lágrimas”, nos muestra dolor visible que no se puede ignorar ni minimizar. No podemos ser cristianos completos si cerramos los ojos ante la injusticia social, argumentando que solo debemos enfocarnos en asuntos “espirituales”. Dios ve las lágrimas de los oprimidos, y nosotros debemos verlas también.

Es cierto que a nuestros ojos no parece haber esperanza ni consuelo, pero nosotros no somos Dios.

 Dios nos ha puesto la capacidad de sentir compasión y esa es una señal de su obra en nuestras vidas. La compasión que sentimos ante la injusticia es evidencia de que el Espíritu de Dios está obrando en nosotros.

Esa capacidad de dolernos por el sufrimiento ajeno es un regalo divino que debemos cultivar, no reprimir.

Puede que un menesteroso y oprimido parezca no tener consuelo aquí, pero la perspectiva eterna nos recuerda que Dios ve, Dios actúa, y Dios vindicará. Aunque no podamos resolver toda la opresión del mundo, sí podemos ser consoladores para aquellos que Dios pone en nuestro camino. Cada acto de misericordia hacia un oprimido es una respuesta directa al llamado de Dios y una anticipación de su justicia final.

Viene a mi mente las palabras del Señor al rico que estaba en el Hades en tormento: Ahora, Lázaro es consulado aquí y tu atormentado allá.

La Biblia nos presenta muchas verdades acerca de cómo Dios ve al oprimido y al que sufre:

Dios ve y escucha:

  • Éxodo 3:7 – “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias”
  • Salmo 10:14 – “Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano”

Dios defiende activamente:

  • Salmo 68:5 – “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada”
  • Salmo 146:7-9 – “Que hace justicia a los agraviados, que da pan a los hambrientos. Jehová liberta a los cautivos; Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos. Jehová guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene”

Dios promete vindicación:

  • Isaías 1:17 – “Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”
  • Proverbios 14:31 – “El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; mas el que tiene misericordia del pobre, lo honra”
  • Santiago 1:27 – “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”

Apocalipsis 21:4 – “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”

2. La dulce promesa de consolación (vv.2-3)

Y alabé yo a los finados que ya murieron, más que a los vivientes que hasta ahora están vivos.

Ante esta realidad de opresión, el Predicador responde con honestidad: declara que los muertos están mejor que los vivos, y que mejor aún están los que nunca nacieron porque no han visto “la mala obra que debajo del sol se hace”. Su lamento es comprensible y legítimo.

Job expresó sentimientos similares cuando maldijo el día de su nacimiento, Elías pidió morir bajo el enebro, y nuestro Señor Jesucristo también exclamó algo similar.

Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo* a Sus discípulos: «La cosecha es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha». (Mt 9 :36-38).

Miren el método del Señor: la opresión y la necesidad es real. Pero debemos confiar en el Señor y orar a Él. El mismo Señor lo hizo.

La visión del Predicador es limitada porque está observando “debajo del sol”. Su perspectiva no abarca la realidad completa que nosotros conocemos. En algunas culturas se llora cuando un niño nace y se hace fiesta cuando un anciano muere, porque entienden que el niño viene a experimentar dolores y el anciano es librado de ellos.

El cristiano tiene una perspectiva diferente: celebramos ambas cosas. Celebramos el nacimiento porque al nacer disfrutamos de la bondad y la herencia de Dios en esta vida, y celebramos la muerte en Cristo porque al morir disfrutaremos la herencia eterna.

Celebramos la vida y celebramos la muerte en Cristo, aun con el dolor que pueda representar, porque entendemos que hay una realidad “encima del sol” que cambia nuestra comprensión del sufrimiento.

Nosotros no entendemos todos los caminos del Señor, y este pasaje nos muestra lo limitados que somos. No podemos determinar qué es mejor o peor con la sabiduría humana, pero Dios sí puede.

La diferencia entre el lamento legítimo y la desesperanza está en recordar que Dios es justo y Él controla todas las cosas, incluso cuando no podemos ver su mano obrando.

El Predicador, limitado a su perspectiva terrenal, no puede ver la obra completa de consolación que Dios está realizando. Nosotros tenemos la ventaja de conocer al Consolador que vino.

Cuando el dolor de la injusticia nos lleve a pensar que sería mejor no haber nacido, recordemos que nuestra perspectiva es limitada y que Dios ve un cuadro más completo del que nosotros podemos percibir.

La promesa dulce de consolación no está en negar el dolor o minimizar la injusticia, sino en saber que cada lágrima es vista por Aquel que promete enjugar toda lágrima de nuestros ojos.

Mientras el Predicador observa que los oprimidos “no tienen consolador”, nosotros sabemos que sí tienen uno: Cristo mismo. La diferencia entre un cristiano y alguien sin esperanza no es que no sintamos dolor ante la injusticia, sino que procesamos ese dolor sabiendo que tenemos un Consolador que el mundo no conoce. Cristo garantiza además del consuelo, que la justicia final será perfecta.

La vida vale la pena vivirla, no porque esté libre de sufrimiento, sino porque en ella y en medio de ese sufrimiento podemos conocer a Dios en una manera única .

Así que esta es la nueva versión del predicador, el que tiene sabiduría pero que ahora debe confrontarla con la cruda realidad. Poco a poco vamos a ir viendo como esa sabiduría se hace más madura y nos dará más que un análisis existencial, la forma práctica de vivir sabiamente en un mundo difícil.

No tienes tu que frustrarse por lo tanto ante la dificultad de que las cosas que entiendes y abrazas como verdad no se vean reflejadas en un cambio inmediato de la realidad. Hay cosas que está en manos del Señor que nosotros no podemos cambiar, la utilidad de esa sabiduría es sobre cómo asimilarlas y como vivir en medio de ellos de un modo que glorifique al Señor y saque el mayor provecho en gozo y disfrute.

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