La cruda realidad: envidia (Eclesiastés 4:4-6)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra la cruda realidad: envidia, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 4:4-6

Manuscrito

Texto bíblico: Eclesiastés 4:4-6

Para que tengamos una idea de la magnitud de la “vitrina” global en la que vivimos y la constante exposición a la vida de otros, consideremos esto: se estima que cada día, solo en Instagram, se comparten alrededor de 95 millones de fotos y videos en el feed principal, y si hablamos de Facebook, la cifra de fotos subidas diariamente ha llegado a superar los 350 millones[1]

La mayoría de estas millones de publicaciones, si pudiéramos categorizarlas, obedecen a la forma en que las personas cuentan sobre sus vidas: sus viajes, lo que comen, su última compra, sus logros.

Nunca habíamos estado tan expuestos a la tentación de exhibir lo que hacemos como ahora, y nunca la vanidad –ese anhelo de reconocimiento, esa preocupación por la apariencia– había estado tan al alcance de nuestra mano, literalmente en nuestros bolsillos.

Nadie viaja de arriba a abajo en un timeline sin formarse alguna opinión sobre lo que ve; es un bombardeo constante de estímulos que nos afectan más de lo que estamos dispuestos a reconocer. ¿Acaso no ha sentido alguna vez esa punzada de fracaso por no haber podido comprar lo que otro ya compró? ¿O ver el éxito de otros con el paso de los años y sentir esa mezcla de admiración e inquietud? Envidiar, hermanos, nunca había sido tan cómodo, porque ahora se puede hacer en la privacidad de nuestra pantalla, sin correr el riesgo de que un gesto delator en nuestro rostro nos exponga. Y eso, precisamente eso, es un peligro.

Mucho de lo que vemos hoy en nuestra sociedad ya no es una carrera por la supervivencia placentera, sino una carrera por estar a la altura, por no quedarse atrás, por tener un estilo de vida que se ajuste a lo que nuestros ojos ven desfilar ante nosotros todo el tiempo.

El Predicador, se enfrentó a esta misma faceta de la cruda realidad.

Él vio la vanidad del trabajo otra vez; ese mismo trabajo que había analizado desde una perspectiva casi fatalista, como un esfuerzo agotador y sin provecho duradero bajo el sol en los capítulos 1 y 2. Ese mismo trabajo que luego, en el capítulo 3, observó desde una perspectiva más comprendida, reconociéndolo como la porción del hombre y un don de Dios en el cual encontrar alegría. Ahora, en estos versículos que estudiaremos hoy (4:4-6), El Predicador lo analiza nuevamente, esta vez confrontando la cruda realidad de nuestras motivaciones humanas para el trabajo, pero también, ofreciéndonos una adecuada y muy necesaria dosis de sabiduría para navegar esta compleja área de nuestras vidas.

Este es el argumento que desarrollaremos entonces y que tiene que ver con esta confrontación con la que el Predicador está lidiando, esta dosis de realidad.

El trabajo puede ser realizado con malas motivaciones, pero somos llamados a hacerlo con contentamiento

Y lo desarrollaremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. La mala motivación para el trabajo
  2. La nula motivación para el trabajo
  3. La correcta motivación para el trabajo

1. La mala motivación para el trabajo

He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu. (RV60)

He visto que todo trabajo y toda obra hábil que se hace es el resultado de la rivalidad entre el hombre y su prójimo. También esto es vanidad y correr tras el viento (NBLA)

El Predicador utiliza aquí dos términos específicos que nos ayudan a entender de qué tipo de trabajo está hablando. No se refiere al trabajo en términos generales como cualquier esfuerzo humano, sino específicamente al “trabajo” (amal) y la “excelencia de obra” (kishron) – términos que apuntan directamente a la productividad, al fruto visible de nuestro esfuerzo, a lo que hacemos como parte del mandato cultural que Dios nos dio. Este tema ha sido recurrente en el desarrollo de Eclesiastés: el trabajo como actividad central de la experiencia humana, el medio por el cual transformamos el mundo y expresamos la imagen de Dios en nosotros.

Y este es un tema importante porque es en lo que más nos pasamos buena parte de nuestra vida, así que es entendible que el Predicador le dedique tanto tiempo a pensarlo.

Pero ¿qué es lo que el predicador está observando de esta cruda realidad del trabajo? El versículo presenta una doble perspectiva que converge en la misma realidad amarga.

Por un lado, nos muestra cómo el trabajo excelente despierta envidia en otros (versión RV60) – cuando alguien sobresale en su labor, cuando logra excelencia genuina, inevitablemente genera resentimiento en quienes observan. Por otro lado, nos muestra cómo la envidia puede ser la motivación oculta detrás de nuestro propio trabajo excelente, convirtiendo lo que debería ser satisfactorio en algo agotador y vacío. (Versión NBLA)

Esta segunda perspectiva es quizás la más confrontadora ¿Cuántas veces nuestros esfuerzos laborales están secretamente motivados por el deseo de superar a otros, de generar admiración, de demostrar que somos mejores? La línea entre la excelencia genuina y la competencia envidiosa es más delgada de lo que estamos dispuestos a admitir.

Cuando trabajamos motivados por la envidia, convertimos algo que Dios diseñó para ser fuente de satisfacción y propósito en una carrera interminable donde nunca es suficiente, porque siempre habrá alguien a quien superar.

Bíblicamente, trabajar con mala motivación significa laborar para nuestra propia gloria en lugar de la gloria de Dios, significa buscar reconocimiento humano en lugar de aprobación divina, medir nuestro valor por comparación con otros en lugar de por nuestra identidad en Cristo.

Esta motivación corrupta produce lo que el Predicador identifica como “aflicción de espíritu” – ese cansancio profundo que no se cura con descanso, esa insatisfacción que persiste aun después del éxito, ese vacío que ningún logro puede llenar.

¿Alguna vez nos hemos detenido a pensar cuánto de nuestra existencia dedicamos al trabajo?

 Si una persona promedio trabaja 8 horas al día, unos 230 días al año, durante una vida laboral de 40 años, equivale a pasar más de 8 años enteros –día y noche, sin parar– dedicados exclusivamente a la labor. ¡Más de ocho años de nuestra existencia!

Y si miramos más de cerca nuestros días durante esos largos años productivos, la reflexión se vuelve aún más cruda:

Destinamos unas ocho horas al trabajo (sin contar los tiempos de transporte, en el caso necesario), quizás otras ocho al descanso vital que nuestro cuerpo necesita, y nos quedan entonces unas ocho horas más para todo lo demás que compone nuestra vida mientras estamos despiertos – la familia, los amigos, el servicio a Dios y a otros, el crecimiento personal, los momentos de quietud, el simple respirar y ser.

Es como si nuestra jornada activa se repartiera en tres grandes porciones casi idénticas. Pensemos entonces, si aquella porción dedicada al trabajo, ese tercio de nuestra vida activa que a lo largo de los años suma una cantidad tan asombrosa de tiempo, se vive en un afán vacío, motivada por la envidia o la rivalidad como advierte el Predicador, ¿cómo no va a teñir y afectar profundamente la calidad, la paz y el sentido del resto de nuestro tiempo, ese otro tercio que atesoramos como nuestra ‘vida personal’?

Trabajar y desgastarse a diario motivados solo por el ridículo deseo de ser superiores a otros, es un verdadero desperdicio de tiempo y esfuerzo.

Piensa en lo liberador que es trabajar mirando para arriba y no para los lados. Hermanos; el trabajo es un don de Dios, un medio para el disfrute, pero nosotros lo hemos convertido en una fuente continua de amargura porque lo buscamos en muchas ocasiones es nuestra propia gloria y no la gloria de Dios. Eso no es ver la vida por encima del sol.

Cuando trabajamos “como para el Señor y no para los hombres”, nuestro esfuerzo se convierte en un deleite, nuestro descanso se hace provechoso, y nuestro éxito no depende de compararnos sino de qué tan fieles estamos siendo.

La biblia advierte que no debemos hacer nada por envidia o por vanagloria (Fil 2:3).

Santiago no pudo ser más categórico:

Pero si ustedes tienen envidias amargas y rivalidades en el corazón, dejen de presumir y de faltar a la verdad.  Esa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, no espiritual y demoníaca.  Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura y además pacífica, respetuosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera. (Stg 3:14-17, NVI).

Pero la envidia y el deseo de gloria personal no es la única faceta de esa cruda realidad que el Predicador está enfrentando; él gira ahora para ver lo que hay en la otra orilla con respecto al trabajo y lo que ve también es frustrante: la pereza. Lo que nos lleva de la mano al siguiente encabezado.

2. La nula motivación para el trabajo

“El Predicador nos presenta una imagen muy gráfica. Dice en la primera parte del versículo 5: ‘El necio se cruza de brazos…’

Pensemos en esa postura: los brazos cruzados. Es la imagen universal de la inacción, de la pasividad, de la persona que se rehúsa a esforzarse. Si en el versículo anterior teníamos al individuo hiperactivo, quizás con ‘dos manos llenas de trabajo’ pero ‘corriendo tras el viento’ por la envidia y su deseo de competir, aquí tenemos su contraparte: el ‘necio’; diciendo desde su orilla: para yo vivir como ese, mejor no trabajo.

Y cuando la Biblia habla del ‘necio’, no se refiere simplemente a alguien con poca inteligencia, sino a alguien que elige un camino contrario a la sabiduría de Dios, alguien que toma decisiones insensatas y moralmente deficientes que lo llevan a su propia ruina.

En este contexto, el necio es el perezoso, el holgazán, el que pudiendo actuar, decide no hacer nada, quedarse con los brazos cruzados mientras la vida y sus responsabilidades pasan de largo.

Noten que esta no es una persona que por algún designio de la providencia divina no puede trabajar, no es un oprimido como el que se describe en los versos 1 al 3, este es alguien que deliberadamente escoge el camino de la pereza y la holgazanería

La segunda parte del versículo es cruda y directa: el necio que se cruza de brazos ‘…acaba comiéndose su propia carne.’

¡Qué imagen tan fuerte! ‘Comerse su propia carne’…  Es una metáfora de la autodestrucción. El perezoso, al no trabajar, al no ser productivo, consume sus propios recursos, agota sus reservas, y finalmente, se destruye a sí mismo y hace daño a los que le rodean.

  • Se ‘come’ su futuro, porque no siembra nada para el mañana.
  • Se ‘come’ sus relaciones, porque la pereza puede llevar al aislamiento y a ser una carga para otros.
  • Se ‘come’ su propia dignidad y bienestar, porque el trabajo con propósito también nos da un sentido de valía y contribución.
  • Se ‘come’ su vitalidad, sumiéndose en una espiral descendente de apatía y deterioro.

Es la imagen de una persona que, por su propia inacción, se consume a sí misma hasta la nada. Una advertencia terrible sobre el final del camino de la pereza.

Yo quiero ser aquí todo lo enérgico que pueda contra esto: la pereza no es una moda juvenil, es un pecado, es algo que va contra el diseño de Dios. El Señor nos creó para administrar la tierra y sojuzgar, es uno de los puntos principales del mandato cultural y no cumplir con ello es rebelión abierta a ese mandato.

Qué rápidos somos para condenar el hecho de que un hombre actúe contrario a su diseño y pretenda ser una mujer; pero, ¿no es acaso una negación del diseño divino resistirnos flagrantemente al llamado de ser productivos?

No quiero que nadie aquí me mal entienda. Algunas personas quizás han hecho todo por encontrar un cómo ser productivos y a veces es un problema de oportunidades; pero si tú no tienes un trabajo, tu trabajo es buscar trabajo en lo que sea que te permita mantener en alto la dignidad de tu llamado.

También quiero aclarar algo que considero importante. Trabajar no es necesariamente hacer un intercambio de esfuerzo por dinero. Trabajar involucra servicio al prójimo, implica comunicar belleza y excelencia a través de todo lo que hagamos e involucra incluso aquellas cosas que hacemos por las que no vamos a recibir una remuneración. Por lo que, las personas pueden ser enormemente productivas sin que eso necesariamente involucra un lucro. Y esto es importante porque alguien puede incluso estar produciendo dinero y aun así no estar trabajando para la gloria de Dios al no estar haciendo algo honesto o digno, al no estar sirviendo o al no estar haciendo algo con excelencia. Entonces es importante separar trabajo de dinero. El dinero es solo una forma de recompensa del trabajo, pero no es lo que define trabajo.

Volviendo a nuestro punto:

Un cristiano perezoso es una contradicción de términos, pero lamentablemente parece que hemos llenado al mundo de razones para que los consideren sinónimos.

Así que, si el trabajo impulsado por la envidia y la rivalidad es ‘correr tras el viento’, una fatiga insaciable, un absurdo, la pereza es como un hoyo negro que consume toda esperanza y vitalidad. Ninguno de los dos extremos ofrece lo que ofrece una vida sabia.

El Predicador nos muestra que tanto el afán desmedido como la completa inacción son callejones sin salida. Ambos son manifestaciones de la ‘vanidad’, de esa frustración inherente a la vida ‘debajo del sol’ cuando se vive sin la sabiduría de Dios.

El que trabaja demasiado por las razones equivocadas se agota persiguiendo el viento; el que no trabaja en absoluto se consume en su propia pasividad. Ambos terminan frustrados y vacíos.

Pero no quiero pasar al siguiente punto, sin ver desde la Palabra de Dios, la cual es más persuasiva que mil argumentos humanos bien elaborados, lo que se enseña al respecto de la pereza y la diligencia como su contraparte sabia:

  • Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado. (Proverbios 6:9-11).
  • La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece. (Proverbios 10:4).
  • El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada. (Proverbios 13:4).
  • Porque también cuando estábamos con vosotros, les ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. (2 Tesalonicenses 3:10).

Dios nos diseñó para ser buenos administradores de nuestro tiempo y talentos, y eso es lo que define nuestra productividad.

Hemos visto entonces dos escenarios desoladores respecto al trabajo: por un lado, el esfuerzo frenético y competitivo que nace de la envidia, que es como perseguir el viento. Por el otro, el abismo de la pereza necia, que lleva a la autodestrucción. Ambos son frustrantes, ambos son vanidad.

Entonces, ¿estamos condenados a estos extremos? ¿No hay una manera sabia de abordar nuestra labor, una forma que traiga satisfacción y paz en lugar de amargura o ruina? Gracias a Dios, el Predicador no nos deja aquí. Nos ofrece un poco de esa sabiduría con la que bajó de la cima del “todo tiene su tiempo”, mostrándonos el camino del medio que nos conduce al tercer y último encabezado:

3. La correcta motivación para el trabajo

Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu

Aquí está la sabiduría que estábamos esperando. El Predicador, después de confrontar los dos extremos, nos presenta una tercera opción que no habíamos considerado: el contentamiento.

No se trata de trabajar menos por pereza, ni de trabajar más por envidia, sino de trabajar con la motivación correcta y la perspectiva adecuada.

Esta es la imagen: “un puño lleno con descanso” versus “ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu”. El contraste no es entre mucho y poco trabajo, sino entre trabajo que produce paz y trabajo que produce angustia.

Es mejor tener menos en términos materiales, pero vivir con mayor tranquilidad, en lugar de tener abundancia, pero experimentar constante aflicción del alma.

El contentamiento no es conformismo; es sabiduría.

Es entender que nuestro valor no se mide por la cantidad que acumulamos sino por la fidelidad con la que administramos lo que Dios nos ha confiado. Es reconocer que hay un punto donde “suficiente es suficiente”, donde podemos decir con Pablo: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11).

Cuando trabajamos con contentamiento, laboramos para proveer lo necesario, para servir a otros, para expresar la creatividad que Dios puso en nosotros, pero no para acumular obsesivamente o para superar a otros. Trabajamos con excelencia porque reflejamos el carácter de un Dios excelente, pero descansamos con tranquilidad porque sabemos que nuestro valor no depende de nuestros logros.

El “descanso” que menciona el versículo no es solo físico sino espiritual. Es la paz que viene de saber que estamos donde Dios quiere que estemos, haciendo lo que Él nos ha llamado a hacer, confiando en que Él suplirá nuestras necesidades según Sus riquezas en gloria.

La correcta motivación para el trabajo nace del entendimiento de que somos colaboradores de Dios en Su obra de redención y restauración del mundo.

Cuando vemos nuestro trabajo como vocación divina en lugar de competencia humana, cuando laboramos para la gloria de Dios en lugar de nuestra propia exaltación, encontramos esa satisfacción profunda que ni la envidia ni la pereza pueden ofrecer.

Esta es la sabiduría práctica del Predicador: trabajar lo suficiente con la motivación correcta produce más satisfacción que trabajar excesivamente con motivaciones corruptas.

Esta es una idea que se desarrolla de forma robusta como parte de la sabiduría proverbial:

  • Proverbios 15:16“Mejor es lo poco con el temor de Señor, que el gran tesoro donde hay turbación”
  • Proverbios 16:8“Mejor es lo poco con justicia, que la muchedumbre de frutos sin derecho”
  • Proverbios 17:1“Mejor es un bocado seco, y en paz, que casa de contiendas llena de provisiones”
  • Proverbios 23:4-5“No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo nada? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo”
  • Proverbios 28:20“El hombre de verdad tendrá muchas bendiciones; mas el que se apresura a enriquecerse no será sin culpa”
  • Proverbios 6:6-8“Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual, no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento”
  • Proverbios 14:23“En toda labor hay fruto; mas las vanas palabras de los labios empobrecen”
  • Hebreos 13:5“Sean sus costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora”

Aquí está entonces la segunda dosis de realidad con la que el predicador se enfrenta: el trabajo, aunque es algo que dignifica al hombre, a menudo se desvaloriza convirtiéndose en una carrera incansable sin frutos solo por envidia y competencia o en algo que queremos evitar por su dureza; pero el camino de la sabiduría conduce al contentamiento.

Esta es una buena pregunta ¿en cuál de estos caminos estás? ¿En el del trabajo sin control para alcanzar el éxito terrenal? ¿El de la pereza? o ¿el del contentamiento.?


[1] Estas cifras provienen de análisis de la industria como los de Convierte Más(https://conviertemas.com/) para 2024

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