Consejos: justicia y autoridad (Eclesiastés 5:8-9)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra consejos: justicia y autoridad, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 5:8-9

Manuscrito

Texto bíblico: Eclesiastés 5:8-9

Antes de comenzar a desarrollar el texto que nos compete, quiero asegurarme de que estamos en el escenario correcto, así que vamos a dar una mirada honesta a un problema que vemos en las noticias todos los días, un mal tan complejo como antiguo y que es causa de muchos males en el mundo: la corrupción.

Para que tengamos una idea de la escala de este mal, un informe de la ONU llegó a estimar que hasta un 25% del gasto público mundial se puede perder en la corrupción[1].

Pero esos números son tan grandes que son difíciles de imaginar. Traduzcamos eso a la vida real porque no es solo dinero que se roba, es la escuela que no se construye, es el hospital que no tiene medicinas, es la carretera que no se pavimenta, es la justicia que se le niega al pobre y desamparado.

La organización más respetada que mide este mal, Transparencia Internacional, publica cada año su Índice de Percepción de la Corrupción. En su informe más reciente, publicado a inicios de 2024[2], el panorama global es este: más de dos tercios de los 180 países analizados obtuvieron una calificación por debajo de 50 en una escala de 0 a 100, donde 0 es ‘muy corrupto’ y 100 es ‘muy limpio’. El promedio global es de apenas 43 puntos, una calificación reprobatoria que deja en evidencia que el problema de la corrupción es un global y profundamente arraigado.

Para nuestro país, Colombia, obtuvo una calificación de 39 puntos, ubicándose en el puesto 92 de 180 países.

Vemos este problema como algo complejo, resultado de la burocracia, estados de tamaños enormes y sistemas con estructuras tan enredadas que parecen estar diseñados para que nadie sea responsable… Y es precisamente esa cruda realidad, esa misma opresión sistémica, la que el Predicador también observó. Él vio cómo se oprimía al pobre y se violaba el derecho, pero en lugar de ofrecer una solución política complicada o de conducirnos al fatalismo de los primeros capítulos, nos llama a la confianza en la justicia del Señor mientras trabajamos diligentemente y descansamos en lo que el Señor pone en nuestra mano. No nos manda a perder la cabeza, pero sí a entender que Dios permite incluso formas de gobierno que aunque son no ideales las si son mejor que la anarquía y el caos.

Quiero dejar en claro además, que si bien estaré mencionando algunas implicaciones sobre política que pudieran llegar a ser sensibles especialmente en días tan ideológicamente polarizados, no pretendo fijar o condicionar ninguna posición acerca de cuál o tal partido político. Nuestro llamado es obedecer a la Palabra de Dios antes que a los hombres.

Este es entonces el argumento que quiero proponerles para este sermón:

Ante la realidad de la corrupción, es mejor la autoridad que el caos.

Y lo desarrollaremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. La realidad de la corrupción
  2. Es mejor autoridad que caos

1. La realidad de la corrupción

“Si ves violencia contra el pobre y violación del derecho y de la justicia en la provincia, no te maravilles de ello”

El Predicador comienza este consejo con una declaración aparentemente simple:  no te maravilles.

No dice “indígnate”, no dice “lucha contra esto”, no dice “organiza una revolución”. Dice algo que para nosotros puede sonar casi como conformismo: no te asombres. En palabras muy coloquiales: “Eso que vez no es nada en comparación con el problema real”.

 Pero esta no es la voz de alguien que se ha rendido ante la injusticia; es la voz de alguien que ha madurado lo suficiente para entender la verdadera naturaleza de este problema.

El Predicador de los primeros capítulos aborreció la vida al contemplar tanta injusticia (Ecl 2:17), el Predicador del capítulo 4 entendió que la opresión era parte de la cruda realidad y que ante tanto mal era mejor no haber nacido (Ecl 4:1-2); pero aquí está ahora dando consejos sobre cómo navegar con sabiduría es cruda y aplastante realidad.

¿Por qué el Predicador nos dice que no nos asombramos? Porque él entiende algo que nosotros frecuentemente olvidamos: la corrupción no es una falla en nuestros sistemas políticos, es una manifestación inevitable de la naturaleza humana caída cuando se le da poder sin límites apropiados.

Nosotros nos escandalizamos cada vez que sale a la luz un nuevo caso de corrupción, como si fuera algo inesperado, pero el Predicador nos está diciendo: “esto es exactamente lo que deberías esperar en un mundo caído”.

Ahora bien, la corrupción que él describe no es la de un funcionario aislado que tomó una mala decisión. Es corrupción sistemática, arraigada, institucionalizada.

El texto continúa explicando por qué: “porque más alto que el alto vela, y uno más alto que ellos”.

Esta es la descripción perfecta de lo que conocemos como la cadena de corrupción, o en palabras más conocidas para nosotros un “carrusel de corrupción”, donde cada nivel protege al siguiente porque todos están involucrados.

Desde el funcionario más bajo hasta el más alto, cada uno tiene su parte en el sistema y cada uno tiene interés en que el sistema continúe funcionando de esa manera corrupta.

Esta realidad era particularmente evidente en el sistema de sátrapas que conocía el Predicador. Los sátrapas eran gobernadores provinciales del imperio persa, cada uno responsable de una región específica. Su trabajo era recaudar tributos para enviar al rey, pero el sistema funcionaba de tal manera que cada sátrapa tomaba su parte, cada subordinado tomaba la suya, y así sucesivamente hasta llegar al recaudador más bajo. Era corrupción institucionalizada – no era que el sistema estuviera corrupto, sino que la corrupción era el sistema mismo.

Cada funcionario tenía su “tajada” que pasar hacia arriba, pero también su “comisión” que quedarse abajo. Nadie quería romper esta cadena porque significaría perder no solo su posición sino también la protección de los que estaban arriba. “El más alto vela por el alto” – había una red de protección mutua donde todos se cuidaban las espaldas porque todos participaban del mismo esquema.

Esta es exactamente la realidad que vemos hoy en día. Los contratos públicos que “mágicamente” cuestan tres veces más de lo que deberían, las licitaciones donde ya se sabe de antemano quién va a ganar, los proyectos que se aprueban no por su utilidad sino por las “comisiones” que van a generar. Es una cadena donde cada eslabón protege al siguiente porque todos dependen de que el sistema funcione corruptamente.

El burócrata de nivel medio no va a denunciar a su jefe porque su jefe protege su posición. El jefe no va a denunciar a su superior porque su superior garantiza su ascenso.

Por eso el Predicador dice no te maravilles. No porque la corrupción sea aceptable, de hecho, debemos condenarla y rechazarla, sino porque es inevitable porque el corazón humano, que es engañoso más que todas las cosas, y perverso (Jeremías 17:9), se encuentra con poder sin límites apropiados.

Es la realidad del mundo caído donde el egoísmo y la codicia encuentran formas sofisticadas de expresarse a través de estructuras de poder.

La corrupción no es un accidente del sistema; es una manifestación predecible de lo que sucede cuando seres humanos pecadores manejan recursos y poder sin la restricción apropiada del temor de Dios.

El Predicador no nos está llamando al cinismo, pero sí al realismo. No nos está diciendo que aceptemos la corrupción, pero sí que entendamos que es parte de la realidad “debajo del sol” y que no perdamos la cabeza ni la esperanza cuando la vemos manifestarse una y otra vez.

Esto es muy pertinente para nosotros también porque nos pone de cara con la realidad de que el problema de corrupción no se acaba con nuevos políticos sino cuando personas son verdaderamente transformadas por el evangelio.

A veces como cristianos nos embarcamos e una guerra para defender a un político de un bando y del otro. De hecho, muchos creyentes son más enérgicos para defender a sus representantes políticos que el evangelio mismo y eso es un pecado que debemos condenar enérgicamente.

No estoy diciendo que un creyente debería aislarse de la práctica política, después de todo, como veremos en un momento, es parte de lo que dios usa para preservar el orden a pesar de la caída; pero a lo que voy es que debemos tener discernimiento y leer lo que hay detrás de cada realidad.

La corrupción es un problema ético y por lo tanto un problema del pecado, no un problema político.

Pero no quiero pasar al siguiente punto sin mencionar que esto va más allá de las instituciones (o más acá). Quisiera que usted que está aquí pudiera pensar en usted mismo antes de pensar en el sistema que estamos retratando.

Este problema ha entrado tan a lo profundo en la sociedad que hasta se ha normalizado en muchos casos.

Es “normal” evadir impuestos, alterar los medidores de energía, alterar las placas de los vehículos para transitar en contra de las leyes, pagar sobornos, vender los votos en campañas políticas. Es “normal” mentir en las declaraciones de impuestos o esconder el origen de los fondos y un sinnúmero de cosas en las que por efectos de dicha “normalización” a veces se practica hasta entre cristianos porque se justifica con la idea de que todo el mundo lo hace.

Mis mamados, somos llamados a vivir de manera distinta al mundo, a honrar al Señor incluso en este mundo caracterizado por la corrupción. Como bien señala el apóstol Pedro:

Que de ninguna manera sufra alguien de ustedes como asesino, o ladrón, o malhechor, o por entrometido. Pero si alguien sufre como cristiano, que no se avergüence, sino que como tal glorifique a Dios.

Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿qué será del impío y del pecador? (1 Pd 4:15-18).

Ahora bien, ante este escenario tan crudo y tan realista y siendo que el corazón de los hombres es y será siempre malo, pareciera que la salida es la anarquía, que cada quien haga lo que bien le parezca, pero el Predicador nos muestra que no, que aun a pesar de un panorama tan pesimista, hay formas en las que el orden puede ser preservado, lo cual nos conduce al segundo punto:

2. La autoridad es mejor que el caos

Con todo, es de beneficio para el país que el rey mantenga cultivado el campo”

Este versículo presenta uno de los desafíos de traducción más complejos de Eclesiastés.

Las diferentes versiones bíblicas lo traducen de maneras distintas, y los eruditos han debatido su significado preciso durante siglos. Sin embargo, la interpretación más plausible, considerando el contexto del pasaje anterior sobre la corrupción, es que el Predicador está afirmando que a pesar de toda la corrupción sistémica, es mejor tener un rey que garantice que los campos sean cultivados, que vivir en la anarquía donde ni siquiera eso es posible.

La idea central es que el rey, por corrupto que sea, tiene interés en que la tierra produzca, en que la gente trabaje, en que haya cultivos. Porque al final, aun el rey más corrupto necesita que el sistema produzca algo para poder extraer su parte. Es mejor un sistema imperfecto que produzca orden y trabajo, que no tener sistema alguno donde reine el caos total.

Para entender mejor esta perspectiva, es útil recordar cómo hemos llegado a nuestras formas modernas de gobierno.

Los pensadores de la Ilustración, particularmente John Locke, desarrollaron la teoría del derecho natural donde destacaron derechos fundamentales como la vida, la libertad, y la propiedad, junto con el derecho a defender estos bienes. Locke propuso que los hombres, a través de un contrato social, constituyen un Estado que se encargue de administrar la justicia de manera más eficiente que si cada individuo tuviera que defender sus propios derechos por la fuerza.

Este sistema era una alternativa a los reyes absolutos, es decir, que concentraban todo el poder tanto de administrar justicia como la posesión de la tierra, el propósito de esta alternativa era que el hombre pudiera desarrollarse en sociedad con protección para sus derechos básicos. Posteriormente, pensadores como Rousseau desarrollaron más la idea del contrato social, mientras que Montesquieu contribuyó con la teoría de la separación de poderes, estableciendo que el poder ejecutivo, legislativo y judicial debían estar separados para evitar la concentración del poder que lleva inevitablemente a la corrupción.

Estos sistemas evolucionaron hacia las democracias modernas que conocemos hoy, con sus controles y contrapesos.

Esto es importante entenderlo para que no equiparemos la idea de un rey, como se menciona en la biblia en este contexto, con la de un presidente en un estado democrático. El poder o gobierno, en nuestros casos se reparte en instituciones con funciones, gracias a Dios todavía diferenciadas y que impiden que el poder se concentre en una sola persona, pero su función si sigue siendo la misma: garantizar la justicia y que las personas puedan trabajar libremente. Esto es una de las expresiones más evidentes de la gracia común de Dios.

La Escritura nos enseña que los gobiernos han sido establecidos por Dios con el propósito específico de administrar justicia. Pablo es claro en Romanos 13:1-4: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas… porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.”

Esto no significa que debemos aprobar la corrupción de los gobiernos o ser pasivos ante la injusticia. Significa que reconocemos que Dios ha establecido el principio de autoridad gubernamental como una gracia común para la humanidad, y que esas autoridades darán cuenta a Dios por cómo ejercen el poder que se les ha delegado.

Orar por los gobernantes no siempre es fácil, pero consideren que Pablo está hablando de esto a creyentes que vivían bajo el gobierno del imperio Romano, el cual, para ese momento no era precisamente el más amable con la fe. Debió ser una prueba enorme para ellos tener que orar incluso por sus enemigos, pero justo de eso se trata el evangelio.

Orar por los gobernantes no es solo hacerlo por aquellos que son de mi preferencia, pero tampoco es ignorar la maldad o encubrirla. Debemos ser enérgicos en oponernos al pecado y la corrupción es uno de ellos.

Aquí es importante enfatizar de nuevo, que “las autoridades” tal como se mencionan en el texto incluye a los jueces y también a los que crean las leyes, no solo el poder ejecutivo. Debemos pedir al Señor que nos ayude a sobrevivir en sistemas en los que se garantice la justicia y la libertad, y si un día llegan a ser adversas ambas cosas, que nos de la sabiduría para poder seguir viviendo como es digno de los que temen al Señor.

También es importante notar que cuando los gobiernos sobrepasan los límites de ese derecho, cuando actúan tratando de sustituir a Dios y asumen una actitud paternalista, se vuelven ídolos y se posicionan en enemistad contra Dios.

Es por eso que al final de los tiempos, el Señor condenará los sistemas de este mundo, precisamente por su pretensión, desde los días de Babel, de intentar usurpar el lugar de Dios, un día el Señor pondrá todas las cosas en orden y mostrará un verdadero reino de justicia y de paz.

Pero mientras ese día llega, somos llamados a navegar con sabiduría las turbulentas aguas de estos sistemas contaminados por el pecado.

Debemos asegurarnos además de actuar conforme a las leyes justas, reconociendo que las autoridades son “vengadoras” establecidas por Dios para castigar el mal.

 El versículo 9 es una reafirmación de que la tierra necesita ser cultivada, que el trabajo productivo es esencial, y que es mejor hacerlo bajo la protección de alguna autoridad, aunque sea imperfecta, que intentar hacerlo en medio del caos y la anarquía.

Bajo estas condiciones, nuestra función como cristianos entonces es clara: trabajar con honestidad para producir lo necesario, procurando nuestro bienestar y el del prójimo.

También tenemos la responsabilidad de orar por nuestros gobernantes. Pablo instruye en 1 Timoteo 2:1-2: “Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.”

Debemos orar por gobernantes justos, pedir al Señor protección contra la opresión, y buscar que la justicia sea administrada correctamente.

Proverbios 28:15-16 – “Como león rugiente y como oso hambriento, así es el príncipe impío sobre el pueblo pobre. El príncipe falto de entendimiento multiplicará la extorsión; mas el que aborrece la avaricia prolongará sus días”

Al final, pudiéramos resumir el consejo del predicador de forma muy práctica: en lugar de perder la cabeza por la corrupción inevitable, reconoce que es mejor autoridad imperfecta que caos total, trabaja honestamente bajo cualquier sistema, y confía en que Dios finalmente vindicará toda injusticia. Es mejor cultivar los campos bajo un rey corrupto que no poder cultivar nada en absoluto por falta de orden y protección.


[1] Fuente Naciones unidas: https://www.un.org/es/desa/el-25-del-gasto-publico-mundial-se-pierde-en-corrupcion

[2] Fuente Transparencia Internacional, informe 2024: https://www.transparency.org/en/cpi/2024

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