Versículo base: «Me sedujiste, SEÑOR, y fui seducido; fuiste más fuerte que yo y prevaleciste» (Jeremías 20:7, NBLA)
El llamado que no se puede resistir
Hay una frase de una conocida canción cristiana que me conmueve cada vez que la escucho: “he despertado entre el redil, no sé cómo”. Me parece que captura el sentido de asombro que produce saber que siendo nosotros pecadores que merecíamos la condenación, por la pura gracia de Dios vinimos a parar en el rebaño del buen pastor. Eso no es algo que nosotros producimos porque nosotros amamos el pecado y nuestro corazón se inclina continuamente al mal, pero hay una obra del Señor en el corazón que hace que lo que el pecado que en principio nos parece deseable, lo aborrezcamos, y el Señor del que en principio queremos huir termina siendo nuestro deseo. Y aunque este versículo no captura toda la implicación teológica de cómo se produce nuestra salvación, porque tiene que ver más con el llamado del profeta Jeremías a ser un profeta, sí nos da un asomo, en forma de poesía, de cómo es que Dios actúa en el corazón de aquellos que llama para servirle.
Entendiendo el pasaje
Jeremías está atravesando uno de los momentos más difíciles de su ministerio profético. Ha sido golpeado y puesto en el cepo por Pasur, el sacerdote, por profetizar contra Jerusalén. En medio de esta persecución, el profeta derrama su corazón ante Dios en una mezcla de queja, confesión y súplica. Es aquí donde encontramos estas palabras cargadas de emoción y significado teológico.
El profeta usa un lenguaje intenso y personal para describir cómo llegó a ser siervo del Señor. La palabra “sedujiste” en hebreo lleva la idea de persuadir, convencer, incluso engañar, pero no con malicia sino con propósito divino. Jeremías reconoce que inicialmente no quería este llamado. Como muchos profetas antes que él, resistió la comisión divina. Pero Dios fue “más fuerte” que su resistencia. No fue una imposición brutal, sino una persuasión irresistible que operó en lo más profundo de su ser.
Lo que hace poético este pasaje es la honestidad de Jeremías. Reconoce que fue atraído, seducido por Dios hacia una misión que humanamente no deseaba, pero que ahora no puede abandonar. Es la descripción de alguien que ha experimentado la obra transformadora de Dios en su interior y que, a pesar de las dificultades, reconoce la soberanía divina en su llamado.
Tres verdades bíblicas
- Nadie puede resistir el llamado de Dios Si bien en principio puede parecer que nos rehusamos al llamado de Dios, cuando el Señor nos llama nos va a derribar como a Pablo, nos va a traer a sí mismo. Puede que por un tiempo tengamos éxito en huir e intentar escapar, pero cuando el Señor actúa, él no pierde, él es soberano. Piensa en tu propia experiencia: tal vez hubo un tiempo cuando creías que podías vivir lejos de Dios, que podías manejar tu vida según tus propios criterios. Pero si estás aquí, escuchando esto, es porque Dios te alcanzó. Su llamado fue más fuerte que tu resistencia, más persistente que tu huida. No es que fueras más inteligente o espiritual que otros; es que Dios puso sus ojos en ti y decidió que serías suyo.
- El Señor no pasa por encima de nuestra voluntad, la cambia Me gusta pensar en esta forma de obrar del Señor como alguien que nos trae no a las malas o contra nuestra voluntad. El Señor no está buscando adoradores que le adoren así sea de mala gana. Él busca que le adoren en espíritu y verdad, por lo que él se toma el trabajo, y esto por medio del Espíritu Santo, de cambiar por completo nuestros afectos de modo que deseemos al Señor. Todos los que vienen a él vienen de buena voluntad porque ya él ha actuado para prepararnos y atraernos. Esto es algo que viene junto con la fe y el arrepentimiento y es finalmente lo que hace que permanezcamos también en él. Cuando te acercaste a Cristo, no fue a regañadientes, fue porque tu corazón ya había sido preparado para amarlo. Esa es la obra magistral de Dios.
- El llamado de Dios produce una compulsión interna a servirle Una vez que Dios ha obrado en nosotros, no podemos permanecer en silencio. Jeremías lo describe hermosamente cuando dice: “Su palabra en mi corazón era como fuego ardiente encerrado en mis huesos” (v.9). Cuando Dios te llama a algo específico, cuando pone una carga en tu corazón, no puedes simplemente ignorarla. Esa pasión por la justicia que sientes, ese deseo de compartir el evangelio, esa compasión por los necesitados, esa indignación santa ante el pecado: eso es el fuego de Dios ardiendo en ti. No es fanatismo humano, es la obra del Espíritu que te impulsa desde adentro. Y como Jeremías, puedes intentar callarte, puedes tratar de no involucrarte, pero ese fuego no se apaga. Te consumirá hasta que obedezcas.
Reflexión y oración
Dios es especialista en tomar corazones resistentes y volverlos dispuestos. Su llamado no es una imposición sino una atracción irresistible que opera desde adentro. Una vez que te ha seducido hacia él, ya no puedes vivir como antes. El fuego de su palabra arde en ti y te impulsa a servirle con gozo.
Señor, reconozco que si estoy en tu rebaño es porque tú me sedujiste, me atraíste con cuerdas de amor. No fue mi sabiduría ni mi búsqueda lo que me trajo a ti, sino tu gracia soberana obrando en mi corazón. Gracias porque no me obligaste a venir contra mi voluntad, sino que cambiaste mi voluntad para que quisiera venir. Que ese fuego de tu palabra siga ardiendo en mí, que no pueda callarme ante lo que tú quieres hacer en mi vida y a través de mi vida. Ayúdame a obedecer con gozo ese llamado que pusiste en mi corazón. En el nombre de Jesús, amén.