Versículo base: «Los israelitas volvieron a hacer lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años» (Jueces 13:1, NBLA)
Cuando el ciclo se repite
Si sigues el plan de lecturas que acompaña este devocional ya debes haber avanzado en el libro de Jueces; ¡qué libro! Especialmente por lo ansioso que resulta ver el comportamiento del pueblo y las consecuencias que tienen que enfrentar una y otra vez por su pecado. Una y otra vez vemos la frase «el pueblo volvió a hacer lo malo ante los ojos del Señor» como si nunca aprendieran la lección; pero antes de que te mandes las manos a la cabeza, piensa en la tremenda similitud que tenemos en muchas ocasiones con ese pueblo y en cómo Dios exhibe continuamente su misericordia hacia nosotros.
Entendiendo el pasaje
El libro de Jueces nos presenta un patrón que se vuelve dolorosamente familiar: pecado, consecuencias, clamor y liberación. Para cuando llegamos al capítulo 13, ya hemos visto este ciclo repetirse múltiples veces. Otoniel, Aod, Débora, Gedeón, Jefté… cada juez había traído liberación temporal, pero el pueblo inevitablemente regresaba a la idolatría y la desobediencia.
Ahora bien, este patrón no surge de la nada. Tiene sus raíces en una decisión fatal que encontramos en el libro de Josué: Israel no expulsó completamente a las naciones cananeas de la tierra prometida. Las dejaron allí, pensando quizás que podrían coexistir pacíficamente. Pero Dios había advertido que estas naciones serían «espinas en sus costados» y dioses extraños que los apartarían del Señor. Cuarenta años bajo los filisteos era el precio de esta desobediencia acumulada. El sentido de este pasaje es claro: cuando jugamos con el pecado, el pecado eventualmente juega con nosotros, y sus reglas son despiadadas.
Tres verdades bíblicas
- Hemos sido salvados pero aún no glorificados Produce mucha impotencia leer que el pueblo volvió a hacer lo malo, ¿pero por qué? Se supone que son el pueblo de Dios, que han visto su poder, que se han arrepentido; pero eso es el reflejo de la dura realidad de nuestra condición. Enfrentas una batalla real entre tu carne y lo que realmente deseas hacer. Entre lo que sabes que es verdad y las mentiras a las que sigues prestando oídos. Reconoce con toda humildad que no has sido glorificado aún. Depende del Señor todos los días, no esperes a caer en pecado para entonces acudir a él. Cultiva una relación diaria con él y hazte cada vez más fuerte en el espíritu en medio de esta lucha.
- El pecado siempre trae consecuencias El Señor quería que el pueblo experimentara las consecuencias del pecado con el propósito de que aprendieran del dolor y crearan un mecanismo para alejarse de él. Cuarenta años no fueron casualidad; fueron el tiempo necesario para que una generación entera sintiera el peso de sus decisiones. No puedes jugar con el pecado. Te hace daño y trae consecuencias que pueden ser irreparables. Esa mentira que crees inofensiva, esa actitud que justificas, esa área de tu vida que mantienes alejada de Cristo: todo tiene un costo. Tómate esto en serio antes de que el dolor te enseñe lo que la gracia no pudo enseñarte.
- El Señor es paciente y misericordioso Algo que podemos ver en estos textos es la tremenda misericordia del Señor. Cada vez que el pueblo clamaba, él levantaba un libertador. Pero aquí está el punto: ninguno de esos libertadores era suficiente. Se necesitaba de un libertador perfecto que los librara de una vez por todas del yugo de sus enemigos. Esa necesidad era un anhelo porque Dios mismo fuera su libertador, algo que nos apunta de manera gloriosa al evangelio de Jesucristo. Él es el juez definitivo que no solo nos libra temporalmente, sino que rompe el ciclo del pecado para siempre.
Reflexión y oración
El ciclo de Jueces nos duele porque nos reconocemos en él. Pero también nos consuela porque vemos que Dios no abandona a su pueblo, incluso cuando su pueblo lo abandona a él. La paciencia divina no es permisividad; es la expresión de un amor que busca restauración completa.
Señor, reconozco que muchas veces soy como Israel: olvido tus bondades y me alejo de ti. Perdóname por las veces que he jugado con el pecado pensando que no habría consecuencias. Gracias porque en Cristo has roto el ciclo de pecado y juicio que me condenaba. Ayúdame a depender de ti cada día, a no esperar hasta estar en crisis para buscarte. Que tu gracia sea suficiente para mantenerme cerca de ti. Amén.