Versículo base: «Entonces clamó Sansón al Señor y dijo: ‘Señor Dios, te ruego que te acuerdes de mí y me fortalezcas sólo esta vez, oh Dios, para que de una vez me vengue de los filisteos por mis dos ojos’» (Jueces 16:28, NBLA)
Cuando lo perdemos todo para ganarlo todo
La caída de Sansón fue tan espectacular como predecible. Después de años de jugar con el pecado, de confiar en su propia fuerza, de usar los dones de Dios para sus propios placeres, llegó el momento inevitable: perdió todo. Dalila había conseguido lo que ningún ejército filisteo había logrado. Con unas tijeras y mientras él dormía, cortó su cabello y con él aquello que lo relacionaba con el poder de Dios. Ahora Sansón estaba ciego, encadenado, humillado, moliendo grano como un animal. El hombre más fuerte de Israel había sido reducido a un espectáculo para entretener a sus enemigos. Pero en esta hora más oscura, algo cambió. Por primera vez en años, Sansón clamó al Señor. Y esta vez no fue para pedir fuerza para impresionar o para vengarse por orgullo herido, sino desde un lugar de total dependencia.
Entendiendo el pasaje
El camino hacia esta humillación había sido largo pero constante. Sansón había jugado con Dalila como había jugado con el pecado: pensando que podía controlarlo. Tres veces ella intentó descubrir el secreto de su fuerza, tres veces él la engañó, tres veces escapó del peligro. Cualquier persona con sentido común habría terminado esa relación, pero Sansón estaba cegado por su lujuria. Finalmente, cansado de su insistencia, le contó la verdad: su fuerza estaba en su cabello, el símbolo de su voto de nazareo.
Lo que siguió es una historia conocida. Los filisteos le sacaron los ojos, esos ojos que habían sido la puerta de entrada de su lujuria y su perdición. Lo encadenaron con cadenas de bronce y lo pusieron a moler en la cárcel. Pero el texto nos dice algo importante: «el cabello de su cabeza comenzó a crecer después que fue rapado.» Dios no había terminado con Sansón. En el gran templo de Dagón, con tres mil personas celebrando la derrota del juez de Israel, Sansón fue traído para ser objeto de burla. Pero entre las columnas de ese templo, completamente dependiente de un niño que lo guiara, Sansón finalmente entendió algo que había tardado toda una vida en aprender: no era su fuerza, era la fuerza de Dios.
Tres verdades bíblicas
- A veces Dios debe llevarnos al fondo para llevarnos a Él Sansón había vivido años pensando que su fuerza era suya, que podía manejar cualquier situación, que las reglas no aplicaban para él. Pero Dios permitió que perdiera todo para que finalmente entendiera de dónde venía su poder realmente. Esto pasa con nosotros también: a veces necesitamos que se nos acaben nuestros recursos humanos para aprender a depender completamente de Dios. La pérdida del trabajo, la crisis de salud, la relación que se rompe, pueden ser dolorosas, pero también pueden ser el camino que Dios usa para traernos de vuelta a él.
- El verdadero arrepentimiento se nota en cómo oramos Compara esta oración de Sansón con todas las anteriores. Antes pedía fuerza para salir de problemas que él mismo había creado. Ahora clamó al «Señor Dios» y le pidió que se acordara de él, reconociendo que merecía ser olvidado. Esta oración tenía quebrantamiento genuino. Cuando realmente nos arrepentimos, cambia la manera en que nos acercamos a Dios: dejamos de exigir y empezamos a suplicar, dejamos de justificarnos y empezamos a reconocer nuestra culpa, dejamos de confiar en nosotros mismos y empezamos a depender completamente de su gracia.
- Dios puede usar nuestros momentos de mayor debilidad para su mayor gloria Sansón nunca había matado tantos enemigos como en el momento de su muerte. Sin vista, sin libertad, sin nada que perder, se convirtió en el instrumento más poderoso que había sido. Dios tomó su quebrantamiento y lo usó para la victoria más grande de su vida. Esto nos enseña que nuestras debilidades no disqualifican el poder de Dios; a menudo lo magnifican. Cristo mismo triunfó sobre el pecado y la muerte precisamente en el momento cuando parecía más débil, colgando de una cruz.
Reflexión y oración
Sansón tardó toda una vida en aprender que la verdadera fuerza viene de la dependencia total de Dios, no de la confianza en nuestras propias habilidades. Su historia termina con una paradoja hermosa: nunca fue más fuerte que cuando reconoció que era completamente débil. En sus últimos momentos, Sansón finalmente se convirtió en el libertador que Dios había planeado que fuera desde antes de su nacimiento.
Señor, perdóname por confiar en mis propias fuerzas en lugar de depender de ti. Gracias porque incluso cuando fallo completamente, tu gracia es suficiente para restaurarme. Ayúdame a no esperar hasta perderlo todo para aprender a depender de ti. Que en mis momentos de debilidad encuentre tu fortaleza, y que mi quebrantamiento sea el camino hacia una fe más genuina. Úsame para tu gloria, especialmente cuando me sienta más frágil. Amén.