Versículo base: «Pero por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, quien pagará a cada uno conforme a sus obras» (Romanos 2:5-6, NBLA)
¿Salvación de qué? El juicio que no discrimina
Hoy comenzamos un recorrido por la emocionante carta a los Romanos. Estoy convencido que estamos frente a uno de los escritos más importantes de toda la biblia. Toda la base de la doctrina cristiana descansa aquí. Algunos estudiosos incluso afirman que si en algún caso perdiéramos toda la biblia, solo la carta a los romanos sería suficiente para reconstruir su mensaje central y lo necesario para la salvación.
Pero Romanos es más que un tratado de teología, es una carta real, de parte de un hermano real para una iglesia con problemas reales. No podemos perder de vista que todas las enseñanzas abordadas aquí tienen que ver con nosotros y con cómo vivimos, no solo con lo que creemos. Así que aunque seguiremos un flujo teológico, también la veremos siguiendo la linealidad del pensamiento de Pablo quien magistralmente escribió esta carta como si estuviera respondiendo a las preguntas de un interlocutor imaginario sobre el propósito del evangelio para la vida de la iglesia.
Entendiendo el pasaje
Pablo escribió Romanos desde Corinto alrededor del año 57 d.C., dirigiéndose a una iglesia que él no había fundado pero que anhelaba visitar. Roma era el centro del imperio, una ciudad cosmopolita donde convivían judíos y gentiles, y donde las tensiones étnicas y religiosas se reflejaban también en la iglesia. Pablo tenía un propósito misionero claro: quería usar Roma como base para llevar el evangelio hasta España, pero primero necesitaba establecer fundamentos teológicos sólidos para una comunidad dividida.
En el capítulo 1, Pablo declaró audazmente que no se avergonzaba del evangelio porque es «poder de Dios para salvación». Ahora bien, en el capítulo 2 responde a la pregunta natural que surge: ¿salvación de qué exactamente? La respuesta es clara y sobria: salvación de la ira de Dios. Pablo dirige su argumento hacia aquellos que, habiendo escuchado sobre el juicio divino sobre los paganos, se sienten seguros por su posición religiosa o moral. Pero el apóstol los confronta con una verdad incómoda: la ira de Dios no hace distinción entre judíos y gentiles. La idea en este capítulo es que el juicio de Dios opera bajo un principio de perfecta imparcialidad.
Tres verdades bíblicas
- El evangelio es poder de Dios porque todos necesitamos ser rescatados Pablo no se avergüenza del evangelio porque entiende la profundidad de nuestra necesidad. No es que algunos necesiten un poco de ayuda y otros estén bien. Todos, sin excepción, enfrentamos la ira de Dios. Tu educación, tu moralidad, tu religiosidad, no te eximen de esta realidad. El evangelio no es una mejora a tu vida, es tu única esperanza de vida.
- El juicio de Dios no conoce favoritismos ni excepciones Dios «pagará a cada uno conforme a sus obras». Esta es una verdad que debe mantenerte humilde y dependiente. No importa si creciste en la iglesia, si conoces la Biblia de memoria, o si otros te consideran una buena persona. El estándar de Dios es perfección absoluta, y ante ese estándar, tanto el religioso como el ateo, tanto el moral como el inmoral, están igualmente perdidos. Tu trasfondo religioso no te da ventaja alguna ante el tribunal divino. Dios juzga el corazón, no las apariencias.
- Cristo cargó la ira que merecíamos para darnos la justicia que necesitamos Aquí es donde la magnificencia del evangelio se hace evidente. Jesús no vino simplemente a darnos un ejemplo a seguir o a enseñarnos principios morales. Vino a cargar sobre sí mismo la ira de Dios que tú y yo merecíamos. En la cruz, el juicio perfecto e imparcial de Dios cayó sobre su Hijo, y la justicia perfecta de Cristo te es imputada cuando crees. Este es el acto más amoroso de la historia. Puedes vivir hoy sin temor al juicio, no porque seas bueno, sino porque Cristo ya fue juzgado en tu lugar.
Reflexión y oración
El evangelio responde a nuestra pregunta más urgente. No necesitamos ser mejorados; necesitamos ser rescatados. No estamos enfermos; estamos muertos. No somos víctimas de las circunstancias; somos culpables ante un Dios santo. Pero en Cristo, el que estaba destinado a la ira ahora vive bajo gracia. El que merecía condenación ahora tiene justificación. El que caminaba hacia la muerte ahora posee vida eterna.
Padre, es claro que que sin Cristo estoy bajo tu justa ira. No tengo excusas, no tengo méritos, no tengo defensas. Pero te alabo porque enviaste a Jesús para llevar mi juicio y darme su justicia. Hoy vivo no bajo condenación sino bajo tu gracia. Ayúdame a nunca olvidar la seriedad de mi pecado y la grandeza de tu salvación. En el nombre de Jesús, amén.