Beneficios de la sabiduría (Eclesiastés 8)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra beneficios de la sabiduría, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 8

Manuscrito

Texto bíblico: Eclesiastés 8

Cuando hablamos de “sabiduría” puede que venga a nuestra mente la idea de tener mucho conocimiento acumulado o quizás mucha experiencia en la vida ganada con el paso de los años; pero en el sermón pasado vimos que la sabiduría viene de lo que entendemos de Dios, como el juez que juzga todas las cosas y a quien entendemos últimas instancia daremos cuenta, también implica que no tenemos que entender todos los misterios para viciar piadosamente. Es lo que llamamos: vive con temor de Dios. Pero eso sigue siendo muy amplio y muchas veces difícil de ver.

Lo que hace el predicador de aquí en adelante es mostrarnos que la vida sabia o con temor de Dios es un privilegio. Algo realmente valioso que todos debemos perseguir. El texto dice:

“¿Quién es como el sabio? ¿Y quién otro sabe la explicación de un asunto? La sabiduría del hombre ilumina su rostro y hace que la dureza de su rostro cambie.” Eclesiastés 8:1

Al que vive con sabiduría se le nota en la cara y eso contrasta con la dureza de rostro de los que viven según sus propios caminos u su propia sabiduría.

Lo que sigue, es el Predicador mostrándonos, en el resto del capítulo 8  como se ve la sabiduría en dos áreas específicas de la vida: la relación con la autoridad, y cuando enfrentamos la aparente tardanza de Dios para castigar el mal y hacer justicia.

Una vez analizadas estas realidades, el predicador nos devuelve a la idea de que, vivir sabiamente no es intentar cambiar las autoridades y tampoco entender cómo es que Dios administra justicia sino disfrutar en la medida que podamos devuelve lo que Dios nos pone en la mano. 

Este es por tanto el argumento que vamos a desarrollar en este sermón:

La vida sabida es conducirse con respeto a las autoridades terrenales y con temor ante la justicia divina mientras descansamos con gozo en el Señor.

Y lo veremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. Sabiduría frente a la autoridad humana (2-9)
  2. Sabiduría frente a la justicia divina (10-14)
  3. Sabiduría en disfrutar la vida (15-17)

1. Sabiduría frente a la autoridad humana (2-9)

Después de mostrar la gran bondad de la sabiduría y su efecto en quien la persigue el Predicador nos introduce a la primera área en la que debemos buscar sabiduría. No es un tema nuevo, es un tema que ya ha abordado antes pero con otro matiz:

“Yo digo: «Guarda el mandato del rey por causa del juramento de Dios.” Eclesiastés 8:2

La monarquía era la forma de gobierno de la época. Los súbditos del rey juraban lealtad reconociendo su autoridad de parte de Dios.

Ya hemos hablado antes de cómo es mejor un gobierno malo que tener anarquía y aquí está de manifiesto la necesidad de reconocer el orden de autoridad.

Al respecto el Predicador da dos advertencias:

  • Primero, ‘No te apresures a irte de su presencia’. Este es el peligro del rebelde impulsivo. Es la persona que, ante una orden que no le gusta, renuncia, se va dando un portazo y actúa movido por el enojo, sin pensar en las consecuencias.
  • Segundo, ‘ni en cosa mala persistas’. Este es el peligro del conspirador terco o del cómplice. Es la persona que, por lealtad ciega o por miedo, participa en los planes malvados de la autoridad, manchando su propia conciencia.

Entonces, ser sabio en este mundo no es convertirnos en sublevados frente a las autoridades.

Este principio es el mismo que Pablo sostiene en el Nuevo Testamento en Romanos 13.

Hay una autoridad delegada a los gobiernos terrenales con todo y sus males que garantiza el transcurso saludable de las cosas.

Los gobiernos  terrenales son una forma defectuosa de recordarnos que no vivimos a expensas de nuestra propia ley sino de una superior.

El versículo 4 nos da la razón: ‘…la palabra del rey es con potestad, ¿y quién le dirá: ¿Qué haces?’. El poder terrenal, nos recuerda el Predicador, es una fuerza con la que hay que tener cuidado. La sabiduría no ignora la realidad del poder.”

“Pero entonces, ¿cuál es el secreto del sabio para no ser simplemente un esclavo del miedo? Porque en definitiva tampoco se trata de ser ciegos e ignorar la maldad de los gobiernos. Bueno, la respuesta no es la fuerza bruta ni la rebelión. Es algo realmente simple : el discernimiento.

En el versículo 5 leemos : ‘el corazón del sabio discierne el tiempo y el modo.’ Esto nos recuerda al capítulo 3: para todo hay un tiempo.

El sabio no sólo sabe qué es lo correcto, sino que le pide a Dios discernimiento para saber cuándo y cómo actuar.

Sabe cuándo hablar y cuándo callar. Sabe cuándo es tiempo de ser firme y cuándo es tiempo de ser prudente.

Permítanme ilustrarlo: Piensen en dos marineros en una tormenta, uno es necio y el otro es sabio.  El marinero necio intenta gritarle a las olas y pelear contra la tormenta, y se hunde. El marinero sabio sabe no puede detener la tormenta, pero conoce los vientos y las corrientes. Sabe cuándo izar las velas y cuándo bajarlas. Y sortea la tormenta hasta que se calme.

Hay un tiempo para levantar nuestra voz y revelarnos contra las leyes injustas si estas nos  piden desobedecer a Dios, pero habrá un tiempo para guardar en silencio y esperar con paciencia a que Dios actúe, puede ser de inmediato o en el día del juicio.

Esa clase de discernimiento es la característica de alguien que navega con sabiduría. Y aquí surge una cuestión y es ¿qué hacemos entonces con la indignación que produce tanta injusticia de esas autoridades malvadas? La respuesta del predicador es algo como esto: tranquilo, al final, todos un día tendrán que enfrentar la muerte y ese día se darán cuenta.

Eso es lo que dice en versos 7-9 (NTV):

Además, ¿cómo puede uno evitar lo que no sabe que está por suceder? Nadie puede retener su espíritu y evitar que se marche. Nadie tiene el poder de impedir el día de su muerte. No hay forma de escapar de esa cita obligatoria: esa batalla oscura. Y al enfrentarse con la muerte, la maldad no rescatará al malvado.” Eclesiastés 8:7-8 NTV

En resumen, el primer consejo de sabiduría para un mundo contradictorio es vivir honrando y respetando las autoridades. Actuando con discernimiento, identificando cuándo hablar y cuándo callar. Y cuando sintamos que no podemos con tanta injusticia o incoherencia, pensemos en la justicia de Dios. Que ningún rey o autoridad lo sea por siempre y que todos un día darán cuenta de sus acciones y eso trae descanso.

Pero ahora el predicador nos lleva a un nivel más elevado de autoridad, la Dios y específicamente a considerar como vivir con sabiduría cuando nos parece que Dios no está siendo justo o está tardando demasiado en castigar a los malos y esto nos conduce al siguiente encabezado:

2. Sabiduría frente a la justicia divina (10-14)

El Predicador ahora nos lleva al tema que abordó en el capítulo anterior pero  intensifica el problema.  Usando una especie de “Sándwich” en su argumento presenta la vanidad debajo del sol.

No solo ve al impío prosperar en vida, sino que nos presenta una escena aún más chocante en el versículo 10: ¡lo ve morir y ser enterrado con todos los honores!  Y en el verso 14: habla de que a estos impíos se les trata como a buenos y a los buenos se les trata como a impíos.

Quizás hasta con un servicio religioso solemne, donde se elogia su ‘legado’, mientras que el justo que vivió fielmente es rápidamente olvidado en la misma ciudad. Y el Predicador exclama: ‘¡Esto también es vanidad!’.

Y luego, nos da un diagnóstico espiritual increíblemente agudo del porqué el mal parece crecer en el mundo. Nos explica el efecto que tiene la aparente tardanza de Dios. En el versículo 11 dice:

Como la sentencia por la mala obra no se ejecuta de inmediato, el corazón de los hombres se llena de ganas de hacer el mal.

La paciencia de Dios, que en su misericordia es un llamado al arrepentimiento, es malinterpretada por el corazón humano como indiferencia, como permiso para seguir pecando.

La gente mira al corrupto que prospera y piensa: ‘Si no hay consecuencias inmediatas, ¿por qué no hacerlo yo también?’.

El silencio aparente de Dios en el corto plazo envalentona el corazón del hombre para hacer el mal. Nuestro corazón anhela justicia, nuestro entendimiento limitado la quiere ver de inmediato y nuestro pecado nos hace pensar que nunca vendrá.

Aquí está la importancia de la justicia para una sociedad. En términos divinos la justicia tiene plazos largos porque él es eterno, pero no es así en términos humanos porque estamos condicionados por la muerte d e nuestros cuerpos.

Cuando las sociedades carecen de justicia, se crea un círculo vicioso en el que se alimenta la maldad porque no se ve que haya un castigo.

Entender este aspecto del comportamiento humano en sociedad y como individuo, nos ayuda a establecer mecanismos de justicia eficientes en donde sea que haya autoridad: en la familia, en el trabajo, en la iglesia, en la comunidad.

 Pero justo cuando podríamos pensar que el Predicador va a rendirse al cinismo, justo cuando la frustración llega a su punto más alto, él se detiene. Es como si golpeara el púlpito con su mano e hiciera una de las confesiones de fe más firmes de todo el libro. Es como si dijera: ‘A pesar de todo lo que mis ojos ven, a pesar de la lógica del mundo, esto es lo que yo sé que es verdad’. Escuchen su credo en los versículos 12 y 13:

Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios.

Esta es su teología, su ancla. Es la verdad fundamental que sostiene su fe: al final, en el panorama completo de Dios, a los que le temen les irá bien. Y al impío, no. Su prosperidad es temporal, sus días son frágiles, como una sombra que desaparece. Esto es lo que creemos, lo que la Biblia enseña de principio a fin: Dios es justo.

Es lo mismo que entendió Asaf en el salmo 73 cuando por fin, entrando al templo de Dios, comprendió el final de los malos.

Hasta que entrando en el santuario de Dios comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, así, Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia. Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti. Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras. (Salmo 73:18-25)

Así que podemos resumir este consejo sobre cómo relacionarnos con la justicia en este mundo en las siguientes sentencias:

La sabiduría para vivir en un mundo injusto es entender que un día en el futuro Dios hará justicia y cada quien recibirá lo que merece.

La sabiduría para vivir en un mundo injusto es no tomar la tardanza de la justicia como injusticia y no convertirla en impulso para nuestro pecado.

El predicador cierra esta sección en un clímax. En un consejo de sabiduría con el que ya estamos familiarizados. Un consejo para vivir en medio de lo difícil que puede ser entender nuestras dos mayores relaciones de autoridad: la humana y la divina.  Y el consejo del predicador es: tu, disfruta la vida. Lo que nos lleva al último encabezado:

3. Sabiduría en disfrutar la vida

Frente a un rey que no podemos controlar y a un plan de Dios que no podemos comprender, ¿cuál es la respuesta sabia? ¿La ansiedad? ¿La amargura? ¿La resignación pasiva? Ninguna de las anteriores. El Predicador nos da una apreciación liberadora en el versículo 15:

Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba, y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol.

Hermanos, es crucial que entendamos qué tipo de alegría está elogiando el Predicador.

  • No es escapismo: No nos está diciendo que ignoremos la injusticia y nos vayamos de fiesta. Ya ha demostrado que es un observador honesto del dolor del mundo.
  • No es hedonismo: No es una búsqueda desenfrenada del placer por el placer mismo, que él ya demostró en el capítulo 2 que también es vanidad.

Entonces, ¿qué es este gozo? Es un acto de fe y una rebelión contra la vanidad. Es la decisión consciente de recibir con gratitud los dones simples y tangibles que Dios pone en nuestras manos hoy: el sabor de la comida, la frescura de la bebida, la satisfacción de un trabajo bien hecho.

Es decirle a Dios en la práctica: “Señor, no entiendo por qué ese impío prospera. No entiendo por qué sufren los justos. No entiendo tus tiempos. Pero sí entiendo este plato de comida que me has dado, y confío en Ti lo suficiente como para recibirlo con un corazón agradecido”.

Es encontrar a Dios no en las respuestas a los grandes misterios, sino en las bendiciones de los pequeños momentos.

¿Y por qué es este el consejo más sabio? El Predicador nos lo explica en los dos últimos versículos del capítulo, donde nos cuenta el resultado final de su búsqueda. Nos describe su esfuerzo intenso, casi obsesivo, por entenderlo todo; dice que ni de día ni de noche podía dormir tratando de descifrar la obra de Dios en la tierra. Y esta fue su gran conclusión, el fundamento de su llamado al gozo. Escuchen el versículo 17:

“…vi toda la obra de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla.”

La verdadera sabiduría no es entenderlo todo, sino aceptar con humildad que no podemos entenderlo todo.

El gozo no nace de tener todas las respuestas, sino de la libertad de no necesitarlas.

La persona que cree que debe resolver todos los misterios de Dios vivirá siempre ansiosa y frustrada. Pero la persona que puede decir con humildad: “La obra de Dios es demasiado grande para mí, Su plan es inalcanzable para mi mente finita”, es liberada de esa carga. Es precisamente porque no podemos controlar el futuro ni comprender el plan completo de Dios, que somos libres para enfocarnos en lo que sí se nos ha dado: el día de hoy.

La humildad ante el misterio de Dios es lo que nos da el permiso para disfrutar de los regalos sencillos de Dios.

 Ya no tenemos que cargar con el peso del mundo en nuestros hombros; podemos descansar en la soberanía de Dios y, en esa confianza, encontrar el gozo verdadero. Así que hermanos, siguiendo las palabras del predicador y en un esfuerzo gigante por simplificarlas:

Respeta la autoridad humana con prudencia y prudencia, confía en la justicia divina con fe, y vive cada día con un gozo agradecido, sabiendo que la vida no se trata tu estés en control de todo ni de entenderlo todo sino de saber que todo proviene de Dios.

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