Versículo base: «Pero al anunciarles esto que sigue, no los alabo, porque no se congregan para lo mejor, sino para lo peor» (1 Corintios 11:17, NBLA)
Cuando el desorden entra en la adoración
Hemos concluido una sección intensa sobre la libertad cristiana, culminando en el principio supremo: háganlo todo para la gloria de Dios. Ahora Pablo aplica ese mismo principio a un nuevo escenario: la vida de la iglesia congregada. A partir del capítulo 11 hasta el 14, el enfoque se centra en la adoración, el culto y el orden en la casa de Dios. Y como era de esperar en Corinto, el desorden reinaba. Pablo aborda dos problemas graves que estaban profanando sus reuniones. Primero, un desorden en los roles que Dios ha establecido en la creación para el hombre y la mujer, donde algunas mujeres, en un mal uso de su nueva libertad en Cristo, estaban borrando las distinciones que Dios diseñó. Segundo, un desorden escandaloso en la Cena del Señor, que habían convertido en un banquete egoísta que humillaba a los pobres. En ambos casos, estaban importando la confusión del mundo a la santidad del culto.
Entendiendo el pasaje
El capítulo 11 marca una transición en la carta. Pablo pasa de tratar asuntos de conducta individual a corregir problemas en las reuniones de la iglesia. La frase «cuando se reúnen» aparece cinco veces en esta sección, señalando que ahora habla del culto corporativo.
El capítulo se divide en dos secciones principales. Primera sección: el orden en los roles (vv. 2-16). Pablo aborda el problema de mujeres que oraban y profetizaban con la cabeza descubierta. Este es un texto difícil de entender por las complejidades del contexto, pero parece ser que en la cultura de Corinto, el que mujeres oraran con la cabeza descubierta era entendido como una señal de afrenta contra la autoridad. Pero el apóstol no basa su corrección en costumbres culturales sino en el orden de la creación: Dios es cabeza de Cristo, Cristo del varón, el varón de la mujer. No es un asunto de valor —hombres y mujeres son iguales ante Dios— sino de roles que reflejan la armonía de la Trinidad. El argumento teológico es claro: el varón es imagen y gloria de Dios, la mujer es gloria del varón; el varón no procede de la mujer sino la mujer del varón; pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer ni la mujer sin el varón (vv. 7-12).
Segunda sección: el desorden en la Cena del Señor (vv. 17-34). Este problema era más grave. Pablo dice directamente: «Esto no es comer la cena del Señor» (v.20). Los ricos llegaban temprano con comida abundante y se embriagaban, mientras los pobres que llegaban tarde después del trabajo eran avergonzados sin tener qué comer. Habían convertido el memorial de la unidad en Cristo en una exhibición de divisiones sociales. Pablo les recuerda la institución de la Cena: el pan es el cuerpo de Cristo partido por nosotros, la copa es el nuevo pacto en Su sangre (vv. 23-25). Cada vez que participan, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga. Por eso, quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe juicio para sí (v.29).
Tres verdades bíblicas
- El desorden en la adoración es una afrenta directa al carácter santo y ordenado de Dios Dios no es Dios de confusión sino de paz (14:33). Cuando los corintios borraban las distinciones de roles entre hombres y mujeres en el culto, no estaban siendo progresistas sino rebeldes contra el orden de la creacion. Cuando convertían la Cena del Señor en un banquete desordenado donde cada uno hacía lo suyo, estaban contradiciendo el carácter mismo de Dios. La adoración debe reflejar quién es Dios: santo, ordenado, glorioso. Los ricos comiendo con ostentación mientras los pobres pasaban hambre era una blasfemia litúrgica, más allá de la injusticia misma que representaba. Estaban diciendo con sus acciones que el cuerpo de Cristo está dividido por clases sociales. Así que el desorden no es simplemente falta de organización; es rebelión contra el Dios que «hizo todas las cosas con orden y medida». Cuando traemos el caos del mundo a la adoración, estamos diciendo que Dios es como el mundo: confuso, dividido, injusto.
- La Cena del Señor proclama unidad; convertirla en división es profanarla La ignorancia del valor de algo nos lleva a trivializarlo. Los corintios habían olvidado que la Cena no es un refrigerio social sino una proclamación del evangelio. Cada vez que participamos, anunciamos que el cuerpo de Cristo fue partido para hacernos un solo cuerpo. Por eso Pablo dice que menospreciar a un hermano en la Cena es menospreciar a la iglesia de Dios (v.22). Es impensable tomar la Cena en pleito con otro hermano. Los ricos que se llenaban mientras los pobres tenían hambre estaban negando el evangelio que supuestamente celebraban. Cristo no murió para crear una iglesia de clases sociales sino para derribar toda pared divisoria.
- Participar indignamente en la adoración atrae la disciplina correctiva de Dios Pablo advierte que quien come y bebe sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. «Por esto hay muchos débiles y enfermos entre ustedes, y muchos duermen» (v.30). «Indignamente» no significa ser imperfecto —nadie sería digno— sino participar con divisiones, menosprecio y trivialización del sacrificio de Cristo. El juicio no es condenación eterna sino disciplina paternal: «somos disciplinados por el Señor para que no seamos condenados con el mundo» (v.32). Dios toma tan en serio Su adoración que prefiere disciplinarnos antes que permitir que la profanemos indefinidamente. Esto debe llevarnos a examinarnos antes de participar, no con terror paralizante sino con reverencia santa.
Reflexión y oración
Estos problemas de Corinto nos confrontan directamente. ¿Nuestras reuniones reflejan el orden y la santidad de Dios o traemos el desorden del mundo? ¿Tratamos la Cena del Señor con la solemnidad que merece o la hemos convertido en rutina? ¿Nuestras diferencias económicas o sociales se manifiestan en la iglesia? La adoración no es un evento casual; es un encuentro con el Dios santo que demanda orden, reverencia y unidad.
Señor, perdónanos por las veces que hemos traído el desorden del mundo a tu casa. Perdónanos cuando hemos tomado la Cena sin discernir su valor, cuando hemos permitido que las divisiones sociales se filtren en tu iglesia. Ayúdanos a adorarte con el orden y la reverencia que mereces. Que nuestras reuniones no sean para peor sino para edificación. Examínanos y límpianos para que podamos participar dignamente, no por nuestros méritos sino por la sangre de Cristo que nos une. Amén.