Manuscrito
Texto bíblico: Eclesiastés 11:1 – 12:8
Se suele decir que la sobre atención a las cosas pasadas produce culpa, que la preocupación excesiva por el presente produce descontento y que el afán por el futuro produce ansiedad. Muchas de nuestras emociones se mueven entre esas tres facetas, pero quizás la que más impacto tiene sobre nuestro comportamiento y con mayor frecuencia es la ansiedad por el futuro.
Fue de eso, de lo que tanto habló nuestro señor Jesucristo en el Sermón del Monte. Refiriéndose a la necesidad de no afanarnos por el día de mañana, porque nadie puede, por más que se esfuerce, añadir un codo o un palmo a su estatura.
Todos los que estamos aquí podemos decir que aceptamos que el futuro está en las manos de Dios, pero eso no quita lo desafiante que es vivir mientras esperamos.
Que Dios tenga el futuro en sus manos no significa que no debamos hacer nada ahora y esa es una tensión interesante. ¡No hay que vivir con afán! Pero tampoco como si el futuro no importara, y parte de la sabiduría para la vida es encontrar ese equilibrio.
Es natural que alguien a estas alturas, después de escuchar al Predicador, pueda pensar: bueno, si después de todo lo vivido aquí nos moriremos un día, ¿para qué preocuparse entonces ahora? Si todo lo que vaya a ocurrir ocurrirá. Pero no, vivir sabiamente es no desperdiciar cada etapa de nuestras vidas. Vivir conscientes de que los días pasarán, que debemos prepararnos para lo porvenir, pero también ser conscientes de que nos acercaremos al ocaso de nuestras vidas y todo esto confiando siempre en el Señor.
Noten lo refinada que es esta sabiduría ya al final del libro. De alguien que veía el futuro con frustración y pensaba que no tenía sentido hacer nada en el presente si todo iba a terminar.
Tenemos a un Predicador que rechaza una forma de vida rendida a la necedad y la inacción a causa de ese pensamiento, pero que llama a la sabiduría y al equilibrio, a prepararse diligentemente para el futuro, disfrutar el presente y vivir con esperanza sabiendo que en ese futuro inevitable un día nuestra vida se acabará y cuando eso ocurra volveremos a Dios.
Este es justamente el argumento que quiero proponerles y en el que estaremos navegando en este sermón.
Ante la incertidumbre del futuro, la sabiduría consiste en actuar diligentemente mientras esperamos con esperanza, confiando en Dios.
Desarrollaremos este argumento a la luz de los siguientes encabezados:
- Ante el porvenir incierto: diligencia (11:1-6)
- Ante el paso de los años: disfrute (11:7-10)
- Ante el ocaso de los días: humildad (12:1-8)
No sé si lo ven, pero estas tres áreas abarcan casi todo lo necesario para relacionarse sabiamente con los días que tenemos por delante: cómo prepararnos para esos días, cómo disfrutar mientras llegan y cómo recibirlos cuando lleguen.
1. Ante el porvenir incierto: diligencia (11: 1-6)
El primer llamado del Predicador acerca de cómo prepararnos para el futuro va en dirección a la diligencia, especialmente en el contexto de las relaciones comerciales.
Y hay una serie de proverbios de sabiduría práctica que conviene ver en detalle:
Invertir en las cosas que sean rentables. “Echa tu pan sobre las aguas” es una expresión que ha suscitado múltiples interpretaciones, pero la mayoría de comentaristas apunta a que es una referencia al comercio marítimo como una forma de inversión. De hecho, la NTV traduce ese texto así:
“Envía tu grano por los mares, y a su tiempo recibirás ganancias.” Eclesiastés 11:1 NTV.
Parte de prepararnos para el futuro es hacer mayordomía de los recursos que el Señor pone en la mano y saber que no todo es para malgastar.
Esto también implica la idea de que algunas cosas no siempre traen renta inmediata. El texto dice: “a su tiempo recibirás ganancia”. No es algo inmediato. No es dinero fácil, porque los bienes que se adquieren de prisa al final no son de bendición. Debemos prepararnos para el futuro, pero siempre pensando en el largo plazo y no solo en lo inmediato.
El otro consejo de sabiduría para prepararse para el futuro es diversificar la inversión.
“Reparte tu porción con siete, o aun con ocho, porque no sabes qué mal puede venir sobre la tierra.” Eclesiastés 11:2 NBLA.
Este es el típico principio de no poner todos los huevos en una sola canasta. No es sabio poner todos nuestros recursos en una causa de la que no tenemos certezas. No sabemos qué puede pasar.
Muchos expertos en finanzas han tomado esto como una máxima de las inversiones y tiene que ver precisamente con una actitud precavida, no avara.
NTV también traduce:
“Coloca tus inversiones en varios lugares, porque no sabes qué riesgos podría haber más adelante.” Eclesiastés 11:2 NTV
El otro principio que nos ayuda a prepararnos es saber identificar que hay cosas que varían con el tiempo y otras que siempre permanecen estáticas. Eso nos ayudará a saber cuándo y en qué tiempo tomar ciertas decisiones.
El otro principio es el de actuar y no quedarnos solo en los cálculos.
“El que observa el viento no siembra, y el que mira las nubes no siega.” Eclesiastés 11:4 NBLA
Muchas personas se pasan la vida haciendo planes y nunca concretan nada. No sabemos lo que va a pasar hasta que lo hacemos. Somos expertos en esconder nuestra inseguridad, indecisión y, en última instancia, nuestra diligencia, detrás de una falsa prudencia.
No debemos tener temor a tomar decisiones sobre nuestro futuro si hemos hecho el trabajo de evaluarlas a la luz de la voluntad del Señor. Que resulte a nuestro favor o no es algo que no podemos controlar. Eso está en manos del Señor.
Y es justo eso lo que dice el texto.
“Como no sabes cuál es el camino del viento, O cómo se forman los huesos en el vientre de la mujer encinta, Tampoco conoces la obra de Dios que hace todas las cosas. De mañana siembra tu semilla Y a la tarde no des reposo a tu mano, Porque no sabes si esto o aquello prosperará, O si ambas cosas serán igualmente buenas.” Eclesiastés 11:5-6 NBLA.
El Señor tiene control de todas las cosas futuras, nosotros no, y por eso debemos ser diligentes y no paralizarnos.
¡Qué verdad tan maravillosa esta! Nuestro llamado no es irnos desbocados para que no nos sorprenda el futuro incierto, sino ser diligentes, hacer lo que corresponde y descansar en manos del Señor.
Esto me recuerda mucho a la parábola de los talentos y el hombre que en lugar de poner a producir lo que el Señor le dio, lo escondió por temor a perderlo. (Mt 25:14-30).
Puede que la muerte nos sorprenda y no hayamos logrado todo lo que esperábamos, pero que por los menos nos halle siendo diligentes, haciendo nuestra tarea, administrando fielmente.
Al futuro no se le hace frente con buenos deseos, sino con diligencia mientras confía en la obra del Señor.
En palabras del mismo Predicador:
Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos y sé sabio; la cual, no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. (Pr 6:6-8)
No tengamos temor de prepararnos para el futuro por pensar que estamos siendo avaros. La diferencia entre la diligencia confiada y la avaricia, es que la primera confía en que Dios provee para todo y hace como quiere, mientras que la segunda cree que puede controlarlo todo y no tiene en cuenta a Dios.
La primera es mesurada y trae gozo. La segunda es afanada y trae ansiedad. Así que, con respecto a los días que vienen, ser sabios es ser diligentes y prepararnos sabiendo que todo está en manos del Señor.
Pero nadie debería perder el gozo por ello o dejar de disfrutar de los días que pasan mientras espera, y es de eso de lo que trata el siguiente punto.
2. Ante el paso de los años: disfrute (11: 7-10)
El segundo llamado del Predicador se dirige a cómo vivir mientras esperamos ese futuro incierto. Su consejo no es simplemente trabajar y prepararse, sino, al mismo tiempo, disfrutar conscientemente del presente.
La primera forma de disfrute mientras esperamos es vivir conscientes el regalo que significa la vida misma.
“Dulce es la luz, y agradable a los ojos ver el sol. Aunque el hombre viva muchos años, regocíjese en todos ellos; pero acuérdese de los días de las tinieblas, porque serán muchos. Todo lo que viene es vanidad.” (Eclesiastés 11:7-8)
Por increíble que suene, en ocasiones no afanamos tanto por el futuro que nos olvidamos de vivir. De disfrutar lo que ahora tenemos.
El problema con eso es que mientras estemos vivos siempre habrá un futuro. Un día más que falta, un año más. Cada día que vivimos es un regalo. Es el gran tesoro que hay detrás de vivir un día a la vez. Cada día hay una misericordia nueva disponible para un afán nuevo que refrenar, un mal que soportar.
Pero como es usual últimamente en el Predicador, todo debe estar en su justa medida, en equilibrio: “pero acuérdese de los días de las tinieblas, porque serán muchos.”
Ser conscientes de que vamos a morir es el freno de mano del disfrute desmedido.
Cuando disfrutar la vida se convierte en una obsesión para nosotros, la realidad de la muerte se convierte en una fuente de humildad. Así que, con esa idea en mente, el Predicador propone una forma de vivir mientras esperamos el futuro y nos preparamos.
“Alégrate, joven, en tu juventud, Y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe que sobre todas estas cosas te juzgará Dios.” (Eclesiastés 11:9)
Aquí tenemos uno de los versículos más equilibrados de toda la Escritura sobre el disfrute de la vida:
Por un lado: “Alégrate…, tome placer tu corazón… anda en los caminos de tu corazón.”
Por otro lado: “pero sabe que sobre todas estas cosas te juzgará Dios.”
La libertad para disfrutar viene con responsabilidad. El gozo no es licencia para la inmoralidad. Es la perfecta síntesis entre gozo y responsabilidad. Entre celebrar la vida y vivir con integridad.
“Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad.” (Eclesiastés 11:10)
El Predicador concluye esta sección con un consejo práctico: libérense de lo que les roba el gozo. “Quita de tu corazón el enojo” — no carguen con resentimientos que envenenan el presente. “Aparta de tu carne, el mal” — no se autodestruyan con decisiones que los lastiman.
Esta es la forma más espiritual de decir: la vida es demasiado corta para desperdiciarla, viviendo con enojo y amargura.
¿Por qué esta urgencia? “Porque la adolescencia y la juventud son vanidad” — no en el sentido de que sean malvadas, sino en el sentido de que son fugaces, como vapor que se desvanece.
¡Qué mensaje tan precioso de parte del Predicador! El tiempo de juventud es limitado. No lo desperdicien cargando con lo que no vale la pena cargar. No permitan que la amargura, el resentimiento o las decisiones destructivas les roben estos años preciosos.
Con el tiempo he ido fortaleciendo la idea de que las personas que viven amargadas en los días finales de su vida es porque se les fue muy rápido el tiempo de su juventud y descubren tarde que no lo disfrutaron lo suficiente, que se entregaron al trabajo sin descanso, al dinero sin disfrute, al placer sin felicidad y todo eso les pesa como un saco de culpa en sus espaldas.
¡Gracias al Señor! Él redime nuestro presente y nuestro pasado. Si estás viviendo con esa culpa, hoy es un día para ponerla en manos del Señor. No puedes hacer nada por ese pasado, pero puedes confiar en que el Señor incluso lo usó para traerte hasta aquí y para que vea que Él es lo más valioso que has podido encontrar.
Mis amados, nuestros días de fuerza pasarán y de hecho están pasando. Pero no te angusties por lo que fue y lo que vendrá. Da gracias al Señor por este día de hoy. Por el regalo de vivir y disfrutar de poder contemplar lo que ha creado. Disfruta de la fuerza que todavía tienes, aunque sea hoy menos que la que tenías ayer, pero sobre todo: pídele al Señor que te dé gozo. Que dé descanso a tu alma de la culpa por los días que ya no puedes recuperar.
Así que; frente al futuro debemos ser diligentes y prepararnos; pero no debemos perder de vista que no vivimos para el futuro, sino que cada día es un regalo que debemos disfrutar mientras tengamos fuerza.
Ahora bien; puede que aquí haya todavía jóvenes sintiéndose muy alentados con estas palabras y otros, quizás con más años en la espalda mirando con resignación porque los días de futuro ya no son tantos; pues con todo, hay sabiduría también para esos días de ocaso y es de eso de lo que trata el tercer y último encabezado.
3. Ante el ocaso de los días: esperanza (12:1-8)
El tercer y último llamado del Predicador se dirige a aquellos que ya han vivido lo suficiente para saber que la juventud no dura para siempre. Su mensaje no es de resignación, sino de sabiduría humilde, una que reconoce la realidad del envejecimiento y el deterioro mientras mantiene la perspectiva eterna, la esperanza en el Señor.
“Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento.” (Eclesiastés 12:1)
“Acuérdate de tu Creador” es una invitación a vivir en relación consciente con Dios mientras tenemos la energía y claridad mental para hacerlo plenamente.
“En los días de tu juventud”, porque hay una ventana de oportunidad que no permanece abierta para siempre.
Los “días malos” vendrán inevitablemente, esos años donde las fuerzas se agotan y las capacidades disminuyen. “Días malos” no deben ser entendidos necesariamente como días de maldad, sino días que, en contraste con los de la juventud, ya no son tan llenos de vitalidad.
La idea es esta: mientras tengas tu mente intacta, úsala para acordarte todos los días de tu Creador, porque un día tus pensamientos ya no serán tan claros. Mientras tus fuerzas den muchas, úsalas para servir al Señor, porque un día ya no las tendrás.
Ahora bien, los versículos 2-5 son una de las descripciones más poéticas y realistas del envejecimiento en toda la literatura. El Predicador usa una alegoría de una casa que se deteriora para describir el cuerpo humano en declive.
“Antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia”, la vista que se debilita, el mundo que literal y figurativamente se oscurece.
“Cuando los guardas de la casa tiemblen” — las manos que tiemblan. “Se doblen los hombres fuertes” — las piernas que fallan. “Cesen las muelas porque son pocas” — los dientes que se caen. “Se oscurezcan los que miran por las ventanas”, los ojos que ya no ven claramente.
“Cuando las puertas de la calle se cierren, y sea bajo el ruido del molino” — el aislamiento social, la pérdida auditiva. “Se levante a la voz del ave” — el sueño ligero de la vejez. “Todas las hijas del canto sean abatidas” — la pérdida de la capacidad de disfrutar la música.
“Cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino” — los miedos que se intensifican con la edad, la fragilidad que hace que cada paso sea incierto.
No hay romanticismo aquí. El Predicador describe la vejez con toda honestidad. El cuerpo falla, las capacidades disminuyen y los placeres se reducen.
Casi que puedo oír a los ancianos de esta iglesia gritarle a los jóvenes, como un padre que ve a su hijo correr desde la grada: ¡Aprovecha! ¡Corre! ¡Disfruta! Porque un día no podrás hacerlo como ahora.
¡Oh!, pero esto no es algo de lo que debemos sentir lástima o pesar. Un día, si el Señor lo permite, cuando nuestros días sean muchos y hayamos vivido lo que el Señor nos permita, y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio. Ese día el gozo será completo. Ese día las fuerzas del anciano serán renovadas. Y su vitalidad será restaurada, porque ese día sus ojos verán al Señor.
Mis amados, el ocaso de nuestras vidas debe ser algo para lo que nos preparamos. Debemos equiparnos con la esperanza necesaria para que los días de nuestra muerte sean llenos de gozo.
Las fuerzas del joven van disminuyendo, pero las del anciano están listas para ser renovadas en Cristo por la eternidad.
Mis hermanos, si hemos creído en el Señor, la muerte no es el final de todo, sino que es el día en que nuestros cuerpos serán transformados y esto mortal se vista de incorruptible.
El futuro debajo del sol es incierto, pero para los que esperamos en el Señor, los que hemos creído en Él, es la esperanza gloriosa de estar con Él para siempre.
¡Oh! ¡Qué bendita esperanza!
Para el futuro uno se prepara con sabiduría. Mientras se espera, disfrutamos cada día. Pero cuando llegue el último día de nuestro futuro en esta tierra, entonces empezaremos a vivir en un presente eterno con el Señor y por siglos.