Manuscrito
Texto bíblico: Eclesiastés 12:9-14
Habíamos comenzado este recorrido por el libro de Eclesiastés como el discurso de un rey anciano en medio de la plaza. Sus ojos se veían cansados y llenos de frustración, pero no solo lo hemos visto; lo hemos escuchado. Con la voz temblorosa por momentos, con el ceño fruncido en otros y con el rostro iluminado en otros pasajes.
Su viaje nos llevó primero a través de la planicie de la desesperación, donde en los capítulos 1 y 2 probó todo lo que el mundo ofrecía —el conocimiento, los placeres, las grandes obras— solo para concluir que todo era vanidad y correr tras el viento.
Luego, en el capítulo 3, lo vimos subir a la montaña del “todo tiene su tiempo”, la gran “bisagra” teológica; donde comprendió que Dios es soberano sobre el tiempo y que el verdadero sentido no está en controlar la vida, sino en recibir cada momento como un don para ser disfrutado.
Equipado con esta nueva perspectiva, descendió de esa montaña de sabiduría para enseñarnos a navegar la cruda realidad de la vida, porque entender que Dios controla todo no cambia el hecho de que la vida debajo del sol sigue siendo vanidad: en los capítulos del 4 al 6, nos mostró cómo enfrentar la opresión, la soledad, la religión verdadera y la tiranía del dinero con el poder del compañerismo y el contentamiento; en los capítulos 7 y 8, nos guió por las complejidades de la vida interior, luchando con la injusticia y las paradojas morales, para aterrizar en un sabio equilibrio anclado en el Temor de Dios; y en los capítulos 9 al 11, nos hizo mirar de frente a la muerte, la gran pared que todos tendremos en frente un día, no para desesperar, sino para impulsarnos a vivir con gozo, urgencia y la sabiduría necesaria ante la realidad de un futuro incierto.
Pues el rey sigue en la plaza con las manos apoyadas sobre el estado, pero sus ojos ya no se ven frustrados, sino quietos, como quien contempla y medita. Y su voz, su voz es cálida y apacible; sus palabras, que a veces fueron como clavos y aguijones, ahora son como el llamado tierno de un pastor a sus ovejas.
Estas son las últimas palabras de su discurso: «Vanidad de vanidades», dice el Predicador, «todo es vanidad» (Eclesiastés 12:8); pero no suenan como las del inicio del discurso, aunque sean las mismas palabras. Ahora, el rey en la plaza admite con una paz madura que, en efecto, no hay nada debajo del sol que pueda dar sentido a la vida, porque el verdadero sentido de la vida solo se encuentra en Dios, en ver la vida por encima del sol.
Estas palabras que hoy veremos son el epílogo del discurso y el resumen de todo lo dicho. Algunos sugieren que para tener éxito al enseñar Eclesiastés hay que comenzar por aquí, por el final, para que nadie pierda la esperanza en el recorrido; pero la verdad es que ha sido bueno descubrir que el camino de seguir a Dios y vivir para Él no siempre se ve como una autopista decorada por árboles de lado a lado, sino como un camino empedrado, lleno de huecos y piedras filosas, pero que conduce a un lugar tranquilo: a Dios mismo, el lugar donde Él gobierna y juzga todas las cosas.
Ha sido bueno para nosotros ver con los ojos la frustración y desazón, la cruda realidad de la vida, para que entonces esto que hoy leemos tenga todo sentido para nosotros.
Este es, por lo tanto, el argumento que vamos a desarrollar a lo largo de este sermón:
El sentido de la vida debajo del sol está en temer a Dios, porque Él juzgará un día todas las cosas.
Y vamos a desarrollarlo a la luz de los siguientes encabezados:
- Las palabras del rey en la plaza (12: 9-12)
- Las palabras sobre el Rey en el trono (12:13-14)
1. Las palabras del rey en la plaza (12: 9-12)
Antes de movernos a la conclusión del libro, el autor nos da una especie de recapitulación sobre el autor. Este es el rey de la plaza y sus credenciales, y algunos sugieren que no es Salomón quien escribe aquí porque se refiere a sí mismo en tercera persona, como si fuera un relato, pero esto no es extraño en la forma de escritura antigua, aunque tampoco se descarta que haya habido un escriba a cargo de escribir estas palabras finales, lo cual no compromete la integridad del escrito.
Hay cuatro cosas que se nos dice sobre El Predicador:
Además de ser sabio, enseñó, investigó y escribió muchos proverbios. Esta última es una de las principales razones por las que asociamos a El Predicador con Salomón, el hijo de David. La mención de que escribió muchos proverbios es algo que conecta precisamente con la recopilación de sabiduría que encontramos en Proverbios, otro de sus libros en el Antiguo Testamento.
Todo lo que hemos visto en Eclesiastés es el resultado de una sabiduría adquirida con la experiencia, pero también por la inspiración del Espíritu, para que estas palabras nos quedaran como la Palabra de Dios para nosotros.
Algo llamativo de esta referencia al Predicador es que no solo fue sabio en conocimiento, sino en transmitirlo.
No son pocas las personas que adquieren mucha sabiduría, pero por alguna razón no tienen la facilidad o la generosidad para compartirla.
El predicador comenzó una expedición en búsqueda de sabiduría, no solo para acumularla para sí, sino para compartirla también con otros.
Esto nos deja un principio que debemos considerar, especialmente los que han recorrido ya gran parte del camino de sus vidas.
Todas las experiencias de sabiduría que el Señor te ha permitido experimentar son una fuente de gracia para quienes también van en este recorrido.
Los jóvenes debemos ver como un tesoro la sabiduría de los ancianos, la que han adquirido tanto en sus aciertos como en sus faltas, y los ancianos no deben ser soberbios con los jóvenes, sino pacientes.
Parte de ser una comunidad de creyentes es que nos edificamos los unos a los otros.
Pablo le dice a Timoteo: No reprendas con dureza al anciano, sino, más bien, exhórtalo como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las más jóvenes, como a hermanas, con toda pureza. (1 Timoteo 5:1-2).
Y más adelante a Tito:
Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno (Tito 2:3).
A veces nuestra tentación cuando vemos a los más jóvenes actuar erráticamente es el lamento y el reproche, pero podemos actuar con amor, paciencia y ofrecer sabiduría sin exasperar, y los jóvenes debemos actuar siempre con humildad.
Procuró palabras de verdad
La otra cosa que se nos dice de este rey en la plaza es que procuró hablar verdad. Eso debe ser entendido como que procuró ser honesto acerca de cada cosa que escribió. Eso no le resta inspiración divina a lo escrito y se refiere al hecho de que no pretendió escribir solo aquellas cosas amables, sino incluso las que resultaban frustrantes.
Es una de las razones por las cuales este libro de Eclesiastés es tan desafiante, porque no está escondiendo o maquillando la realidad. Hay cosas en esta vida que son crudas, duras, y esa realidad debajo del sol no se niega, sino que se enfrenta con sabiduría. Eso está en armonía con toda la Palabra de Dios.
La Biblia es un libro confiable porque no esconde las sombras de quienes construyeron la historia, sino que las usa para conducirnos la luz que se encuentra al final de la revelación en Cristo.
El efecto de las palabras del Predicador
Pero no solo se dicen cosas del Predicador, sino del efecto de lo que escribió. La referencia a aguijones puede referirse al carácter agudo y punzante que a veces resulta de la verdad y los clavos bien clavados a la idea de golpear y golpear una y otra vez en la misma verdad, y esa verdad es que la vida debajo del sol es vanidad, pero debe vivirse con sabiduría porque un día la viviremos por encima del sol.
Es entendible ahora que escritos como Proverbios y Eclesiastés a veces parecen repetitivos, pero su eficacia está ahí. En efecto, la eficacia de la Palabra de Dios no está solo en su contenido, sino en el hecho de repetirla una y otra vez.
Estas palabras resultan tan cálidas como las de un pastor a sus ovejas, haciendo referencia a lo útiles que son para guiar y dirigir nuestra vida. Pero también hay una advertencia acerca de todo esto y de nuestra tendencia natural a buscar y buscar conocimiento incansablemente:
La limitación de la sabiduría debajo del sol
Pero además de esto, hijo mío, estate prevenido: el hacer muchos libros no tiene fin, y demasiada dedicación a ellos es fatiga del cuerpo. (v12)
Por más que es consciente el Predicador de la utilidad de sus palabras, deja una advertencia para quienes le leen: la sabiduría también es seductora y puede llevarnos a un camino sin fin de búsqueda que terminará por fatigarse.
Él no está proponiendo aquí que cesemos nuestra búsqueda de conocimiento, sino que no lo convirtamos en una carrera obsesiva porque, al final, todo conocimiento debajo del sol es limitado.
Muchos necesitamos recordarnos esto. Que la sabiduría no viene del mucho conocimiento, sino del Temor del Señor, y eso es lo que nos conduce al siguiente encabezado:
2. Las palabras sobre el Rey en el trono (12: 13-14)
Después de haber visto entonces los detalles del epílogo de este libro, llegamos a la conclusión y no podía ser de otra manera: clara, directa y concisa. Estos versículos comprimen todo el contenido de la carta.
Es como si el autor nos estuviera diciendo: si todo en el libro te pareció desafiante, pues esto es todo lo que necesitas saber y en lo que se resume todo lo dicho.
La conclusión tiene dos declaraciones que destacan por su claridad: teme a Dios guardando sus mandamientos porque Dios juzgará todas las cosas.
Hay una relación obvia entre ellas: debes vivir la vida debajo del sol con Temor de Dios porque es bueno para ti y porque al final darás cuenta a ese mismo Dios que es justo.
Vamos a analizar cada una por separado y en detalle:
Teme a Dios y guarda sus mandamientos.
Este es el centro de la sabiduría práctica. Pero, ¿qué significa realmente “temer a Dios” después de todo lo que hemos leído?
El Temor de Dios en Eclesiastés no es el miedo paralizante de un esclavo ante un tirano. Es algo mucho más rico. Es la postura humilde y asombrada del ser humano que finalmente entiende su lugar y propósito en este mundo. Es una mezcla de:
● Reverencia: Reconocer la infinita majestad, poder y sabiduría de Dios, como lo hizo el Predicador al admitir que no podía comprender toda Su obra (Eclesiastés. 8:17).
● Confianza: Descansar en Su soberanía, sabiendo que Él hizo “todo hermoso en su tiempo” (Eclesiastés. 3:11), incluso cuando no lo entendemos.
● Obediencia gozosa: Vivir según Su diseño, no por obligación, sino porque hemos entendido que Sus mandamientos no son para restringirnos, sino para guiarnos al verdadero bien. Así que vivir con Temor de Dios es vivir guardando sus mandamientos.
El “Temor de Dios” es, en esencia, dejar de ponernos a nosotros mismos en el centro del universo y poner a Dios en su lugar.
Es la respuesta lógica después de probar que todo lo demás —nuestra sabiduría, nuestro placer, nuestra riqueza— es vanidad.
Este no es un concepto que aparezca de la nada. El Predicador ha estado sembrando esta idea a lo largo de su discurso:
● Eclesiastés 3:14: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo… y que Dios lo hace, para que delante de él teman los hombres”. La soberanía de Dios en el tiempo debe producir temor (reverencia) en nosotros.
● Eclesiastés 5:7: “Mas tú, teme a Dios.” Este es el consejo final después de advertirnos sobre la adoración vacía y las promesas necias.
● Eclesiastés 7:18: “Aquel que a Dios teme, saldrá bien de todo”. Esta es la clave para mantener el equilibrio en un mundo moralmente confuso.
● Eclesiastés 8:12: “Yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen.” Esta es su confesión de fe en medio de la injusticia.
¿Lo ven? Esta es una conclusión que ya el Predicador venía anticipando, porque, en efecto, es de lo que se trata finalmente la vida, de vivirla para Dios porque es lo que hace que sea digna.
La mayoría de las personas en este mundo viven por vivir, sin un propósito claro y a lo sumo para ellas mismas y para el día de su muerte; pero eso hace la vida una cosa fatal.
No puede ser que toda esta complejidad, la carga que representa, lo emocionante que resulta a veces, se viva solo porque sí. Es entender que vivimos para Dios, lo que hace que despertarnos cada mañana tenga todo el sentido del mundo.
Si hay Temor de Dios, entonces los ciclos de la vida tienen sentido porque comunican su gloria.
Si hay Temor de Dios, las aparentes injusticias que vemos debajo del sol sabemos que no quedarán impunes porque Él las juzgará.
Si hay Temor de Dios, no importa si al final los hombres recompensan o no lo que hacemos; finalmente, sabemos que hay una recompensa en obedecer.
Si hay Temor de Dios, la muerte no es una amenaza, sino algo que enfrentamos con esperanza.
Si hay Temor de Dios, vamos a disfrutar de todo lo que Él provee todos los días porque estamos seguros de que viene de su mano.
Si hay Temor de Dios, vamos a obedecer porque nos hace bien y porque eso le agrada.
No intentes seguir viviendo bajo tu propio sistema, te anticipo: no encontrarás satisfacción y tampoco descanso. Siempre hará falta algo, porque el alma es insaciable y el tiempo que tenemos es limitado.
El Predicador lo intentó y nos dio la respuesta en el capítulo 2. Él se sumergió en los placeres sin límite y su conclusión fue: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos… y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Eclesiastés. 2:11).
Buscar los placeres como un fin en sí mismo es como beber agua salada para calmar la sed: promete satisfacción, pero solo aumenta el vacío. En cambio, guardar los mandamientos dentro de una vida de Temor a Dios es beber de una fuente de agua viva.
No siempre es el camino más fácil o placentero en el corto plazo, pero es el único que alinea nuestra vida con su propósito original, produciendo un gozo y una paz que el placer egoísta nunca podrá ofrecer.
Te lo digo, hoy con todo mi corazón y casi con súplica: no sigas desgastando tu vida viviendo de espaldas a Dios porque no vas a encontrar nada de lo que crees que buscas y terminarás cansado y agotado incluso cuando creas que lo has alcanzado.
Hay un final para ese camino y el Predicador ya lo recorrió y volvió para decirte lo que encontró: nada. Todo era Humo, Hebel, (en hebreo, significa literalmente “vapor” o “aliento”. Esta palabra describe al efímero, transitorio), o incluso Vanidad. Es como perseguir el viento.
Vuélvete a Dios. Vive para Él. Deja el afán y la ansiedad y descansa en Él.
“Porque Dios traerá toda obra a juicio” (v. 14)
Esta es la segunda mitad de la conclusión, y es la que le da todo el peso y el sentido a la primera. La relación es inseparable.
¿Por qué el Temor de Dios es la única respuesta lógica a la vida? Porque el Juez y el juicio final son una realidad.
Visto desde esta perspectiva, el juicio final de Dios no es una amenaza para asustarnos, sino la garantía definitiva de que la vida tiene sentido. De que no vivimos en un vacío existencial, sino para alguien que es el juez del universo, en el que no hay ni el más mínimo asomo de injusticia.
Es la promesa de que la justicia, que tan a menudo parece ausente “debajo del sol”, finalmente prevalecerá.
Es cierto que a veces, cuando vemos tanta injusticia y maldad debajo del sol, nos desanimamos y pensamos: “¿Qué sentido tiene vivir con Temor de Dios sí parece que los malos siempre se salen con la suya? Pero no desesperes. La justicia de Dios, que parece tardar a nuestros ojos, llegará en el momento oportuno.
Al final, no solo los malos serán juzgados, sino que toda obra lo será, incluso cuanto bueno hicimos en esta tierra. Unos para recompensa y otros para condenación.
No es un desperdicio vivir una vida de obediencia al Señor porque Él juzgará toda obra.
Saber que Dios juzgará todo da sentido a todo lo que hacemos. Toda obra y todo trabajo en el Señor no son en vano.
Vivir por encima del sol es saber que hay un juez que no es como los jueces de esta tierra, que un día dará a cada uno según sus obras y eso le da sentido a todo. Es lo que hace que no vivamos por vivir.
Pero hoy no solo quiero que escuchen la gran conclusión de este rey en la plaza, sino que puedan oír al Rey del universo que, sentado en su trono, ha reafirmado el sentido de nuestras vidas.
Un Rey que, al igual que el Predicador de Eclesiastés, experimentó los horrores de la vanidad de los hombres hasta el punto de morir en manos de pecadores en el mayor acto de injusticia del universo; pero sin pecado.
Un Rey que dejó su trono no solo para que conociéramos sabiduría, sino para ser Él nuestra sabiduría.
Este Rey venció la muerte para probar que no todo termina con ella, y este Rey se levantó de entre los muertos para asegurarnos que la vida continua en la eternidad con Él y por lo tanto todo tiene sentido, y que todo lo que hacemos tiene provecho.
El apóstol Pablo lo pone en estas palabras: “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano”, (1 Corintios 15:56-58).
La vida tiene sentido y la vivimos con temor delante de Dios porque un día Cristo se levantó de entre los muertos para asegurarnos que estaremos con Él para siempre.
Estamos viviendo en esta vida el regalo de un pedacito de eternidad para que, conscientes de nuestra mortalidad terrenal, podamos anhelar con más fervor la vida eterna.
Mi amigo, no desperdicies más tu vida. No te entregues al sinsentido de perseguir los placeres de este mundo porque tú sabes que son como el humo en las manos.
Suelta lo que no puedes retener, el humo que no puedes atrapar, y abre las manos confiando en que el Señor las llenará de todo lo necesario para tu plenitud.
Nuestras manos empuñadas no saben que no tienen nada, pero nuestras manos abiertas esperan para tenerlo todo.
Esto es vivir por fe: una mano vacía, abierta y extendida que sabe que recibirá de Dios lo que nunca podrá obtener por sí misma.
¡Oh, Señor! ¡Que nuestras manos sean llenas de la plenitud de gloria!s.