Devocional para el 30 de septiembre

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Versículo base: «Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo» (Gálatas 6:1-2, NBLA)

El padre que saltó a la pista

En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el mundo presenció una imagen inolvidable: Derek Redmond, atleta británico de élite en los 400 metros, llorando y cojeando hacia la meta, apoyado en el hombro de su padre. Se había preparado años para esa carrera, pero una lesión lo había dejado sin posibilidades. Mientras 65,000 espectadores se ponían de pie, un hombre mayor saltó todas las barreras de seguridad y corrió hacia la pista. Era Jim Redmond, su padre. Lo tomó del hombro y juntos cruzaron la meta. En una entrevista posterior, el padre dijo: “Pasara lo que pasara, tenía que terminar la carrera y yo iba a ayudarlo. Comenzamos su carrera deportiva juntos y teníamos que acabarla juntos”. El mundo no olvida estas escenas porque no está acostumbrado a ellas. En un mundo donde cada quien busca lo suyo, ver a alguien cargar con otro cuando ha caído se convierte en noticia mundial. Pablo nos dice hoy que esto es exactamente lo que hacen los espirituales: cargan con los caídos hasta la meta.

Entendiendo el pasaje

El capítulo 6 es el broche de oro de Gálatas, donde Pablo pasa de la teología a la práctica más concreta. Después de demoler el legalismo y establecer la libertad cristiana, ahora muestra cómo viven los que realmente son espirituales. Todo el capítulo gira alrededor de las relaciones en la comunidad de fe.

Los primeros cinco versículos, nuestro texto, establecen el principio fundamental: los espirituales se apoyan, no se atacan. Pablo está respondiendo directamente a la situación en Galacia donde el legalismo había creado una competencia despiadada. Cuando alguien caía, los demás lo pisoteaban para ganar puntos con Dios. Era una cultura de “al caído, cáele”.

Veamos el contraste que Pablo establece. El versículo 1 habla de restaurar al caído “en espíritu de mansedumbre”. La palabra griega para restaurar (καταρτίζω) es la misma que se usa para un médico que acomoda un hueso dislocado o un pescador que repara sus redes. Es un trabajo delicado que requiere gentileza, no violencia.

Los versículos 6-10 continúan con el tema del apoyo mutuo, pero ahora en términos materiales. Pablo instruye sobre compartir con los que enseñan y hacer bien a todos, especialmente a la familia de la fe. El principio de siembra y cosecha aparece aquí: lo que siembres, eso cosecharás.

Ahora bien, el capítulo culmina (vv. 11-18) con Pablo tomando la pluma personalmente —note el versículo 11: “Miren con qué letras tan grandes les escribo de mi propia mano”— para dar un último golpe al legalismo. Los que exigen la circuncisión solo quieren jactarse en la carne ajena. Pero Pablo solo se gloría en la cruz de Cristo, por la cual el mundo le es crucificado a él y él al mundo.

El sentido de este pasaje es revolucionario: la verdadera espiritualidad no se mide por cuántas reglas cumples sino por cómo tratas al hermano caído. No por tu perfección moral sino por tu capacidad de cargar con los imperfectos.

Tres verdades bíblicas

  1. Los espirituales restauran con mansedumbre, sabiendo que también pueden caer “Mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. La tentación aquí no es solo a cometer el mismo pecado, sino a responder con orgullo espiritual. Cuando ves a alguien en pecado, tu primera reacción revela tu condición espiritual. Si es desprecio, chisme o distancia, estás operando en la carne. Si es dolor, compasión y deseo de restaurar, el Espíritu está obrando. Pero cuidado: puedes restaurar con arrogancia, como quien dice “yo nunca caería tan bajo”. Por eso Pablo advierte: mírate a ti mismo. El mismo pecado que desprecias en otro duerme en tu carne. La mansedumbre nace de saber que solo la gracia te mantiene de pie. Restauras como quisieras ser restaurado si fueras tú el caído.
  2. Llevar cargas ajenas es cumplir la ley de Cristo La “ley de Cristo” no es un nuevo legalismo sino el mandamiento del amor llevado a la práctica. Cristo cargó con nuestros pecados cuando éramos sus enemigos; nosotros cargamos con las debilidades de nuestros hermanos. La palabra para “cargas” (βάρος) significa peso que aplasta, carga que no puedes llevar solo. No son las molestias diarias sino las crisis que destrozan: la depresión que paraliza, el pecado que esclaviza, la pérdida que aniquila. Llevar estas cargas no es solo orar por el hermano desde lejos; es meterte en su dolor, ensuciarte las manos, gastar tu tiempo, abrir tu billetera, arriesgar tu reputación. Es lo que hizo el padre de Derek: saltar todas las barreras para cargar con su hijo hasta la meta.
  3. La arrogancia espiritual te hace pensar que eres alguien cuando no eres nadie El versículo 3 es brutal: “Si alguien se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo”. El legalismo crea la ilusión de superioridad moral. Te comparas con otros y sales ganando. Pero Pablo dice: deja de compararte. Examina tu propia obra. Cada quien llevará su propia carga (v. 5) —aquí usa otra palabra (φορτίον), que significa mochila personal, responsabilidad individual. La paradoja es esta: ayudamos a otros con sus cargas aplastantes, pero cada quien es responsable de su propio caminar. No puedes culpar a otros por tu pecado, pero tampoco puedes salvarte solo. Necesitas la comunidad para las crisis, pero eres responsable de tu perseverancia.

Reflexión y oración

Gálatas termina donde comenzó: con el evangelio. Pero ahora el evangelio tiene manos y pies. Se ve en hermanos que levantan al caído en vez de pisotearlo. En iglesias donde la competencia espiritual es reemplazada por la compasión. En comunidades donde nadie cruza solo la meta porque siempre hay alguien dispuesto a saltar a la pista. Los espirituales no son los perfectos sino los que han entendido la gracia. Por eso pueden dar gracia. No se jactan de su santidad sino de la cruz. Han sido tan amados que no pueden dejar de amar.

Padre, perdóname por las veces que he visto caer a un hermano y mi primera reacción fue juicio, no restauración. Perdóname por competir espiritualmente en vez de cargar compasivamente. Dame un corazón como el tuyo, que salta todas las barreras para alcanzar al caído. Ayúdame a recordar que yo también soy débil, que solo tu gracia me mantiene de pie. Enséñame a llevar las cargas de otros como Cristo llevó las mías. Que esta iglesia sea conocida no por nuestra perfección sino por cómo nos amamos en nuestras imperfecciones. Líbranos de la arrogancia que cree ser algo cuando no somos nada sin ti. Que cumplamos la ley de Cristo amándonos hasta el final. En el nombre de Jesús, quien nos cargó hasta la cruz. Amén.

*Lecturas del plan para hoy:

1 Reyes 2, Gálatas 6, Ezequiel 33, Salmos 81-82

*Este devocional está basado en el plan de lecturas de Robert Murray M'Cheyne

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.