Entonces la mujer de Potifar lo agarró del manto y le rogó: «¡Acuéstate conmigo!» Pero José, dejando el manto en manos de ella, salió corriendo de la casa. ( Gn 39:12)
Vivimos en un mundo caído en medio del cual libramos un lucha constante entre el remanente de nuestra naturaleza pecaminosa y las ofertas tentadoras que inquietan a pecar. Nada es tan difícil de sobrellevar como la manera en que debemos responder a tales tentaciones.
Un creyente puede mantenerse en pie o sucumbir por la forma en que enfrenta una situación comprometedora.
Una tentación puede venir en cualquier área de nuestra vida. Bien pudiera tratarse de las puertas abiertas a un pecado sexual, al robo, o a algo que comprometa moralmente. Satanás, que sabe de nuestra naturaleza pecaminosa, usa las tentaciones para movernos al pecado y derribarnos en la carrera.
José es un gran ejemplo de cómo reaccionar ante una tentación a la que nos enfrentemos repentinamente. Por supuesto, todo buen cristiano debe evitar dar lugar al diablo y las pasiones de la carne, pero al igual que José, tales situaciones pueden llegar cuando menos lo esperamos.
No razonar con la tentación
Notemos que José no tenía que razonar con lo que tenía en frente, una mujer desnuda que buscaba cuestionar su fidelidad; pero el elevado concepto de la Santidad de Dios que el joven judío tenía, no le dejaron otra opción que escapar corriendo.
En medio de una tentación nuestra mente no puede intentar buscar una salida lógica al problema; pero nuestros pensamientos difícilmente podrán controlar nuestra voluntad en un momento como esos. Se trata de una lucha con la carne en la que debemos buscar ser lo más radicales posibles y apartar nuestra mente, pensamientos y cuerpo de lo que tenemos en frente.
Huye de las pasiones
Pablo advierte esto mismo a Timoteo al decirle: «Huye de las pasiones juveniles.» (2 Tim 2:2) No es posible hacer concesiones con la carne. La salida es evitar aquello contra lo que no es necesario iniciar un ‘cara a cara’.
Las tentaciones deben ser lidiadas de manera radical y determinante. No hay posibilidad de jugar con el pecado y pretender salir airosos. El proverbista dijo: ¿Abrazará el hombre fuego sin que sus pechos ardan?
Debemos entender que nuestros cuerpos aún no han sido glorificados y que debemos someter la carne al señorío del Espíritu. El avisado ve el mal y se aparta y eso es exactamente lo que debemos hacer.