Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. (Lc 2:25)
Vivimos en una época de celebridades. Las redes sociales, el deporte, el cine, la música y la televisión, han permitido que algunos personajes sean mundialmente conocidos por alguna de sus virtudes y eso puede llegar a afectar la manera en que nosotros medimos el éxito y el reconocimiento.
En efecto, alguien me dijo una vez —Si no puedes aparecer en los resultados de búsqueda de Google, no existes— Eso puede sonar exagerado pero no dista mucho de la manera en que algunos piensan.
Pero el reconocimiento de los hombres no debe ser una preocupación de los cristianos pues eso para nada es provechoso. Muchos pueden llegar a ser muy reconocidos por los hombres, pero Dios puede decir de ellos: Nunca los conocí (Mt 7:21-23)
Un hombre llamado Simeón
No sé si podamos encontrar una biografía tan corta y a la vez tan diciente de un hombre. Simeón es uno de esos personajes casi imperceptibles; de no ser por la inspiración de Dios al dirigir la exhaustiva investigación de Lucas nos habríamos perdido tal privilegio.
Se trataba de un hombre. No un rey, un príncipe, o alguien importante; sino de alguien que vivió toda su vida para la Gloria de Dios. Justo y recto ante los hombres y piadoso ante Dios, pero sin duda su mayor virtud fue vivir una vida llena de fe esperando la salvación prometida en el Antiguo Testamento porque Dios lo llenó de su Espíritu Santo.
La razón por la que hoy podemos leer su historia es porque vivió esperando al Mesías. Esa fue la gran motivación de su vida. Él vivía esperando al Rey que vendría para ser la esperanza de salvación de Israel. El día que Jesús sería presentado en el templo, el Espíritu le movió a ir también, y tomando al niño en sus brazos exclamó:
Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.
Dios había reservado este día para Simeón porque le conocía muy bien. Pudo haber sido para muchos el viejo insignificante de la entrada del templo, pero su nombre y su vida eran perfectamente conocidas por Dios.
Conocidos por medio de Cristo
Si. es por medio de Cristo que somos conocidos; pero a diferencia de Simeón nosotros, los que hemos creído, tenemos al Mesías. No importa si no somos reconocidos de los hombres, en Cristo Jesús somos conocidos por nuestro Padre que está en los cielos y eso es más que suficiente.
Nosotros ademas tenemos hoy nuevas y mejores promesas y una obra más plena del Espíritu en nosotros; vivamos pues sobria, justa y piadosamente mientras aguardamos la venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.