Versículo base: «Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor» (Efesios 4:1-2, NBLA).
El llamado a vivir lo que creemos
El milagro de crear un pueblo por la gracia de Dios es asombroso. Judíos y gentiles, antes enemigos irreconciliables, ahora son miembros de un mismo cuerpo en Cristo. Esa es la obra de la cruz. Muestra una gracia tan profunda que necesitamos al Espíritu para poder comprenderla. Entender la eliminación de todas las barreras en la teoría es una cosa, sostenerlo en la práctica es otra.
El capítulo 4 y los siguientes de Efesios muestran esa realidad. La unidad no se limita a judíos y gentiles. Se refleja también en la vida diaria: en el matrimonio, en la relación entre padres e hijos, y en la manera en que amos y siervos conviven. El evangelio se vive en vínculos concretos.
Entendiendo el pasaje
Pablo comienza este capítulo con una súplica cargada de peso: «Yo, preso en el Señor, os ruego…». No escribe desde la comodidad, sino desde una celda. Su ruego es que la iglesia viva de manera digna de la vocación recibida. Esa vocación es ser llamados por Dios a la salvación en Cristo, ser trasladados de muerte a vida y ser hechos parte de un nuevo pueblo.
Ese llamado no es un título honorífico. Es una responsabilidad diaria. “Andar” es la palabra clave. Implica un estilo de vida, un caminar constante. Pablo conecta la obra de Dios en los capítulos anteriores (la elección, la gracia, la reconciliación) con el comportamiento práctico del creyente. La doctrina debe desembocar en una vida que refleje el evangelio.
Pablo comienza con lo que sostiene la unidad: humildad, mansedumbre, paciencia y amor. Estas virtudes no brotan naturalmente en nosotros, son fruto del Espíritu. Cada una es esencial para mantener unido al pueblo de Dios.
Más adelante (4:7-16), Pablo explica que Cristo mismo equipa a su iglesia con dones. Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros fueron dados para preparar a los creyentes y edificar el cuerpo de Cristo. De esa manera, lo que creemos encuentra una expresión visible en la vida de la comunidad. La unidad no depende de nuestros esfuerzos aislados, sino de la provisión de Cristo.
En Efesios 4 vemos que lo que creemos y lo que vivimos no se pueden separar. La cruz que unió a enemigos se manifiesta en comunidades donde los creyentes se soportan en amor, porque tienen un mismo Señor y una misma gracia.
Tres verdades bíblicas
- Si realmente hemos creído al Señor, debemos vivir en consecuencia
La fe auténtica se refleja en la vida. No podemos decir que pertenecemos a Cristo y seguir viviendo como si nada hubiera cambiado. “Andar como es digno” significa que cada decisión, palabra y relación muestra que hemos sido llamados por Dios. Eso se nota en lo cotidiano: en la manera en que hablas con tu cónyuge, en cómo respondes cuando alguien te ofende, en cómo actúas en tu trabajo. Tu caminar diario es el reflejo de tu fe. - La humildad y la mansedumbre son la marca de la gracia
El evangelio nos recuerda que todo lo hemos recibido. Por eso la humildad es la señal de quienes han entendido la gracia. La mansedumbre es fortaleza bajo control. Es responder con calma cuando podrías reaccionar con enojo. En la iglesia estas virtudes son vitales. Sin humildad y mansedumbre, los roces se convierten en divisiones. Con ellas, las diferencias se convierten en oportunidades para mostrar el amor de Cristo. - Dios nos da lo necesario para vivir una vida digna de su llamado
Cristo no nos deja solos. Él equipa a su iglesia con su Palabra, con dones espirituales y con pastores que fortalecen y enseñan. Nadie puede vivir la vida cristiana de manera aislada. La iglesia es el lugar donde somos corregidos, animados y edificados. El Espíritu nos une y nos capacita cada día para vivir como un pueblo distinto en medio de un mundo dividido.
Reflexión y oración
El evangelio derriba barreras y edifica una nueva vida. La fe verdadera se nota en la manera en que caminamos. La humildad, la mansedumbre y la paciencia son el ADN del creyente. Dios nos ha dado su Espíritu, sus dones y su iglesia para que vivamos de acuerdo a nuestro llamado.
Señor, gracias porque en Cristo me llamaste a ser parte de tu pueblo. Perdona cuando mi vida no refleja ese llamado. Enséñame a andar en humildad, mansedumbre y paciencia, soportando a mis hermanos en amor. Gracias por los dones y los pastores que usas para afirmarme en la fe. Haz que tu iglesia sea un testimonio vivo de tu gracia en medio de un mundo dividido. Amén.