Versículo base: «Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de Sus beneficios» (Salmo 103:1-2, NBLA)
La voz que te hablas a ti mismo
Una vez alguien me hizo una pregunta en la que yo sinceramente nunca había pensado: ¿cómo es la voz que uno escucha en la mente, la voz de los pensamientos? La verdad es que nunca me había detenido a pensar en esa curiosidad. Y sí que es cierto que nosotros pasamos la mayor parte del día cavilando con nosotros mismos, oyendo nuestras propias voces. Pero más importante que cómo se escucha esa voz, una pregunta sería: ¿qué es lo que te hablas a ti mismo? Y qué es lo que te hablas en momentos cruciales, de alegría o de aflicción.
Aquí está el salmista, plasmando en estos versículos un diálogo íntimo con su alma angustiada, trayendo recuerdos a su memoria de las verdades de Dios con el fin de producir aliento en su alma.
Entendiendo el pasaje
El Salmo 103 es una de las piezas más hermosas de toda la Escritura. Es un salmo de David, y tiene una estructura poética magistral. Comienza con un llamado urgente: “Bendice, alma mía, al SEÑOR”, y termina exactamente con las mismas palabras, cerrando el círculo. Pero entre ese inicio y ese final, el salmista despliega una lista impresionante de los beneficios de Dios. No es una lista casual. Es intencional, meditada, arraigada en la experiencia personal con Dios.
Escucha lo que enumera: Él es quien perdona todas tus iniquidades, quien sana todas tus enfermedades, quien rescata tu vida del sepulco, quien te corona de bondad y compasión, quien sacia de bienes tu boca, quien hace justicia a los oprimidos. Y sigue: lento para la ira, grande en misericordia, no ha guardado el enojo para siempre, no nos ha tratado según nuestros pecados ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades. Como están de lejos los cielos de la tierra, así es de grande Su misericordia. Como un padre tiene compasión de sus hijos, así el SEÑOR tiene compasión de los que le temen. Él conoce nuestra condición, se acuerda de que somos polvo.
Y después de todo eso, llama a bendecirlo: “Bendigan al SEÑOR, ustedes Sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutan Su palabra. Bendigan al SEÑOR, todos Sus ejércitos, Sus ministros que hacen Su voluntad. Bendigan al SEÑOR, todas Sus obras, en todos los lugares de Su dominio”. Y cierra con una sutileza preciosa, como empezó: “Bendice, alma mía, al SEÑOR”.
Esos motivos no eran solo beneficios para él. Eran los motivos por los cuales Dios es digno de ser alabado por todo lo creado. ¡Maravilloso!.
Tres verdades bíblicas
- El olvido de las obras de Dios es una tragedia para el alma
“No olvides ninguno de Sus beneficios”. El salmista sabe algo que nosotros deberíamos grabar en nuestras mentes: olvidar lo que Dios ha hecho es mortal para el alma. El pueblo de Israel olvidaba con frecuencia, y por eso experimentó tanto dolor. Salían de Egipto con milagros impresionantes y a las pocas semanas ya estaban quejándose, como si Dios nunca hubiera hecho nada por ellos. En el desierto murmuraban por agua, olvidando que Dios había abierto el Mar Rojo. En Canaán se volvían a los ídolos, olvidando que Dios los había liberado de la esclavitud. Ese patrón de olvido los llevó al cautiverio, al dolor, a la disciplina de Dios. Nosotros no somos diferentes. Tenemos memoria corta para la bondad de Dios. Dios responde una oración grande y a la semana siguiente estamos ansiosos por otra cosa, como si Él nunca hubiera actuado. Dios nos saca de una crisis y al mes siguiente dudamos si nos ayudará en la próxima. El olvido es una tragedia espiritual.
- Ante nuestra tendencia a olvidar, debemos ser intencionales en recordar
Recordar las obras de Dios no es automático, debes ser intencional. Tienes que trabajar en ello. ¿Cómo? Leyendo la Palabra. Ahí está el registro de lo que Dios ha hecho en la historia y en las vidas de Su pueblo. Cantándola, como vimos en el devocional de ayer. Los himnos y los salmos son herramientas para grabar verdades en el alma. Hablando a otros de lo que Dios ha hecho. Cuando cuentas tu testimonio, cuando hablas de cómo Dios te salvó, de cómo te ha sostenido, estás reforzando esos recuerdos. Escribe un diario espiritual si es necesario. Anota las respuestas a oración, las provisiones inesperadas, los momentos donde viste la mano de Dios. Porque tu memoria te fallará. Y cuando te falle, necesitarás algo concreto que te recuerde: “Dios ha sido fiel”.
- Meditar en las cosas que Dios ha hecho trae aliento al alma afligida
Fíjate que David está hablándose a sí mismo. “Bendice, alma mía”. No está orando. Está predicándose. Está recordándose a sí mismo quién es Dios y qué ha hecho. Y eso cambia todo. Cuando tu alma está decaída, cuando las circunstancias te abruman, cuando sientes que Dios está lejos, necesitas hablar a tu alma. Necesitas recordarle lo que Dios ha hecho. Necesitas enumerar Sus beneficios. Necesitas recordarte el evangelio. La vida cristiana consiste en eso, en las mismas verdades que recordamos una y otra vez. No son verdades nuevas cada día. Es el mismo evangelio, las mismas promesas, la misma fidelidad de Dios. Pero necesitamos oírlas repetidamente porque olvidamos fácilmente. Jeremías entendió esto y en Lamentaciones 3 menciona: “Esto traigo a mi corazón y por eso tengo esperanza…”. Hoy, habla a tu alma. Recuérdale lo que Dios ha hecho. Enumera Sus beneficios. Y bendice Su nombre.
Reflexión y oración
No dejes que el olvido robe el gozo de tu alma. Recuerda intencionalmente lo que Dios ha hecho. Habla a tu alma las verdades de Dios. Y bendice Su nombre por cada uno de Sus beneficios.
Señor, no permitas que me olvide de Tus obras. Perdóname por las veces que he actuado como si nunca hubieras hecho nada por mí. Ayúdame a ser intencional en recordar. Que lea Tu Palabra con ojos que buscan ver Tu fidelidad. Que cante verdades que graben en mi alma quién eres Tú. Que hable a otros de lo que has hecho para que mi memoria se fortalezca. Y cuando mi alma esté decaída, ayúdame a predicarme a mí mismo, a recordar Tus beneficios, y a bendecir Tu nombre. Amén.