Versículo base: «Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8:1-2, NBLA)
La respuesta al grito de desesperación
El capítulo 7 que ayer abordamos terminó con el grito angustiante: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» Pablo no nos deja colgando en esa desesperación. Inmediatamente responde: «Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro». Y ahora, en las primeras líneas del capítulo 8, desarrolla esa respuesta con una de las declaraciones más liberadoras de toda la Escritura.
Mantengamos clara la línea de pensamiento que Pablo ha desarrollado: después de establecer nuestra igualdad ante Dios y los beneficios de la justificación, enfrentó las objeciones sobre la gracia y el papel de la ley. El capítulo 7 nos mostró la frustración de intentar agradar a Dios bajo la ley, esa lucha agotadora entre conocer lo correcto pero no poder hacerlo. Ahora Pablo nos muestra la solución: la vida en el Espíritu.
Este es el momento bisagra de toda la carta. Si el capítulo 7 es el gemido, el capítulo 8 es el suspiro de alivio. Hay una transición importante aquí y podríamos incluso decir que un climax. Es así como se ve la vida en la gracia: sostenida por el Espíritu y en plan certidumbre de la esperanza futura.
Entendiendo el pasaje
Pablo comienza el capítulo 8 con «Por tanto», conectando directamente con el grito del capítulo anterior. Es como si dijera: «Después de describir esa miseria, ahora te doy la respuesta». La declaración «no hay condenación» usa el tiempo presente: no es una esperanza futura sino una realidad actual. El término «condenación» es judicial y significa que no hay veredicto de culpabilidad pendiente contra ti.
El versículo 2 explica cómo es posible esta libertad: «la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte». Pablo contrasta dos «leyes» o principios operativos. La ley del pecado y muerte es ese principio interno que experimentamos en el capítulo 7, donde sabemos lo que debemos hacer pero no podemos hacerlo. Pero ahora hay una ley superior: la ley del Espíritu de vida.
Pablo explica que lo que la ley no pudo hacer por ser débil debido a nuestra naturaleza caída, Dios lo hizo enviando a su propio Hijo. La ley podía mostrarnos el estándar perfecto de Dios, pero no podía darnos poder para alcanzarlo. Era como un espejo que muestra la suciedad pero no puede limpiarla. Cristo no solo cumplió perfectamente lo que la ley demandaba, sino que también nos dio su Espíritu para que pudiéramos vivir según esas demandas justas.
Tres verdades bíblicas
- La respuesta a tu miseria espiritual es “no hay condenación” Si te identificas con el grito «¡miserable de mí!», si has experimentado esa frustración de fallar una y otra vez, si sientes el peso de la culpa por no poder ser el cristiano que sabes que deberías ser, escucha esta verdad: no hay condenación para ti en Cristo. Esto no es motivación barata o pensamiento positivo. Es una declaración legal del tribunal más alto del universo. Dios ya emitió su veredicto sobre ti, y ese veredicto es «no culpable». Puedes dejar de vivir bajo el peso aplastante de la autocondenación y la culpa espiritual.
- El Espíritu Santo te libera del ciclo frustrante del capítulo 7 Ya no estás atrapado en esa rueda de hámster donde conoces lo correcto pero no puedes hacerlo. El Espíritu de vida que vive en ti es más poderoso que la ley del pecado y muerte. No estás destinado a vivir en la frustración constante de Romanos 7. Cuando el Espíritu Santo vive en ti, tienes acceso a un poder sobrenatural que te capacita para obedecer a Dios. La santidad ya no es una meta inalcanzable sino una realidad posible a través del poder del Espíritu.
- Lo que tú no pudiste hacer, Cristo lo hizo por ti La ley te mostró cuán lejos estabas del estándar de Dios, pero no pudo darte poder para alcanzarlo. Christ vino y cumplió perfectamente todo lo que la ley demandaba. Su obediencia perfecta se cuenta como tuya, y su Espíritu te capacita para vivir una vida que agrada a Dios. Ya no dependes de tu fuerza de voluntad o disciplina personal para agradar a Dios. Dependes de lo que Cristo ya hizo y del poder del Espíritu que ahora vive en ti. Esta es la diferencia entre religión y evangelio: la religión dice «haz», el evangelio dice «hecho».
Reflexión y oración
La transición del capítulo 7 al 8 es la diferencia entre la esclavitud y la libertad, entre la frustración y la paz, entre la condenación y la aceptación. Ya no vives bajo la tiranía de la ley del pecado y muerte. Vives bajo la gracia liberadora del Espíritu de vida. El grito de miseria ha sido respondido con una declaración de libertad.
Padre, gracias porque mi grito de desesperación tiene respuesta en Cristo. Ya no vivo bajo condenación sino bajo tu gracia. Tu Espíritu me ha libertado del ciclo frustrante de conocer lo correcto pero no poder hacerlo. Ayúdame a caminar en esta nueva realidad, dependiendo del poder de tu Espíritu y no de mis propias fuerzas. En el nombre de Jesús, amén.