Devocional para el 19 de agosto

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Versículo base: «No es que la palabra de Dios haya fallado, porque no todos los descendientes de Israel son Israel»(Romanos 9:6, NBLA)

¿Ha fallado la palabra de Dios?

El capítulo 8 de Romanos termina arriba. En un climax, un poema a la seguridad que tenemos en Cristo y la esperanza de que el Señor nunca permitirá que sea condenado uno de los que Él ha redimido, que nadie será separado de su amor, asi que adentrados en el capítulo 9, uno esperaría que continuara con más celebración. En cambio, el tono cambia drasticamente Pablo confiesa tener «gran tristeza y continuo dolor» en su corazón. ¿Por qué este contraste tan marcado?

La razón es pastoral y lógica a la vez. Si las promesas de Dios son tan seguras y su amor tan inquebrantable como acaba de afirmar, si Dios es tan confiable, surge una pregunta inevitable: ¿qué pasó con Israel? Dios hizo promesas incondicionales a Abraham, Isaac y Jacob. Les dio la adopción, la gloria, los pactos, la ley, el culto, las promesas, los patriarcas, y de ellos vino Cristo según la carne. Pero la mayoría del pueblo elegido ha rechazado a su propio Mesías y estaban entonces lejos del Señor.

Este no es u asunto menor y da lugar a uno de los pasajes más controvertidos de Romanos por la carga teológica que tiene, pero tratemos de no perder de vista el bosque por quedarnos viendo el árbol.

La pregunta que Pablo enfrenta aquí no es una mera una curiosidad teológica. Es, si bien se pudiera, la cuota inicial de una crisis de fe. Si Dios falló con Israel, ¿cómo podemos estar seguros de que no fallará con nosotros? La seguridad que celebramos en el capítulo 8 depende completamente de la fidelidad de Dios a sus promesas. Si Dios no fuera confiable, de  todo se desmorona, así que lo que viene es el desarrollo de ese argumento: Dios es confiable y Dios nunca ha fallado a Israel y tampoco nos fallará a nosotros porque sus promesas descansas en su propia fidelidad, en Su soberanía y en su carácter inmutable.

Entendiendo el pasaje

Pablo aborda la crisis de frente con la siguiente declaración: «No es que la palabra de Dios haya fallado». El problema no está en Dios sino en nuestra comprensión de cómo funcionan sus promesas. Desde el principio, las promesas de Dios se han basado en la elección soberana, no en la descendencia física o el mérito humano.

Para probar su punto, el Apóstol se vale de dos ejemplos de la historia patriarcal. Primero, Isaac y no Ismael fue el hijo de la promesa, aunque ambos eran descendientes físicos de Abraham. Segundo, antes de que Jacob y Esaú nacieran o hicieran algo bueno o malo, Dios eligió a Jacob. ¿Por qué? «Para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciera, no por las obras, sino por el que llama».  Hasta ahí, todo claro, pero surge una objeción que es inevitable: «¿No es esto injusto?», a lo que responde con la analogía del alfarero que hace con el barro lo que desea para su propia satisfacción, y al compararlo con Dios, no es que seamos marionetas sin voluntad absoluta, sino que Dios, como Creador, tiene el derecho soberano de actuar según sus propósitos de misericordia y juicio.

De hecho, ese es el quid de la cuestión, que si Dios decide actuar solo basado en la justicia, y bien podía hacerlo, entonces todos los que estamos en pecado, y eso ya lo vimos, estaríamos condenados y Él recibiría gloria por eso; pero Él decide, en su bondadosa y soberana potestad, hacer misericordia en medio del juicio con el propósito de ser aún más glorificado que cuando aplica el juicio.

En otras palabras, esto no se trata de que Dios nos deba algo, por lo tanto, no es posible que haya fallado.  La misericordia no es una deuda que Dios este pagándonoss; es un regalo que Él da según su voluntad y para ser glorificado. Esa es la profundidad de las riquezas de la sabiduría de Dios y lo insondable de sus caminos.

Pablo termina el capítulo mostrando que la soberanía divina no anula la responsabilidad humana. Israel tropezó porque buscó la justicia por obras en lugar de por fe. Los gentiles, que no la buscaban, la alcanzaron por fe. Dios es soberano, pero el hombre es responsable.

Tres verdades bíblicas

  1. El dolor por los perdidos es señal de un corazón que entiende el evangelio Pablo no celebra la condenación de Israel; la lamenta profundamente. Incluso estaría dispuesto a ser «anatema», separado de Cristo, si eso pudiera salvar a su pueblo. Este dolor no es sentimentalismo; es el corazón de Dios reflejado en un pastor. Si realmente entiendes la magnitud de lo que significa estar perdido y la gloria de estar en Cristo, no puedes ser indiferente hacia quienes no conocen el evangelio. La frialdad hacia los inconversos es la evidencia de una comprensión deficiente de nuestra propia salvación. Debemos tener un corazón inclinado a los perdidos porque la única esperanza que tienen es la misma que un día nos salvó a nosotros, si es que estamos en Cristo: el evangelio.
  2. La salvación siempre se ha basado en la elección de Dios, no en nuestros méritos Esto debería ser un alivio, no un problema. Significa que tu seguridad no depende de tu origen étnico, tu trasfondo religioso, o tus logros espirituales. Depende de la gracia soberana de Dios. Isaac no fue elegido porque fuera mejor que Ismael; Jacob no fue elegido porque fuera más merecedor que Esaú. Fueron elegidos porque Dios decidió mostrar su misericordia a través de ellos. y esto implica que no hay nada que puedas hacer para ganarte  el favor De Dios y también que  tu salvación no está en riesgo porque tenga un mal día espiritual o porque falles en tu crecimiento cristiano. Está asegurada porque se basa en la decisión inmutable de Dios, no en tu desempeño variable. Eso no significa que debas ahora vivir en pecado porque tienes esta seguridad, ya hablamos de ello en el capítulo 6; mas bien nos anima a permanecer viviendo con amor y gratitud al que nos dado en Cristo todo lo necesario para nuestra salvación.
  3. La soberanía de Dios es el fundamento de tu seguridad, no una amenaza Algunos temen la doctrina de la soberanía divina, pero Pablo la presenta como el fundamento de nuestra confianza. Si Dios fuera parcial, inconsistente, o dependiente de nuestras decisiones para cumplir sus propósitos, tendríamos razón para temer. Pero precisamente porque Él es soberano sobre todas las cosas, podemos descansar en que sus promesas se cumplirán. El mismo poder que eligió a Jacob sobre Esaú, que endureció a Faraón para mostrar su gloria, que llamó a los gentiles a ser su pueblo, es el poder que te mantiene seguro en Cristo. Tu destino eterno no está sujeto a las fluctuaciones de tu fe sino al propósito eterno de Dios.

Reflexión y oración

La palabra de Dios no ha fallado. Su plan se está desarrollando exactamente como Él lo diseñó. La incredulidad de Israel no es una sorpresa para Dios ni una falla en su sistema. Es parte de un propósito mayor que incluye la salvación de los gentiles y, como veremos, la futura restauración de Israel. Podemos descansar en la fidelidad de Dios porque su carácter es inmutable y sus propósitos son inquebrantables.

Padre, te alabo porque tu palabra nunca falla. Perdona mi tendencia a juzgar tus caminos cuando no los entiendo completamente. Gracias porque mi salvación no depende de mi mérito sino de tu elección soberana. Dame un corazón como el de Pablo, que se duele por los perdidos y confía completamente en tu fidelidad. Ayúdame a descansar en tu soberanía, sabiendo que es el fundamento de mi seguridad eterna. En el nombre de Jesús, amén.

*Lecturas del plan para hoy:

1 Samuel 11, Romanos 9, Jeremías 48, Salmos 25

*Este devocional está basado en el plan de lecturas de Robert Murray M'Cheyne

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.