Versículo base: «Busqué entre ellos un hombre que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyera; pero no lo hallé.» (Ezequiel 22:30, NBLA)
El Dios que busca un mediador
Hay un aspecto misterioso en la forma en que Dios se relaciona con sus criaturas a lo largo de la Biblia: siendo soberano y todopoderoso, se vale de intermediarios para llevar a cabo sus planes o para sostener esa relación. Eso lo vemos desde el sistema de sacrificios, donde un sacerdote ofrecía una vida en lugar de otra. No porque Dios careciera de poder, ni por un capricho, sino para dejar claro que la comunión con Él siempre requiere un mediador. Moisés intercedió por Israel en el desierto; Jeremías clamó por su pueblo en tiempos de ruina; y todos esos mediadores imperfectos apuntaban a uno mucho más glorioso: el Hijo de Dios, quien se puso en medio por los pecadores. Este pasaje de Ezequiel nos muestra la desazón divina por no hallar a nadie que intercediera, y al mismo tiempo anticipa la esperanza de un mediador suficiente y etern
Entendiendo el pasaje
El profeta Ezequiel habla en un contexto de juicio inminente. Jerusalén estaba corrompida: sacerdotes, príncipes y profetas habían torcido el derecho, habían llenado la tierra de violencia y derramamiento de sangre (Ezequiel 22:23–29). El Señor describe a la nación como una ciudad oxidada, con líderes abusivos y un pueblo que había dejado la justicia. Ante ese panorama, Dios buscó a alguien que se levantara “en la brecha”, imagen militar de un muro roto que necesita ser defendido. El intercesor era alguien que, como un soldado, se coloca en el hueco para resistir la destrucción y salvar a los suyos. Pero la tragedia del texto es esta: “no lo hallé”.
Israel necesitaba un mediador que intercediera por el pueblo, que presentara defensa delante de Dios, pero ninguno era digno. La ausencia de ese mediador resalta tanto la gravedad del pecado como la necesidad de una salvación externa. El juicio venía, no por falta de poder en Dios, sino porque no había un justo que se pusiera en pie. En su contexto inmediato, es un lamento sobre la corrupción total de la nación; en la línea de la Biblia entera, es un grito de anhelo por Cristo, el único mediador verdadero.
Tres verdades bíblicas
- El pecado rompe los muros de protección.
Cuando un pueblo se entrega a la injusticia y a la corrupción, abre brechas en su relación con Dios. Israel, al ignorar la ley, derrumbó los muros que lo guardaban, literalmente. Lo mismo ocurre en tu vida y la mia: el pecado abre puertas al desgaste, a la ruina y a la confusión. El pecado es un hueco en nuestras murallas por donde entra todo loq ue tiene el potencial de destruirnos y alejarnos del Señor por lo que debemos ser vigilantes. - Dios sigue llamando a la intercesión por medio de Cristo
El pasaje refleja el deseo de Dios de usar hombres y mujeres para clamar, advertir y sostener espiritualmente a su pueblo. Es cierto que esto texto apunta a una necesidad mucho mayor, de un profeta que advirtiera, de alguien que redarguyera al pueblo de pecado, pero sobre todo alguien que pudiera clamar a Dios en lugar del que no podía ver esa necesidad. Y no se trata de que Dios no pueda obrar, es que es un llamado. Todo mal tiempo requiere de intercesores: padres que oren por sus hijos, líderes que clamen por sus iglesias, creyentes que sostengan a su nación en oración. La decadencia espiritual de una comunidad se mide por la ausencia de esas voces. - Cristo es el mediador perfecto y suficiente.
Todos los mediadores anteriores fracasaron o fueron insuficientes. Moisés intercedió, pero murió; los sacerdotes ofrecían sacrificios, pero tenían que repetirlos. Cristo, en cambio, se puso en la brecha de manera definitiva: Él cargó la ira de Dios en la cruz y se mantiene como nuestro abogado a la diestra del Padre (Hebreos 7:25). Este pasaje, al mostrar el vacío, nos prepara para la plenitud del Evangelio: Jesús es el mediador que Dios siempre quiso y el único que puede sostenernos eternamente.
Reflexión y oración
La brecha del pecado es más grande de lo que pensamos. No había hombre que pudiera cubrirla, pero Dios mismo la cubrió en su Hijo. Lo que nadie pudo hacer, Cristo lo logró en la cruz. Ahora nuestra vida está segura porque tenemos un mediador eterno.
Señor, reconozco que mi pecado abre grietas que me exponen a tu juicio. Gracias porque enviaste a Jesús a ponerse en la brecha que yo no podía cubrir. Enséñame a orar por los míos, a interceder por mi iglesia, a clamar por mi nación. Hazme sensible a tu llamado y firme en la confianza de que Cristo es suficiente. Amén.