Versículo base: «Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos.» (Salmo 73:3)
Cuando el malo prospera y el justo sufre
Este mundo no siempre se ve tan justo como quisiéramos. A veces las personas que obran bien y se esfuerzan en hacer lo correcto no siempre son recompensadas o reciben algún beneficio por ello y, por otro lado, la injusticia parece triunfar cuando los que obran mal, en contra de las leyes y hasta de Dios, aparentemente prosperan. Esta es una realidad tentadora que no solo enfrentamos nosotros, sino que también enfrentaron otros hombres en la Biblia. La confesión de Asaf en este salmo revela una lucha interior que quizás se parezca mucho a la nuestra.
Entendiendo el pasaje
El Salmo 73 marca el inicio del tercer libro de los Salmos y nos presenta una confesión sincera de Asaf, un destacado músico y líder de adoración en tiempos de David y Salomón. El salmo tiene una estructura definida que refleja un viaje espiritual: comienza con una afirmación de fe (v.1), seguida de la confesión de su crisis existencial (v.2-14), donde admite haber envidiado la prosperidad de los impíos. La transformación ocurre cuando Asaf entra al santuario de Dios (v.17), lo que le permite ver más allá de lo temporal y comprender el destino final de los malvados.
Esta lucha no fue exclusiva de Asaf. En Malaquías 3:13-15, el pueblo se queja diciendo: “Los arrogantes son bendecidos; prosperan los que hacen lo malo”, y Jeremías también cuestiona: “¿Por qué prospera el camino de los impíos?” (Jer. 12:1). Estas preguntas revelan una tensión humana universal: la aparente injusticia de ver a los malvados prosperar mientras los justos sufren. El punto de inflexión para Asaf fue comprender que estaba evaluando la vida solo desde una perspectiva horizontal y temporal, sin considerar el juicio eterno. Cuando entró al santuario, su visión se expandió hacia lo vertical y eterno, permitiéndole ver el final de la historia.
Tres verdades bíblicas
- La prosperidad va más allá de las posesiones materiales Hemos reducido peligrosamente el concepto de prosperidad a lo que podemos contar, medir o exhibir. Si solo valoramos lo material, entonces Lázaro, el mendigo de la parábola, habría sido el hombre más miserable del mundo, y Jesús, quien “no tenía dónde recostar su cabeza”, sería alguien poco digno de admiración. Pero la verdadera prosperidad incluye paz interior, propósito, relaciones significativas y comunión con Dios. Cuando miras con envidia a quienes parecen tenerlo todo, pregúntate: ¿realmente lo tienen todo? ¿Tienen la paz que sobrepasa todo entendimiento? ¿Tienen esperanza ante la muerte? No confundas los brillantes escaparates de la vida con su verdadero contenido.
- El destino final trae perspectiva y justicia Hay un alivio profundo al entender que la historia no termina aquí. Asaf comprendió esto cuando vio el “fin” de los malvados (v.17). Al final, nadie se saldrá con la suya. Cada uno comparecerá ante el Juez justo, y allí nuestras posesiones no tendrán valor alguno. Lo que importará será nuestra relación con el Señor y nuestra obediencia a Él. Esta verdad no nos invita a desear venganza, sino a confiar en la justicia perfecta de Dios. Cuando ves a alguien prosperar mediante la injusticia, recuerda que su aparente ventaja es tan temporal como la niebla matutina. Tu trabajo no es hacer justicia, sino vivir justamente en un mundo injusto, confiando en que Dios enderezará toda torcedura.
- El contentamiento es un arte que debemos aprender La envidia brota cuando no reconocemos con gozo que Dios da y reparte según su voluntad. Pablo aprendió a estar contento en cualquier situación (Fil. 4:11-12), y esta lección no le llegó naturalmente, sino que tuvo que aprenderla. El contentamiento se cultiva reconociendo cada día lo que Dios nos ha dado, no comparándonos con otros. Cristo mismo nos mostró contentamiento al aceptar las limitaciones de su humanidad, viviendo con sencillez y encontrando su alegría en hacer la voluntad del Padre. Practica hoy la gratitud activa: nombra específicamente tres bendiciones que Dios te ha dado que no tienen que ver con posesiones. La gratitud cultivada produce menos descontento y disminuye la envidia.
Reflexión y oración
La conmovedora honestidad de Asaf nos recuerda que incluso los líderes espirituales pueden caer en la trampa de evaluar la vida según estándares mundanos. Pero Dios no nos deja en esa confusión. Él nos invita a su santuario para mostrarnos su perspectiva eterna. Allí podemos descubrir, como Asaf, que nuestra verdadera riqueza no está en lo que poseemos, sino en a quién pertenecemos: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra” (v.25).
Padre nuestro, confesamos que muchas veces hemos caído en la trampa de envidiar a quienes parecen prosperar sin ti. Nos hemos dejado seducir por el brillo de las posesiones y hemos medido tu bondad por lo que tenemos o no tenemos. Perdónanos por este materialismo que ha invadido nuestros corazones. Enséñanos a valorar lo que realmente importa: tu presencia, tu Palabra, tu amor. Ayúdanos a encontrar contentamiento no en las circunstancias, sino en ti. Que podamos decir como Asaf: “El acercarme a Dios es el bien”. Te pedimos sabiduría para ver más allá de lo temporal y vivir con la perspectiva de la eternidad. En el nombre de Jesús, quien siendo rico se hizo pobre por nosotros. Amén.