Devocional para el 23 de mayo

Versículo base: «Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo.» (1 Juan 2:1)

Esperanza para el pecador arrepentido

Si pudieras preguntarle a alguien que cree en Cristo verdaderamente acerca de cuál es su mayor deseo, es probable que te responda: no volver a pecar jamás. La culpa es dolorosa, frustra, cansa y entristece. Nadie quiere experimentarla; pero parece una realidad de la que no podemos escapar. Es cierto que como creyentes libramos una guerra diaria con el pecado, pero también es cierto que el pecado a veces parece ganar. ¿Qué hacer entonces cuando alguien que no quiere pecar, cae? La respuesta a esto no es una resignación cínica, sino una esperanza realmente gloriosa: que corra a Cristo, que se arrepienta y que abrace el perdón.

Entendiendo el pasaje

La primera carta de Juan fue escrita a comunidades cristianas que enfrentaban la influencia de falsos maestros, posiblemente gnósticos primitivos, que negaban tanto la humanidad de Cristo como la realidad del pecado en los creyentes. Algunos de estos falsos maestros afirmaban haber alcanzado un nivel de espiritualidad donde ya no pecaban, mientras que otros promovían un estilo de vida licencioso bajo la premisa de que las acciones del cuerpo no afectaban al espíritu. Juan escribe para refutar ambos extremos con la verdad del evangelio.

El corazón pastoral de Juan se revela en este versículo. Como un padre amoroso, su deseo primordial es que sus “hijitos” vivan vidas santas, alejadas del pecado (“les escribo estas cosas para que no pequen”). Sin embargo, Juan no es ingenuo respecto a la realidad humana. Él sabe que incluso los creyentes más maduros pueden caer, por eso inmediatamente añade una cláusula de esperanza: “y si alguien peca”. Esta no es una concesión cínica al pecado, sino el reconocimiento realista de que la perfección absoluta en esta vida es imposible. Juan no quiere que los creyentes vivan bajo condenación permanente cuando fallan, sino que encuentren en Cristo tanto la motivación para la santidad como el remedio para el fracaso.

Tres verdades bíblicas

  1. Dios desea nuestra completa consagración El llamado cristiano no es a una vida de pecado controlado, sino a una batalla incansable contra él. Juan comienza diciendo “para que no pequen” porque ese es el objetivo divino para tu vida. Nadie debería excusarse detrás de la idea cínica de que “peca y reza empata”. Si alguien planifica pecar con la justificación de que será perdonado, demuestra que no entiende ni el arrepentimiento ni el evangelio. No comprende por qué Cristo tuvo que morir. La gracia no es una licencia para el pecado; es el poder que nos libera de él. Cuando genuinamente entiendes lo que tu pecado le costó a Cristo, desarrollas un aborrecimiento santo hacia él. Tu lucha diaria debe ser alejarte del pecado, no acercarte a él confiando en que la misericordia te cubrirá.
  2. El pecado sigue siendo una realidad en nosotros Pablo describe magistralmente esta tensión: “el bien que quiero, no lo hago; pero el mal que no quiero, eso practico” (Rom. 7:19). Ha habido debates teológicos sobre si el creyente puede alcanzar perfección antes de la eternidad, pero la experiencia cristiana universal confirma que esta es una lucha constante. Hasta que nuestros cuerpos no sean glorificados, seguiremos batallando contra los deseos de la naturaleza pecaminosa. Esto no es excusa para la mediocridad espiritual, sino reconocimiento de que necesitamos la gracia divina cada día. No te desanimes cuando sientes esta tensión interna; es señal de que el Espíritu está obrando en ti, creando el deseo por la santidad que antes no tenías.
  3. Cristo es nuestro Abogado cuando fallamos La culpa puede ser destructiva cuando nos quedamos en ella, tratando inútilmente de redimir nuestros propios pecados. Pero Juan nos recuerda que tenemos un Abogado: Cristo el Justo. Un abogado no niega la culpa de su cliente; la reconoce pero presenta una defensa válida. Cristo no minimiza tu pecado, pero presenta su sangre derramada como pago completo por él. Cuando Satanás te acusa ante el Padre (Apoc. 12:10), Cristo se levanta y dice: “Padre, su deuda ya fue pagada”. No permitas que la culpa te paralice o te aleje de Dios. Si has pecado, no hay esperanza en castigarte a ti mismo o en promesas vacías de ser mejor. La esperanza está en correr inmediatamente a Cristo, confesar tu falta, y descansar en su intercesión perfecta. Él nunca pierde un caso.

Reflexión y oración

Juan presenta un equilibrio perfecto: la santidad como meta y la gracia como recurso cuando fallamos. No minimiza el pecado ni deja sin esperanza al pecador. El cristiano vive en esta tensión santa: odiando el pecado pero amando al Salvador que nos rescata de él. Cada caída debe llevarnos no a la desesperación sino a una mayor dependencia de Cristo. Cada victoria debe llevarnos no al orgullo sino a la gratitud por su poder que obra en nosotros.

Padre celestial, reconocemos que el pecado sigue siendo una realidad dolorosa en nuestras vidas. Confesamos que a veces hemos sido complacientes con él, y otras veces hemos permitido que la culpa nos paralice. Te agradecemos porque en Cristo tenemos tanto la motivación para la santidad como el remedio para nuestros fracasos. Perdónanos cuando hemos usado tu gracia como excusa para pecar, y perdónanos también cuando hemos rechazado tu gracia después de pecar. Ayúdanos a odiar el pecado como tú lo odias, pero también a correr hacia ti cuando caemos, confiando en la intercesión perfecta de nuestro Abogado. Que nuestra lucha contra el pecado esté alimentada no por el temor al castigo, sino por el amor hacia aquel que murió para liberarnos. Danos fuerzas para levantarnos cada vez que caigamos, no en nuestro poder, sino en el tuyo. En el nombre de Jesús, nuestro Abogado fiel. Amén.

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*Lecturas del plan para hoy:

Números 32, Salmos 77, Isaías 24, 1 Juan 2

*Este devocional está basado en el plan de lecturas de Robert Murray M'Cheyne

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.