Devocional para el 25 de agosto

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Versículo base: «Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios.»(Romanos 15:7, NBLA)

Más allá de la tolerancia: El ejemplo de Cristo

Si en el capítulo 14 aprendimos a no poner en peligro la unidad de la Iglesia por asuntos secundarios, el capítulo 15 es el llamado a un estándar aún más alto: a servirnos unos a otros activamente. Romanos 15 no es un nuevo tema, es la culminación y la conclusión positiva del argumento del capítulo anterior. Pablo pasa de decir «no se destruyan mutuamente» a mostrarles cómo pueden «edificarse y recibirse activamente».

El capítulo comienza con «Así que, nosotros los que somos fuertes…». Es una continuación directa donde la responsabilidad principal recae sobre los «fuertes», Pablo incluido entre ellos —aquellos cuya conciencia les da más libertad. Su madurez no es para su propio beneficio, sino para el servicio de los «débiles».

Entendiendo el pasaje

El capítulo 15 se mueve en tres partes claras. Primero, el principio del sacrificio siguiendo el modelo de Cristo. Segundo, el mandato de recibirse unos a otros. Tercero, la misión de Pablo como ejemplo práctico de todo lo anterior.

Aquí mandato no es simplemente «soportar» —aguantar con resignación porque no hay opción— a los débiles, sino «soportar sus flaquezas». Es una acción de llevar la carga, de ayudar. El objetivo es «agradar a nuestro prójimo en lo que es bueno, para edificación». La libertad del fuerte no es para agradarse a sí mismo, sino para edificar al hermano en lo que él alcanza también la madurez, la cual no significa que piense como el que es fuerte, sino que aprenda a convivir con la diferencia.

Luego el pasaje nos conduce a Cristo como el ejemplo máximo «Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo». Pablo cita el Salmo 69:9 para mostrar que Cristo asumió sobre sí mismo el vituperio que era para Dios. Si Cristo, el máximo «fuerte», no usó su posición para su propia comodidad sino para nuestro bien, ¿con qué derecho lo hacemos nosotros?

Todo esto culmina en el propósito final: que «unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». Como vemos, la unidad de la Iglesia no es un fin en sí misma; la meta final es que el coro de la iglesia, con sus voces judías y gentiles, den al unísono gloria a Dios.

Tres verdades bíblicas

  1. La madurez cristiana se mide por cuánto sirves y no por cuánto sabes Los «fuertes» en Roma probablemente se enorgullecían de su conocimiento y libertad teológica. Pablo redefine la fortaleza verdadera: ser libre no es el derecho a hacer lo que quieres, sino la capacidad de renunciar a tus derechos por amor al otro. Tu libertad en Cristo no es para tu auto-gratificación, sino para la edificación de la iglesia. Cuando te sientes tentado a presumir tu conocimiento bíblico o tu libertad cristiana, pregúntate: ¿esto edifica a mi hermano o satisface mi ego? La verdadera madurez se demuestra en el servicio sacrificial. En esa actitud de renuncia, en estar dispuesto a deponer mi preferencia con el fin de amar y servir a otro.
  2. El ejemplo de Cristo es el antídoto contra el egoísmo La pregunta que resuelve cualquier disputa sobre asuntos secundarios no es «¿Tengo derecho a hacerlo?», sino «¿Esto edifica a mi hermano y sigue el ejemplo de Cristo?». El evangelio te llama a dejar de pensar en ti mismo primero. Cristo no se agradó a sí mismo; ese es el estándar para la vida en comunidad. Cada vez que sientes que tus derechos están siendo pisoteados por las «debilidades» de otros hermanos, recuerda que Cristo renunció a derechos infinitamente mayores por ti. Otra vez, esto no se trata de ti, ni siquiera del hermano débil, se trata de cómo imitas a Cristo en medio de las diferencias con otros.
  3. La unidad tiene un propósito: la gloria de Dios No buscas la paz en la iglesia para tener un ambiente agradable o porque sea incómodo el conflicto, y ciertamente lo es. Luchas por la unidad para que tu testimonio y tu adoración colectiva sean un reflejo auténtico del Dios que te unió con otros. Una iglesia dividida presenta al mundo un Dios dividido. Una iglesia unida en su diversidad glorifica al Dios que, por medio de Cristo, hizo de muchos pueblos uno solo. Tu disposición a recibir a otros como Cristo te recibió es un testimonio poderoso del evangelio ante un mundo que observa. El mundo no entiende esto. Ellos se muerden y se comen unos a otros buscando quien tiene el primer lugar y es por eso que cuando actuamos en contra de esa corriente resulta en un testimonio tan poderoso de la gloria de Dios. No debemos menospreciar el potencial evangelístico que tiene la vida en unidad en una iglesia.

Reflexión y oración

«Recíbanse los unos a los otros, como también Cristo nos recibió». Noten que no dice tolérense, dice recíbanse, acójanse, den la bienvenida. La tolerancia puede ser necesaria pero no ideal sino es voluntaria. El Señor nos llama a recibir al débil con gozo. Cristo nos recibió con nuestros pecados, debilidades, ignorancia y trasfondos equivocados. Nos recibió incondicionalmente para hacernos suyos, para gloria de Dios.

Señor, ayúdame a entender que mi libertad en ti no es para mi comodidad, sino para servir a otros. Perdóname por las veces que he usado mi conocimiento o madurez para justificar mi falta de amor. Enséñame a recibir a mis hermanos como tú me recibiste a mí: con paciencia, gracia y un amor que busca su edificación. Que nuestra unidad sea para tu gloria. Amén.

*Lecturas del plan para hoy:

1 Samuel 17, Romanos 15, Lamentaciones 2, Salmos 33

*Este devocional está basado en el plan de lecturas de Robert Murray M'Cheyne

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.