Versículo base: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 17:6, NBLA)
Cuando fabricamos nuestro propio Dios
La historia de Sansón nos había mostrado cómo un hombre con todo el potencial del mundo puede autodestruirse por seguir sus propios deseos. Pero ahora el libro de Jueces nos invita a entrar en un lugar diferente, más sombrio: un museo. No es un museo cualquiera donde se exhibe arte o belleza; es un museo dedicado al testimonio mudo del mal, del sufrimiento, de la crueldad que surge cuando la humanidad pierde su rumbo y se aleja de la justicia y la verdad de Dios.
Imaginen que están entrando a este lugar donde la luz es tenue, donde el aire está cargado de una sensación de dolor y desesperanza. Este es el museo de la decadencia, y en sus paredes se exhiben a blanco y negro los rostros de la barbarie, el dolor y el caos. Si la historia de Sansón era la tragedia de un hombre, lo que veremos ahora en este museo son los cuadros que retratan la tragedia de una nación. En la entrada hay un letrero que resume todo lo que veremos: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.”
Entendiendo el pasaje
Este es el letrero de la puerta, la advertencia que nos prepara para lo que vamos a ver. Jueces 17 marca el final de una era: ya no hay más jueces que Dios levante para liberar a su pueblo, no hay más gritos de auxilio que él responda. Israel había llegado al punto donde Dios simplemente los dejó caminar hacia su propia destrucción. Un día el pueblo amaneció sin rey y sin ley.
El primer cuadro de nuestro recorrido retrata la escena de un hombre de Efraín llamado Micaía confesándole a su madre que le había robado mil cien siclos de plata, pero que ahora se los devuelve. Ella, en lugar de confrontar el robo, toma ese dinero maldito y decide hacer algo con él: «Ahora dedicaré esta plata al Señor de mi mano para mi hijo, para hacer una imagen tallada y una de fundición.» Ahí lo tienes: dinero robado para fabricar un dios a la medida.
Este hombre Micaía tuvo casa de dioses, hizo efod y terafines, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote. Una religión completamente inventada, con sus propios dioses, sus propios ritos, sus propios sacerdotes. Este es el primer síntoma de esta sociedad que se había alejado de la Palabra de Dios: están fabricando dioses a su manera y también su propio sistema de adoración. El sentido del pasaje es claro: cuando una sociedad se aleja de la Palabra de Dios, no se vuelve atea, se vuelve idólatra.
Tres verdades bíblicas
- El hombre fue creado para adorar y lo hará de una manera o de otra Lo que vemos con Micaía no es la excepción, es la regla. Cuando las personas se alejan del Dios verdadero, no dejan de adorar; simplemente fabrican dioses que les convengan más. Esto es exactamente lo que vemos hoy con todas esas religiones modernas: la nueva era, la meditación trascendental, el veganismo elevado a estatus espiritual, la búsqueda del conocimiento en uno mismo. Son los síntomas de una sociedad que sabe que hay una necesidad de llegar al Creador, pero que ignora lo que ese mismo Creador ha establecido como el único camino. Tú puedes rechazar al Dios de la Biblia, pero vas a adorar algo. La pregunta no es si adorarás, sino qué adorarás.
- La religión a la medida siempre justifica lo que queremos hacer Micaía no estaba buscando la verdad; estaba buscando una religión que no le exigiera cambiar su estilo de vida. Su dios no le iba a decir que robar estaba mal, que mentir era pecado, que necesitaba arrepentirse. Era un dios cómodo, un dios que aprobaba sus decisiones en lugar de confrontarlas. Ahora bien, esto es exactamente lo que pasa cuando las personas se alejan de las Escrituras: terminan creando una versión de Dios que justifica lo que ya quieren hacer. Un Dios que aprueba sus relaciones incorrectas, que bendice sus decisiones financieras dudosas, que nunca los confronta con su pecado. Pero ese no es el Dios de la Biblia; ese es el dios que fabricaron para sentirse mejor.
- Solo hay una forma correcta de acercarse a Dios, y él la ha establecido Este es el mismo problema que hemos visto desde el principio: Adán y Eva fabricando sus propias ropas para ocultar su vergüenza, Caín construyendo su propio sistema de adoración, los hombres de Babel intentando crear su propia escalera al cielo. El problema de todo hombre que decide menospreciar la Palabra de Dios es que más temprano que tarde estará buscando sus propios caminos para encontrarse con el Creador, ignorando que solo hay una forma correcta de ir a él. Cristo mismo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” No hay alternativas, no hay atajos, no hay religiones inventadas que funcionen. Es Cristo o es nada.
Reflexión y oración
Micaía pensaba que estaba siendo religioso, pero en realidad estaba siendo rebelde. Su casa de dioses era un monumento a su arrogancia, una declaración de que él sabía mejor que Dios cómo debía ser adorado. Cuando una sociedad pierde la autoridad de la Palabra de Dios, cada persona se convierte en su propio papa, cada familia en su propia iglesia, cada individuo en su propio dios.
Señor, perdóname por las veces que he tratado de moldearte a mi conveniencia en lugar de moldearme yo a tu voluntad. Reconozco que tú has establecido la única forma correcta de acercarme a ti, y es a través de Cristo. Ayúdame a resistir la tentación de fabricar una versión cómoda de ti que justifique lo que quiero hacer. Que tu Palabra sea mi autoridad, no mis sentimientos. Guárdame de la idolatría sutil que surge cuando pongo mis deseos por encima de tu verdad. Amén.
Jueces 17, Hechos 21, Jeremías 30-31, Marcos 16