Versículo base: «Y Acán respondió a Josué: “En verdad he pecado contra el SEÑOR, Dios de Israel, y esto es lo que he hecho. Cuando vi entre el botín un hermoso manto de Sinar y 200 siclos de plata y una barra de oro de cincuenta siclos de peso, los codicié y los tomé; todo eso está escondido en la tierra dentro de mi tienda con la plata debajo”» (Josué 7:20-21, NBLA)
El proceso silencioso del pecado
Nadie cae en un pecado grave por accidente. De hecho, las grandes caídas espirituales rara vez son el resultado de una decisión impulsiva y monumental; más bien resultan de la acumulación de pequeñas decisiones equivocadas o pasos en una dirección errada. Y la historia de Acán que vemos en este pasaje es una ilustración palpable de cómo el pecado se concibe con tanto sigilo, pero también cómo, al no quedar oculto, sus consecuencias terminan siendo catastróficas para quien lo comete y también para aquellos que le rodean. El pecado no es algo inocente; es algo que debe ser tomado en serio. No estamos hablando de equivocaciones o desaciertos. Estamos hablando de decisiones espirituales que tienen implicaciones significativas.
Entendiendo el pasaje
El contexto de este episodio es crucial para entender su gravedad. Israel acababa de experimentar una victoria sobrenatural en Jericó, donde Dios había demostrado su poder de manera indiscutible. Antes de la batalla, Dios había dado instrucciones muy claras: todo el botín de Jericó era anatema, consagrado completamente al Señor. Nada debía ser tomado para uso personal. Esta no era una regla arbitraria, sino un reconocimiento de que la victoria pertenecía enteramente a Dios.
Cuando Israel sufrió una derrota humillante en Hai, una ciudad mucho más pequeña que Jericó, Josué se postró ante Dios buscando respuestas. Dios le reveló que había pecado en el campamento, que alguien había violado el pacto. El sentido de este pasaje va más allá de la desobediencia individual de Acán; muestra cómo el pecado oculto contamina a toda la comunidad y cómo Dios toma en serio la santidad de su pueblo. Noten algunos detalles en el pecado de Acán:
Cuando vi…: El pecado comenzó por los ojos. La tentación se presentó como algo visualmente atractivo: un “hermoso manto”, el brillo de la plata y el oro.
…los codicié…: La mirada se convirtió en deseo. Aquí es donde el pecado fue concebido. En su corazón, Acán permitió que la semilla de la avaricia echara raíces, prefiriendo un tesoro terrenal a la obediencia a Dios.
..y los tomé…: El deseo interno se manifestó en una acción externa. Cruzó la línea del mandato de Dios y se apropió de lo que no le pertenecía.
…está escondido… en mi tienda…: El acto fue seguido por el ocultamiento. El pecado busca la oscuridad. Acán cavó un hoyo creando un santuario secreto para su desobediencia en medio del campamento santo de Dios.
Hay una similitud aquí con el pecado de Eva en el Edén. Ella vio que el árbol era agradable a los ojos, lo codicio y lo tomó y luego intentaron esconderse. Esto no es nuevo, es la forma en la que el pecado a trabajado siempre en el corazón humano.
Tres verdades bíblicas
- El pecado siempre sigue un proceso predecible La fórmula de Acán —ver, codiciar, tomar y esconder— es el manual de instrucciones de una tentación que se convierte en pecado. Y no es diferente hoy. Santiago advierte exactamente lo mismo: «nadie diga que es tentado de parte de Dios, sino que cada uno es tentado cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia; y cuando la concupiscencia ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra muerte». Todo comienza con lo que permites que entre a tus ojos, lo que contemplas tal vez en el internet, en la televisión, en tus interacciones. La tentación está ahí; si no la detienes, ese estímulo se convierte en un deseo persistente que llevará tu corazón al pecado si ese deseo no se somete a Cristo. Debes aprender a ganar la batalla en la etapa de la mirada o en la etapa de la codicia, llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo.
- El pecado oculto envenena el alma del individuo Acán pensó que su tesoro estaba seguro mientras lo tenía enterrado bajo tierra. Pero la realidad es que él era esclavo. Ese manto, esa plata y ese oro se convirtieron en un veneno que le robó la paz, lo llenó de temor, lo separó de la comunión con Dios. Ese es el gran engaño del pecado: promete libertad pero lo que da es esclavitud. ¿No lo ves? Acán pensó que podía disfrutar de eso, y la verdad es que no podía. Solo podía mantenerlo amargamente oculto. Proverbios 28:13 dice: «El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia». La libertad no está en esconder mejor el pecado, sino en hacer lo que Acán solo hizo cuando fue forzado: confesarlo. Esa es la verdadera libertad que Cristo ofrece.
- Ningún pecado es verdaderamente privado y sus consecuencias se extienden Hay un dicho de la sabiduría popular que dice que entre el cielo y la tierra no hay nada oculto. Lo cierto es que para Dios no existe nada oculto que no salga a la luz. Todo habrá de manifestarse. El pecado de Acán no era la excepción, y tampoco el pecado que trates de esconder. La derrota de toda la nación fue el resultado de su desobediencia individual. Es inútil nuestro intento por tratar de esconder el pecado. Pero hay algo catastrófico: una de las cosas que advierte Hebreos es en cuanto a la raíz de amargura, que debemos evitar que esas raíces contaminen a otros. Tu pecado no es inocente; tu pecado produce un daño terrible y profundo. Lo que haces importa, no solo para ti sino para quienes te rodean.
Reflexión y oración
El proceso del pecado sigue siendo el mismo: ver, codiciar, tomar y esconder. Pero también sigue siendo el mismo el proceso de la libertad: confesar, arrepentirse y recibir el perdón. Dios no nos expone para avergonzarnos, sino para liberarnos. En Cristo, no hay condenación para los que están en él. Él mismo llevó nuestro castigo, sobre Él cayeron las piedras del juicio para que nosotros experimentamos verdadera libertad.
Señor, reconozco que hay áreas en mi vida donde he seguido el patrón de Acán. He visto, he codiciado, he tomado y he tratado de esconder. Te pido perdón por mi pecado y ayúdame a llevarlo a la luz. No quiero que mi desobediencia afecte a otros. Gracias porque en Cristo hay perdón y libertad verdadera. Ayúdame a ganar las batallas en el nivel de los pensamientos, sometiendo todo a ti. Amén.