Devocional para el 6 de agosto

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Versículo base: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 21:25, NBLA)

Cuando hermanos se destruyen entre sí

Llegamos al final de nuestro recorrido por este museo de la desgracia, y las últimas salas son las más devastadoras de todas. La imagen de una mujer despedazada enviada por partes a las doce tribus había hecho su trabajo: Israel despertó horrorizado ante su propia maldad. Pero lo que siguió, lamentablemente no fue arrepentimiento genuino, sino algo aún más terrible: hermanos levantándose contra hermanos, tribus contra tribus, una guerra civil que casi extermina a toda la tribu de Benjamín. Es la imagen perfecta de una sociedad que ha llegado al fondo del abismo: cuando ya no hay autoridad de Dios que se reconozca que los gobierne, solo queda la autodestrucción.

Entendiendo el pasaje

Las once tribus de Israel se reunieron como un solo hombre para castigar la abominación de Gabaa. Hasta aquí, su indignación era justificada. Pero hay algo irónico en esta situación: estaban juzgando a Benjamín como ellos mismos debían ser juzgados. Toda la nación había abandonado a Dios, toda la nación había violado su ley, toda la nación estaba sumida en idolatría y corrupción. Pero ahora se erigían como jueces morales de sus hermanos.

En un acto de poca coherencia, “consultaron” a Dios para ver si debían pelear contra Benjamín. Hacía mucho tiempo que estaban lejos de Dios, pero ahora había aparecido para una cosa: retirar su mano y dejarlos caminar hasta su propia destrucción. Dios les respondió que sí, que fueran a la guerra. Pero no era una bendición; era un juicio. Los estaba entregando a su deseo de justicia propia.

Lo que siguió fue una carnicería. Una tribu entera casi desapareció por la espada de las otras. Benjamín quedó reducido a seiscientos hombres que se refugiaron en las rocas. Ahora había dolor, lamento, intentos desesperados por reparar lo que habían destruido, pero no podían hacer nada por su propia cuenta. Habían jurado no dar sus hijas en matrimonio a los benjaminitas, pero ahora se daban cuenta de que habían condenado a una tribu a la extinción.

Tres verdades bíblicas

  1. Una sociedad sin Dios está condenada a experimentar el juicio de Dios Lo que vemos en estos capítulos finales es inevitable. Cuando una sociedad da la espalda a la Palabra de Dios, cuando abandona sus leyes y menosprecia su autoridad, el juicio no es una posibilidad, es una certeza. Dios puede tolerar por un tiempo, puede ser paciente, puede enviar advertencias, pero llega el momento cuando simplemente dice: “Déjalo.” Es una de las palabras más aterradoras que se pueden escuchar de los labios de Dios. Si hay alguien que ha estado jugando con el Señor, no quisieras escuchar nunca esa voz. El juicio viene, no porque Dios sea cruel, sino porque es justo.
  2. La justicia humana sin la autoridad de Dios se convierte en venganza descontrolada Las once tribus tenían razón en su indignación por lo que pasó en Gabaa. El pecado merecía castigo. Pero su “justicia” se convirtió rápidamente en algo tan terrible como el pecado que estaban castigando. Casi exterminaron a toda una tribu, mataron mujeres y niños inocentes, destruyeron ciudades enteras. Cuando los hombres toman la justicia en sus propias manos sin someterse a la autoridad de Dios, el resultado es caos y destrucción. La venganza nunca puede producir verdadera justicia porque está contaminada por la misma naturaleza pecaminosa que pretende castigar.
  3. Solo Dios puede restaurar lo que el pecado ha destruido Al final del libro, Israel intentó desesperadamente reparar el daño que habían causado. Inventaron esquemas complicados para conseguir esposas para los benjaminitas que quedaban, violando sus propios votos en el proceso. Pero todos sus esfuerzos eran insuficientes. No podían deshacer lo que habían hecho, no podían resucitar a los muertos, no podían restaurar lo que habían destruido. La triste noticia de una sociedad que se aleja de Dios es que solo le queda esperar a que el Señor, en su misericordia, se acerque. Solo la gracia de Dios puede sanar lo que el pecado ha despedazado.

Reflexión y oración

El libro de Jueces termina donde comenzó nuestro recorrido por este museo: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.” Es un epitafio nacional, el certificado de defunción de una sociedad. Pero esas palabras también son una promesa implícita: un día vendría un Rey. No Saúl, no David, no Salomón. Un día el pueblo tendría un Rey que escribiría la ley en sus corazones, que guiaría al pueblo por la senda de la justicia, que haría volver el corazón de los padres a los hijos y los hijos a los padres. El Rey sería al mismo tiempo la ley. Un Verbo que se haría carne. El Rey sería Dios mismo morando con ellos.

Señor, estos relatos nos duelen porque nos reconocemos en ellos. Vemos nuestra propia capacidad para el mal, nuestra tendencia a la autodestrucción cuando vivimos lejos de ti. Gracias porque en Cristo has enviado al Rey que Israel necesitaba, el Rey que nosotros necesitamos. Ayúdanos a vivir bajo tu autoridad antes de que la ausencia de tu gobierno nos lleve al caos. Que seamos sal de la tierra y luz del mundo, predicando tu Palabra fielmente porque sabemos que solo ella puede sacar luz de en medio de las tinieblas. Un día establecerás tu reino perfecto, y todo el mundo hará lo que al Rey le pareciere. Amén.

*Lecturas del plan para hoy:

Jueces 20, Hechos 24, Jeremías 34, Salmos 5-6

*Este devocional está basado en el plan de lecturas de Robert Murray M'Cheyne

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.