Versículo base: “Pero el SEÑOR estaba con José, y él se convirtió en un hombre próspero, y vivía en la casa de su amo egipcio.” (Génesis 39:2)
Retomamos la historia del recordado hijo de Jacob. Así comienza la verdadera prueba de fuego. José, vendido como esclavo, lejos de su familia, en tierra extraña. Para muchos, este sería el final de la historia. Un golpe definitivo. El momento de rendirse. Pero no para Jalguien que había decidido ser fiel a Dios.
Imagina el dolor. Traicionado por sus propios hermanos, arrancado de su hogar, vendido como mercancía. Un joven de 17 años, solo, sin familia, sin esperanza. Pero hay algo que ninguna cadena puede romper: su confianza en Dios.
Entendiendo el pasaje
Potifar, uno de los oficiales más importantes de Faraón, compra a José. Y algo extraordinario sucede: todo lo que José toca prospera. No por casualidad, no por suerte. El texto es cristalino: “el SEÑOR estaba con José”. Tres palabras que lo cambian todo.
José no es una víctima. Es un mayordomo excepcional. Tan eficiente que Potifar le confía absolutamente todo. Su casa, sus negocios, su patrimonio. José administra con tal integridad que su amo ni siquiera se preocupa por nada.
Pero un nuevo ataque vendría. La esposa de Potifar, seducida por la belleza y la integridad de José, intenta llevarlo a la cama. No una, no dos veces. Constantemente. Y José, en lugar de caer, resiste.
Su respuesta es memorable: “¿Cómo podría hacer tal maldad contra Dios?”. No es un cálculo estratégico. Es una convicción profunda. Su lealtad va más allá de su amo terrenal. Mira hacia arriba.
El resultado parece ser una injusticia. La esposa, herida en su orgullo, lo acusa falsamente de abuso. Potifar, furioso, lo envía a la cárcel. Otro golpe. Otra prueba.
Tres verdades bíblicas
- La fidelidad de Dios no depende de nuestras circunstancias. José fue vendido, fue esclavo, fue acusado injustamente. Pero Dios seguía con él. Su presencia no está condicionada por la comodidad o el éxito. Dios puede bendecir lo que hacemos incluso en las condiciones más difíciles, incluso en tu lugar de trabajo, por muy dificil u hostil, que pueda llegar a ser.
- La integridad es un acto de adoración. José no resistó por miedo al castigo, sino por amor a Dios. Su lucha contra la tentación no era una lucha contra Potifar o su esposa, era una lucha por honrar a Dios. Debemos elegir agradar a Dios incluso lejos de la supervisión que nos representen los hombres. Te has preguntado ¿ci un día tuvieras que ir a un lugar donde nadie te conoce, donde nadie sabe de tu fe y eres completamente anónimo, ¿aun así serías fiel en una tentación privada? La respuesta a esa pregunta determinará de quién depende tu integridad y tu fidelidad.
- La victimización es un camino infructuoso. José pudo haber seguido el camino de la victimización y la autoconmiseración: ha sido rechazado por sus hermanos, vendido como un esclavo, llevado lejos de su familia a un lugar que no conoce, pero allí decide seguir dando gloria al Señor en lugar de rumiar su pasado. Muchas de nuestras amarguras vienen por una mala relación con nuestra calidades pasadas; vivimos esperando que algo algún día tome venganza de la injusticia, pero eso es un camino sin salida, es un viaje infructuoso. Escojamos vivir en el gozo de saber que podemos dar gloria a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida.
Señor, en medio de la injusticia, en la prueba más oscura, recuérdanos que tu presencia es suficiente. Que nuestra integridad sea un testimonio de tu gracia.
Lecturas del plan para hoy:
Génesis 39, Marcos 9, Job 5, Romanos 9.