Versículo base: «Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”» (Mateo 19:21, NBLA)
La religión del dinero
Los ídolos más peligrosos no son aquellos que fabricamos con nuestras manos sino los que fabricamos en nuestro corazón y los vestimos con ropa de piedad. No exagero cuando digo que el amor al dinero es una religión, con su propio dios, su propio sistema de adoración y su propio sistema de sacrificios. El problema es que estamos demasiado ocupados persiguiendo los placeres temporales que promete como para reconocerlo como el gusano que carcome este mundo en el que vivimos. Amar el dinero hoy se puede disfrazar fácil de espíritu emprendedor, resistencia frente a las dificultades y la forma más enérgica de rehusar la mediocridad o el conformismo —como si estar conformes fuera un problema en sí mismo—, pero sin darnos cuenta corremos al otro lado del péndulo vendiendo nuestra propia alma.
Entendiendo el pasaje
El encuentro entre Jesús y el joven rico es uno de los relatos más reveladores sobre la verdadera naturaleza de la religión y el discipulado. Este hombre se acerca a Jesús con una búsqueda genuina, pero con un mal entendimiento de la verdadera religión. Estaba convencido de que guardar una serie de reglas lo hacía justo delante de Dios y esperaba un reconocimiento público de su rectitud. Cuando menciona los mandamientos que ha guardado desde su juventud, es notable que todos pertenecen a la segunda tabla de la ley: los que regulan las relaciones humanas.
Pero el Señor le muestra que se había concentrado únicamente en estos mandamientos externos, ignorando completamente los de la primera tabla, especialmente el primero y más importante: amar a Dios sobre todas las cosas. Era evidente que amaba el dinero más que al Señor. El Señor no esta promoviendo la pobreza como un ideal, tampoco esta petición es una solicitud tirana para que se desprendiera de todo, se trataba mas bien de una prueba para mostrarle que en realidad no amaba al Señor como creía. Sus riquezas se habían convertido en su verdadero dios, y no podía servir a dos señores. La tristeza con la que se alejó reveló dónde estaba realmente su corazón.
Tres verdades bíblicas
- El amor al dinero es una religión Esta ola de perseguir el dinero como si fuera la meta final de nuestra vida no es una aventura por la prosperidad y la realización personal; ¡es una trampa! Y debes huir de ella. Por supuesto, el problema no está en el dinero —después de todo es necesario para la vida—, pero sí en un deseo incontrolable que nunca sabe cuándo es suficiente. Los que persiguen el dinero como un dios no pueden seguir al Señor. Pablo fue claro: «Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe». Esta religión tiene sus propios templos llamados bancos, sus propios sacerdotes llamados asesores financieros, y sus propios sacrificios: tu tiempo, tu familia, tu integridad, tu paz. Y como toda religión falsa, promete lo que nunca puede entregar: satisfacción completa.
- El amor al dinero es un peso que no nos deja disfrutar al Señor Seguir a Cristo demanda renuncia, tomar su cruz, como ya lo hemos visto en devocionales anteriores, y una de esas cosas a las que debemos renunciar es precisamente al amor a las riquezas. Examina tu relación con las cosas materiales: ¿está tu felicidad e identidad anclada a Cristo o al hecho de poseer dinero? ¿Cómo respondes cuando pierdes poder adquisitivo? ¿Qué pasaría si de repente tuvieras que quedarte solo con lo necesario? Las respuestas honestas a estas preguntas te van a ayudar a ver qué tan pesado es el costal que traes en tu espalda. El joven rico se fue triste porque no pudo soltar lo que pensaba que era su seguridad. Pero la verdad es que las riquezas son arena movediza: cuando más te aferras a ellas, más te hunden.
- Cristo es nuestra mayor riqueza y nuestro ejemplo de renuncia Del camino del Señor es tan distinto al de este mundo. Él mismo fue ejemplo perfecto de renuncia: «siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo». El Señor rechazó los bienes de este mundo como medio para alcanzar sus propósitos. No tenía dónde recostar su cabeza, dependía de la generosidad de otros para su sustento, y murió sin posesiones. Pero en esa aparente pobreza, nos ofreció las verdaderas riquezas: perdón, vida eterna, paz con Dios, propósito eterno. Cuando Cristo es tu tesoro, todo lo demás se convierte en herramientas para servirle, no en objetos de adoración. Las riquezas materiales pueden fallar, pueden ser robadas, pueden desaparecer en una crisis económica. Pero las riquezas que tienes en Cristo son eternas, seguras e inagotables.
Reflexión y oración
El dinero puede ser un siervo útil, pero es un amo tirano. La diferencia está en quién controla a quién. Cuando Cristo es tu mayor riqueza, puedes usar el dinero sin que el dinero te use a ti. Puedes disfrutar de las bendiciones materiales sin ser esclavo de ellas. El joven rico perdió la oportunidad de ganar un tesoro eterno porque no pudo soltar un tesoro temporal.
Padre, reconozco que mi corazón tiende a buscar seguridad en las cosas que se pueden ver y tocar. Perdóname por las veces que he puesto mi confianza en las riquezas más que en ti. Ayúdame a ver que tú eres mi verdadera riqueza, que en ti tengo todo lo que necesito para esta vida y la eternidad. Dame la gracia para usar el dinero como una herramienta para tu gloria, no como un objeto de adoración. Libra mi corazón de la trampa del materialismo y hazme verdaderamente rico en ti. Amén.