Devocional para el 9 de marzo

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Versículo base: Entonces Dios habló todas estas palabras diciendo: “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Éxodo 20:1, NBLA).

El preludio de la ley

Antes de que existieran constituciones, códigos legales o declaraciones de derechos, hubo un momento en el que el Dios del universo descendió al encuentro de un pueblo recién liberado para entregarles su ley. En medio de un desierto remoto, bajo la sombra imponente del Monte Sinaí, una comunidad de antiguos esclavos escuchó algo que transformaría no solo sus vidas, sino la historia misma: la voz del Creador revelando cómo vivir en verdadera libertad.

Entendiendo el pasaje

Éxodo narra la extraordinaria transformación de Israel: de un grupo de esclavos oprimidos a una nación con propósito divino. En menos de tres meses, estos antiguos fabricantes de ladrillos habían experimentado plagas devastadoras, la primera Pascua, un mar que se abrió, agua brotando de una roca y maná descendiendo del cielo. Ahora, acampados al pie del Monte Sinaí, estaban a punto de recibir algo igualmente milagroso: la revelación directa de Dios expresada en mandamientos concretos.

Es crucial notar que la entrega de la ley no ocurre en el vacío. El versículo que precede a los Diez Mandamientos establece su fundamento inquebrantable: “Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Esta declaración inaugural revela que la ley no es primordialmente un código punitivo sino un marco relacional. Israel no obedecería para convertirse en el pueblo de Dios; obedecería porque ya era el pueblo de Dios. Los mandamientos no eran la puerta para entrar en la relación sino las pautas para vivir dentro de ella. Como toda nación establecida, Israel requería tres elementos fundamentales: territorio (Canaán), pueblo (las doce tribus) y ahora, una ley (el Decálogo) que gobernaría su existencia como comunidad redimida.

Tres verdades bíblicas:

  1. La redención siempre precede a los mandamientos

El orden divino es inmutable: primero la gracia, luego la obediencia. Dios no les dijo a los israelitas: “Si guardáis mis mandamientos perfectamente, entonces os sacaré de Egipto”. Más bien, los liberó primero y luego les mostró cómo debían vivir como pueblo rescatado. Este patrón persiste a lo largo de toda la Escritura. En el Nuevo Testamento, Pablo nunca comienza sus epístolas con exhortaciones morales, sino con profundas declaraciones sobre la obra completa de Cristo. Solo después de establecer lo que Dios ha hecho por nosotros, procede a describir cómo debemos responder. Cuando inviertes este orden, transformas el evangelio en mera religión de obras. Examina tus motivaciones para obedecer: ¿intentas ganar el favor de Dios o respondes con gratitud al favor que ya has recibido?

  1. La ley refleja el carácter de quien la otorga

Los mandamientos no son reglas arbitrarias sino reflejos del carácter del Dios que los pronunció. La prohibición contra el adulterio, por ejemplo, emana de la fidelidad intrínseca de Dios. El mandamiento contra el robo refleja su justicia perfecta. Lejos de ser meras restricciones, los mandamientos revelan la naturaleza del Creador e invitan a las criaturas a reflejar, aunque imperfectamente, sus atributos. Cuando contemplas la ley de Dios, estás mirando un espejo que refleja su carácter santo. Cristo encarnó perfectamente este carácter, cumpliendo la ley no solo en su letra sino en su intención más profunda. No reduzcas los mandamientos a meras prohibiciones; reconócelos como ventanas que permiten vislumbrar la santidad del Dios que desea conformarte a su imagen.

  1. La obediencia genuina fluye de la gratitud, no del temor

El recuerdo constante de “Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué…” establece la motivación correcta para la obediencia. La gratitud por la liberación experimentada impulsa un deseo natural de agradar al Liberador. Cuando los israelitas contemplaban los mandamientos, debían recordar simultáneamente las cadenas rotas de su esclavitud egipcia. Su motivación para obedecer no era el miedo al castigo sino el agradecimiento por la libertad recibida. Del mismo modo, nuestra obediencia a Cristo no debe estar impulsada por el miedo a la condenación sino por la asombrosa gratitud por nuestra liberación del pecado. Como escribió Pablo: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14). Pregúntate sinceramente: ¿qué impulsa tu obediencia? ¿El temor al juicio o la gratitud desbordante por la cruz?

Reflexión y oración

Hay una progresión hermosa en este pasaje: Dios libera a un pueblo esclavizado, establece una relación con ellos, y luego les muestra cómo vivir dentro de esa relación. Esta secuencia nunca cambia a lo largo de las Escrituras. La gracia inmerecida siempre precede a las expectativas morales. La ley de Dios, cuando se entiende correctamente, nunca está separada de la obra redentora del Señor. Es precisamente porque hemos sido liberados que anhelamos vivir de acuerdo con la voluntad de nuestro Redentor. Los mandamientos no son cadenas para esclavizarnos, sino barandillas que nos protegen mientras caminamos en libertad.

Padre, cuántas veces he tergiversado tus mandamientos, viéndolos como restricciones opresivas en lugar de expresiones de tu amor. Perdóname por las ocasiones en que he intentado ganar tu favor a través de mi obediencia, olvidando que ya me has aceptado completamente en Cristo. Ayúdame a recordar que fuiste tú quien primero me liberó, antes de llamarme a vivir como persona libre. Que mi obediencia fluya siempre de la gratitud profunda por la obra de Cristo, nunca del temor al castigo o del deseo de mérito. Transforma mis motivaciones para que pueda obedecerte no como un esclavo temeroso sino como un hijo amado que responde al amor inmerecido de su Padre. Amén.

Lecturas del plan para hoy:

Éxodo 20, Lucas 23, Job 38, 2 Corintios 8

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Jacobis Aldana, pastor Iglesia Bíblica Soberana Gracia

Sobre el autor de este devocional diario

Este devocional es escrito y narrado por el pastor Jacobis Aldana. Es licenciado Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.