El Señor es justo, pues me he rebelado contra su mandamiento.
Oíd ahora, pueblos todos, y ved mi dolor (Lam 1:18)
Imaginemos por un momento a un juez que al recibir a alguien que a violado la ley de manera flagrante y con todas las pruebas, decide en un acto de «amor» dejar libre al culpable; ¿ qué pensaríamos de ese juez? Creo que el consenso determinaría que el tal es un juez injusto. En efecto, la justicia no se opone al amor, lo opuesto al amor es el odio; de modo que Dios puede ser perfectamente amoroso, al mismo tiempo que es perfectamente Santo.
Jeremías había visto la terrible devastación de Israel en manos de sus enemigos. Ellos habían sido juzgados por Dios por causa de su pecado y por haberse apartado de su Ley. El Profeta habla en nombre de Israel para mostrar a Dios como justo en su castigo y no como un tirano. La nación de Israel estaba experimentando las ineludibles consecuencias de haberse apartado de Dios y de vivir en pecado, ahora experimentaban un profundo dolor.
El pecado tarde o temprano traerá terribles consecuencias. Dios es paciente, pero su paciencia no puede confundirse con indulgencia. Dios no puede cambiar, por tanto, el nunca dejará de ser justo.
Muchas personas hoy coquetean con el pecado. Con sus labios confiesan a Dios, pero con sus hechos lo niegan. Viven como si no consideraran a Dios como un Juez justo o en el peor de los casos, ven el amor y la misericordia como algo que pueden aprovechar en favor de su vida licenciosa. No erréis; Dios no puede ser burlado, todo lo que el hombre siembra, eso mismo recogerá.
Es momento de experimentar un arrepentimiento verdadero, considerando la justicia de Dios, el cual no dará por inocente al culpable. Que Dios tenga de nosotros misericordia.