Una de las verdades más gloriosas del cristianismo es esta: que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras ( 1 Cor 15:3). Lo que esto significa es que Jesús tomó nuestro lugar en la cruz, llevando la muerte que nosotros merecíamos pues esa es la paga del pecado, y habiendo resucitado, nosotros lo hicimos también con él y ya la muerte no puede reclamarnos en justicia si en verdad hemos creído en él. Como dije, eso es glorioso.
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Pero eso no es el fin de todo. Aunque el cuerpo de pecado ha sido destruido (Rom 6:6), la realidad es que el cristiano libre una lucha aún en sus miembros, esto es en su carne (Rom 7:7-25). Es una lucha entre los deseos de la carne y el Espíritu a la que el apóstol Pablo cataloga como una «batalla» (2 Tim 2:22; Gal 5:17).
La idea entonces es esta: nosotros por la fe hemos muerto al pecado y hemos sido redimidos de la maldad por medio del sacrificio de Cristo, pero mientras vivamos de este lado del cielo, nuestra lucha continúa porque esta carne corruptible aún sigue respondiendo a los estímulos del pecado y esta es una batalla que durará hasta nuestra glorificación, cuando lo corruptible se vista de incorruptibilidad (1 Cor 15:53). Entonces ¿qué debemos hacer? la respuesta es: pelear. La nueva pregunta es ¿cómo?
Como en toda guerra es necesaria una estrategia, una motivación y por supuesto armas. Yo no pretendo dar una cátedra práctica de cuántos pasos debemos seguir para… o las cinco cosas que debes evitar para… Más bien quiero concentrarme en examinar nuestras motivaciones. Nuestra victoria en esta batalla dependerá de si estamos pelando por los motivos correctos o no.
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He hablado con muchas personas en mi país que han ido como soldados a la guerra. Les he preguntado acerca de sus motivaciones y algunos me han hablado de dinero, otros de no tener nada más que hacer, otros lo ven como un trabajo y a otros porque les gusta la vida militar; pero no recuerdo haber encontrado a alguien que me diga que su motivación por ir a la guerra es defender los colores de la bandera y defender hasta la muerte la soberanía del país. Es probable que los haya y seguramente ejércitos completos conformados por hombres verdaderamente comprometidos, pero no es la mayoría de los casos. Eso es un ejemplo de pelear por los motivos equivocados.
Al igual que esos militares desenfocados, nosotros podemos perder de vista el verdadero motivo por el cual luchamos contra el pecado. Pero tal vez dirás, — al fin y al cabo lo importante es no pecar, no importa como y por qué lo logres, lo importante es el fin— Quiero comprobar que no.
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La lucha moralista
El pecado, en su significado más natural, se refiere a errar en el blanco. La idea es hacer algo en contra de los establecido, en este caso, de lo establecido por Dios, en ese sentido, toda transgresión de la ley de Dios es considerada pecado.
No cabe duda que a la vez que se violan las leyes divinas el pecado mancha nuestra imagen moral. El hombre vive en una degradación moral continua cuando vive en pecado; pero intentar dejar de pecar solo por reparar nuestra imagen moral, aunque es es válido, no es librar una verdadera lucha. Es como alguien que en la guerra solo se dedica a apagar los misiles que le lanza el enemigo, pero no busca destruir el arma que lanza los misiles.
Una persona puede lidiar con todas las implicaciones morales del pecado y aun así no haber ganado la batalla. La lucha moral contra el pecado puede librarla hasta alguien que no tiene a Cristo. Me explico. Una persona puede abandonar la adicción a la bebida, al tabaco o a los juegos sin necesidad de ser regenerado, esa persona está erradicando las implicaciones morales del pecado, pero no esta luchando contra él porque el pecado está arraigado en el corazón, la prácticas inmorales son sólo el síntoma de una enfermedad interna mucho mayor.
Muchas de las personas que están en nuestras iglesias piensan que la razón por la que no pecan es porque es algo que se ve mal ante los demás, pero no porque sienten un aborrecimiento frentero hacia el pecado. Eso es una lástima.
Para el moralista siempre será suficiente dejar de hacer ciertas cosas malas aun cuando no esté lidiando con la raíz del problema.
La lucha legalista
El legalismo no es más que moralismo religioso. A diferencia del moralismo simple del cuál hablamos arriba y que además puede ser observado aún sin un sentir religioso, el legalismo es la idea de que mis buenas acciones no sólo harán que las personas me vean como alguien bueno sino que además me permiten acceder al favor de Dios.
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Este es el tipo de lucha más frecuente que vemos contra el pecado. Hacerlo de esta manera es refrenarnos de la maldad solo por obtener algo a nuestro favor o por evitar algo en nuestra contra.
No son pocas las personas que tienen buena conducta dentro de la iglesia solo por escalar a ciertas posiciones de liderazgo o por recibir alguna bendición material por la que están pidiendo. Es como un hijo que solo obedece a sus padres para poder obtener algo de ellos, soy padre y sé que eso es decepcionante.,
Nosotros vemos este cuadro en el hijo mayor de la conocida parábola del hijo pródigo, el cuál es una representación vívida de la religión de la época. Él dice al padre lo siguiente:
He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. (Lc 15:29)
¿Pueden notar la razón por la cual el hijo mayor nunca había desobedecido? Él siempre esperó ganar el favor de su padre de esa manera. No era una obediencia motivada por el amor; sino una obediencia interesada. Creo que ese padre debió sentir tanta decepción y tristeza por ese hijo mayor como la que sintió cuando su hijo menor se fue de casa. Este hijo mayor no era menos pecador que el pródigo después de todo.
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Algunos viven una vida , no de mortificación al pecado sino de represión de pecado; es decir, la única razón por la que el pecado no se manifiesta externamente, no es porque luchan efectivamente contra él sino porque mancha su imagen, temen a las consecuencias o pierden favores. Eso es fariseísmo de la más baja clase. Ellos [los fariseos] actuaban así. No se acostaban con mujeres que no eran sus esposas, pero las miraban con lujuria y las codiciaban en sus corazones.
Me temo que ese farisísmo sigue vivo en muchos corazones. Personas que no consuman externamente el pecado y se sientes justos por eso, pero que lo llevan hirviendo dentro de sus almas, como si nunca hubiese sido erradicado. Es como alguien que trata de tapar un pedazo de carne podrida con olorosos pétalos de flores, tarde o temprano el olor nauseabundo saldrá, no podrá ser escondido porque nunca fue quitado de alli.
la lucha evangélica
Espero haber probado hasta ahora que hay formas no efectivas de luchar contra el pecado. Entonces ¿cuál es la manera correcta? Si el pecado es transgredir la ley de Dios, la manera de luchar contra él es observando la manera en que Dios lo hizo, y ¿cómo lo hizo Dios? él envió a su hijo para cargar en sobre sí todo el castigo del pecado y vencer así su dominio e imperio sobre nosotros, así que la manera correcta de luchar contra el pecado es a través del evangelio; es verlo a través de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Eso suena bien en teoría, pero debemos pensar en cómo convertimos eso en una realidad práctica en nuestras vidas.
Cuando pecamos la culpa viene inmediatamente a nuestros corazones, eso es crucial, es el inicio del arrepentimiento, puede venir acompañada de llanto y amargura; pero lo que sigue después es lo que determinará nuestro éxito.
Debemos preguntarnos, ¿por qué me siento así? Puede ser porque nos sentimos fracasados y eso es normal, pero la verdadera razón que nos lleve al arrepentimiento es pensar en que el pecado, cualquiera sea que haya cometido, fue el causante de la muerte del salvador en la Cruz. De hecho, si tan solo nuestro pecado fuera una «pequeña mentira» Cristo habría de ser castigado como lo fue.
Es allí cuando comenzamos a ver el pecado como un enemigo al que aborrecemos con todas nuestras fuerzas; porque fue él el causante de que nuestro hermoso Cristo fuera desfigurado. Si eso no llena de amargura y deseos de no pecar más a alguien, entonces lo que ese alguien debe evaluar es su fe.
¿Lo ves? Esta manera de luchar con el pecado no es centrada en lo que los demás piensan ni en cómo no sentimos ni en cuanto ganamos o perdemos; esta manera de luchar es basada en lo que Cristo tuvo que padecer y la manera en que padeció.
Quiera el Señor ayudarnos a ver el pecado como lo que verdaderamente es, como algo que debemos aborrecer solo porque somos conscientes de cuánto tuvo que hacer Dios para poner en orden el desastre que éste ocasionó.