Lecciones que aprendí de enseñar 1 Corintios

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Una de las grandes bendiciones de la predicación expositiva consecutiva es que nos pone como predicadores de frente con pasajes o libros que tal vez desde nuestro gusto particular no escogeríamos para enseñar, posiblemente por la complejidad para interpretar o por lo difíciles que puedan resultar algunos temas; sin embargo, como llamados a ser mensajeros de Dios, nos hemos embarcado en la tarea de enseñar la Biblia fielmente, ese llamado implica predicar todo el consejo de Dios y eso incluye libros y pasajes poco populares. 

Tuve el privilegio de enseñar en nuestra iglesia la primera carta de Pablo a los corintios, y aunque confieso que en principio solo estaba pensando en qué iba a hacer cuando llegara a los capítulos 12, 13 y 14, famosos por abordar el tema de los dones de lengua y profecía y su uso en el culto, fue una gran sorpresa poder mirar más allá y haber caminado por uno de los senderos más ricos de toda la Escritura en cuanto a la iglesia local y el rol del evangelio en cada una de sus dinámicas. La primera carta a los corintios es el testimonio de un Dios que trabaja aún en medio de la infidelidad de Su pueblo, pero al mismo tiempo una ventana al evangelio, no en los términos teológicos y académicos que acostumbramos, sino funcionando en los que componen la iglesia. 

Quiero, por tanto, sin pretensión exhaustiva, compartir algunas lecciones muy personales que aprendí de haber enseñado 1 Corintios. Algunas de ellas son la confirmación de verdades de las que me había apropiado con anterioridad y otras podría calificarlas como un agradable descubrimiento. 

La iglesia no tiene que ser perfecta para ser amada

El apóstol Pablo inicia su carta como habitualmente lo hace. Un saludo y una nota de alabanza; sin embargo, rápidamente aparecen unas palabras que son llamativas:

Siempre doy gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús, porque en todo fuisteis enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento, así como el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en vosotros; de manera que nada os falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Corintios 1:4-8 )

Sí, así como lees. Si eres alguien con un conocimiento esencial de la Biblia, sabrás antes de empezar a leer esta carta que la iglesia de Corinto tenía varios problemas; divisiones, celos, envidias, abuso de los dones, confusiones sobre la resurrección, idolatría ¡y hasta se emborrachaban en la celebración de la Cena del Señor! Pero Pablo se refiere a ellos como “enriquecidos… el testimonio de Cristo fue formado en ustedes… no les falta nada… y al final serán confirmados cuando el Señor venga”.

¿Cómo podía Pablo ver todo eso en una iglesia tan corrompida? La respuesta está en el versículo 10: “Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro.”

El apóstol estaba viendo más allá de sus incapacidades, él estaba convencido que Dios los había llamado, que a pesar de su evidente inmadurez eran creyentes y que el Dios fiel iba a trabajar en ellos y los iba a perfeccionar.  

Pablo estaba viendo a la iglesia como Dios la ve. Y aunque ciertamente habló con vehemencia sobre sus faltas y los exhortó duramente, nunca perdió de vista que eran la iglesia del Señor. 

Esto me ayudó mucho a pensar en mi propia iglesia. Tenemos problema, enfrentamos desafíos cada semana, y aunque tal vez no son tan profundos como los de Corinto, debo recordarme continuamente que son la Iglesia del Señor, no la mía, que no debo quejarme de la novia de Cristo, que debo orar para que el Señor los perfeccione y que yo mismo hago parte del mismo proyecto. 

Las divisiones en la iglesia surgen de un entendimiento pobre del evangelio 

La segunda lección que aprendí de mis amados hermanos corintios, es que la división puede tener muchas formas, pero en el fondo su raíz es la misma: un entendimiento pobre del evangelio.  

La iglesia estaba dividida por muchas razones: preferencia de un líder sobre otro, litigios, comidas, posición económica, costumbres, etc. Dividirse era casi un deporte en esa iglesia y cuando Pablo ataca el problema, él cava profundo, los lleva al evangelio. Les recuerda a quien pertenecen y quién es el que ha sido hecho para ellos justificación, redención, santificación (1 Cor 1:30). 

A veces queremos lidiar con la división de manera superficial. Estos problemas no se arreglan a punta de tolerancia, se arreglan llevando a las personas involucradas a entender que no hay nada en él por lo que pudiera considerarse superior o mejor a otro y que si hay alguna virtud de la cual jactarse, toda ella proviene de Cristo y no de ninguna condición individual. 

El evangelio nos pone a todos a la misma altura. Nos pone a arrancar desde el mismo punto y nos lleva exactamente al mismo tiempo a la meta. Nadie es más y nadie es menos y ese es el mejor antídoto contra la división. 

Como pastor aprendí que es inútil intentar resolver las divisiones solo llegando a acuerdos que en ocasiones pudieran ser forzados o superficiales, que es necesario un entendimiento profundo del evangelio con el fin de que si bien no estemos de acuerdo en todas las cosas, podamos entender que nuestro llamado es ponernos debajo del otro y buscar su bien y no el nuestro y eso solo proviene de la Cruz. 

La iglesia está llamada a ser santa

La santidad es un tema cardinal en Corinto. Esta era una iglesia con mucho conocimiento, intelectual, de hecho le reclamaban a Pablo por ser simple en su retórica y sencillo en el mensaje, le pedían que fuera más sofisticado en el discurso, habían abrazado filosofías elegantes y eran expertos en retórica y argumentación; pero eran mundanos en su forma de vivir. Fornicaban, veían la inmoralidad sexual como apetitos biológicos, algo así como el deseo por comer. Se demandaban unos a otros en litigios públicos por nimiedades y hasta toleraban a un hombre que se acostaba con su madrastra.  Además de eso, sus banquetes eran una celebración que involucraban gula y borracheras mientras excluían a los hermanos con menos posibilidades económicas. 

Esta es la prueba de que el conocimiento envanece y que de nada sirve dominar el arte de la retórica y la argumentación, incluso en teología, si eso no se traduce en una vida santa. 

La piedad cristiana implica conocimiento, pero es más que eso.  Es un compromiso por honrar lo que Dios honra y aborrecer lo que Dios aborrece. 

Los dones son para edificar y no para dividir 

Una importante lección que aprendí es acerca de los conocidos capítulos 12, 13 y 14 es que Pablo no está resolviendo la controversia entre cesacioncistas y continuistas, que tampoco está buscando definir de manera estricta y detallada el uso de cada don en el culto; lo que Pablo hace no es otra cosa que enfatizar que sea cual sea el don o la habilidad que alguien posea, eso debe buscar edificar el cuerpo y promover la unidad y no dividir. 

Dios ha dado dones por medio del Espíritu Santo y estos deben usarse para la edificación. La iglesia debe buscar los dones que más contribuyan a ese propósito y no deben convertirse en las luces de un espectáculo amarillista. 

Algo que aprendí en este punto es que en ocasiones perdemos de vista el hecho de que Dios está trabajando por su Espíritu a través de los dones, incluso si no son espectaculares. Podemos concentrarnos tanto en la profecía y las lenguas que perdemos de vista a los que presiden, sirven, enseñan, reparten con liberalidad, etc. Es el mismo Espíritu Santo, repartiendo, con el mismo propósito, que la iglesia sea edificada por medio de cada uno, sin importar que a simple vista sea considerado pequeño o insignificante. 

La doctrina sí importa 

Pablo cierra las exhortaciones de su carta aclarando un aspecto importante de la doctrina cristiana: la doctrina de la resurrección. 

Los hermanos de Corinto habían abrazado algunas ideas extrañas acerca de la resurrección de los cuerpos y estaban comprometiendo el hecho de que Jesucristo mismo haya sido Dios encarnado y Pablo les explica con detalle el peligroso camino que estaban tomando y los pone de vuelta en la esencia de la doctrina apostólica. 

No debemos menospreciar la doctrina. A veces, en el ánimo de hacer los sermones más prácticos y amenos, olvidamos tratar doctrinas importantes que salen del texto. Es cierto que no podemos como predicadores convertir nuestros sermones en una clase de seminario, pero tampoco debemos dejar de afirmar las verdades esenciales de la fe, especialmente en un tiempo en el que el cristianismo es tan atacado. 

Hasta aquí algunas de las cosas más destacadas que me dejó enseñar este libro por varios meses. Confío en que, ya sea que como predicador regular lo enseñes o lo leas como parte de tu estudio devocional, puedas también tener provecho de esta carta que es la Palabra de Dios. 


Aquí puedes encontrar la serie completa en formato de video y también los manuscritos de cada sermón: Ir a la sierie

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Jacobis Aldana

Está casado con Keila y es padre de Santiago y Jacobo. Jacobis sirve en el ministerio pastoral desde 2010. Es licenciado en Teología del Seminario Teológico de Miami (MINTS) y actualmente candidato a Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary. Ha servido como director editorial en Soldados de Jesucristo y es miembro fundador de la Red de iglesias Bíblicas del Caribe Colombiano y también trabaja como maestro-directivo de la fundación de Estudios Bíblicos Alfa y Omega.