Manuscrito
Texto bíblico: Eclesiastés 5:18-20
Una pregunta que has tenido que responder algún día si eres padre es esta: ¿Si Dios sabía que Adán y Eva iban a ser tentados, por qué puso esas cosas en el huerto para que las desearan?
No sé si lo ves, pero en el fondo hay un esfuerzo por liberar a Adán y a Eva de la responsabilidad del pecado y cargarlo a Dios.
No vamos a entrar en todos los detalles sobre este asunto, pero algo que debemos tener siempre a la mano como respuesta es: todo lo que Dios creó en el Edén era bueno en gran manera y lo puso a disposición de sus criaturas para que escogieran voluntariamente disfrutar de esas cosas y dieran así gloria a su nombre.
Casi siempre pensamos en el árbol que era prohibido comer y no en el hecho enormemente visible de que Dios dijo a Adán y Eva: de todos los árboles del huerto pueden comer (Gen 2:16). El engaño de Satanás fue convencer a Adán y Eva que serían libres cuando comieran del árbol que Dios había prohibido, pero la verdad es que ya eran libres, lo que estaban escogiendo era el camino de la esclavitud, sí, la esclavitud de sus propios deseos y pasiones.
Ese fue, es y ha sido siempre el engaño del pecado. Convertir las cosas que Dios creó para que las disfrutemos en libertad, en una cadena que nos ata, nos amarga y nos perturba.
En los versículos anteriores, el Predicador nos mostró la actitud incorrecta frente al dinero y las posesiones: “un grave mal que he visto bajo el sol.” Vimos cómo esta perspectiva errónea presenta el dinero como resultado del esfuerzo humano que debe ser perseguido obsesivamente, que se acumula en lugar de disfrutarse, y que al final trae turbación, ansiedad y miseria en lugar de la paz prometida.
Pero ahora el Predicador hace una transición importante Después de mostrarnos toda esa vanidad y sufrimiento, nos presenta la perspectiva sabia, que es completamente opuesta: ve todo bien como algo que Dios da – no como conquista humana sino como regalo divino. No se convierte en objeto de acumulación sino de disfrute genuino. Y por último, en lugar de traer turbación, trae alegría y paz verdaderas.
Noten la importancia de esta frase: Esto es lo que yo he visto que es bueno y conveniente: Esta es una de las pocas veces en todo Eclesiastés donde el Predicador declara que algo es genuinamente bueno y conveniente/hermoso, usando el lenguaje del Edén. Es significativo que cuando finalmente encuentra algo verdaderamente bueno, menciona a Dios repetidamente – tres veces en solo tres versículos.
Esta es la otra cara de la moneda en relación al dinero: cuando Dios está en el centro, nuestra manera de relacionarnos con el dinero y los bienes materiales cambia radicalmente.
Y este es el argumento que quiero proponerles para estos versículos, que entre otras cosas revelan la progresión que define nuestra actitud frente a los bienes de este mundo:
Todo el bien que recibimos es don de Dios para que lo disfrutemos con gozo y vivamos en paz
Y vamos a desarrollarlo a la luz de los siguientes encabezados:
- Todo bien viene como don de Dios
- Dios lo da para que lo gocemos
- El gozo trae paz al corazón
1. Todo bien viene como don de Dios
He aquí lo que yo he visto que es bueno y conveniente: que coma y beba, y goce del bien de todo su trabajo… porque esta es su parte
El Predicador comienza esta sección con una declaración que marca un cambio con respecto al resto del libro: “He aquí lo que yo he visto que es bueno y conveniente.” Después de capítulos enteros observando vanidad tras vanidad, finalmente encuentra algo genuinamente bueno. Y lo primero que establece es el origen de todo bien: viene de Dios.
El texto nos dice que debemos “gozar del bien de todo su trabajo con que se afana debajo del sol todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte.” La palabra clave aquí es “parte” – no es conquista, no es mérito, no es resultado inevitable del esfuerzo. Es la porción asignada por Dios. Ya hemos visto este concepto antes en el libro. Esta es su herencia. Lo que Dios le da. Esto cambia completamente nuestra perspectiva sobre lo que poseemos.
Cuando vemos nuestros bienes como don de Dios, cambia radicalmente la manera en que nos relacionamos con ellos.
El tiempo mismo es regalo. Él es quien nos da la capacidad de trabajar, la oportunidad de “afanarnos”, la fuerza para producir.
El trabajo mismo es regalo. Y Él es quien determina el fruto de ese trabajo, “el bien” que resulta de nuestro esfuerzo. Los resultados son regalo.
Esta perspectiva contrasta directamente con la mentalidad que el Predicador describió antes. La persona que ama el dinero ve sus bienes como producto de su astucia, su esfuerzo, su capacidad. Por eso nunca se sacia – porque cree que puede y debe conseguir más. Pero quien entiende que todo viene como don de Dios ve sus bienes como una provisión que debe ser usada para darle gloria. No como algo que merece, sino como algo que recibe.
Esto explica por qué el contentamiento es posible para quien tiene esta perspectiva, pero imposible para quien no la tiene.
Si mis bienes son mi conquista, entonces siempre puedo conquistar más y por tanto nunca tengo suficiente. Si mis bienes son mi porción de Dios, entonces tengo exactamente lo que Él determinó que necesito y puedo estar en paz con eso.
El Predicador ha llegado a esta conclusión después de observar toda la vanidad del mundo. Ha visto que perseguir los bienes como si fueran nuestro derecho conduce a la miseria, ha visto que acumularlos como si fueran nuestro tesoro conduce a la ansiedad. Pero también ha visto que recibirlos como don de Dios abre la puerta a una experiencia completamente diferente.
Todo lo bueno que experimentamos tiene su origen en la generosidad de Dios, no en nuestra capacidad de obtenerlo.
Cuando entendemos esto, estamos listos para el siguiente paso: disfrutar genuinamente lo que Él nos ha dado.
2. Dios lo da para que lo gocemos
Igualmente, a todo hombre a quien Dios ha dado riquezas y bienes, lo ha capacitado también para comer de ellos, para recibir su recompensa y regocijarse en su trabajo: esto es don de Dios
La palabra hebrea traducida como “capacitado” (shalat) significa ser capacitado, tener autorización, recibir la facultad divina. Esto significa que el disfrute genuino no es automático – requiere que Dios nos capacite para experimentarlo.
Es posible tener abundancia, pero no tener la capacidad de disfrutarla. El avaro de los versículos anteriores tenía riquezas, pero no tenía poder para gozar de ellas. Dios debe darnos tanto la provisión como la gracia para celebrarla. Esta capacidad dada por Dios para el disfrute es lo que transforma los bienes materiales de carga en bendición.
Pero ¿qué significa realmente “disfrutar” según la perspectiva bíblica? No es derrochar dinero irresponsablemente, no es vivir una vida dedicada únicamente a los lujos, no es malgastar recursos que deberíamos administrar sabiamente. Disfrutar bíblicamente es celebrar con gozo genuino lo que Dios provee. Es reconocer sus regalos con gratitud y experimentar el placer que Él diseñó que sintiéramos al recibirlos.
Hay un sentido de satisfacción pura en recibir y disfrutar los bienes que da el Señor, y esa satisfacción da gloria a Su nombre. Cada vez que participamos de algún bien – una comida deliciosa, un momento de descanso, una bendición material – hay un sentido de placer que experimentamos. Ese placer es puro en su origen, pero el pecado lo ha pervertido, convirtiéndolo en idolatría, gula, o materialismo.
Es en Dios que encontramos la esencia del verdadero disfrute. Esto no es sentir dolor cada vez que gastamos dinero porque vemos reducirse nuestros ahorros. Tampoco es convertirnos en esclavos de los placeres, porque cuando Dios está en el centro, los placeres no nos controlan. Y definitivamente no es hacer cosas para exhibirlas ante otros, porque nuestra identidad está segura en Cristo, no en nuestras posesiones.
El sentido en el que nuestro disfrute da gloria a Dios es significativo. Él nos ama como un padre ama a sus hijos y nos da regalos porque encuentra gozo en nuestra alegría.
No debemos perseguir el placer como la meta suprema de la vida, pero cuando tengamos la oportunidad debemos celebrarlo como algo que engrandece al Señor. Este es el propósito mismo para el cual fuimos creados. De no haber aparecido el pecado, nuestra vida habría sido multiplicarnos y disfrutar del mundo que Dios nos dio para administrar, con todas sus bondades. El pecado apreció, arruinó ese privilegio, pero en Cristo es redimido y todo e s puesto en orden
Nadie que esté en Cristo debería sentir culpa por experimentar el placer que producen las cosas que vienen como un regalo del Señor.
Es importante mencionar que ese disfrute no depende de la cantidad de bienes sino de saber que es el Señor quien los provee bien sea como resultado de nuestro trabajo o como una muestra generosa de su cuidado.
Debemos cultivar una perspectiva redimida del disfrute. El mundo y el pecado la han pervertido, y a veces nos privamos de celebrar los regalos de Dios porque hemos perdido la capacidad de ver Su bondad en ellos.
Como dice el Salmo 37:4: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.” Y 1 Timoteo 6:17 nos recuerda que Dios “nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.”
Algunas formas prácticas de cultivar este disfrute bíblico incluyen:
- Ser intencionales en agradecer con asombro cada vez que el Señor nos permite experimentar el disfrute que viene como resultado de nuestro trabajo o de alguna otra fuente que él desee usar.
- Apartar intencionalmente parte de nuestro presupuesto, de manera responsable, específicamente para disfrutar – no como gasto impulsivo sino como celebración planificada de la bondad de Dios.
- Practicar la generosidad, participando a otros de ese disfrute.
Si sientes que no estás disfrutando del fruto de tu trabajo o de lo que el Señor provee pregúntate ¿por qué? ¿Qué es lo que te está impidiendo experimentar gozo? ¿Te sientes culpable cuando tienes que gastar tu dinero en lugar de acumularlo?
Algo que debemos considerar es que cuando disfrutamos de manera sabia, nuestro gozo se convierte en adoración, y estamos listos para experimentar el fruto que eso produce: paz, no culpa, ansiedad o amargura sino eso: paz.
3. El gozo trae paz al corazón
Pues él no se acordará mucho de los días de su vida, porque Dios lo mantiene ocupado con alegría en su corazón.
El Predicador concluye esta enseñanza con una promesa extraordinaria: la persona que tiene la perspectiva correcta sobre los bienes y los disfruta como don de Dios experimenta algo que el avaro nunca conoce – paz y alegría de corazón. “No se acordará mucho de los días de su vida” no significa que vive en el olvido, sino que no está obsesionada con contar días, calcular pérdidas, o atormentarse con ansiedades sobre el futuro.
Esto contrasta directamente con la descripción que el Predicador hizo del avaro: “todos los días de su vida come en tinieblas, con mucha molestia, enfermedad y enojo.” El avaro cuenta cada día con ansiedad, calculando, preocupándose, atormentándose. Pero quien entiende que todo es don de Dios y lo disfruta apropiadamente vive con una paz que trasciende las circunstancias.
La razón de esta paz es esta: “Dios le llena de alegría el corazón.” No es que sus circunstancias sean perfectas, o que nunca enfrente dificultades económicas. Es que Dios mismo se convierte en la fuente de su alegría, no sus posesiones. Cuando Dios llena el corazón, las ansiedades sobre dinero, futuro, y seguridad pierden su poder de atormentar.
El rico ansioso del versículo 12 no puede dormir porque “la hartura del rico no le permite dormir.” Pero quien tiene a Dios llenando su corazón de alegría puede descansar, porque su seguridad no depende de cuánto dinero tiene sino de la fidelidad de su Padre celestial.
El resultado final de entender que todo bien viene como don de Dios y que Él nos capacita para disfrutarlo es esta paz profunda del corazón.
Esta es la gran diferencia entre el dinero visto “por encima del sol” y la visión “por debajo del sol”. La visión “por debajo del sol” dice: “acumula lo suficiente y tendrás paz.” La visión “por encima del sol”: “reconoce que todo es don de Dios, disfrútalo con gratitud, y Él llenará tu corazón de alegría que produce paz verdadera.”
El Predicador ha completado el contraste. Ha mostrado el “grave mal” de amar y acumular dinero, y ahora ha mostrado el “gran bien” de recibirlo como don divino y disfrutarlo con gratitud. La elección está delante de nosotros: ¿viviremos atormentados por lo que no tenemos, o viviremos en paz disfrutando lo que Dios nos ha dado? ¿En qué lado de estos dos aspectos estás?
Si sigues amando el dinero vas a cosechar cansancio, turbación y estarás cada vez más lejos del Señor, pero si abrazas esta visión sabia a la que Dios nos llama, todas las cosas que el Señor nos permita obtener en este mundo cumplirán su verdadero propósito: que Dios reciba mayor gloria cuando más nos gozamos y nos deleitamos en lo que Él provee.
La sabiduría madura del Predicador nos muestra que hay una manera mejor de relacionarnos con los bienes de este mundo, una manera que honra a Dios y trae paz a nuestros corazones.