Si usted es un lector regular de la biblia, o está relacionado con ella en alguna manera, notará que una de las porciones de contenido más difíciles de procesar, son aquellas relacionadas con leyes y normas que parecen estar muy distante de nosotros y más bien retratan las prácticas arcaicas de una civilización extinta. Sin embargo; cuando hablamos de los 10 mandamientos, no solo nos referimos a un conjunto de normas morales y espirituales para el pueblo de Israel; si no la base misma sobre la cual se mide la obediencia o desobediencia al Dios de la Biblia.
No es apresurado decir que esta pequeña porción es un resumen significativo de lo que Dios pide de aquellos que son llamados a ser Su pueblo.
Hoy entramos a una sección escabrosa de Éxodo. A partir del decálogo, se desprenden también una serie de normas civiles, éticas y ceremoniales que Dios ordena a Su Pueblo y que va hasta el capítulo 23, aunque en Levítico se amplían y en Deuteronomio se recapitulan, es una porción en la que somos tentados a pasar por alto o ir demasiado rápido.
Lo cierto es que Dios se ha dado a conocer a Su pueblo y ahora les da una serie de normas para que ellos vivan conforme a lo que son: Su pueblo, el pueblo libre del Señor. Tal como vimos la semana pasada, una vez hemos sido liberados de la esclavitud, ahora tenemos una nueva capacidad para una obediencia gozosa y dicha obediencia es precisamente a la ley de Dios.
Y este es el argumento que quiero proponerles:
Dios da la ley al pueblo libre para que este se relacione correctamente con Él y así mismo entre ellos.
Veamos entonces el desarrollo de eso a la luz de los dos siguientes encabezados, que son, entre otras cosas, la manera en la que también Jesús resumió la ley: amar a Dios sobre todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.