Manuscrito
Texto bíblico: Eclesiastés 5:10-17
El 3 de julio de 1916 murió en Nueva York una mujer que había sido considerada la persona más rica de América. Hetty Green había acumulado una fortuna equivalente a más de 17 mil millones de dólares actuales. Tenía propiedades en todo el país, prestaba dinero a ciudades enteras, y los banqueros más poderosos de Wall Street venían a pedirle consejos financieros.
Pero el día de su muerte, Hetty Green, a quién llamaban “La bruja de Wall Street” llevaba puesto el mismo vestido negro que había usado durante más de 20 años. Nunca lo lavaba porque decía que eso gastaba el jabón innecesariamente. Vivía en apartamentos baratos, comía avena fría todos los días porque no quería pagar el gas para calentarla, y cargaba sus documentos millonarios en una maleta destartalada porque se negaba a pagar por una oficina.
Su obsesión por no gastar dinero llegó a tal extremo que cuando su hijo se lastimó la pierna, ella se negó a llevarlo a un médico privado y buscó durante horas clínicas gratuitas. Por esa demora, el niño perdió la pierna y tuvo que usar una prótesis de madera el resto de su vida.
La mujer más rica de América murió discutiendo con una empleada doméstica sobre el precio de un vaso de leche desnatada.
Había pasado su vida entera acumulando dinero, pero nunca pudo disfrutar ni un centavo de lo que tenía. Vivió bajo la esclavitud de aquello que persiguió toda su vida esperando tener un poco de libertad.
Sé que esta historia te puede sonar distante, después de todo, puedes estar considerando que nunca llegarías a tal punto; pero el amor al dinero no es un tema menor en la Biblia y es quizás una de las cosas de las que con mayor insistencia debemos cuidarnos.
El Apóstol Pablo advirtió que la raíz de todos los males es el amor al dinero y el Señor Jesucristo, cuando tuvo que poner a un “dios” de este mundo que competía por nuestra lealtad a Dios se refirió a “Mamón” el dios de las riquezas.
Consciente de este mal y de que es una realidad debajo del sol con la que debemos andar con sabiduría, el Predicador nos provee ahora una perspectiva desde donde el dinero se ve sin maquillaje y sin máscara, con su cara real, la misma en la que se ven dos cosas: insatisfacción y vanidad.
En los versos que hoy consideraremos, esta parece ser la idea:
El que ama el dinero no se saciará, y el que lo acumula lo guardará para su mal
La cual espero que desarrollemos a la luz de los siguientes encabezados, conforme a la división natural del texto:
- La insatisfacción de desear el dinero (10-12)
- La vanidad de acumular dinero (13-17)
1. La insatisfacción de desear el dinero (10-12)
El Predicador comienza este consejo sobre el dinero con una afirmación que va directo al corazón del problema: “El que ama el dinero no se saciará de dinero, y el que ama la abundancia no se saciará de ganancias. También esto es vanidad.”
Si alguien tenía autoridad para hablar en estos términos era Él, después de todo, había invertido buena parte de su vida en la búsqueda de sentido para la vida en las riquezas. Así describió el proceso en el capítulo 2:
Compré esclavos y esclavas, y tuve esclavos nacidos en casa. Tuve también ganados, vacas y ovejas, más que todos los que me precedieron en Jerusalén. 8 Reuní también plata y oro para mí y el tesoro de los reyes y de las provincias. Me proveí de cantores y cantoras, y de los placeres de los hombres, de muchas concubinas…Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho y el trabajo en que me había empeñado, y resultó que todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol. (2:7-8;11)
Pero ahora, en esta recién estrenada sabiduría, la adquirida después de entender que todo tiene su tiempo, el Predicador nos provee de las razones por las cuales perseguir el dinero es infructuoso o vano:
Porque es un deseo insaciable (v.10). El que ama el dinero nunca se sacia de dinero. Es como tratar de apagar la sed bebiendo agua salada – mientras más bebes, más sed tienes. El dinero es altamente adictivo. Si tienes mil, necesitas diez mil. Si tienes diez mil, necesitas cien mil. Si tienes un millón, necesitas diez millones. Cuando se ama el dinero la línea de “suficiente” siempre se mueve más allá de lo que tienes.
Pero ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre en el corazón que conduce al individuo a esta carrera tan infructuosa? Hay muchas razones, pero en el fondo es el deseo de algo que nos provea seguridad, satisfacción, identidad y poder.
Hay un anhelo interno en nuestros corazones de plenitud, el dinero produce la falsa sensación de que lo hemos alcanzado, pero luego nos damos cuenta que es un espejismo y seguimos persiguiendo, ignorando que nuestra verdadera plenitud solo viene cuando nos encontramos completos en Dios.
Las personas que aman el dinero están convencidas de que todo lo que hay termina con esta vida. Para ellos la idea de la eternidad no es atractiva, ni siquiera relevante y debido a que creen que tienen tiempo limitado para alcanzar lo que quieren entonces corren sin descanso y eso es absurdo.
Piensa en una caminadora y en la idea que la persona que la está montando ignora que corre en un bucle interminable, pero él está convencido que todo terminará cuando alcance la pared que tiene enfrente. El resultado es que va a correr sin parar y nunca alcanzará la pared (suponiendo que la cinta gira sin fin sin dañarse).
Usando el lenguaje del predicador: Entre más por “debajo del sol” es nuestra perspectiva de la vida, mayor será nuestra infructuosa carrera por tener más de lo que ya tenemos.
Podría seguir dando argumentos por los cuales el dinero produce esta adicción tan problemática, pero solo permítame uno más.
Amamos el dinero y lo perseguimos incansablemente porque no estamos contentos con lo que tenemos. Eso fue lo que el Señor Jesucristo enseñó en Mateo 6 cuando advirtió de no amar las riquezas de este mundo, Él dijo, están contentos con lo que tienen, con sustento y abrigo estemos contentos (Mt 6:8-11).
En palabras del autor de Hebreos:
Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé», de manera que decimos confiadamente: «El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?». (Heb 13:5-6)
El contentamiento no es otra cosa que el resultado de la gratitud, por lo que la insatisfacción es el resultado de no tener gratitud. Una visión corta del Dios que suple todas nuestras necesidades nos conduce sin obstáculos a un deseo de tratar de encontrar en el dinero y las cosas materiales la plenitud que solo encontramos en Él.
Así que, si realmente deseas hacerle frente al deseo inevitable e insaciable por tener más dinero, profundiza en tu comprensión de la eternidad y pídele al Señor que te ayude a vivir con gratitud y contentamiento.
Hemos visto entonces un asomo de explicación de por qué el dinero se convierte en un deseo insaciable, pero el Predicador nos da más razones por las cuales perseguir el dinero es considerado vanidad.
Tener más trae más problemas (v.11). “Cuando aumentan los bienes, aumentan también los que los consumen. Así, pues, ¿cuál es la ventaja para sus dueños, sino verlos con sus ojos?” Esta es la paradoja cruel de la riqueza: mientras más tienes, más gente aparece para ayudarte a gastarlo.
Más bienes significan más administradores, más empleados, más familiares “necesitados”, más “amigos” con proyectos de inversión, más gastos de mantenimiento, más seguros, más preocupaciones. El rico descubre que su riqueza no le pertenece realmente; él simplemente la administra para una multitud de consumidores. La única “ventaja” que le queda es mirar con sus ojos todo lo que tiene pero que otros disfrutan.
Tercera razón: Porque quita el sueño y la paz (v.12). “Dulce es el sueño del trabajador, coma mucho o coma poco; pero la hartura del rico no le permite dormir.”
Esto no es una regla de estricto cumplimiento, después de todo hay también pobres, trabajadores y ansiosos porque desean las riquezas. Lo que el Predicador parece mostrar es, en relación con la idea anterior, que una persona que se dedica a trabajar para vivir con lo necesario, sin el afán típico de acumular, no experimenta los tormentos de pensar en la polilla y el orín corroen.
Esto no es una invitación a una vida mediocre, sino a una vida de contentamiento. Proverbios resume muy bien este pensamiento:
Dos cosas te he pedido,
No me las niegues antes que muera:
Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas,
No me des pobreza ni riqueza;
Dame a comer mi porción de pan,
No sea que me sacie y te niegue, y diga:
«¿Quién es el Señor?».
O que sea menesteroso y robe,
Y profane el nombre de mi Dios. (Pr 30:7-9)
El trabajador que gana poco pero honestamente puede descansar porque sabe que ha hecho lo que puede y eso es lo que trae verdadera satisfacción. No está pensando en producir más de lo que su capacidad pueda administrar. Pero el rico que confía en sus riquezas se acuesta cada noche con ansiedad: ¿y si pierdo esto? ¿Y si las inversiones fallan? ¿Y si alguien me roba? ¿Y si la economía colapsa?
Su “hartura” – esa abundancia que debería darle seguridad – se convierte en una fuente constante de insomnio y ansiedad.
Es menester también aclarar que así como ser pobre y trabajador no garantiza paz sueño tranquilo porque se puede ser pobre y avaro, tampoco ser rico es estrictamente sinónimo de turbación porque se puede ser rico y confiado en el Señor, no en las riquezas.
El punto está más bien en que hay una realidad y es que entre más tenemos y más deseamos es mucho más probable que más ansiosos estemos, pero no es que sea necesariamente problemático ser rico.
Estas tres realidades nos muestran que el deseo por el dinero es completamente vano y una carrera agotadora. No solo no nos da lo que promete, sino que nos quita lo que ya tenemos: contentamiento, paz.
El deseo por tener más dinero es una trampa diseñada para hacernos miserables en nombre de hacernos felices.
Es vanidad porque promete satisfacción y entrega esclavitud, promete soluciones y entrega problemas nuevos, promete descanso y entrega ansiedad y turbación.
Ahora bien, hay una segunda cosa sobre la que el predicador advierte cómo peligros que se derivan del amor al dinero y es, además del deseo por tenerlo, el acumularlo.
2. La vanidad de acumular dinero (13-17)
Una cosa es querer dinero, y otra muy diferente es el comportamiento obsesivo de guardarlo sin propósito, aunque ambas son problemáticas. Alguien puede desear dinero y tenerlo o no, pero por otro lado, están los que lo obtienen y lo acumulan obsesivamente.
El Predicador identifica esto como un grave mal que he visto bajo el sol y nos presenta tres advertencias sobre lo que produce la acumulación.
Primera advertencia: Se guardan para el mal (v.13): Las riquezas guardadas por su dueño para su mal.” El texto sugiere que las riquezas que se guardan sin propósito beneficioso terminan perjudicando al mismo que las acumula. El dinero guardado para el mal es dinero que no se usa para bien – ni para el disfrute propio, ni para el beneficio de otros, ni para la gloria de Dios. Se convierte en un ídolo que demanda adoración constante pero nunca da nada a cambio. Es simplemente eso, guardar por guardar, con miles de razones, pero ninguna al final, solo por la satisfacción que produce saber que está ahí. Es a eso a lo que se refiere el predicador como “un gran mal”.
Segunda advertencia: No se pueden llevar después de la muerte (vv.15-16). “Cómo salió del vientre de su madre, desnudo, así volverá, yéndose tal como vino. Nada saca del fruto de su trabajo que pueda llevarse en la mano.” Esta es la cosa más confrontadora con respecto a la acumulación: es completamente temporal. El Predicador usa la imagen más gráfica posible – llegamos desnudos al mundo y nos vamos desnudos. “¿Qué provecho tiene el que trabaja para el viento?” La persona que dedica su vida entera a acumular dinero está trabajando para nada, porque al final no puede llevarse ni un centavo en la mano.
Tercera advertencia: Producen amargura y enojo por no querer gastarlo (v.17). “También esto es un grave mal: que tal como vino, así se irá. Por tanto, ¿qué provecho tiene el que trabaja para el viento? Además, todos los días de su vida come en tinieblas, con mucha molestia, enfermedad y enojo.”
Aquí está el resultado final de la acumulación obsesiva: una vida de miseria autoimpuesta. La persona vive “en tinieblas” – sin gozo, sin luz, sin disfrute. Come, pero no disfruta la comida porque está calculando cuánto cuesta. Vive, pero no disfruta la vida porque está obsesionada con no gastar. La “molestia, enfermedad y enojo” son el precio que paga por su avaricia. Se enferma de ansiedad, se molesta por los gastos necesarios, se enoja con todo lo que amenace su acumulación.
Nunca verás a un acumulador feliz porque la idea de disminuir sus riquezas, así sea para cosas necesarias, no lo deja.
Esta es la vanidad de acumular dinero convierte la vida en una prisión autoimpuesta. El acumulador obsesivo se roba a sí mismo todo lo bueno de la vida en nombre de preservar lo que no podrá disfrutar.
Es como un perro que se pasa la vida cuidando un hueso que nunca se come, hasta que muere de hambre al lado de su tesoro.
La acumulación sin propósito no es sabiduría financiera; es una forma sofisticada de suicidio emocional y espiritual.
El Predicador nos está mostrando que tanto desear como acumular dinero son formas de vanidad que nos roban una vida vivida en paz.
No sé si ya lo notaron, pero lo que el Predicador ha hecho a lo largo de estos versículos es ponernos frente a la pregunta ¿cuál es el papel del dinero en tu vida? ¿Cómo te relacionas emocionalmente con Él? ¿Lo que estás acumulando tiene un propósito real o solo lo haces por la sensación de seguridad que te da con respecto al futuro?
Mis amados, es increíble todo lo que nuestra relación con el dinero dice acerca de nuestra fe y nuestra propia relación con Dios. Puedes que no seas Hetty Green, pero lo que la movía a ella es exactamente lo que pudiera moverse a ti y a mí: la idolatría por un dios que no es el Dios verdadero.
El Señor nos está haciendo un llamado hoy a vivir persiguiendo lo que verdaderamente importa, a hacernos tesoros en el cielo y no en la tierra.
Esperamos la próxima semana viendo la otra cara de esta moneda: cuál SI es la forma correcta de relacionarnos con las riquezas y los bienes materiales que el Señor nos permita adquirir. Si no debemos desear incontrolablemente el dinero y no acumularlo sin propósito ¿qué es lo que podemos hacer entonces con Él? De eso hablaremos en los próximos versículos.