Manuscrito del sermón
Texto: Eclesiastés 1:12-16
En las últimas semanas, hemos seguido al Predicador en su investigación sobre el sentido de la vida. Lo escuchamos declarar que todo es vanidad, una afirmación que podría parecer precipitada si no fuera porque inmediatamente comenzó a construir su caso.
Primero nos llevó a considerar esa pregunta fundamental: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana bajo el sol?” Y luego, como un investigador meticuloso, nos mostró las evidencias: los ciclos interminables de la naturaleza, la insaciabilidad permanente del corazón humano, y la repetición constante de la historia.
Pero el Predicador no se detiene allí. Ahora, en un giro fascinante, nos revela algo más personal: su propia experiencia como investigador de la sabiduría. Es como si nos dijera: “No solo he observado la vanidad de la vida; la he investigado sistemáticamente, y lo he hecho desde la posición más privilegiada posible – como rey de Israel.”
Lo que sigue es quizás uno de los análisis más honestos y desconcertantes sobre la búsqueda de sabiduría. Porque el Predicador descubrirá que incluso la sabiduría misma, cuando se busca “bajo el sol”, se convierte en otra fuente de frustración y dolor.
Esta mañana, mientras seguimos al Predicador en su investigación, veremos una verdad inquietante:
La búsqueda de sabiduría sin Dios es como perseguir el viento, revela nuestra limitación y multiplica nuestro dolor.
¿Por qué creemos que este es el punto central del texto? Porque el Predicador está exponiendo una paradoja sorprendente debajo del sol: cuanto más sabio se vuelve uno, más consciente es de lo poco que sabe; cuanto más entiende, más dolor experimenta al ver lo que no puede cambiar. Es como si la sabiduría, lejos de liberarnos, nos hiciera más conscientes de nuestra prisión.
Desarrollaremos esta verdad en tres momentos de su investigación:
El predicador y su método: El Predicador no está especulando; se ha dedicado a esta búsqueda con toda la ventaja de su posición y recursos como rey.
El predicador y sus descubrimientos: Lo que encuentra es devastador: hay cosas que simplemente no podemos enderezar, vacíos que no podemos llenar.
Finalmente, veremos a El predicador y sus conclusiones y de cómo el obtener sabiduría, en lugar de llevarlo a encontrar respuestas, le hizo entender menos y tener mayor frustración.
En cada paso, veremos cómo esta búsqueda de sabiduría “bajo el sol” contrasta con la verdadera sabiduría que viene de lo alto, que es la estrategia que hemos seguido hasta aquí para abordar estos temas que en ocasiones se nos vuelven tan complejos.
1. El predicador y su método
“Yo, el Predicador, he sido rey sobre Israel en Jerusalén. Y dediqué mi corazón a buscar y a explorar con sabiduría todo lo que se hace bajo el cielo. Es una penosa tarea que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en ella.”
El Predicador comienza esta sección estableciendo sus credenciales, pero no por vanidad. Está diciéndonos algo crucial: “He investigado la vida desde la posición más ventajosa posible.”
Piénsenlo: como rey de Israel, tenía acceso a:
- Los recursos para investigar sin limitaciones
- La sabiduría divina que Dios le había dado
- El tiempo y la libertad para dedicarse a esta búsqueda
- La experiencia de gobernar y observar la vida humana
¿Y cuál fue su método? “Dediqué mi corazón a buscar y a explorar.” No fue una investigación superficial. La palabra hebrea que usa para “explorar” sugiere una búsqueda exhaustiva, como quien examina cada rincón en busca de respuestas.
Pero noten algo revelador: todo esto lo hizo “bajo el cielo.” Esta frase, similar a “bajo el sol”, delimita el alcance de su investigación. Es la búsqueda de sentido desde una perspectiva puramente terrenal, horizontal.
Y el resultado es desconcertante: lo llama una “penosa tarea.” La palabra en hebreo sugiere algo que produce aflicción, que desgasta. ¿Por qué? Porque buscar entendimiento sin referencia a Dios es como tratar de iluminar una habitación oscura con un espejo – solo refleja la oscuridad que ya está allí.
Ninguna persona podrá llegar a entender todos los misterios de la humanidad, apoyándose solo en su humana sabiduría por la simple razón de que su mente es finita.
No sé si lo has experimentado alguna vez, pero cuando razonamos sobre las cosas infinitas, por ejemplo, se nos vuelve todo imposible de materializar o de considerar como algo palpable o real, perdemos la noción porque nuestra mente no llega allá.
Por más que el hombre avance en su conocimiento y sabiduría, nunca podrá encontrar respuestas a todos los misterios de la humanidad y especialmente la eternidad.
El hombre ha intentado por muchas maneras llegar a este conocimiento desde que existe. La torre de Babel es un ejemplo de ello. Quisieron construir una escalera que pudiera alcanzar tener acceso a Dios y sus misterios y de hecho, antes de eso, la gran mentira que creyeron Adán y Eva fue: serán como Dios conociendo el bien y el mal.
El ser humano nace por una curiosidad natural, por lo eterno y por aquellas cosas que son de la potestad del Señor y le cuesta conformarse con esa realidad, el resultado de tal frustración es el surgimiento de múltiples caminos o torres fabricadas con sus manos que los conduzcan a Dios y cuyo destino es el mismo, el fracaso y la frustración porque por muy alta que sea la torre, nunca llegará lo suficientemente arriba.
El apóstol Pablo lo pone en estas palabras en 1 Corintios 2:14:
Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente.
Y el resultado de esa incapacidad es la frustración, lo que el autor llama, una penosa tarea:
El contraste con la sabiduría que viene de lo alto no podría ser más claro. Esta sabiduría de lo alto es la sabiduría que está “por encima del sol”.
Santiago nos dice: “La sabiduría que viene de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía” (Santiago 3:17, NBLA). Noten la diferencia: mientras la búsqueda de sabiduría bajo el sol produce aflicción, la sabiduría de lo alto trae paz.
¿Por qué esta diferencia tan marcada? Porque la verdadera sabiduría comienza con una verdad fundamental: “El temor del SEÑOR es el principio de la sabiduría” (Proverbios 9:10, NBLA). No es solo que Dios tenga la sabiduría; es que fuera del temor del Señor, toda búsqueda de entendimiento eventualmente nos lleva a un callejón sin salida.
Pablo también escribió: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de esta edad? ¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad?” (1 Corintios 1:20, NBLA).
Pero hay algo más profundo aquí: la verdadera sabiduría también incluye la paz de aceptar que hay cosas que no podemos entender completamente. Como dice Job, después de todas sus preguntas y búsquedas: “He aquí, estas son solo los bordes de Sus caminos, ¡Y qué leve susurro oímos de Él! El trueno de Su poder, ¿quién podrá comprenderlo?” (Job 26:14, NBLA).
Es esta rendición a la soberanía de Dios lo que nos libera de la “penosa tarea” de tratar de entenderlo todo. Como dijo Pablo: “Ahora vemos por un espejo, borrosamente, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido” (1 Corintios 13:12, NBLA).
Los que vemos por encima del sol no tenemos que desperdiciar nuestros recursos y energías en la búsqueda de algo que nos traerá frustrados y llenos de al mismo punto, lo que podemos hacer es correr a la fuente de toda sabiduría y encontrar paz en Él sabiendo que todos los caminos están en sus manos, que no necesitamos conocerlo todo, pero podemos descansar en fe en Aquel que no solo conoce todo, sino que controla y determina todo. Eso hace una gran diferencia.
Ahora bien, búsqueda exhaustiva de sabiduría, este intento de entender la vida “bajo el sol”, llevó al Predicador a unos descubrimientos perturbadores. Y es aquí donde su investigación se vuelve más personal, más dolorosa. Porque una cosa es dedicarse a buscar entendimiento, y otra muy distinta es enfrentarse a lo que encuentras.
2. El predicador y sus descubrimientos
“He visto todas las obras que se hacen bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento. Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no se puede completar.”
Lo que el Predicador descubre es devastador. Después de toda su investigación meticulosa, después de explorar cada aspecto de la vida humana, llega a dos conclusiones que pesan como plomo sobre el alma:
- Primero, que hay cosas torcidas que no podemos enderezar. ¿Cuántas veces hemos intentado corregir situaciones que parecen irremediablemente rotas? Relaciones destruidas, injusticias arraigadas, sistemas corruptos, y cuanto más entendemos su complejidad, más nos damos cuenta de nuestra impotencia para arreglarlas.
- Segundo, que hay vacíos que no podemos llenar. “Lo incompleto no se puede completar.” Es como si el Predicador nos dijera: por más que lo intentes, siempre habrá algo inacabado, algo que falta, algo que no alcanzas a resolver.
El predicador usa aquí por primera vez la frase “correr tras el viento”. En hebreo es “reut ruach” – literalmente “apacentar” o “perseguir” el viento. La imagen es poderosamente descriptiva: imaginen a alguien intentando atrapar el viento con sus manos, corriendo tras él, tratando de agarrarlo o pastorearlo como si fuera un rebaño. Cuando cree que lo tiene, lo vuelve a sentir frio en la nuca.
La metáfora es brillante por varias razones:
- El viento es incontrolable – puedes sentirlo, pero no puedes dirigirlo
- Es imposible contenerlo – cuando crees que lo tienes, se te escapa
- El esfuerzo es agotador y frustrante
- Al final, todo el esfuerzo resulta inútil
Vista solo “bajo el sol”, esta realidad es aplastante. Es la frustración del reformador que ve que los sistemas que intenta cambiar vuelven a corromperse. Es la angustia del padre que ve patrones destructivos repetirse en sus hijos a pesar de sus mejores esfuerzos. Es el peso de reconocer que hay cosas que simplemente están más allá de nuestra capacidad de arreglar.
Permíteme ilustrar esta realidad de lo torcido que no podemos enderezar con algunos ejemplos:
Piensen en ese padre o madre que ha intentado todo para enderezar el camino de un hijo que se desvía. Noches de oración, conversaciones interminables, búsqueda de ayuda profesional… y, aun así, el dolor persiste. La libertad humana, ese don precioso pero terrible, significa que hay cosas que no podemos forzar a enderezarse.
O consideren al pastor que ve los mismos patrones de pecado resurgir en su congregación, generación tras generación. Por más que predique, por más que aconseje, por más que ore, algunas cosas parecen resistirse obstinadamente al cambio.
Quizás eres ese esposo o esposa que ha intentado por años sanar una relación fracturada. Has leído libros, has buscado consejería, has intentado cambiar… pero algunas heridas parecen demasiado profundas para ser completamente sanadas en esta vida.
O tal vez eres ese profesional que ve las injusticias sistémicas en su campo de trabajo – en la educación, en la salud, en el gobierno – y por más que intenta cambiar las cosas desde adentro, se encuentra con que los problemas son demasiado complejos, demasiado arraigados para ser resueltos por esfuerzo humano solamente.
Esta es la frustración que el Predicador está describiendo. Es ese momento en que nos damos cuenta de que hay cosas que, por más sabiduría que tengamos, por más recursos que empleemos, por más esfuerzo que dediquemos, simplemente están más allá de nuestra capacidad de arreglar.
Pero es precisamente en este punto de frustración donde la perspectiva eterna irrumpe con esperanza, es aquí donde el ver por encima del sol nos da otro panorama:
Lo que nosotros no podemos enderezar, Dios promete transformarlo e incluso hacerlo de nuevo. Como dice Isaías: “Todo valle será levantado, y todo monte y collado será allanado; lo torcido será enderezado, y lo áspero será alisado” (Isaías 40:4, NBLA). No es una promesa de que nosotros podremos arreglarlo todo, sino de que Dios lo hará en Su tiempo y manera.
En una preciosa profecía mesiánica, Malaquías dice: Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que Yo venga y hiera la tierra con maldición.
Incluso acerca de la vanidad de la creación misma, Pablo escribe que un día “será libertada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:20-21, NBLA).
Y aquí está el secreto de la paz en medio de lo irremediable: no estamos llamados a arreglar todo, sino a ser fieles en medio de lo quebrado. Como dice el salmista: “Encomienda tu camino al SEÑOR, confía también en Él, y Él actuará” (Salmo 37:5, NBLA).
Esto no significa resignación pasiva. Significa que trabajamos por el cambio, pero sin la presión aplastante de pensar que todo depende de nosotros. Oramos por ese hijo, aconsejamos a ese matrimonio, trabajamos por la justicia… pero descansamos en saber que la obra final de enderezar lo torcido está en manos más capaces que las nuestras.
Esto es tremendamente esperanzador, especialmente para los que han venido aquí cargando ese pesado costal sobre sus hombros: el de tener que esforzarse más y más para hacer que todo cambie. O tal vez has venido aplastado por la culpa de no haber hecho lo suficiente; hoy tú puedes descansar, no depende de ti, no depende de tu sabiduría, si fueras tan sabio o sabía como Salomón, si tuvieras sus recursos, eso no garantizas que podrías arreglar lo que ahora te angustia tanto, pero tienes al Señor y Él te llama a confiar y esperar porque por encima del sol lo torcido solo puede ser enderezador por el Señor.
Es mi oración que entender esta verdad pueda traer libertad y paz a tu alma.
Ahora, llegamos a una conclusión todavía más perturbadora. Es decir, si, ya de por sí es duro tener que descubrir después de tanto esfuerzo que hay cosas que no se pueden enderezar o cambiar. Imagina tener que descubrir también que entre más sabio tratabas de hacerte, más te dabas cuenta de las tantas cosas que hacían falta por enderezar.
Esta es la paradoja a la que tiene que enfrentarse el predicador en su experiencia personal, lo que nos lleva de la mano al tercer y último encabezado.
3. El predicador y sus conclusiones
Pronto el predicador vuelve a enfrentar una nueva realidad. El viento soplando en su espalda cuando cree que lo atrapó de nuevo, él llega a la conclusión de que, habiendo sido quien más sabiduría y conocimiento había acumulado, eso no le aprovechó, sino para frustrarse más.
En efecto, cuanto más sabes, más consciente eres de lo que no sabes. Cuanto más entiendes, más te das cuenta de lo que no puedes controlar.
El Predicador llama a esto un trabajo infructuoso, un perro que persigue su cola o simplemente: es como perseguir el viento.
¿Por qué? Porque descubrió una paradoja dolorosa: cuanto más sabio te vuelves, más consciente eres de:
- Lo mucho que no sabes
- Lo poco que puedes controlar
- La profundidad del quebrantamiento humano
- La complejidad de los problemas que no puedes resolver
Es como si la sabiduría fuera una luz que, al iluminar más, solo revela cuánta oscuridad queda por explorar. Por eso dice: “En la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor.”
Perseguir la sabiduría “bajo el sol” es como correr tras el viento – un esfuerzo agotador que nunca puede satisfacer completamente. Porque la sabiduría humana, por sí sola, solo puede mostrarnos los problemas; no puede darnos la solución final.
Pero aquí es donde el evangelio irrumpe gloriosamente. Pablo nos dice que Cristo “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30, NBLA). En Cristo, no perseguimos el viento de la sabiduría humana; recibimos la sabiduría encarnada de Dios.
Esta es la diferencia fundamental:
La sabiduría “bajo el sol” nos muestra nuestra impotencia
Pero Cristo, la Sabiduría de Dios, nos muestra el poder transformador de Dios
La sabiduría humana nos hace más conscientes de los problemas
Pero en Cristo tenemos no solo el diagnóstico, sino la cura
“Para que, como está escrito: ‘El que se gloría, que se gloríe en el Señor'” (1 Corintios 1:31, NBLA).
Hemos seguido al Predicador en su investigación de la sabiduría. Lo hemos visto emplear todo recurso a su disposición, escudriñar cada rincón de la experiencia humana, solo para descubrir que la sabiduría misma, cuando se busca fuera de Dios, se convierte en otra fuente de frustración.
Como rey, tenía todo lo necesario para esta búsqueda. Como investigador, fue meticuloso y exhaustivo. Como sabio, superó a todos los que le precedieron. Y aun así, su conclusión es clara: perseguir la sabiduría “bajo el sol” es como correr tras el viento.
Pero esta conclusión, que podría parecer deprimente, en realidad nos prepara para algo glorioso. Porque cuando llegamos al fin de nuestra sabiduría, cuando aceptamos que no podemos enderezar todo lo torcido, cuando reconocemos que el conocimiento sin Dios solo multiplica nuestro dolor… es entonces cuando estamos listos para recibir la verdadera Sabiduría que es Cristo.
En Él no perseguimos el viento; encontramos descanso. En Él no solo vemos los problemas; recibimos las soluciones. En Él no solo aumentamos en conocimiento que entristece; crecemos en la sabiduría que trae vida.
La invitación del Predicador hoy es clara: deja de correr tras el viento. La verdadera sabiduría no está en entenderlo todo, sino en conocer a Aquel que todo lo comprende y todo lo sostiene.