Efesios 2:19-22 nos muestra que ya no somos extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Esta verdad nos invita a reflexionar sobre nuestra identidad espiritual y sobre la profunda relación que compartimos como comunidad unida en Cristo. En este sermón exploramos como el entendimiento de estas verdades cambia nuestro entendimiento De la Iglesia y de nuestra vida cristiana misma.
Nuestra identidad en Cristo: base de unidad
El apóstol Pablo nos recuerda en Efesios 2:19 que ya no somos «extraños ni extranjeros» sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Este privilegio no solo transforma nuestra relación con Dios, sino también redefine nuestra relación con otros creyentes.
La iglesia no es simplemente un lugar de reunión, sino una comunidad viva de individuos redimidos por la gracia. En este contexto, cada creyente tiene un rol activo, como miembro vital de una familia espiritual. Esta verdad nos desafía a superar las diferencias culturales y sociales para vivir en unidad y amor.
Contexto histórico y cultural
En Éfeso, una ciudad multicultural y llena de prácticas religiosas diversas, la iglesia enfrentó retos significativos de identidad y unidad. Judíos y gentiles debían reconciliar sus diferencias para formar una nueva entidad: la iglesia como el cuerpo de Cristo. Este cambio, según Pablo, solo es posible a través de la fe en Jesucristo, quien derribó las barreras que los separaban.
Cristo, el fundamento de la unidad
Efesios 2:20 destaca que estamos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo la piedra angular. Esta piedra no solo sostiene el edificio, sino que define su forma y dirección.
Los apóstoles y profetas jugaron un papel clave al proclamar el evangelio y establecer las enseñanzas que guían a la iglesia. Sin embargo, es Cristo quien une y da coherencia a todo. Su sacrificio en la cruz permite que todos los creyentes, independientemente de su trasfondo, sean incorporados como «piedras vivas» en este templo espiritual.
Aplicación personal
Cada cristiano está llamado a ajustar su vida a la voluntad de Cristo, la piedra angular. Esto implica vivir en obediencia a sus enseñanzas y contribuir al crecimiento de la iglesia a través de los dones dados por el Espíritu Santo. Como miembros de este templo, debemos recordar que nuestras acciones y actitudes afectan directamente la armonía y la unidad del cuerpo de Cristo.
La iglesia como templo y familia espiritual
En Efesios 2:21-22, Pablo describe a la iglesia como un templo que está en constante crecimiento, ajustándose para ser una morada santa de Dios en el Espíritu. Esta metáfora enfatiza la dinámica y vitalidad de la iglesia, que se expande a medida que más personas creen en el evangelio.
Una unidad en diversidad
El concepto de la iglesia como familia espiritual nos llama a vivir en amor incondicional, superando nuestras diferencias. Cristo derribó todas las barreras sociales, étnicas y culturales para unirnos en él. Como creyentes, debemos reflejar este amor en nuestras interacciones, asegurándonos de que cada miembro se sienta valorado y apoyado.
Implicaciones prácticas
- Compromiso con la Comunidad: Ser parte de la iglesia implica más que asistir a reuniones; es involucrarse activamente en su crecimiento y bienestar.
- Vivir como Piedras Vivas: Cada cristiano tiene un rol único y valioso en la iglesia. Identifica tus dones y úsalos para glorificar a Dios y edificar a otros.
- Promover la Unidad: La unidad no significa uniformidad, sino armonía en la diversidad. Busca reconciliación y entendimiento cuando surjan diferencias.
Conclusión: viviendo como familia de Dios
Efesios 2:19-22 nos desafía a recordar que la iglesia no es un edificio físico, sino una comunidad espiritual edificada en Cristo. Este llamado a la unidad y al amor debe ser evidente en cómo interactuamos con otros miembros de la iglesia y en cómo reflejamos la gloria de Dios al mundo.
Como creyentes, tenemos el privilegio de ser parte de la familia de Dios. Esto no solo nos da una nueva identidad, sino también una responsabilidad: vivir en unidad, amar incondicionalmente y contribuir al crecimiento de la iglesia. Al hacerlo, nos convertimos en un testimonio vivo del amor y la redención que solo se encuentran en Cristo.
Reflexión final
¿Cómo puedes fortalecer la unidad en tu iglesia local? ¿Estás utilizando tus dones para edificar a otros? Dedica tiempo a meditar en el privilegio de ser parte de la familia de Dios y comprométete a vivir como una piedra viva en este templo espiritual.