La vanidad del placer (Eclesiastés 2:1-3)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra la vanidad del placer, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 2:1-3

Manuscrito del sermón

Texto: Eclesiastés 1:12-16

En 1932, Aldous Huxley publicó su obra maestra “Un mundo feliz”, una distopía que describe una sociedad futurista obsesionada con la felicidad inmediata. En este mundo, el sufrimiento ha sido erradicado, pero a un costo terrible. Los ciudadanos consumen regularmente una droga llamada “soma” que les proporciona una felicidad artificial sin efectos secundarios. “Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos”, repetían como mantra. El sexo es puramente recreativo, sin compromiso emocional. El entretenimiento es constante y sensorial.

Lo más inquietante de esta sociedad “perfecta” es que sus habitantes son esclavos felices. Han sido programados, literalmente, para ser felices. Han sacrificado su libertad, su individualidad y su humanidad en el altar del placer. Como uno de los personajes dice: “La gente es feliz; tiene lo que desea y nunca desea lo que no puede obtener.”

Huxley, sin saberlo, estaba describiendo la conclusión misma a la que llegó el Predicador hace tres mil años. Una vida dedicada a la búsqueda del placer como fin último, aunque satisfaga temporalmente, deja un vacío existencial profundo.

Hoy continuamos nuestro viaje por Eclesiastés. Al final del capítulo 1, vimos cómo el Predicador, a pesar de acumular más sabiduría que cualquier otro, descubrió que el conocimiento sin Dios solo aumenta el dolor, que la sabiduría no lo condujo a comprender el sentido de la vida, que es la gran pregunta que se ha planteado al inicio del libro.

Ahora, en el capítulo 2, lo encontramos embarcándose en un nuevo experimento: la búsqueda del placer. Este es el segundo de una serie de emprendimientos por los caminos de la vida, intentando encontrar el sentido de la vida, pero siempre volviendo al mismo punto de partida: todo es vanidad.

“Me dije a mí mismo: «Vamos, probaré el placer y disfrutaré de lo agradable». Pero también esto resultó ser vanidad. De la risa dije: «Es una locura», y del placer: «¿De qué sirve?» Exploré en mi corazón cómo estimular mi cuerpo con el vino, mientras mi mente me guiaba con sabiduría, y cómo echar mano a la necedad, hasta ver qué es bueno que hagan los hijos de los hombres bajo el cielo durante los contados días de su vida.”

El Predicador se convierte en un hedonista consumado, fue el arquitecto de su propio “mundo feliz”. Y lo que descubre tiene profundas implicaciones para nosotros hoy, que vivimos en una sociedad que ha elevado el placer personal al estatus de derecho y que ha comprado la mentira de quien más placer experimenta es quien más a plenitud vive. Un verdadero espejismo.

Este es precisamente el argumento que quiero proponerles:

Debajo del sol todo placer es vano, por encima del sol, nuestro deleite glorifica a Dios.

Vamos a recorrer junto al predicador las distintas áreas en las que buscó el placer sin éxito y veremos al final cómo podemos ver el placer como algo que en últimas instancias tiene como fin la gloria de Dios y no nuestra propia satisfacción.

Así que veremos:

  1. La vanidad de “la gran vida”
  2. La vanidad de escapar de la realidad
  3. El deleite de una vida real

1. La vanidad de “la gran vida”

“Me dije entonces: «Vamos, pues, haré la prueba con los placeres y me daré la gran vida». ¡Pero aun esto resultó ser vanidad! A la risa la considero una locura; en cuanto a los placeres, ¿para qué sirven?” (Eclesiastés 2:1-2, NVI)

El Predicador no se conforma con teorizar sobre los placeres; decide experimentarlos sistemáticamente. Es importante notar que esto no fue un impulso casual sino una decisión deliberada: “Me dije entonces…” Hay una intencionalidad aquí. El Predicador se embarca en lo que podríamos llamar un experimento existencial.

Y no cualquier experimento – uno realizado desde la posición más privilegiada posible. Como rey de Israel, tenía acceso ilimitado a todos los placeres imaginables. No estaba restringido por limitaciones económicas, sociales o políticas que normalmente limitan nuestras búsquedas. Si alguien podía probar definitivamente si “la gran vida” satisface, era él.

¿Y qué incluía esta “gran vida”? El término hebreo sugiere toda la gama de experiencias agradables: fiestas, diversión, lujo, entretenimiento – todo lo que nuestra cultura moderna idolatra. Es la vida que vemos glorificada en las redes sociales, en los programas de televisión, en las revistas de celebridades. Es la vida de “vivir al máximo”, de “no perderse nada”, de acumular experiencias placenteras.

Pero su veredicto es demoledor: “¡Pero aun esto resultó ser vanidad!” La palabra “vanidad” aquí es la misma que ya hemos visto – hebel – vapor, humo, algo que intentas agarrar, pero se te escapa entre los dedos. Lo que parecía tan sustancial, tan prometedor, resultó ser insubstancial.

Específicamente, el Predicador menciona la risa: “A la risa la considero una locura.” No está diciendo que reír sea malo en sí mismo. Está hablando de una vida organizada alrededor de la búsqueda constante de entretenimiento y diversión. Una vida donde la felicidad se equipara con sentirse bien momentáneamente.

Las personas aprenden rápido a esconder las desgracias de su falta de identidad y verdadera plenitud en la felicidad barata de una risa falsa.

¿Te suena familiar? Vivimos en una cultura obsesionada con el entretenimiento. Se dice que un estadounidense promedio pasa más de 11 horas diarias consumiendo medios[1]. Tenemos acceso a más contenido de entretenimiento que cualquier generación anterior. Podemos reírnos con miles de comediantes, ver infinitas películas, desplazarnos sin fin por videos divertidos. Nunca en la historia humana ha sido tan fácil “darse la gran vida”.

Y sin embargo, las tasas de depresión, ansiedad y soledad están en niveles históricos. ¿Por qué? Porque, como descubrió el Predicador, la risa sin propósito, el placer sin significado, son como una droga que requiere dosis cada vez mayores para producir el mismo efecto.

Así como nunca se llena el mar, nunca que sacia el ojo de ver y el oído de escuchar. Lo que hoy nos entretiene, mañana nos parece aburrido y así reiniciamos un ciclo sin fin en búsqueda de algo que nunca aparece.

“En cuanto a los placeres, ¿para qué sirven?” pregunta retóricamente. La pregunta revela algo profundo: los placeres prometen lo que no pueden entregar. Prometían satisfacción, significado, plenitud – pero resultaron ser, como diría C.S. Lewis, “un esplendor hueco”.

La adicción al placer funciona como la adicción a los juegos o a las drogas. Pequeñas dosis, un puñado de monedas, nos da la sensación de que lo hemos logrado, de que estamos en la cima y vivimos continuamente persiguiendo esa sensación porque queremos experimentarla en un estado más pleno, pero eso es como perseguir el viento.

Pero la búsqueda de El Predicador no terminó allí, su búsqueda por el placer lo llevó a probar el “escape de la realidad” hacia la alucinación del alcohol.

2. La vanidad de escapar de la realidad

Consideré en mi corazón estimular mi cuerpo con el vino, mientras mi corazón me guiaba con sabiduría, y echar mano de la insensatez, hasta que pudiera ver qué hay de bueno bajo el cielo que los hijos de los hombres hacen en los contados días de su vida. (NBLA)

Noten algo importante: no se trata de simple embriaguez. Él dice específicamente que su mente “me guiaba con sabiduría”. Es un experimento controlado.

¿Qué está buscando exactamente? La palabra clave aquí es “echar mano”. Hay una desesperación en esa palabra. Es como si dijera: “Intenté agarrar, sujetar, poseer alguna forma de escape de la realidad que me rodea.”

El Predicador estaba perfectamente consciente de que el enajenamiento por alcohol era insensato, pero quería descubrir qué había detrás de aquello que hacía a las personas momentáneamente felices, desinhibidas, dispuestas a cualquier cosa y alejadas de todo mal emocional.

Esta búsqueda de escape no es extraña para nosotros. Vivimos en la era de la evasión. Las estadísticas son asombrosas:

  • El mercado global del alcohol supera los 1.5 billones de dólares
  • La industria de los videojuegos genera más ingresos que el cine y la música juntos.
  • El consumo de sustancias psicoactivas, tanto legales como ilegales, ha alcanzado niveles sin precedentes.
  • Y ni qué hablar de la droga, de las adicciones tecnológicas, aparentemente inofensivas, pero son bombas de dopamina que estallan cada segundo en nuestro cerebro.

¿Qué busca la humanidad en todas estas formas de escape? Fundamentalmente, lo mismo que buscaba el Predicador: una salida temporal de la realidad que encuentra insatisfactoria. Una pausa del peso de la existencia. Un alivio del “bajo el cielo durante los contados días de su vida”.

Visto desde una perspectiva objetiva y calmada, estas cosas son una verdadera tragedia. Ver personas que esperan desesperadas un fin de semana para gastar todo su dinero, enajenar sus conciencias y levantarse el lunes por la mañana con la misma insatisfacción, con menos dinero y con mayor deterioro en sus cuerpos; pero esto es lo que esta sociedad alaba y de lo que se jacta como grandes logros.

 De hecho, algunos adictos al alcohol pueden medir sus etapas de adicción y jactarse de no emborracharse en la calle, sino en ambientes controlados, como si fuera una especie de status elevado en la escala de adicción.

Los creyentes no huimos de la borrachera y los vicios solo por una abstinencia religiosa; lo hacemos porque estamos completos en el Señor y no necesitamos de ese espejismo de alegría que ofrece.

El Predicador menciona específicamente el vino, pero su búsqueda es más amplia. Busca en la “necedad” – formas de enajenación que le permitan olvidar temporalmente las grandes preguntas que lo atormentan.

Su pensamiento podía ser algo como esto: ya que no encontré en la sabiduría una respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida, demos la vuelta, busquemos en la insensatez de la borrachera.

Es fascinante que incluso en esta búsqueda mantenga un pie en la sabiduría. No se entrega ciegamente. Observa, analiza, evalúa. Es el científico existencial tratando de descubrir si hay algún valor real en la evasión controlada.

Y su conclusión, aunque no la expresa directamente aquí, es evidente por el contexto: también esto es vanidad. ¿Por qué? Porque la evasión nunca resuelve el problema fundamental. Los problemas y las insatisfacciones no se van cuando las ignoramos o intentamos escapar de ellas. Podremos darles la espalda por un momento, pero nos tocarán el hombro para mostrarnos su horrible rostro cada vez más cerca.

El escape, por su naturaleza misma, es temporal. Eventualmente, la realidad regresa. El efecto del vino pasa. La película termina. El juego se acaba. Y nos encontramos de nuevo frente a las mismas preguntas, los mismos vacíos, las mismas ansiedades. Esto es vanidad y también una tragedia, sobre todo cuando las personas invierten su vida completa en este círculo vicioso.

¿Cuántas personas conocemos que han intentado encontrar alivio en alguna forma de escape, solo para descubrir que necesitan dosis cada vez mayores, experiencias cada vez más intensas, para lograr el mismo efecto? Es la naturaleza de la adicción – no solo a sustancias, sino a cualquier forma de evasión que nos prometa temporalmente “la buena vida”.

El Predicador ve a través de este espejismo. Reconoce que intentar escapar de la realidad, por muy sofisticado o controlado que sea el escape, sigue siendo una forma de correr tras el viento.

La ironía es profunda: cuanto más intentamos evitar la realidad de nuestra existencia bajo el sol, más nos enredamos en la vanidad misma que intentamos evadir.

Y entonces, ¿qué hacemos con estos placeres? Después de todo, no podemos negar que hay algo bueno en reír, en alegrarse, en tener contento el corazón. ¿Cómo se ve el placer por encima del sol? Esto es lo que nos lleva de la mano al tercer y último encabezado, lo cual es más un llamado a mirar el placer como algo que en Cristo es redimido para dar gloria a Dios.

3. El deleite de una vida real

El Predicador no sugiere que haya algo malo en el placer en sí, sino que son vacíos cuando se buscan como fin último, cuando se desconectan de su propósito divino. La perspectiva “por encima del sol” transforma radicalmente cómo entendemos y experimentamos el placer.

Dios nos hizo para que nos deleitáramos en Él (Salmo 37:4), por lo que hay algo loable en el disfrute siempre que nos conduzca a Su gloria.

El placer, en la perspectiva cristiana, no es algo que debamos evitar, sino algo que debemos redireccionar. Es como un río poderoso: descontrolado puede causar destrucción, pero canalizado adecuadamente puede generar vida y energía.

Esto es lo que John Piper ha llamado “hedonismo cristiano” – la radical noción de que Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él. C.S Lewis también escribe: “La búsqueda del placer es una necesidad del alma humana. El problema en todos nosotros no es que persigamos nuestro placer, sino que nuestra búsqueda es demasiado débil e insignificante.”

En efecto, el gran problema con la búsqueda humana del placer es que nos conformamos con muy poco. Dios, en su sabiduría, no nos permite experimentar un estado de plenitud y placer total de este lado del cielo, en cambio, sí nos permite experimentarlo brevemente, todo con el propósito de que tengamos lo necesario para anhelar la eternidad.

Es por eso que cada cosa que podamos disfrutar debajo del sol debe ser siempre un recordatorio de algo que disfrutemos, no de manera momentánea, sino plena y por los siglos.

El pecado ha pervertido el placer, pero Cristo lo ha redimido. Los creyentes no buscamos disfrute porque nos haga falta algo, ya que sabemos que estamos completos en Cristo, pero disfrutar de las cosas que Él nos da producen una gratitud y un delito que da gloria a su Nombre.

Así como un padre terrenal se complace en ver a sus hijos disfrutar, hay también gozo en el corazón de nuestro Padre celestial cuando disfrutamos y nos gozamos en todo lo que él provee.

El Señor nos llama a buscar el gozo, a perseguirlo, porque allí Él es glorificado. 

El gozo que el Señor da no es como el que da el mundo, esta no es una alegría fingida, sino el disfrute de saber que se nos ha pagado una gran deuda, que hemos sido perdonados y recibidos en Su amor. No hay nada en este mundo que se compare a eso.

El Señor redime nuestro deleite:

  • Nuestra risa es genuina porque es el reflejo de un corazón alegre.
  • No tenemos que escapar del dolor y de las frustraciones de la vida, porque el gozo puede encontrarse incluso en medio del sufrimiento (ver Esteban).
  • No tenemos que intentar llenar los vacíos del alma, porque hemos sido llenos de toda la virtud que proviene de Él.

¿Ven la transformación radical? El placer no es el enemigo de la santidad; es parte integral de ella cuando está centrado en su verdadero objeto. No se trata de abandonar el placer, sino de experimentar el placer como Dios lo diseñó.

El Predicador descubrió que los placeres bajo el sol eran vanidad. Pero hay una historia más grande. Cristo, en su parábola del hijo pródigo, nos muestra al padre corriendo a recibir al hijo que ha malgastado todo en placeres mundanos, diciéndole: “Comamos y hagamos fiesta” (Lucas 15:23). Este es el Dios que no solo permite el placer, sino que lo instituyó y lo restaura. Este es el Dios de la fiesta en los cielos cuando el pecador se arrepiente.

Así que el llamado hoy no es a renunciar al placer, sino a experimentar el verdadero placer – un placer que no deja vacío, un deleite que no es esclavitud, una alegría que no termina en desilusión. Es el deleite de una vida real, con un Dios real, en un mundo real.

Como dice el Salmo 16:11: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”

Comenzamos hoy con la visión de Aldous Huxley en “Un mundo feliz” – una sociedad que elevó el placer a la categoría de dios, solo para descubrir que había creado una prisión dorada. Y vimos cómo el Predicador, hace tres mil años, llegó a la misma conclusión tras su experimento exhaustivo con “la gran vida” y la evasión de la realidad.

La ironía es devastadora: cuando hacemos del placer nuestro fin último, perdemos la capacidad misma de experimentar verdadero deleite. Es como perseguir tu propia sombra – cuanto más intensamente la buscas, más se aleja de ti.

Pero la buena noticia es que existe un camino hacia el placer genuino, hacia una alegría que no es hueca ni transitoria. Este camino no consiste en rechazar el placer, sino en reconocer su verdadero propósito y fuente.

A diferencia de los habitantes de “Un mundo feliz”, que intercambiaron su libertad por una felicidad artificial, estamos invitados a encontrar un gozo real en una relación genuina con el Dios que nos creó para disfrutar Su presencia.

Quizás estás aquí hoy y reconoces que has estado corriendo tras el viento. Has probado “la gran vida” en todas sus formas – placeres, experiencias, éxito – pero algo sigue faltando. Ese vacío que sientes no es señal de que necesites más placeres, sino de que fuiste creado para algo más profundo.

La invitación de Cristo hoy no es a abandonar toda alegría y placer, sino a encontrar el deleite para el cual fuiste creado. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar,” dice Jesús. Es una invitación a dejar de perseguir el viento y comenzar a vivir guiado más bien guiado por el viento, por su Espíritu Santo.

En Cristo, los placeres no desaparecen; solo cambian, se redimen. La risa no es una locura, sino un eco de la alegría divina. El gozo no es un escape, sino un anticipo de la eternidad. Y cada deleite legítimo se convierte, no en un fin en sí mismo, sino en una ventana a través de la cual vislumbramos la bondad del Dios que nos creó para disfrutar de Él para siempre.

¿Aceptarás hoy esta invitación a una vida de deleite real?


[1] Información de https://www.nielsen.com/es/insights/2018/time-flies-us-adults-now-spend-nearly-half-a-day-interacting-with-media/

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