La vanidad del saber (Eclesiastés 2:12-19)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra la vanidad del saber, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 2:12-19

Manuscrito del sermón

Texto: Eclesiastés 2:12-19

Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio (Heb 9:27).

La muerte es la realidad ineludible que todos enfrentaremos. Sin importar nuestra riqueza, posición, logros o sabiduría, todos nos encontraremos un día con esta última frontera de la experiencia humana. Como dijo alguien una vez, la tasa de mortalidad sigue siendo del 100%.

En nuestro recorrido a través de Eclesiastés, hemos seguido al Predicador en su búsqueda existencial del sentido de la vida. Lo hemos visto realizar experimentos sistemáticos con diferentes fuentes potenciales de significado y satisfacción.

Primero, lo acompañamos mientras exploraba los placeres y entretenimientos de “la gran vida”. Descubrió que la búsqueda del placer por sí mismo dejaba un vacío en el alma. Como vimos: “A la risa la considero una locura; en cuanto a los placeres, ¿para qué sirven?”

Después de esto, y esto es lo más reciente, su experimento con las posesiones materiales y logros. Construyó edificios magníficos, acumuló vastas riquezas, y alcanzó éxitos incomparables. Sin embargo, también aquí encontró que todo era “vanidad y correr tras el viento”.

Ahora, en este pasaje, el Predicador vuelve a un tema que ya había abordado antes: la sabiduría. Pero esta vez, la examina desde un ángulo diferente. Aquí la pregunta no es solamente si la sabiduría puede dar sentido a la vida; sino que confronta la sabiduría con la realidad más cruel de todas: la muerte.

¿Cuáles fueron sus conclusiones? ¿Cuál es el resultado al final de las cuentas? ¿Qué sentido tiene esforzarse por ser sabio y tratar de sobresalir en este mundo haciendo lo que es correcto? Eso es lo que trataremos de descubrir en este sermón. consideren entonces el siguiente argumento:

Aunque la sabiduría supera la necedad, ante la realidad de la muerte todo es vanidad.

Lo desarrollaremos en los tres siguientes encabezados:

  1. La sabiduría supera la necedad (12-14)
  2. La muerte revela la cruda realidad (15-16)
  3. El veredicto: todo es vanidad (17)

Es un pasaje sobrio que nos confronta con preguntas difíciles. Pero como veremos, es precisamente al enfrentar estas realidades descarnadas que podemos comenzar a buscar respuestas que trasciendan “lo bajo del sol”.

1. La sabiduría supera la necedad

“Yo volví, pues, a considerar la sabiduría, la locura y la insensatez. Porque ¿qué hará el hombre que venga después del rey sino lo que ya ha sido hecho? ” (Eclesiastés 2:12-13)

El Predicador ahora cambia la dirección de su investigación. Después de explorar placeres y posesiones, vuelve a la sabiduría. Esta frase inicial, “Volví, pues, a considerar”, sugiere un regreso deliberado a un tema que ya había explorado, pero ahora desde una nueva perspectiva.

¿Qué lo llevó a este nuevo examen? El texto nos da una pista. El Predicador se pregunta: “¿Qué más podrá hacer el sucesor del rey sino lo que ya se ha hecho?” Esta pregunta deja ver que el Predicador estaba preocupado por su legado.

 Después de construir, acumular y lograr tanto, le inquieta si su sucesor tendrá la sabiduría para preservar todo lo que ha creado. Esta angustia por el futuro de su trabajo es común a todas las personas. ¿Después de morir, quién se quedará con lo que es mío?

En su evaluación inicial, el Predicador llega la siguiente conclusión: “Y yo vi que la sabiduría sobrepasa a la insensatez, como la luz a las tinieblas.” Esta comparación con la luz y las tinieblas es poderosa. La luz permite ver, discernir, evitar peligros, apreciar belleza, encontrar camino. Las tinieblas, por el contrario, traen confusión, tropiezos, pérdida de dirección.

Esta afirmación del valor superior de la sabiduría tiene profundas raíces en toda la Biblia:

El libro de Proverbios declara: “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Proverbios 1:7). Este mismo libro está lleno de comparaciones entre los beneficios de vivir sabiamente versus neciamente. “El sabio teme y se aparta del mal, pero el necio es arrogante y confiado” (Proverbios 14:16). El mismo Salmo 1 es un contraste entre el sabio que medita en la palabra de Dios de día y de noche y los necios cuyo destino será estar alejados del Señor por siempre.

De modo que El Predicador no está descubriendo nada nuevo: en definitiva, es mejor ser sabio que necio.

Cuando Salomón recién asumió el trono, pidió a Dios sabiduría por encima de riqueza o larga vida, reconociendo su valor superior. Dios le respondió: “Por cuanto has pedido sabiduría y ciencia para gobernar a mi pueblo… sabiduría y ciencia te son dadas. Y también te daré riquezas, bienes y gloria” (2 Crónicas 1:11-12).

¿En qué aspectos concretos supera la sabiduría a la necedad? El texto no elabora, pero podemos inferir varios beneficios prácticos que vemos esparcidos por toda la Biblia:

– La persona sabia evalúa consecuencias, considera principios, mide opciones. La necia actúa impulsivamente.

– El sabio planifica, ahorra, invierte con prudencia. El necio desperdicia sin pensar en el mañana.

–           La sabiduría guía hacia palabras oportunas, acciones justas, límites apropiados. La necedad conduce a conflictos, heridas, aislamiento.

–           El sabio cultiva hábitos que conducen a salud, paz mental, desarrollo. El necio se entrega a lo que lo destruye.

El predicador había experimentado cada uno de estos beneficios y se habían traducido en todo lo que había logrado.

El reconocimiento de la superioridad de la sabiduría no es una concesión menor por parte del Predicador. En términos prácticos inmediatos, es profundamente mejor vivir con sabiduría que con necedad.

Pero…

Esta conclusión, lejos de ser su punto final, es solo el primer paso en un argumento que está a punto de dar un giro interesante. Porque, aunque la sabiduría supera a la necedad en muchos aspectos, hay una realidad que hace que sus beneficios se pongan en tela de juicio cuando se examinan con una mirada por debajo del sol y esta es la realidad de la muerte.

2. La muerte revela la cruda realidad

“Entonces me di cuenta que el mismo destino les espera a ambos. Por eso me dije: ‘Lo que le pasa al necio, también me sucederá a mí. ¿De qué, pues, me aprovecha ser tan sabio?’ Y me dije: ‘También esto es vanidad.’ Porque del sabio no habrá más memoria que del necio en los días venideros. En los días por venir, a ambos se les olvidará. ¡Cómo es posible que muera el sabio junto con el necio!” (Eclesiastés 2:14-16, NBLA)

Cuando parecía que el Predicador había encontrado por fin algo que valía la pena —la sabiduría superior a la necedad— una realidad implacable irrumpe en su reflexión. La muerte, esa gran igualadora, aparece por primera vez en su discurso, y con ella cambia toda la ecuación. La muerte no conoce distinciones entre sabios y necios.

“El mismo destino les espera a ambos.” Esta es una afirmación sencilla pero que tiene mucha fuerza No importa cuán sabiamente vivas, no importa cuán prudentemente evites los peligros, no importa cuánto acumules conocimiento y discernimiento, al final, la muerte te reclamará exactamente igual que al necio que desperdició su vida.

Esta es la primera vez que el Predicador se enfrenta directamente con la muerte en este libro, y su reacción es profundamente humana. La muerte plantea preguntas existenciales que en la rutina diaria solemos evitar. Preguntas como: Si todos terminamos igual, ¿importa realmente cómo vivimos? Si todo nuestro conocimiento desaparece con nosotros, ¿para qué esforzarse en adquirirlo?

 Los cementerios están llenos de «personas imprescindibles».

La angustia del Predicador se profundiza cuando considera lo que sigue a la muerte: el olvido. “Del sabio no habrá más memoria que del necio en los días venideros.” Esta es quizás la herida más dolorosa para quien ha cultivado la sabiduría. No solo morirá como el necio, sino que con el tiempo será olvidado igual que él. Todos sus pensamientos profundos, sus reflexiones cuidadosas, sus decisiones sabias—todo se desvanecerá en la niebla del olvido colectivo.

Si todavía no logras capturar esta idea, pregúntate: ¿Puedes nombrar a los hombres y mujeres más sabios que vivieron hace trescientos años? La mayoría de nosotros apenas podríamos nombrar a unos pocos. Y si avanzamos mil años atrás, el olvido es casi total.

“¡Cómo es posible que muera el sabio junto con el necio!” ¿Pueden sentir la frustración del Predicador? Esta exclamación deja ver la indignación moral del Predicador. Parece injusto, a sus ojos, parece un error cósmico, una equivocación de Dios, que el sabio y el necio terminen igualmente en la tumba, igualmente olvidados.

La muerte, vista “bajo el sol”, nivela todas las distinciones. Reyes y mendigos, genios y tontos, todos ocupan el mismo espacio en el cementerio. Las ventajas que la sabiduría otorga en esta vida —por reales que sean— parecen insignificantes frente a la implacable realidad de nuestra mortalidad.

Escuchen al predicador: ¡Sí! he sido y soy el hombre más sabio y rico del mundo, pero al final ¿qué tendré el día que muera? ¡Lo mismo que el más pobre y necio de ustedes!

La verdad es que, si nos sentamos a analizarlo con detenimiento, es una conclusión trágica, pero cierta hasta los límites del entendimiento humano; es decir. Si todo termina con la muerte, entonces nadie tiene ventaja sobre nadie y por lo tanto no tiene ningún sentido esforzarse por ser más sabio, o más rico o más pudiente; de hecho, esa es la conclusión a la que llega el Predicador, una con la que ya estamos familiarizados:

3. El veredicto: todo es vanidad

“Por tanto, aborrecí la vida, porque la obra que se hace bajo el sol me era fastidiosa; pues todo es vanidad y correr tras el viento.” (Eclesiastés 2:17, NBLA)

Este es el clímax del argumento del Predicador en este segmento. Su tono cambia drásticamente. Ya no estamos ante una evaluación objetiva, sino ante una reacción visceral, emocional: “Aborrecí la vida”.

Esta es una de las afirmaciones más descarnadas de todo el libro. El Predicador, enfrentado a la realidad de que tanto el sabio como el necio enfrentan la misma muerte y el mismo olvido: si este es el caso, entonces la vida misma es aborrecible.

Esto ya pasó de ser un razonamiento filosófico a ser una cuestión emocional. El Predicador estaba perturbado en sus pensamientos sobre la vanidad de la vida, uno podría vivir con eso, pero aquí nos deja ver que eso había afectado el cómo se sentía con la vida, siente hastío y fastidio por la vida.

Es que en efecto, mis amados hermanos, las personas que experimentan crisis emocionales, a menudo llegan allí como resultado de un entendimiento pobre o muy terrenal de las cosas. Las emociones nunca están desconectadas de lo que pensamos, a menos que se trate de un desorden hormonal o bioquímico. Por eso, cuantas más verdades acumulamos acerca de Dios y sus propósitos, más gozo y plenitud experimentamos; pero entre más mentiras creemos acerca de nosotros y de la vida en este mundo, más frustración y desdicha hallamos.

Debemos dejar claro que este análisis viene por una perspectiva “debajo del sol” del Predicador, todavía no afectada por la eternidad. Toda su evaluación está limitada por lo que puede observar horizontalmente, sin referencia a lo eterno. Y desde esa perspectiva terrena, todo el esfuerzo humano —incluso el esfuerzo por adquirir sabiduría— parece inútil frente a la realidad de la muerte.

“Todo es vanidad y correr tras el viento.” Esta es la conclusión a la que el Predicador ha llegado una y otra vez. Pero aquí adquiere una intensidad especial. Si ni siquiera la sabiduría, con todas sus ventajas reales, puede salvarnos de la muerte y el olvido, entonces realmente todo es vapor, todo es transitorio, todo es como intentar atrapar el viento.

Pero…

¿Qué tal si levantamos la mirada? ¿Qué pasa si hay algo más allá? ¿Qué pasa si la vida no termina en la tumba?

Lo que para el Predicador era una conclusión que emergió del volcán de su frustración, para nosotros, los que vemos por encima del sol, puede ser el punto de partida hacia una esperanza transformadora. Porque sabemos algo que él solo podía vislumbrar: la muerte no tiene la última palabra.

Para los que ven la vida desde una perspectiva eterna, la muerte es solo una puerta que se abre hacia la eternidad.

La muerte es la derrota para quienes creen que todo se gana en esta vida, pero es la victoria para aquellos que, incluso habiendo perdido todo en este mundo, vivirán con el Señor por siempre.

“¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?… gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Corintios 15:55,57,).

Parafraseando al puritano John Owen: La muerte murió en la muerte de Cristo.

Ahora sabemos, por medio de Cristo, que la muerte no es una niveladora final, sino una puerta hacia una realidad donde lo que hicimos con nuestra sabiduría realmente importa.

Pablo continúa: “Por tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:58, NBLA)

¿Lo ven? “No es en vano.” La misma palabra, pero con una conclusión opuesta a la del Predicador. Donde él veía vanidad, futilidad, nosotros podemos tener esperanza eterna. ¡Aleluya!

Desde esta perspectiva, la fe no sólo nos prepara para morir bien; nos libera para vivir bien porque sabemos que todo el bien que hacemos aquí hace eco en la eternidad,

Cuando vemos por encima del sol, nuestra perspectiva sobre la sabiduría cambia radicalmente. Ya no buscamos ser sabios simplemente para tener una vida mejor que los necios aquí y ahora. Buscamos la sabiduría que viene de lo alto, porque estamos viviendo a la luz de la eternidad. Porque viviendo sabiamente damos gloria a Dios, reflejamos su bondad y su perfección, amamos como Él ama, servimos como Él sirve y eso da sentido a todo lo que hacemos.

Santiago lo describe así: “La sabiduría que viene de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía.” (Santiago 3:17, NBLA)

Esta sabiduría trasciende la muerte porque está conectada a lo eterno. No termina en la tumba porque no comenzó con nosotros. Viene de lo alto y a lo alto retorna.

Vladimir Nabokov, un escritor agnóstico ruso escribió lo siguiente en un libro llamado Habla, memoria (1967), para referirse a la vida en este mundo:

“Nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad”

Pero nosotros podemos afirmar categóricamente que, para aquellos que han creído en Cristo, la existencia es como el sol que se levanta en el amanecer de un día que jamás conocerá el ocaso.

Lo que hace que la muerte sea tan aterradora para el Predicador es que la ve como el final absoluto. Pero Cristo ha transformado la muerte. La ha convertido, no en la pared contra la que nos estrellamos, sino en la puerta a través de la cual pasamos.

Para aquellos que sienten que sus vidas son vanas, que sus esfuerzos por ser sabios son inútiles frente a la realidad de la muerte, Cristo ofrece una nueva perspectiva. Tu esfuerzo por vivir sabiamente no es en vano. Tus decisiones de rechazar la necedad no son fútiles. Tu cultivo de la sabiduría verdadera está construyendo algo que perdurará.

En palabras del Señor: “No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban” (Mateo 6:19-20, NBLA).

Si estás aquí hoy y te sientes como el Predicador, atrapado en la convicción de que todo es vanidad porque la muerte iguala a todos, levanta tu mirada por encima del sol. Mira a Cristo, quien ha transformado el significado mismo de vivir y morir. En Él, tu sabiduría no es en vano. En Él, la muerte no es el fin. En Él, la vida tiene un propósito que trasciende la tumba.

Y así, lo que para el Predicador fue un momento de desesperación, para nosotros puede ser un momento de liberación. Liberación para vivir con sabiduría, no porque nos salve de la muerte, sino porque nos conecta con Aquel que ha vencido la muerte para siempre.

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