Manuscrito del sermón
Texto: Eclesiastés 2:18-23
Hablar del trabajo en nuestra cultura es como abrir la caja de Pandora de las emociones humanas. Para algunos, el trabajo es fuente de identidad y orgullo. Para otros, una carga necesaria para pagar las cuentas, y para otros: ni lo uno ni lo otro.
Lo que es cierto es que, si hay algo que revela el profundo daño que el pecado ha hecho en el mundo, es justamente la realidad de que el trabajo, debajo del sol, es duro, fatigoso y muchas veces lleno de aflicción.
O ¿quién no se ha preguntado alguna vez, después de una larga semana de esfuerzo, si todo este trabajo realmente vale la pena? ¿O has mirado proyectos en los que invertiste años de tu vida, preguntándote qué quedará de ellos dentro de una década?
El Predicador se planteó las mismas preguntas y hoy siguen siendo tan relevantes como entonces.
En las últimas semanas, hemos seguido al Predicador en su búsqueda exhaustiva de sentido. En la sabiduría, en los placeres, en las posiciones materiales, de vuelta en la sabiduría y encontrándose con la realidad de la muerte, y ahora, ya caso al final de su experimento, en el trabajo.
Podríamos decir que El Predicador exploró todas las áreas en las que se puede buscar sentido para la vida: el conocimiento, los placeres, el materialismo y finalmente, en el trabajo.
En este último experimento, el Predicador vuelve a plantearse una pregunta existencial: ¿puede el trabajo y lo que construimos con nuestras manos darnos el sentido que buscamos? Esta pregunta cala profundo en todos nosotros, porque el trabajo ocupa una porción enorme de nuestras vidas (al menos si lo medimos en términos del tiempo que invertimos al día durante toda la vida).
Esta mañana, mientras caminamos por Eclesiastés 2:18-23, veremos la brutal honestidad del Predicador sobre el trabajo cuando se ve solo – sin referencia a lo eterno, sin conexión con el propósito de Dios. Pero también descubriremos cómo una perspectiva «encima del sol» puede transformar incluso las tareas más mundanas en expresiones de significado eterno.
Este es justamente el argumento que quiero proponerles:
El trabajo y sus frutos, vistos debajo del sol, se convierten frustración.
Y vamos a desarrollarlo a la luz de los siguientes encabezados:
- El fruto del trabajo debajo del sol
- La desesperanza del trabajo debajo del sol
- La aflicción del trabajo debajo del sol
1. El fruto del trabajo debajo del sol
En Eclesiastés 2:18-19, el Predicador llega a una conclusión devastadora: “Así mismo, aborrecí todo el fruto de mi trabajo con que me había afanado bajo el sol, el cual tendré que dejar al hombre que vendrá después de mí. ¿Y quién sabe si será sabio o necio? Sin embargo, él se enseñoreará de todo el fruto de mi trabajo con que me afané y en que mostré mi sabiduría bajo el sol. También esto es vanidad.”
Lo que desencadena esta profunda frustración en el Predicador es su confrontación con la muerte. Tal como en el razonamiento pasado sobre la sabiduría y la necesidad aquí podríamos decir que El Predicador cree que es mejor ser rico que no serlo, pero que al final todo llega a un límite, a una pared y este límite transforma todo su esfuerzo en vanidad.
Notemos dos elementos críticos en su reflexión:
Primero, la inevitabilidad de la separación: “tendré que dejar” todo por lo que ha trabajado. La muerte aparece como un ladrón que arranca de sus manos todas sus posesiones, todos sus logros. No importa cuán grande sea su imperio, cuán magníficos sus edificios, cuán extensos sus viñedos – todo quedará atrás.
Segundo, la incertidumbre sobre el destino de su trabajo: “¿Y quién sabe si será sabio o necio?” No solo perderá lo que ha construido, sino que no tiene control sobre lo que sucederá con ello. Podría caer en manos de alguien que lo arruine todo en un instante.
Esta es la gran frustración del trabajo visto «del sol» – trabajamos como si fuéramos a vivir para siempre, pero morimos habiendo apenas comenzado. Construimos imperios que eventualmente se desmoronan. Acumulamos conocimientos que olvidamos o que se vuelven obsoletos. Y todo lo que creamos eventualmente pasa a manos de otros, que podrían no valorarlo como nosotros.
Esto no es un problema exclusivo del Predicador. Lo vemos hoy en:
- El empresario que dedica décadas a construir su negocio, solo para ver cómo sus herederos lo dilapidan o lo venden al mejor postor.
- El académico que pasa años desarrollando una teoría, solo para que sea olvidada o refutada poco después de su muerte.
- El artista cuyas obras son malinterpretadas o devaluadas por las generaciones futuras.
Este es precisamente el efecto distorsionador del pecado en nuestro trabajo. En el diseño original de Dios, el trabajo humano no estaba marcado por esta frustración existencial, sino por un deleite, resultado de ser un instrumento para cumplir el plan de Dios. Adán fue puesto en el jardín “para que lo cultivara y lo guardara” (Génesis 2:15), no para experimentar la futilidad de ver todo su esfuerzo desvanecerse por la simple razón de que morir no estaba como parte del plan inicial.
El pecado introdujo no solo la muerte física, sino también esta muerte simbólica de nuestros logros y legados. “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Génesis 3:19) – esta sentencia divina no solo hace el trabajo físicamente agotador y existencialmente problemático.
Hay un peligro real en la conclusión a la que llega inicialmente el Predicador: si todo terminará en nada, ¿por qué esforzarse? Si no podemos disfrutar eternamente del fruto de nuestro trabajo, ¿tiene algún sentido siquiera comenzar? Esta desesperanza es precisamente lo que experimentamos cuando vemos el trabajo exclusivamente “debajo del sol” – sin referencia a lo eterno, sin conexión con el propósito divino.
Como vemos, la muerte otra vez es la que nos pone de cara con la realidad, es el camino donde, debajo del sol, todo termina.
Por ahora, sin embargo, es importante que confrontemos esta realidad: visto solo “debajo del sol”, el fruto de nuestro trabajo se convierte inevitablemente en fuente de frustración, no de satisfacción duradera.
2. La desesperanza del trabajo debajo del sol
En los versículos 20-21, la reflexión del Predicador se profundiza: “Así que volví a desesperanzarme por todo el trabajo en que me había afanado bajo el sol. Cuando hay un hombre que ha trabajado con sabiduría, con conocimiento y con destreza, y da su hacienda a un hombre que no ha trabajado en ello, también esto es vanidad y un mal grande.”
Aquí encontramos una progresión en el pensamiento del Predicador. Si en los versículos anteriores se enfrentaba a la realidad de la muerte como límite de su disfrute, ahora confronta algo aún más perturbador: la injusticia inherente en el sistema del trabajo humano.
Este es el desarrollo de lo que en principio planteó como una idea. Lo que es mío será de otro, pero aquí muestra cuánto eso le afecta.
La preocupación del Predicador no es solo que tendrá que dejar todo lo que ha construido; es que lo dejará a alguien que no ha hecho nada para merecerlo y eso le parece injusto.
Y esta es quizás la segunda afirmación que podemos hacer junto al predicador acerca de la realidad del trabajo. Además de infructuoso, es injusto.
Y esto, dice el Predicador, “es vanidad y un mal grande”. No es solo absurdo; es profundamente injusto. Hay una desconexión radical entre el mérito y la recompensa, entre el esfuerzo y el resultado final. Y esta desconexión genera una sensación de desesperanza.
Nosotros tampoco estamos lejos de esa realidad hoy. El trabajo en este mundo y la injusticia viven el uno frente al otro y se ven la cara muy seguido.
- Cuando vemos a personas menos calificadas ascender por conexiones personales mientras nosotros permanecemos estancados a pesar de nuestro desempeño superior.
- Cuando invertimos años desarrollando una idea innovadora, solo para que alguien con más recursos la copie y se lleve el crédito y las ganancias.
- Cuando nuestro trabajo arduo beneficia principalmente a accionistas distantes que nunca han puesto un pie en nuestra oficina.
- Cuando vemos cómo nuestros ahorros de toda la vida, fruto de años de trabajo disciplinado, pueden evaporarse en una crisis económica o por una enfermedad catastrófica.
- Cuando descubro que todo por lo que me preparé para hacer una tarea, una máquina viene y me reemplaza con tanta frialdad.
- Cuando la ama de casa invierte todo el día en dejar todas las cosas en orden y los otros que viven en la casa no lo aprecian ni lo conservan.
No hay que llegar a la muerte para uno darse cuenta que el trabajo es injusto, pero la muerte es el telón blanco de esa mancha marrón.
La desesperanza surge precisamente de esta sensación de impotencia, de falta de control sobre el destino final de nuestro trabajo y de la injusticia aparente. “Debajo del sol” – sin una perspectiva trascendente – parece no haber garantía de que nuestro esfuerzo será recompensado justamente o que nuestro trabajo tendrá el impacto que deseamos.
¿Por qué esforzarnos tanto si el resultado no está en nuestras manos? ¿Por qué sacrificar el presente por un futuro que podríamos no controlar? ¿Por qué buscar la excelencia en un sistema que a menudo no la reconoce ni la recompensa?
El predicador dice que perdió la esperanza, no veía un futuro que lo animara.
No sé si se da cuenta, pero detrás de esta muy arraigada la idea de que el trabajo solo debería disfrutarlo aquel que trabajó en él, por muy loable y meritorio que eso suene, es cargar una expectativa demasiado alta y egoísta del trabajo.
Cuando pensamos que el trabajo tiene como propósito la satisfacción personal, caemos en esta misma amarga y desoladora esperanza.
Lo que el predicador dice en parte es comprensible, pero y ¿cuál debería ser el ideal? Hay un sentido de realización cuando trabajamos con el propósito de compartir los frutos de ese trabajo y eso hace la carga del trabajo más llevadera.
Es una forma de redención, de quitarle al trabajo la gran responsabilidad de generar nuestra gratificación.
Las personas más amargadas son las que más preocupadas viven por lo que tienen y por no compartirlo con nadie.
No digo que uno debería ser un irresponsable con sus posesiones, pero ¿por qué llegar al punto de pensar que toda esperanza se ha perdido cuando pienso en que lo que es mío se lo quedará otro?
Si quieres combatir este sentido de frustración y desesperanza que produce el saber que no te llevarás nada, empieza a compartir con otros aquí con alegría. Después de todo, lo hagas con gozo o no, aquí se quedará.
No esperes llegar al final de tus días para llorar de amargura al aferrarte a aquello que no puedes retener, dale un uso debido aquí y disfruta en la libertad del compartir.
Bien lo dijo el señor Jesucristo: es más bienaventurado dar que recibir.
Pablo lo resumió muy bien cuando dijo:
A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. 18 Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, 19 acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida. (1 Timoteo 6:17-19)
Esto es un cambio de paradigma, un pensamiento contracultura, pero es lo que enseña el evangelio en esencia, todo el fruto del trabajo del Señor no fue para sí mismo sino para otros.
Espero que hayan notado, ya que el dinero y los frutos del trabajo no son la principal recompensa de lo que hacemos, es solo el símbolo de la transacción. El verdadero fruto está en amar y servir a otros y en la certeza de que en la eternidad el señor representará todo nuestro esfuerzo.
El problema no es que el trabajo sea injusto, es que esperamos demasiado de él, de hecho, esperamos que nos dé la realización que solo podemos encontrar en el Señor y es por eso que nos produce tanta desesperanza.
Este es un pensamiento liberador, esto es ver el trabajo por encima del sol, donde incluso, nuestras tareas no acabarán.
No sabemos cómo será esto, pero lo cierto es que si la eternidad es un nuevo Edén, entonces los que somos del Señor estaremos viviendo a la luz de esa nueva realidad sin relación con el pecado y siendo productivos.
El Predicador ve con desesperación que todo su esfuerzo pasará a manos de quien no trabajó por ello. Pero la revelación completa de las Escrituras nos ofrece una perspectiva radicalmente distinta. En Isaías 65:21-23 (RV1960)
Construirán casas y las habitarán, plantarán también viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma;
porque como los días de un árbol, así serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán de la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni darán a luz para desgracia, porque son la simiente de los benditos del Señor, ellos, y sus vástagos con ellos.
Dios promete un futuro donde ‘no edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma… Mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos.’ La injusticia que el Predicador lamenta será corregida en la nueva creación.
Más aún, Apocalipsis 22-.3-5 nos muestra que, lejos de ser el fin de toda actividad, la eternidad incluirá servicio y responsabilidad: ‘sus siervos le servirán… y reinarán por los siglos de los siglos.’ El trabajo no termina con la muerte; se transforma y se redime.
Las parábolas de Jesús sobre los talentos y las minas sugieren que nuestro trabajo fiel ahora tendrá consecuencias eternas, preparándonos para mayores responsabilidades en el Reino. Pablo también en 1 Corintios 3, ‘Si la obra de alguno permanece, él recibirá recompensa.’
Esta perspectiva ‘encima del sol’ transforma radicalmente nuestra actitud hacia el trabajo presente.
Ya no trabajamos solo para un legado temporal que otros podrían desperdiciar. Trabajamos para un Señor que ve, recuerda y recompensa, y para un futuro donde finalmente disfrutaremos del fruto de nuestro esfuerzo sin la sombra de la injusticia o la muerte.
3. La aflicción del trabajo debajo del sol
En los versículos 22-23, el Predicador llega al núcleo existencial de su angustia: “Porque ¿qué consigue el hombre de todo su trabajo y del afán de su corazón con que se fatiga bajo el sol? Porque todos sus días son dolor, y su oficio molestias; ni aun de noche reposa su corazón. También esto es vanidad.”
Aquí el Predicador no solo cuestiona el destino final de su trabajo (como vimos en los puntos anteriores), sino la experiencia misma del trabajo en el día a día. Y su descripción es devastadora:
1. “Todos sus días son dolor” – El trabajo se convierte en una fuente constante de sufrimiento, no de realización o propósito.
2. “Su oficio molestias” – Las tareas diarias se experimentan como irritaciones, no como oportunidades para la creatividad o el servicio.
3. “Ni aún de noche reposa su corazón” – El trabajo invade incluso el tiempo de descanso, robando la paz y el sueño.
Esta es quizás la descripción más precisa que existe del burnout laboral, escrita unos 3,000 años antes de que acuñáramos el término. El Predicador captura perfectamente la condición de agotamiento, desconexión y futilidad que muchos experimentan en su vida laboral.
Ahora, es apenas de esperarse. Si alguien está pensando en que es injusto que no se pueda llevar nada y que otro se quede con lo que es suyo, el trabajo le será una fatiga.
¿Lo ves? Lo que pensamos de la eternidad afecta radicalmente nuestra relación con el trabajo de este lado del sol.
Cuando trabajamos exclusivamente “debajo del sol” – sin referencia a un propósito trascendente – el trabajo inevitablemente se convierte en una carga, no importa cuán privilegiada sea nuestra posición.
Esta aflicción tiene su origen, nuevamente, en el efecto del pecado sobre el trabajo humano. En Génesis 3:17-19, Dios declara: “Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá… Con el sudor de tu rostro comerás el pan.” El trabajo, que originalmente era una bendición y una forma de colaboración con Dios, se convirtió en una lucha constante, marcada por la resistencia, la frustración y el agotamiento.
Pero la buena noticia es que Cristo vino a redimir no solo nuestras almas, sino también nuestro trabajo. En Mateo 11:28-30 (RV60), dice el Señor: Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera».
El descanso que el Señor promete viene del significado eterno que Él añade a nuestras vidas. De su victoria sobre la muerte.
Al considerar estos tres aspectos de la vanidad del trabajo “debajo del sol” – su fruto pasajero, la injusticia de su recompensa, y la aflicción de su experiencia – podríamos fácilmente caer en la misma desesperanza que el Predicador. Pero tenemos algo que él solo vislumbraba: la plena revelación de Dios en Cristo.
En Cristo, nuestro trabajo es redimido en tres dimensiones:
1. En cuanto a su fruto: Aunque los frutos materiales de nuestro trabajo puedan ser temporales, 1 Corintios 15:58 nos asegura que “vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” Lo que hacemos por Cristo tiene valor eterno, aunque sus resultados visibles puedan desaparecer.
2. En cuanto a su recompensa: Aunque en este mundo otros puedan beneficiarse injustamente de nuestro esfuerzo, Colosenses 3:23-24 nos promete: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
3. En cuanto a su experiencia: Aunque el trabajo en este mundo caído implique fatiga y frustraciones, cuando lo hacemos como para el Señor, puede ser transformado en una expresión de adoración y servicio que trae propósito y gozo incluso en medio de las dificultades.
Más aún, sabemos que nuestro trabajo actual no es el fin de la historia. En la nueva creación, seguiremos trabajando, pero sin las distorsiones introducidas por el pecado.
Esta perspectiva “encima del sol” cambia nuestra actitud hacia el trabajo presente. Ya no vivimos atormentados por la posibilidad de que nuestro trabajo sea en vano. Ya no trabajamos principalmente para construir un legado terrenal o acumular posesiones temporales. Trabajamos para un Señor que ve, valora y recompensa aun lo que el mundo no aprecia.
Cuando nos levantamos cada mañana para ir al trabajo – sea éste prestigioso o humilde, creativo o rutinario – podemos hacerlo no con la desesperanza del Predicador, sino con la confianza de que estamos participando en algo mucho mayor que nosotros mismos: la obra redentora de Dios en el mundo.
Y al final del día, cuando descansamos de nuestras labores, podemos hacerlo con la paz de saber que no depende solo de nosotros. Como dijo Jesús: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). Nuestro trabajo se inserta en la obra continua de Dios, quien está haciendo nuevas todas las cosas.
El trabajo, visto solo “debajo del sol”, se convierte inevitablemente en frustración. Pero visto a la luz de Cristo y su Reino eterno, se transforma en una oportunidad para colaborar con Dios en su plan redentor para toda la creación.
Así que hermanos, no trabajemos como quienes no tienen esperanza. Trabajemos como siervos de Cristo, sabiendo que en Él, nada de lo que hacemos es en vano.