Manuscrito del sermón
Texto: Eclesiastés 1:4-11
En nuestro último encuentro con El Predicador, nos enfrentamos a una pregunta fundamental sobre el sentido de la vida: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana bajo el sol?” Esta pregunta surgía como el primer paso en la investigación del Predicador, un puente entreñ su declaración universal de que todo es vanidad y las evidencias que sostienen esta conclusión.
Vimos cómo esta pregunta toca la médula de nuestra existencia. Exploramos el significado profundo de buscar “provecho” – esa ganancia final que todos anhelamos de nuestros esfuerzos. Entendimos que cuando la vida se ve solo “bajo el sol”, sin referencia a lo eterno, todo esfuerzo parece destinado a la futilidad.
Pero El Predicador no se detiene en la pregunta. Como un investigador meticuloso que construye su caso, procede ahora a mostrarnos las evidencias que sustentan su conclusión. Y lo hace de una manera magistral, llevándonos a observar tres realidades fundamentales que todos podemos verificar: los ciclos inexorables de la naturaleza, la insaciabilidad permanente del corazón humano, y la repetición constante de la historia.
Lo que hace esta sección particularmente profunda es que estas realidades que observaremos no son meras observaciones pesimistas. Son ventanas que nos permiten ver dos verdades simultáneas: la aparente futilidad de la vida cuando se ve solo horizontalmente, y la gloria del propósito divino cuando levantamos nuestra mirada más allá del sol.
Esta mañana, mientras observamos estas evidencias que El Predicador nos presenta, veremos eso como nuestro argumento central:
Los mismos ciclos que sin Dios muestran vanidad, con Él testifican de Su propósito.
Desarrollaremos esta verdad examinando tres observaciones del Predicador:
Primero, observaremos los ciclos de la naturaleza – el sol, el viento, los ríos. Veremos cómo estos patrones que pueden parecer una rutina sin sentido son, en realidad, testimonios de la fidelidad de Dios.
Luego, nos detendremos en la insaciabilidad del corazón humano. Lo que fuera de Dios parece una maldición – el ojo que nunca se sacia de ver, el oído que nunca se cansa de oír – es en realidad un recordatorio de que fuimos creados para algo más grande que este mundo.
Finalmente, examinaremos la repetición de la historia, donde lo que parece un ciclo interminable de eventos sin sentido es, en la perspectiva de Dios, parte de Su gran historia redentora que avanza hacia un propósito glorioso.
En cada caso, veremos cómo la misma realidad puede leerse de dos maneras radicalmente diferentes. Sin Dios, cada ciclo señala hacia la vanidad de la existencia. Pero en Él, estos mismos ciclos testifican de Su propósito eterno y Su inquebrantable fidelidad.
Quiero permitirme usar un recurso para ayudarlos a ustedes y también a los niños que están aquí con nosotros a entender mejor de qué se tratará el sermón de hoy, y esto, confieso que es inspiración prestada de una serie de ciencia ficción que he comenzado a ver con mi esposa llamada “Materia oscura”, está basada en una novela de Blake Crouch que lleva el mismo nombre.
Imagínate que estás en una caja en la que puedes abrir 3 ventanas; por una puedes ver solo la naturaleza. No hay humanos, no hay animales, solo el sol, los ríos, los mares y tú observando.
En la otra ventana de la caja puedes ver todo el desarrollo de la historia, las guerras, los conflictos, los inventos, el paso de las civilizaciones.
Y luego, en la otra ventana, no vez nada, solo escuchas tus propios pensamientos, todo en la voz de tu mente, aquellas cosas que no siempre hablas pero que están ahí, las cosas que siempre deseaste.
Ahora bien, ¿cuáles serán tus conclusiones? Seguro que estas irán hacia uno de estos dos caminos:
- Considerarás todo eso, después de una profunda reflexión, como vanidad, que nada cambia, que al final el mundo sigue siendo el mismo y las personas siguen siendo las mismas.
- O, por otro lado, saldrás de esa caja con asombro. Con el rostro iluminado por ver la majestad de un mundo que permanece inconmovible a pesar del paso efímero de los hombres.
Bueno, eso es lo que haremos a continuación. Nos vamos a asomar por cada una de esas ventanas, como ya lo hizo el predicador para observar lo que hay, analizar la conclusión pesimista de debajo del sol y luego analizar la visión celestial, la que es de acuerdo con una mirada por encima del sol.
Veamos entonces el primer encabezado:
1. La naturaleza y sus ciclos
La primera prueba observable de El Predicador se remite a la realidad más inmediata, la que está frente a sus ojos, el testimonio de la naturaleza.
Desde la perspectiva terrenal, las generaciones, esto es, las naciones pasan, los hombres nacen y se mueren, y para entonces el predicador había visto varias de ellas, pero la naturaleza ¡¡permanece impávida e inconmovible.
Desde su razonamiento, las cosas debajo del sol tendrían sentido si hubiera algo que cambiara, si de repente hubiera algo que rompiera el ciclo. Al predicador le daba la sensación de estar metido en un bucle infinito del que no saldría sino muriendo y, aun a eso, como veremos más adelante, tampoco le veía un propósito.
Es como si para él el mundo fuera una rueda de hámster que gira y gira sin que nada distinto pase y su conclusión es fatal: el mundo no tiene sentido.
En su observación, el Predicador se concentra en tres cosas:
- El sol en su recorrido diario: Se refiere al amanecer y al atardecer, al sol que se oculta y que sale al día siguiente sin variación alguna.
- El viento en su giro perpetuo: Esta observación se refiere al viaje que va y vuelve al mismo lugar
- Los ríos en su flujo constante hacia el mar: esto es una referencia al ciclo hidrológico. Al agua que llega a los mares, se calienta y vuelve a subir para caer en forma de lluvia y continuar así el ciclo.
La verdad es que en un análisis tan terreno, un mundo enmarcado en la monotonía de sus ciclos puede parecer sin sentido, a menos que esos ciclos comuniquen otra cosa que no se ve a simple vista.
Según la observación del predicador, la vida debajo del sol pierde sentido porque el escenario en el que se desarrolla es cíclico, como si eso le hiciera pensar en que no hay nada más. Esta es su conclusión fatal: Si todo se repite, ¿cuándo termina? Y si no termina, ¿qué sentido tiene seguir corriendo?
Y es que, en efecto, a menos que el hámster salga de la rueda, morirá antes de poder encontrar un verdadero propósito para su existencia.
La fatalidad de un mundo sin sentido viene precisamente cuando solo consideramos al mundo una rueda que no se mueve a ninguna parte, pero esa no es la perspectiva bíblica de las cosas creadas.
Es una comprensión de las cosas por encima del sol, lo que cambia, no solo nuestra percepción de las cosas creadas, sino el propósito mismo de vivir.
Desde la perspectiva bíblica, el mundo y sus ciclos son solo un lienzo que comunica la grandeza y la majestad de Dios en el rango que nuestros ojos pueden observar.
La tierra gira alrededor de su propio eje para darnos cada 24 horas la oportunidad de recordar que algo majestuoso está más allá de lo que nuestros ojos ven.
Cuando levantamos nuestra mirada más allá del sol, estos mismos ciclos nos hablan de algo glorioso:
- “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22). Estos ciclos no son una prisión de monotonía, sino el testimonio del pacto de Dios con Su creación. Cada amanecer no es solo otro día en un ciclo sin fin; es un recordatorio de Su fidelidad inquebrantable.
- “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría” (Salmo 19:1-2). Lo que para algunos es repetición sin sentido, para el creyente, los que miramos por encima del sol, son una sinfonía continua de alabanza. Cada ciclo declara la sabiduría del Creador.
- “Así dice el Señor: Si pudierais romper mi pacto con el día y mi pacto con la noche… entonces también se podría romper mi pacto con David” (Jeremías 33:20-21). Dios usa la constancia de estos ciclos naturales como garantía de Sus promesas eternas. Su fidelidad es tan segura como el amanecer. Los ciclos que vemos comunican la seguridad de que Dios nunca fallará. De la misma manera, en que nadie se acuesta preocupado por si el sol saldrá mañana o no, nadie debería dormir dudando de la fidelidad del Señor a sus promesas.
- “Tú estableciste todas las fronteras de la tierra; el verano y el invierno, tú los formaste” (Salmo 74:17). Estos patrones no son accidentales; son el diseño intencional de un Dios de orden y propósito. La creación es un testimonio abrumador de un Ser inteligente que ha puesto cada cosa en su lugar, para que nadie tenga excusa un día delante de Él.
- “Considerad los lirios, cómo crecen… Si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mateo 6:28,30). Los ciclos de la naturaleza nos invitan a confiar en la provisión divina. Todo lo que vemos ahora inalterable es resultado de un Dios que está involucrado con su creación y nos lo está dejando saber de manera explícita.
Pudiéramos seguir, pero espero haber mostrado con suficiencia que todo lo que se debajo del sol como fútil, sin sentido, sin propósito, no es otra cosa que el testimonio de la gloria de Dios; pero por si aún nos queda algún resquicio para la duda:
En Apocalipsis 21:23 y 22:5 encontramos algo asombroso. Juan nos dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera… No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará.”
¿Por qué es esto tan significativo? Porque nos muestra que estos ciclos que ahora observamos no son el fin último del diseño de Dios. Son como andamios sagrados, estructuras temporales que nos sostienen mientras se completa la obra maestra. En la eternidad, cuando estemos en la presencia inmediata de Dios, ya no necesitaremos del testimonio de las cosas creadas, porque Su Gloria será completamente clara para nosotros.
Piénsenlo: ahora necesitamos el sol que sale cada mañana para recordarnos Su fidelidad, necesitamos los ciclos de las estaciones para mostrarnos Su provisión, necesitamos el fluir constante de los ríos para hablarnos de Su gracia inagotable. Pero en la eternidad, ¿para qué necesitaríamos estos recordatorios cuando estaremos en la presencia misma de Aquel que es la fuente de toda fidelidad, provisión y gracia?
Este es quizás el aspecto más glorioso de estos ciclos: son temporales. Son como las ilustraciones en un libro para niños – necesarias ahora para ayudarnos a entender verdades más profundas, pero que un día darán paso a la realidad plena que señalan.
El año pasado, mi familia y yo tuvimos la oportunidad de escuchar y luego comer con un astronauta de la Estación Espacial Internacional, Barry Willmore, quien además es un fiel creyente, en un momento, él dijo que podíamos preguntarle acerca de cualquier cosa, si no era confidencial, él iba a responder.
La Estación Espacial Internacional (EEI) orbita la Tierra aproximadamente 16 veces al día. Esto significa que los astronautas a bordo ven 16 amaneceres y 16 atardeceres en un período de 24 horas.
La EEI viaja a una velocidad de aproximadamente 28,000 km/h y completa una órbita alrededor del planeta cada 90 minutos, lo que le permite dar vueltas al planeta muchas veces. ¡Imagina ver un amanecer cada 45 minutos! Así que mi pregunta fue: ¿Cómo puede alguien que ve el sol salir 16 veces en 2 horas, no perder el asombro cuando viene a la tierra? Su respuesta fue algo más o menos como esto: —No pierdo el asombro, porque sé que no estoy viendo el sol, estoy viendo la gloria de Dios en todo lo creado y no solo en el espacio, también en la tierra, en los árboles y hasta en un pequeño bosque en medio de una ciudad.
Amados míos, una perspectiva terrenal, una mirada de lo que está debajo del sol sin Dios, es fatigoso y frustrante; pero es glorioso cuando nos ponemos los lentes de la eternidad. Entonces, amamos estos ciclos y vemos la gloria del Señor en todo lo creado. Estas personas están tan ocupadas en disfrutar que se olvidan que es una rueda que gira.
Ahora el Predicador nos invita ahora a mirar hacia adentro, a ese espacio donde habitan nuestros deseos y anhelos más profundos. Y lo que encontramos es igualmente desconcertante: “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; no se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír”.
Veamos entonces el segundo encabezado:
2. La insaciabilidad del corazón humano.
Al mirar por esta segunda ventana de nuestra caja, El Predicador nos invita a observar algo profundamente personal: la incesante insatisfacción del corazón humano. ¿Han notado cómo nuestros ojos siempre buscan algo nuevo para ver? ¿Cómo nuestros oídos están constantemente ávidos de escuchar algo más? Esta fatiga existencial, este anhelo permanente, ¿qué nos dice sobre nuestra condición?
Desde la perspectiva “bajo el sol”, esta insaciabilidad parece una maldición. Nunca estamos satisfechos, nunca es suficiente. Bajo el sol, todo parece una condena a la perpetua insatisfacción.
El que trabaja siempre quiere ganar más, el que estudia no se siente satisfecho con sus logros, el que gana éxito siempre está pensando en su próxima meta y así. Todos vivimos convencidos de que un día obtendremos todo lo que anhelamos y todos descubrimos con crueldad que cuando lo obtenemos, no es suficiente, nuestro corazón no se aquieta.
Esta es la horrible consecuencia del pecado y sus efectos sobre lo creado. “Con el sudor de tu frente trabajarás y la tierra se producirá espinos y abrojos”. Mucha de la fatiga de nuestros esfuerzos viene por pensar que nunca es suficiente. El predicador observó esto y lo presenta como la prueba de que todo es vanidad y que no hay provecho en lo el trabajo con el que uno se afana debajo del sol. Él se pregunta: ¿para qué si todavía faltara una cosa más?
Esto lo vemos mucho con los niños y su compulsión por un nuevo juguete; se emocionan cuando lo tienen, pero esa emoción dura lo que dura en aparecer su deseo por otro juguete. Es una tragedia.
Pero la perspectiva eterna cambia radicalmente esta perspectiva, y desde arriba del sol, esta misma insaciabilidad revela algo asombroso:
- “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmo 42:1). Dios nos diseñó para desear, para anhelar. De hecho, la Palabra ambición, es usada en el sentido neutro en la biblia, en algunas ocasiones se nos manda a desear profundamente o anhelar las cosas que son del Señor. El problema está en dónde buscamos. Jesús le dijo a la samaritana: El que beba de esta agua, volverá a tener sed, pero el que beba de esta agua no tendrá sed jamás, extraña saciado.
- “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos” (Eclesiastés 3:11). La insatisfacción por lo temporal nos recuerda que hay algo eterno para lo que hemos sido creados.
- “Porque él satisface al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta” (Salmo 107:9). Nuestro anhelo constante no es el fin de la historia; es el preludio de una satisfacción más profunda.
La insaciabilidad que experimentamos no es una tragedia; es un regalo divino que nos impide conformarnos con menos que Dios mismo. Es como una sed espiritual que ningún arroyo terrenal puede saciar, porque fuimos diseñados para beber de la fuente de agua viva.
En parte, una de las razones por las que el ayuno es una disciplina bíblica muy eficiente es porque nos fuerza al deseo, al hambre, para que podamos desear algo más, un pan de vida que sacia.
Este es el argumento de Jesús en Mateo 9:14-15
Entonces los discípulos de Juan se acercaron a Jesús, diciendo: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, pero tus discípulos no ayunan?». 15 Y Jesús les respondió: «¿Acaso los acompañantes del novio pueden estar de luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán.
Noten como Jesús muestra aquí el ayuno en relación con la venida del esposo, con un deseo profundo por él. Es en este mismo Mateo que el Señor relata en la parábola de las 10 vírgenes: su regreso como la venida del esposo. Así que, por encima del sol, nuestra insaciabilidad debajo del sol no es trágica, es lo que nos conduce a un deseo mucho más profundo por Dios.
Nos vemos así a la tercera observación del El Predicador o la tercera ventana, una en la que ve el curso mismo de la historia para concluir exactamente lo mismo: no hay sentido en el trabajo debajo del sol porque nadie puede cambiar nada, la historia continúa.
3. La historia y sus ciclos
“No hay nada nuevo debajo del sol”. ¿A qué se refiere exactamente el predicador con esto? ¿No fue él acaso quien construyó ciudades e innovó tecnológicamente para la época? Bueno, parece que su referencia va más allá de las innovaciones, su referencia es más hacia la condición humana, su afán por dejar un legado que cambie el curso de las cosas antes mencionadas, algo que rompa el ciclo, algo que haga que el sol no salga más o que salga diferente, que el mar se llene, o que el ojo se sacie y se llene; pero no, ni la condición humana cambia ni el sistema de cosas; solo se llena el mundo de más gente y más invenciones, pero toda gira igual.
Salomón vio varias generaciones pasar. A Saúl y a David, antes que él y posiblemente reyes de otros reinos, subir y caer; todos esforzándose por hacer que todo fuera diferente, pero muriendo aplastados por la realidad de que no hay memoria de ellos después de su muerte.
Detrás de este pensamiento está la idea de que si no vivimos para dejar un legado o algo que cambie el curso de la historia, entonces ¿para qué vivir?
Vista bajo el sol, la historia humana parece un ciclo deprimente de repeticiones. Las mismas ambiciones, los mismos conflictos, los mismos intentos fallidos de grandeza. Lo que una generación considera un avance revolucionario, la siguiente lo ve como obsoleto. Cada generación piensa que está haciendo algo nuevo, pero como dice El Predicador, “no hay nada nuevo bajo el sol.”
Guerras, revoluciones, imperios que se levantan y caen, todo parece seguir el mismo patrón. Y lo más trágico: el olvido inevitable. “No hay memoria de los primeros, ni tampoco de los últimos habrá memoria entre los que vendrán después.”
El olvido es inevitable y eso es algo que tenemos que recordarnos toda vez que creamos que necesitamos ser reconocidos en esta tierra.
Pero, vista por encima del sol, esta misma historia revela un propósito glorioso:
La historia no es un ciclo sin fin, sino una línea que avanza hacia un propósito divino.
Piensa en la historia no como una rueda que gira, sino como una espiral de círculos que se mueven hacia delante hasta que se encuentren con una línea hacia el infinito en plenitud con el Señor.
Lo que parece repetitivo tiene un sentido en el plan redentor de Dios. Cada generación, cada imperio que sube y cae, cada evento que parece repetirse, está sirviendo a un propósito más grande.
Pablo lo expresa bellamente en Efesios 1:10 (NBLA): “Con miras a una administración adecuada a la plenitud de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.”
Este es el secreto de la historia: mientras que “bajo el sol” parece que nada cambia y todo se repite, Dios está moviendo cada evento, cada generación, cada aparente repetición hacia el cumplimiento de Su plan redentor en Cristo.
Por eso el olvido terrenal no es una tragedia para el creyente. Nuestros nombres pueden ser olvidados en la tierra, pero están escritos en el cielo.
Apocalipsis 21:27: No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.
No vivimos para ser recordados en la tierra, vivimos para la gloria de Aquel que nos recordará eternamente.
Mientras que en la tierra el olvido es inevitable, Dios no olvida. Cada acto de fe, cada momento de obediencia, cada sacrificio hecho para Su gloria está guardado en Su memoria eterna.
“Porque Dios no es injusto como para olvidar vuestra obra y el amor que habéis mostrado hacia Su nombre” (Hebreos 6:10, NBLA).
La vida debajo del sol clama: “No hay nada nuevo”, pero el que es la vida y que habita por encima del sol declara: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”.
En esa promesa esperamos.
Hemos mirado por tres ventanas diferentes – la naturaleza con sus ciclos incesantes, el corazón humano con sus anhelos insaciables, y la historia con su aparente repetición sin fin. Vistas solo “bajo el sol”, estas realidades podrían llevarnos a la desesperación. Pero el Predicador no nos deja allí.
Los mismos ciclos que parecen aprisionar la creación son testimonios de la fidelidad inquebrantable de Dios. La insaciabilidad que atormenta nuestro corazón es un eco de la eternidad para la cual fuimos creados. Y la historia que parece repetirse sin sentido está siendo dirigida por la mano soberana de Dios hacia un clímax glorioso en Cristo.
Todo depende de dónde ponemos nuestra mirada. Bajo el sol, todo es vanidad. Pero cuando levantamos nuestros ojos más allá del sol, encontramos que estos mismos ciclos que parecían aprisionarnos son en realidad señales que apuntan hacia Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Esta es la invitación del Predicador hoy: levanta tu mirada más allá del sol. Porque allí, en la perspectiva eterna, incluso los ciclos más monótonos de la vida cobran un significado glorioso en el propósito eterno de Dios.