Estamos en las últimas horas de vida de nuestro Señor Jesucristo. Él en su absoluta omnisciencia sabía lo que vendría: Judas lo entregaría por un puñado de monedas y Pedro lo negaría, como si nunca lo hubiese conocido. ¿Puedes pensar en lo que Jesús estaría sintiendo en ese momento? Su corazón, sin duda alguna, estaba turbado, angustiado, desilusionado (Juan 12: 27). Aun así, Él expresa las palabras que nadie esperaría saldrían de su boca en ese difícil momento: No se turbe vuestro corazón.
Jesús expresa estas palabras en dos ocasiones en este capítulo, al abrir este discurso (14:1) y al cerrarlo.
Turbación: Alterar el ánimo de una persona, confundiéndola o aturdiéndola hasta dejarla sin saber qué hacer ni que decir. (Diccionario general de la lengua española Vox)
Antes de entrar a nuestro pasaje, quiero que seamos conscientes del hecho de que Jesús también haya estado turbado. Jesús en su humanidad, experimentó cada una de las emociones y sentimientos que nosotros podemos llegar a vivir, pero Él lo hizo sin pecado.
El catecismo mayor de Westminster pregunta en el punto 48.
¿Cómo se humilló Cristo a sí mismo en esta vida?: Cristo se humilló en esta vida por sujetarse a la ley, la que cumplió perfectamente, y por luchar con las cosas indignas del mundo, las tentaciones de Satanás, las debilidades de su carne, tanto las comunes a la naturaleza del hombre como las que acompañan especialmente a los de condición humilde.
Es decir, Jesús comprende lo que significa cuando nuestro corazón está turbado, angustiado o atemorizado. Entendiendo esto, vamos a meditar en las palabras del Señor a sus discípulos consagradas en Juan 14: 27-28, bajo los siguientes tres puntos:
- Cristo es nuestra paz (28)
- Cristo nos prepara un lugar eterno (28a)
- El regocijo porque Cristo volverá (28b)