No todo es vanidad (Eclesiastés 2:24-26)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra no todo es vanidad, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 2:24-26

Manuscrito del sermón

Texto: Eclesiastés 2:24-26

Cuando comencé esta serie, empecé presentando al Predicador como un rey anciano, de pie en una plaza pública. La multitud lo escuchando con atención después de muchos años de silencio. Todos saben que es el hombre más sabio del mundo, y esperaban sus palabras con anticipación.

Sin embargo, lo que ha salido de sus labios hasta ahora ha sido desconcertante. Su discurso ha estado cargado de afirmaciones duras, verdades incómodas que nos confrontan con la difícil realidad de la vida. Una tras otra, estas declaraciones nos han dejado sin aliento, cuestionando nuestras suposiciones más básicas sobre lo que da sentido a nuestra existencia.

En medio de su discurso, el Predicador planteó una tesis corta y clara: «de vanidades, todo es vanidad» No lanzó esta afirmación y la dejó suspendida en el aire. Con la meticulosidad de un científico y la honestidad brutal de un hombre que no tiene nada que perder, comenzó a desarrollarla a través de una serie de argumentos y experimentos en distintas áreas.

Primero, nos mostró por el método de observación la naturaleza y sus ciclos interminables: el sol que sale y se pone, los ríos que fluyen al mar sin jamás llenarlo, las generaciones que van y vienen mientras la tierra permanece. Nos mostró cómo estos patrones, en su repetición constante, parecen sugerir que nada nuevo ocurre bajo el sol.

Luego, nos llevó a través de su propio experimento existencial. Nos contó cómo buscó el sentido de la vida en los placeres, probando el vino, la risa, las diversiones; cómo se entregó a grandes proyectos, construyendo casas y jardines, acumulando riquezas y tesoros; cómo exploró la sabiduría, comparándola con la necedad; y finalmente, cómo examinó el valor del trabajo mismo, solo para descubrir que tendrá que dejarlo todo a un heredero de incierta sabiduría.

Cada experimento, cada búsqueda, cada intento de encontrar significado «el sol» lo llevó invariablemente a la misma conclusión desalentadora: “vanidad y correr tras el viento”. Es como si el Predicador nos hubiera llevado sistemáticamente a un callejón sin salida, cerrando una tras otra todas las puertas que prometían escape.

Pero entonces, cuando la plaza está sumida en un silencio pesado, cuando parece que el discurso del sabio rey terminará en completa desesperanza, algo cambia. Por primera vez, el rostro del Predicador se levanta hacia el cielo. Su expresión se suaviza. Y de sus labios salen palabras inesperadas, la primera conclusión positiva, un oasis de esperanza en medio de un desierto de cruda realidad.

“No hay nada mejor para el hombre que comer y beber, y hacer que su alma vea el bien de su trabajo”, declara. Y luego añade las palabras que cambian todo: “También he visto que esto es de la mano de Dios.”

Este es un punto de inflexión crucial. Es uno de esos pasajes para encerrar en color verde esperanza. Después de mostrarnos todos los caminos que no conducen a la satisfacción, el Predicador ahora nos señala una dirección sorprendentemente sencilla pero profunda.

El libro de Eclesiastés se mueve en esta dinámica: afirmaciones crudas sobre la realidad “debajo del sol” interrumpidas por pequeñas notas de lucidez que vienen como rayos de sol atravesando nubes oscuras. Y aquí, en estos pocos versículos, tenemos el primer rayo que penetra la oscuridad.

El argumento que quiero plantearles para este sermón es este:

Disfrutar la vida debajo del sol es un don de Dios

Y lo veremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. El descubrimiento del disfrute
  2. El origen divino del gozo
  3. La justicia providencial de Dios

1. El descubrimiento del disfrute

“No hay nada mejor para el hombre que comer y beber, y hacer que su alma vea el bien de su trabajo.” (Eclesiastés 2:24a, NBLA)

Después de todo su recorrido por los placeres, las posesiones, la sabiduría y el trabajo, el Predicador llega a una conclusión que, en su sencillez, resulta sorprendente. No propone una nueva filosofía compleja. No sugiere un sistema ético elaborado. No ofrece un camino esotérico hacia la iluminación.

En cambio, nos señala lo cotidiano, lo básico, lo que está al alcance de todos: comer, beber, disfrutar del trabajo. Sin un análisis profundo de esta conclusión, lo que el predicador está diciendo es que la vida es simple y, por lo tanto, disfrutarla no es cosa difícil.

Esta afirmación no hay nada mejor es significativa. implica que entre todas las opciones que ha explorado, esta es la conclusión más razonable. En resumen es esto: dentro de los límites de la vida “bajo el sol”, este es el mejor camino posible.

Pero, ¿qué significa realmente “comer y beber”? El Predicador no está promoviendo algo superficial como, un “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Está hablando de algo más profundo: la capacidad de disfrutar los dones básicos de la vida. Comer y beber representan las necesidades fundamentales que, cuando se satisfacen, pueden ser fuentes genuinas de placer humano.

Y luego añade algo crucial: “hacer que su alma vea el bien de su trabajo”. Reina Valera traduce: “y que su alma se alegre en su trabajo”.

Este es un contraste directo con lo que había dicho apenas unos versículos antes: “Aborrecí todo el trabajo en que había trabajado bajo el sol” (v.18). ¿Cómo puede ahora recomendar que disfrutemos del trabajo que antes aborrecía?

La clave está en la perspectiva. Antes, miraba el trabajo principalmente por sus resultados a largo plazo, su legado incierto. Ahora, nos invita a valorar el trabajo por la satisfacción presente que puede proporcionar.

El carpintero que, al final del día, pasa la mano por la madera que ha trabajado, sintiendo su textura, apreciando cómo ha transformado un material bruto en algo útil o hermoso. O pensemos en el agricultor que prueba los primeros frutos de su cosecha, o en el maestro que ve el momento en que un estudiante comprende un concepto difícil.

En el momento que los carpinteros piensen en que la madera va a envejecer, el agricultor en que vendrá el verano y no habrá cosecha, o el maestro en el camino que toman la mayoría de jóvenes hoy; entonces todo lo que pudiera ser un disfrute se viene abajo.

Como se ve, el disfrute viene por la medida de aquellas cosas que están en nuestra mano cada día que vivimos, aquello en lo que tenemos influencia, cuando salimos de ahí al terreno de lo que no depende de nosotros o no podemos controlar, la ansiedad aparece y también el sentido de frustración.

Estas experiencias de satisfacción no dependen de si nuestro trabajo dejará un legado duradero. No necesitan la garantía de que quienes vengan después de nosotros valorarán lo que hemos construido. Son momentos de conexión con el presente, con el proceso mismo del trabajo, no solo con sus resultados futuros.

ahora bien, detrás de este razonamiento de El Predicador está la realidad de que en la sencillez de la vida hay un secreto guardado que, cuando se encuentra, trae alegría profunda al alma.

En 1 Timoteo 6:8 Pablo dice: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con eso”. Y esto no es un sentido de satisfacción superficial o emocional, es un estado de plenitud. Estar contentos es el equivalente a estar plenos, estar convencidos que no hay nada más que quitar o que agregar.

A menudo pensamos que el contentamiento se encuentra solo en estar conformes con tener lo necesario, pero también incluye la idea de que ninguna cosa añadida puede determinar ese estado de plenitud. Se trata de lo que hay, ni más ni menos.

Nuestra sociedad vive obsesionada con los resultados, los logros, el impacto. Estamos constantemente postergando el disfrute: “seré feliz cuando termine este proyecto”, “sentiré realizado cuando alcance esta meta”, “de la vida cuando me jubile”.

Mis hermanos, no podemos perder la satisfacción que nos produce el viaje solo por estar demasiado preocupados por el destino. Me refiero a que no deberías permitir que tanto afán por llegar a cierto estado de plenitud nos haga perder de vista la sumatoria de cosas que pequeñas pasan a diario, que pasamos por alto, pero que están contribuyendo a nuestro verdadero gozo.

Se trata descubrir que el bien no está solo en lo que producimos, sino en el acto mismo de producir. Reconocer que el disfrute no es algo que debemos posponer para un futuro incierto, sino algo que podemos experimentar en el presente en las cosas que el Señor nos permite disfrutar por muy básicas que nos parezcan.

Este descubrimiento no niega la realidad de la vanidad que el Predicador ha estado señalando. No es que de repente desapareció toda la realidad fatal que ha estado descubriendo. El trabajo sigue siendo trabajo. Los ciclos continúan. La muerte sigue siendo inevitable. Pero en medio de todo esto, existe la posibilidad de momentos genuinos de disfrute, no como escape de la realidad, sino como parte integral de ella.

Todavía estamos sin la respuesta a la pregunta crucial ¿qué es lo que hay de significativo en comer y beber como para que eso sea lo mejor para el hombre? En que allí estén estos desprovistos de todo sentido de suficiencia. Es la expresión mínima de supervivencia es lo más pequeño que el hombre puede hacer para sobrevivir; es la manera en que descubrimos que si todo lo que tenemos en este mundo es qué comer o beber, entonces tenemos lo mínimo para nuestra realización todo lo demás, como dijo nuestro Señor Jesucristo, es añadidura. Nuestro problema está en que invertimos los papeles: buscamos realización en las añadiduras en lugar de lo que es fundamental y básico.

Desde el principio, Dios creó un mundo lleno de deleites físicos y declaró que todo era “en gran manera”, Adán y Eva en el mundo ideal solo tenían lo necesario para su subsistencia y en ese escenario el Señor los puso para vivir en plenitud. (Génesis 1:31). El pecado es lo que perturba ese diseño inicial y pone de frente con el hecho de que necesitamos más que lo que Dios da no es suficiente.

El comer y beber son el fundamento de la plenitud en el diseño original de Dios.

Comer y beber es el recordatorio de que dependemos completamente del Señor y esa verdad sostiene el alma, mientras que la comida sostiene el cuerpo.

He tenido la oportunidad de ir a lugares donde hay mucha abundancia y acceso a recursos y comodidades, las personas se ven caminando rápido afanadas, otras disfrutan y así, pero también he tenido la oportunidad de ir a lugares con bastantes carencias y he podido ver rostros tristes, pero también niños alegres, esposas sonrientes, y plenos; en ocasiones pienso ¿cómo pueden vivir sin esto y sin aquello? Pero es una lectura desde mi perspectiva en la que yo he visto estas cosas como imprescindibles; sin embargo, estas personas no tienen esas preocupaciones, ni siquiera hacen parte de lo que desean, entonces aquello que es básico y fundamental es precisamente la esencia de su plenitud.

El secreto, entonces, está en que, aunque tengamos mucho o poco, debemos concentrarnos en la gratitud por tener lo necesario, aquello que Dios provee como esencial para nuestro sustento.

Eso es la vida simple, lo que hace de esta forma de vida, en palabras del predicador, lo mejor que hay.

Sin embargo, este primer versículo es solo el comienzo del descubrimiento del Predicador. Lo que sigue transformará por completo nuestra comprensión de dónde viene esta capacidad para disfrutar

2. El don divino del disfrute

También he visto que esto es de la mano de Dios. Porque ¿quién comerá y quién se complacerá sin Él?” (Eclesiastés 2:24b-25, NBLA)

Aquí está el verdadero punto de inflexión en el pensamiento del Predicador. Por primera vez en el libro, dirige explícitamente nuestra atención más allá de lo horizontal, más allá de lo que está “el sol” hacia Dios mismo. Y lo que descubre cambia todo.

El disfrute no es algo que el ser humano pueda producir o garantizar por sus propios esfuerzos. Es un don que viene «la mano de Dios».

Este reconocimiento del predicador es importante porque nos deja ver que no es la simpleza en si lo que da la plenitud, es el entender que eso viene de Dios y ahí es donde está la clave; cuando eso se entiende, el resultado es el disfrute.

Hay personas que pueden tener lo mínimo, aun así, no disfrutar o sentir plenitud, porque en su entendimiento ellos deberían tener más. Así que el sentido de la vida sigue estando esquivo por causa del deseo desmedido por cosas materiales. De nuevo, el verdadero disfrute de la vida solo está en un reconocimiento pleno de quién es Dios, de su bondad y su infinita generosidad.

El mundo está compuesto en su mayoría por estos dos grupos: los que no disfrutan la vida por estar persiguiendo lo que no pueden alcanzar y los que no la disfrutan por no ver a Dios con gratitud como la fuente de todo lo que reciben.

Tanto el ambicioso como el inconforme, ambos pecan en no poder reconocer a Dios como la fuente de todo bien y por eso el sentido de la vida les resulta tan esquivo.

Dios es lo que cambia todo, mirar por encima del sol. Ahí es donde está el tercer grupo, los que ven el pan diario como un regalo del cielo y su provisión, aun cuando ellos lo trabajen, y los que ven las cosas materiales y los grandes logros solo como añadiduras.

Nota ahora cómo complementa El Predicador la idea: Porque ¿quién comerá y quién se alegrará sin Él?

La vida debajo del sol, si se puede disfrutar, no todo es vanidad y a razón está en que debajo del sol Dios es bueno en dar sus dones a aquellos que en Él confían.

Trata de ponerte estos lentes para ver todo lo que has recibido del Señor: el sustento diario, el abrigo, las amistades, el regalo de una familia, el poder tener la oportunidad de servir a otros en cualquiera que sea el trabajo que el Señor te haya dado, notarás como lo que es gris y a veces hasta blanco y negro, toma otro color, se ve desde una perspectiva más deleitosa e incluso con todo lo duro que pueda llegar a ser, se puede disfrutar y tiene sentido.

Esto no es un placebo superficial, no es una “actitud positiva” frente a la vida, es en realidad un cambio en nuestra cosmovisión; es ser tan, pero tan conscientes de Dios que no podamos concebir nada de lo que recibamos como algo que él no nos provea como su don divino.

Tú trabajas, tú te esfuerzas, tú compras, tú preparas la comida, tú pagas las cuentas; pero tú no podrías hacer nada de eso si Dios no te diera la oportunidad de hacerlo.

No vivas como los necios que han sacado a Dios de la ecuación de sus vidas para encontrarse con que, luego de ver todo el resultado de su esfuerzo y su trabajo y sus habilidades, están derrotados en el callejón sin salida de la frustración porque están pensando que falta algo, que aún no han llegado a la meta, que todavía el vacío existencial del alma sigue ahí.

No podemos vivir con una presión tan grande sobre nuestros hombros, ni siquiera el hombre más sabio del mundo pudo con eso; el Señor nos llama a descansar en Él.

Este es el secreto de la vida simple: disfrutamos todo lo que el Señor nos da porque sabemos que son un regalo y un don del cielo.

El libro podría terminar aquí; pero el Predicador se encarga de recordarnos que todavía la rueda sigue girando por debajo del sol, e incluso en el mundo donde hay quienes temen al Señor y otros viven sus propios esfuerzos, allí también hay vanidad:

3. La justicia de Dios en el disfrute

“a la persona que le agrada, Él le ha dado sabiduría, conocimiento y gozo; pero al pecador le ha dado la tarea de recoger y amontonar para dárselo al que agrada a Dios. “Esto también es vanidad y correr tras el viento” (Eclesiastés 2:26, NBLA)

Después de reconocer que el disfrute viene de la mano de Dios, el Predicador introduce ahora una distinción que no había mencionado antes: hay quienes agradan a Dios y hay pecadores. Y la experiencia de ambos es radicalmente diferente.

“Al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, conocimiento y gozo” Observen los tres dones mencionados. No son primariamente posesiones materiales, sino cualidades internas: sabiduría (la capacidad de vivir bien), conocimiento (la comprensión de la realidad) y gozo (la capacidad de experimentar deleite). Estos dones internos son más valiosos que todas las posesiones externas que el Predicador había acumulado en sus experimentos.

Aquí está una vez más la razón por la cual alguien puede disfrutar la vida simple: porque Dios le da la sabiduría, el conocimiento y esto se traduce en gozo. Insisto: el disfrute en Dios no es un tema de posesiones o logros, sino de comprensión.

Es significativo que estos tres dones vengan juntos. La sabiduría sin gozo puede volverse amarga. El conocimiento sin sabiduría puede ser destructivo. Y el gozo sin sabiduría y conocimiento puede ser efímero. Pero juntos, forman una vida que tiene sustancia, dirección y deleite. La sabiduría produce conocimiento, y el conocimiento en Dios produce gozo.

Por otro lado…

“Pero al pecador le da la tarea de recoger y amontonar para darlo al que agrada a Dios.” Aquí hay una ironía divina. El pecador —aquel que vive como si Dios no existiera o no importara— puede acumular riquezas, pero no encuentra satisfacción en ellas. Más aún, en la providencia misteriosa de Dios, estos bienes acumulados eventualmente pasan a manos de quienes agradan a Dios.

Esta no es una promesa simplista de prosperidad material para los justos. De hecho, el Predicador mismo, en otros pasajes, observará que a veces los justos sufren mientras los malvados prosperan. Es, más bien, una observación sobre la futilidad última de acumular sin reconocer a Dios.

Tal acumulación no solo falla en proporcionar satisfacción duradera, sino que finalmente se pierde, a menudo beneficiando a aquellos que el acumulador nunca pretendió beneficiar.

Es una ironía graciosa. Dios es tan dueño de todo que al final toma todo lo de aquellos que se creían dueños de sí mismos para darlo a los que nunca se creyeron dueños de nada.

“También esto es vanidad y correr tras el viento.” Esta frase familiar regresa, pero ahora con un significado más específico. La vanidad, la futilidad, no está en disfrutar los dones básicos de la vida como regalos de Dios. Está en la búsqueda de acumular sin reconocer al Dador, en el intento de encontrar satisfacción independiente de Dios.

Así, el Predicador nos presenta una paradoja profunda: el camino hacia el disfrute genuino no está en la búsqueda directa de más placeres, posesiones o logros. Está en reconocer todo lo que tenemos, desde el pan diario hasta las grandes bendiciones, como dones de Dios.

Esta perspectiva cambia todo:

  • Transforma nuestra relación con lo material: de poseer a administrar
  • Cambia nuestro enfoque: de acumular a disfrutar
  • Redefine nuestro propósito: de buscar satisfacción a recibir con gratitud
  • Cambia nuestra identidad: de consumidores a mayordomos

Amigo, yo te pregunto: ¿dónde estás tú hoy? ¿Te has encontrado acaso persiguiendo las metas y logros de esta vida sin Dios? Es posible que termines tarde o temprano encontrando la gran realidad que el Predicador ha descrito en los capítulos anteriores, que no hay sentido ahí. Si realmente quieres disfrutar la vida como Dios lo espera, comienza por reconocerlo con rendirte a Él y reconocerlo como el dador de todo bien, que nada de lo que tienes es tuyo y que al final nada de lo que tienes te podrás llevar. No conviertas las riquezas y la búsqueda de placeres de este mundo en tus ídolos, no trates las añadiduras como si fueran las cosas fundamentales y más importantes; dale la vuelta y comienza a atesorar aquello que Dios te da diariamente por su misericordia y dale gracias y Gloria con tu vida y el fruto de tu trabajo.

Llegamos así al final de la primera sección de este libro y ha sido un recorrido emocionante y aunque hubiésemos querido poder tener más notas positivas como las que hemos abordado hoy, debemos reconocer que hasta ahora, esta dosis de realidad que el predicador nos ha dado nos ha hecho reflexionar profundamente en cosa que quizás antes no considerábamos.

En el siguiente bloque veremos a un predicador más moderado en su discurso, con una reflexión más resignada y con declaraciones menos grises, pero igualmente conectadas con la realidad de una vida dura debajo del sol, pero como un gran terreno para el disfrute desde una perspectiva divina.

Que el Señor nos ayude.

Descargar sermón:

Comparte este sermón: