Durante el ocaso de la URSS a comienzos de los años 90, una delegación de cristianos viajó a Moscú para participar en un evento que buscaba “restaurar la moralidad del país”. Uno de los invitados fue Philip Yancey, autor del bestseller El Jesús que nunca conocí. Yancey recoge las palabras del vicepresidente de la KGB, Nicolay Stolyarov, quien dijo:
«El que nos reunamos con ustedes aquí esta noche, comenzó diciendo el general Stolyarov, es un giro de la trama que no habría podido concebir ni el más imaginativo de los escritores de ficción… Aquí en la URSS nos damos cuenta de que con demasiada frecuencia hemos sido negligentes en cuanto a aceptar a quienes son de la fe cristiana. Con todo, no se podrán decidir las cuestiones políticas hasta que no haya un arrepentimiento sincero; un regreso del pueblo a la fe. Esa es la cruz que yo debo llevar. En el estudio del ateísmo científico estaba presente la idea de que la religión divide al pueblo. Ahora vemos lo opuesto, el amor a Dios solo puede unir» . (1)
Este hombre estaba convencido de algo que antes no había visto: solo en el cristianismo existe un amor lo suficientemente grande para que algo tan antinatural como el perdón tenga lugar. Si tuviéramos que resumir la distinción máxima de la fe cristiana, sería amar a Dios sobre todo y al prójimo como a ti mismo. Esta última alcanza su punto más alto cuando somos capaces de perdonar verdaderamente.
Muchos sermones se han predicado sobre el perdón, muchos libros se han escrito y muchas canciones se han cantado. Sin embargo, el mundo nunca ha estado tan carente de perdón. Todo cuanto vemos—masacres, violencia, venganza, odio, resentimiento—tiene su origen en el pecado, pero también en la ausencia de una gracia perdonadora.
Una pregunta crucial acerca del perdón
El pasaje que hemos leído se encuentra en el marco de una conversación de Jesús con sus discípulos mientras recorría las ciudades de Galilea. En el capítulo, el Señor aborda dos cuestiones importantes en respuesta a dos preguntas:
- ¿Quién será el mayor en el reino de los cielos?
- ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a los que nos han ofendido?
La segunda pregunta es una extensión de la primera. Las respuestas del Señor apuntan a que quienes quieren entrar al reino de los cielos deben ser como niños, en cuanto a su humildad y capacidad para perdonar. Ante ese escenario, el apóstol Pedro hace una pregunta crucial:
Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Parece que Pedro estaba preocupado por si debía buscar y reconciliarse con su hermano, pero creía que eso debía tener un límite. Esta es una pregunta que cualquiera de nosotros podría haber hecho porque, en efecto, perdonar no es fácil y tendemos a ver el perdón como una medida que se agota. Sin embargo, la respuesta del Señor es llena de amor y bondad: debemos perdonar las veces que sea necesario.
Una respuesta ilustrada sobre el perdón
El Señor enseña esta verdad con una parábola:
Un rey tenía un siervo que le debía una deuda impagable de 10,000 talentos (216 toneladas de plata). Este siervo rogó por misericordia y el rey se la concedió, perdonando toda la deuda. Sin embargo, al salir, el siervo encontró a un compañero que le debía una pequeña cantidad (10 denarios) y, en lugar de mostrar misericordia, lo mandó a prisión. Cuando el rey se enteró, revocó su perdón y castigó al siervo.
El Señor termina la parábola enfatizando:
Así también Mi Padre celestial hará con ustedes, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano (Mateo 18:35 NBLA).
La enseñanza principal es clara: el perdón no es opcional. Aquellos que han recibido perdón deben estar dispuestos a perdonar a otros.
Implicaciones prácticas del perdón
El perdón es un acto de liberación. Cuando perdonamos, liberamos a los que nos han ofendido y también nuestras almas. La falta de perdón llena de amargura el alma y condena a un dolor innecesario. Es un sufrimiento infligido, una tortura para el alma que puede llevar a algunos a la muerte.
No hay nada provechoso en la falta de perdón. Nadie gana nada al atar a otra persona a la falta de perdón; al contrario, se pierde. La falta de perdón es como una herida que nunca se cierra.
El perdón que Dios demanda es de todo corazón. Significa que no usaremos más la deuda del otro como algo para arremeter en su contra. La falta de perdón es peligrosa no solo por su consecuencia, sino también por el mensaje que comunica a los que nos rodean.
Querido hermano, si hay alguna falta de perdón en tu corazón, contempla al Señor en la cruz. No sigas bebiendo ese veneno para el alma que tanto te destruye. Mira cuán grande perdón has recibido y extiende tu mano también para perdonar a quien te haya ofendido.
En el calvario hay un poder suficiente para romper todas las cadenas que nos atan a la amargura innecesaria de la falta de perdón. Imaginemos un mundo en el que todos pudiéramos perdonar como el Señor nos ha perdonado. Hay tanto dolor producido por el odio y la venganza, pero en el evangelio tenemos un arma poderosa.
Que el Señor nos ayude por su Espíritu a ver la gravedad de nuestro pecado, el gran perdón que hemos recibido y la voluntad para ir y perdonar a quienes nos han ofendido.
Nota al pie de página:
- Yancey, Philip; Gracia Divina vs Condena humana, Editorial Vida, 1998; Miami Fl, pg 146.