Manuscrito
Texto bíblico: Eclesiastés 4:7-12
Quiero relatarle en paráfrasis la descripción de un personaje muy conocido de la literatura. Su creador lo describió como “duro y afilado como el pedernal, un hombre del que ningún acero generoso había conseguido jamás arrancar una sola chispa de calor humano”. Era, además, “secreto, contenido, y tan solitario como una ostra”.
Este frío que llevaba por dentro se le había manifestado en el cuerpo: le había congelado sus facciones, afilado su nariz y arrugado sus mejillas. Su voz era áspera, y su sola presencia, helada.
Era tal el aura que proyectaba, que al caminar por las calles nadie lo detenía para saludarlo con una sonrisa. Ni los mendigos le pedían una moneda, ni los niños le preguntaban la hora. Incluso se cuenta que los perros guía de los ciegos, al sentirlo cerca, tiraban de sus dueños para esconderlos en un portal, como si advirtieran que era mejor no tener ojos que cruzarse con unos tan malvados.
Este hombre vivía para una sola cosa: el trabajo incesante en su casa de cuentas, donde fue descrito como un “viejo pecador avaro, codicioso, que estrujaba, retorcía y agarraba” cada centavo.
Pero no amaba el dinero por la alegría o la comodidad que pudiera comprar, pues vivía en la más absoluta miseria. Lo amaba por el simple hecho de acumularlo. Para él, la amistad, la compasión y la celebración eran, en sus propias y famosas palabras, simples… “¡paparruchas!”.
Este es el personaje principal de una de las historias más famosas del mundo. Se llama Ebenezer Scrooge, y su historia fue contada por el gran novelista inglés Charles Dickens en su libro, “Un Cuento de Navidad”.
Sin embargo, y no se ha podido notar esto, podría ser perfectamente el personaje con el que el Predicador se encuentra en esta confrontación con la cruda realidad. La personificación de la tragedia del egoísmo y la soledad.
Tal como hemos visto en las últimas semanas, El Predicador, después recibir la dosis de sabiduría de entender que todo tiene su tiempo, sigue contemplando la realidad de las cosas que debajo del sol se ven vanas. Entenderlas no ha cambiado las cosas, pero sí la manera en que se relaciona con ellas; es por eso que ahora es más proverbial en lugar de fatalista, más sabio en lugar de necio.
Él ha observado la opresión, el que persigue el trabajo por envidia, pero aquí al solitario y egoísta, una realidad que él mismo experimentó en algún momento cuando se preguntó unos versículos atrás:
Asimismo aborrecí todo el fruto de mi trabajo con que me había afanado bajo el sol, el cual tendré que dejar al hombre que vendrá después de mí. 19 ¿Y quién sabe si será sabio o necio? Sin embargo, él tendrá dominio sobre todo el fruto de mi trabajo con que me afané obrando sabiamente bajo el sol. También esto es vanidad. 20 Por tanto me desesperé en gran manera por todo el fruto de mi trabajo con que me había afanado bajo el sol. (Ec. 2:18-20)
Pero esta versión del predicador tiene otros ojos y por lo tanto la forma de lidiar con esta tensión ya no es el fatalismo sino el camino sabio de la búsqueda de relaciones.
Este es por tanto el argumento que quiero proponerles para nuestro sermón en esta mañana:
La vida solitaria es una vanidad y un duro trabajo, pero el compañerismo produce una mejor paga
Y vamos a desarrollarlo en lo que parece la división natural del pasaje: La mala motivación para el trabajo
- La vanidad de la soledad (7-8)
- El buen pago del compañerismo (9-12)
1. La vanidad de la soledad (7-8)
Entonces yo me volví y observé la vanidad bajo el sol:
Tal como hemos mencionado, el Predicador vuelve a darse de cara con la cruda realidad de la vida. Debajo del sol las cosas siguen siendo frustrantes, duras y difíciles de soportar.
Pero ¿qué es lo que está viendo esta ves?
Había un hombre solo, sin sucesor,
Que no tenía hijo ni hermano,
Sin embargo, no había fin a todo su trabajo.
En verdad, sus ojos no se saciaban de las riquezas,
Y nunca se preguntó: «¿Para quién trabajo yo
Y privo a mi vida del placer?».
También esto es vanidad y tarea penosa.
Al igual que vio la opresión del rico sobre el pobre, el afán de los que trabajan solo por competencia y envidia o la necedad de los que se rehúsan al trabajo, aquí está ahora un hombre solo, afanado por el trabajo amargado y sin esperanza porque no sabe lo que ha trabajado de quién será.
Podría ser perfectamente un autorretrato del predicador y la descripción no puede ser más cruel. Tres cosas destacan de esta descripción:
- Es un hombre solo, sin familia y sin hijos
- Es un hombre afanado por el trabajo
- Es un hombre sin una esperanza, que aún no se ha dado cuenta de que se le está yendo la vida en su egoísmo y no se ha dado cuenta
No puede haber una descripción más trágica de la realidad de la soledad. No sabemos si este hombre estaba así por alguna decisión personal, o alguna circunstancia de la vida, lo cierto es que no hay nadie a su alrededor.
Este solitario no tiene con quien compartir su trabajo, ni tampoco con quien desahogar su frustración. No se puede vivir así.
Lo otro que se nos dice es que se había aferrado a trabajar sin descanso. No era un solitario pobre sino uno muy rico que todavía no sabe cuándo habrá llegado el límite.
Su avaricia se había convertido en algo que crecía y crecía sin ningún control, y es justo, así como se ve la búsqueda de prosperidad y sentido solo por fines egoístas, nunca se sabe cuándo es suficiente.
Pero quizás, la descripción más lamentable de la tragedia de este solitario, era que todavía no se había hecho la gran pregunta: ¿todo lo que has acumulado de quién será?
Si su vida se ve trágica hasta ahora, cuando descubra el sin sentido de su soledad y egoísmo se verá peor.
Desde esa perspectiva, la conclusión del Predicador tiene mucho sentido:
También esto es vanidad y tarea penosa.
No sé si ustedes logran percibir el vacío y la pena que transmite esta descripción, sobre todo porque es algo muy cercano a nosotros.
Posiblemente hemos estado ahí en algún momento de nuestra vida, experimentando el duro golpe de la soledad.
Dios no nos diseñó para estar solos y por eso la soledad es un estado tan traumático.
Puede ser que algunas situaciones nos llevan a preferir la soledad en lugar de la compañía, pero eso siempre traerá más dolor que bienestar.
Nos acostumbramos, lamentablemente, a que nuestra primera reacción cuando experimentamos el dolor de la vida es: déjame estar solo, pero no nos damos cuenta que hacemos más grande el efecto de lo que sea que nos afecte.
No debemos exaltar la soledad como si fuera una virtud o algo que nos defina. Decirte de ti mismo: soy alguien solitario. No es bueno, ni siquiera es natural.
Pero esta soledad auto infligida tiene su origen. Lo podemos ver en la descripción de nuestro Ebenezer Scrooge:
- Escogemos la soledad por orgullo. Porque nos consideramos demasiado preciados para compartir nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestra vida con otros.
- Escogemos la soledad porque nos cuesta celebrar con otros nuestros logros o compartir nuestras tristezas, porque nos aferramos con demasiada fuerza a nuestra identidad de persona fuerte.
- Escogemos la soledad porque no tenemos la humildad suficiente para abrir nuestras vidas a otros.
- Escogemos la soledad porque confiamos demasiado en nosotros mismos y en nuestra aparente capacidad para resolver las cosas
- Escogemos la soledad porque en principio ignoramos hacia dónde nos conduce ese camino. Pr 18: 1 (NBLA): El que vive aislado busca su propio deseo, contra todo consejo se encoleriza.
Puede ser que en ocasiones justifiquemos la soledad con la idea de que hemos sufrido traición en otras ocasiones, entonces nos privamos de compañía por un mero deseo de venganza.
Venganza relacional:castigar a personas que no conozco bien por el sufrimiento que me ocasionaron personas que conocí.
Lo peor de todo esto, es que sin darnos cuenta, al escoger la soledad y el aislamiento nos alejamos de Dios también.
Hemos visto entonces, el triste balance final del hombre solitario. Un hombre que invierte todo su esfuerzo, toda su vida, en lo que el Predicador llama un ‘duro trabajo’, solo para descubrir al final que sus ganancias son ‘vanidad’. Su alma queda en bancarrota, como él mismo dice, ‘defraudada del bien’. Es el peor negocio que se puede hacer en la vida.
Pero el Predicador ya no es solo un auditor que nos muestra las pérdidas de la miseria humana; ahora es también un sabio consejero de inversiones para el alma.
Después de mostrarnos el negocio de la soledad, que solo lleva a la quiebra espiritual, ahora nos va a presentar la inversión más sabia y rentable que podemos hacer. Nos va a demostrar, con argumentos claros y prácticos, por qué la compañía es, sin duda, un mejor negocio, lo que nos lleva de la mano al siguiente encabezado…
2. El buen pago del compañerismo (9-12)
Qué alivio no tener que salir en una expedición por la Biblia para encontrar sabiduría para este asunto, qué alivio es recibir de manos del predicador una visión sabia de un mejor camino, el camino del compañerismo. Porque, en definitiva, el compañerismo es un regalo de Dios para las duras jornadas de la vida debajo del sol.
Más valen dos que uno. La compañía, afirma el Predicador, es siempre mejor que la soledad.
Y aunque este es un texto que a menudo usamos para referirnos al matrimonio, la verdad es que, a juzgar por el contexto, el Predicador tiene en mente las relaciones en general, todo aquello que nos aleje de la sórdida y fría soledad.
Y a continuación presenta algunos corazones por las cuales es mejor estar acompañado que solo:
Mejor paga de su salario (v. 9)
La palabra ‘paga’ aquí no se refiere únicamente al dinero. Significa un ‘mejor resultado’, una ‘recompensa más satisfactoria’. Es el principio de la sinergia. Dos bueyes arando juntos pueden hacer mucho más que el doble de lo que haría uno solo. Dos personas cargando un mueble pesado lo hacen con una facilidad que una sola persona jamás podría alcanzar.
En nuestra vida, esto se traduce en que cuando cooperamos, nuestros esfuerzos se multiplican. En el matrimonio, en un equipo de trabajo, en un ministerio de la iglesia… cuando unimos fuerzas, el resultado es mayor y más satisfactorio. El trabajo se hace más ligero, las metas se alcanzan más rápido, y la recompensa, sea material, emocional o espiritual, es siempre superior. Jesús mismo entendió este principio cuando envió a sus discípulos a la misión de dos en dos (Lucas 10:1), no solos.”
Siempre será una tentación hacerlo solo porque seguramente podré tener más para mí, pero tener más pago no significa tener mejor pago. Yo puedo recibir más dinero, pero a cambio de haber invertido más tiempo y fuerzas.
Piensa por ejemplo en alguien que tiene una tienda. Es suya y decide atenderla a tiempo completo, seguramente no tener que pagar un empleado traerá ventaja económica, pero ¿cuánto más justifica el sacrificio de tiempo y de fuerzas? ¿No sería mejor compartir una parte de las ganancias y así ayudar a alguien y él gana más tiempo y descanso, aunque sea aparentemente menos dinero?
Esto prueba que muchas veces la soledad en el trabajo no es otra cosa que egoísmo y el deseo de que todo sea para mí.
Ayuda en la necesidad (v. 10)
“La segunda ventaja es vital. Dice el Predicador: ‘Porque si caen, el uno levantará a su compañero.’
La vida es un camino difícil y todos, absolutamente todos, tropezamos y caemos. No se trata de ‘si’ caeremos, sino de ‘cuándo’. Y esta caída puede ser de muchas formas: una crisis económica, un problema de salud, una profunda tristeza, una duda de fe, o una falla moral.
En esos momentos, la soledad es devastadora. Por eso el Predicador exclama con lamento: ‘¡Pero ay del solo que cuando caiga no habrá segundo que lo levante!’.
Esto era algo muy común en el tiempo antiguo con caminos escabrosos y difíciles. Alguien podría incluso quedarse en el suelo por días sin una ayuda, como el caso del Samaritano de la parábola de Jesús.
Necesitamos compañerismo porque reconocemos nuestra debilidad y que podemos un día caer y requerir de alguien al lado que nos levante.
Calor en medio del frio (v. 11)
“La tercera ventaja es una imagen de gran ternura y consuelo. ‘Si dos duermen juntos, se calientan mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?’
En el contexto original, en las frías noches del desierto, el calor corporal podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. Pero como usted bien quiere ampliar, este ‘calor’ va mucho más allá de lo físico. Es el calor emocional y espiritual que necesitamos para sobrevivir a las noches oscuras del alma.
Es el calor del ánimo cuando el mundo nos parece un lugar frío y hostil.
Es el calor de la empatía cuando nuestro corazón está helado por el dolor o la decepción.
Es el calor de una palabra de aliento, de un abrazo, de una oración compartida.
La persona solitaria vive en un frío perpetuo, pero en la compañía piadosa encontramos el calor que nos recuerda que no estamos solos y que somos amados.
Nos calentamos mutuamente con la presencia y el consuelo que Dios nos da a través de otros.
Puede ser que al tener un contexto tan emocional confundamos esto con la necesaria compañía de una pareja, pero si bien es una implicación, no significa que es la única manera de obtener ese “calor”.
Hablo aquí especialmente a los hermanos solteras y solteros. Esta etapa de la vida no tiene que verse como una desdicha. El “no matrimonio” o estado de soltería no es necesariamente un sinónimo de soledad, y digo esto porque es una mentira que pueden ser tentados a creer.
Aún el soltero puede experimentar compañerismo y disfrutar de ello. De buenas amistades, de relaciones familiares fuertes y por supuesto con una comunidad de creyentes.
Debemos crear una cultura de gracia para los solteros en nuestra iglesia y no asumir su condición con lástima siguiendo la corriente de este mundo. Es un privilegio en la voluntad del Señor que todo se de en su tiempo, por lo que hacer comentarios del tipo: “te deja el tren” “El anillo pa´cuando” etc. no edifican.
El soltero puede experimentar compañerismo y gozo en un servicio consagrado al Señor. Este es el consejo de Pablo en 1 Cor 7:29-35
Yo preferiría que estuvieran libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarlo. 33 Pero el casado se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposa; 34 sus intereses están divididos. La mujer no casada, lo mismo que la joven soltera, se preocupa de las cosas del Señor; se afana por consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en espíritu. Pero la casada se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposo. 35 Les digo esto por su propio bien, no para ponerles restricciones, sino para que vivan con decoro y plenamente dedicados al Señor.
Entonces, la compañía del matrimonio es una bendición, pero no es la única forma de compañía que el Señor nos provee. Por lo que espero que estas palabras puedan ser de ánimo para mis hermanos y hermanas solteras.
Defensa y protección (v. 12a)
“Finalmente, la cuarta ventaja es la seguridad y la protección. ‘Y si alguno prevalece contra uno, los dos lo resisten.’
La vida también tiene adversarios. Hay ataques que vienen de fuera: críticas, injusticias, presiones. Y hay ataques que vienen de dentro: tentaciones, miedos, mentiras del enemigo. Cuando estamos solos, somos un blanco fácil. Un depredador siempre busca a la presa aislada del rebaño.
Pero cuando somos dos, la dinámica cambia. Luchamos espalda con espalda. Tu amigo puede ver el peligro que tú no ves. Tu cónyuge puede recordarte la verdad cuando estás creyendo una mentira. Tu grupo ECO puede orar por ti y contigo cuando la tentación es fuerte.
Juntos, nuestra capacidad para resistir y mantenernos firmes en la fe se multiplica. Somos mucho más fuertes juntos que separados.
Nadie tiene la suficiente fuerza para resistir los embates de la vida solo. Nos necesitamos unos a otros.
El predicador también nos lleva a un clímax, usando una expresión proverbial corona su argumento: ‘…y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.’ (v. 12b)
Un hilo se rompe fácil. Dos hilos trenzados son mucho más fuertes. Pero tres hilos trenzados juntos crean una cuerda con una resistencia extraordinaria, casi irrompible.
El Predicador no quiere que nadie piense que toda nuestra compañía debe ser otra persona, él quiere dejarnos con la idea de que son todas las que sean necesarias.
Que si caminar al lado de otro es buen negocio, caminar al lado de muchos lo es todavía más.
Yo no puedo dejar de ver aquí la importancia de la iglesia local y las relaciones que creamos como iglesia, como familia en la fe.
Por increíble que suene, puedes llegar a conocer personas que incluso estando en una iglesia, escogen la soledad porque no crean relaciones profundas y significativas.
Es cierto que no vamos a tener relaciones profundas con toda la iglesia, pero es el primer lugar al que vamos a acudir.
Hablando a una iglesia perseguida y en sufrimiento, que estaba a punto de abandonar la fe, el autor de hebreos les dice:
No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Heb 10:25 RV60).
La iglesia local es el regalo que Dios nos da para no correr la carrera de la fe solos.
Yo quiero desafiarte con esta pregunta mi querido hermano ¿estás viviendo una fe solitaria aun a pesar de estar rodeado de tanta gente? ¿Estás siendo intencional en crear relaciones fuertes en la iglesia? ¿Te has acomodado en una vida solitaria y sin sentido?
Este es un llamado enérgico, a correr al buen negocio del compañerismo, de lo que Dios nos ha dado para que le demos gloria siendo lo que Él nos llamó a ser: una familia en la fe.
Y amigo que estás aquí. No sé si el señor Ebenezer Scrooge sea tu espejo. si estás viviendo en una soledad atormentadora, pero déjame decirte, si tu vienes a Cristo hoy, Él te hará parta de una gran familia. La familia más grande del mundo y Él será tu compañía, nunca más estarás solo, pero también los muchos hermanos que pondrá para caminar contigo.
No tienes que seguir consumiéndose en tu soledad. ¿Puedes venir al Señor hoy y caminar al lado de otros en la carrera que todavía queda por delante la pereza? o ¿el del contentamiento.?