Como hijos de Dios debemos tener claro que nuestra identidad no depende de nuestra crianza ni del entorno en el que vivimos; nuestra identidad está en el Señor Jesucristo. Si bien es cierto, antes de conocerlo a Él eramos esclavos del pecado, pero desde el momento de nuestra conversión ahora lo somos del Señor. Ya no vivimos conforme a la carne, ahora vivimos conforme al Espíritu.
Todo este este camino lo alcanzamos a través de la santificación, el cual es el proceso de ser más como Cristo, y este proceso lo logramos cuando somos expuestos a la predicación del evangelio. Pablo en su despedida, animó y le encareció a Timoteo que predicara la Palabra; hay un gran valor en este hecho pues cuando somos expuestos a la predicación del evangelio nos damos cuenta de nuestro pecado y completa dependencia del Señor, y así mismo del gran Salvador que tenemos como hijos de Dios.