Manuscrito del sermón
Texto: Eclesiastés 3:9-15
En 1975, Ricky Jackson tenía apenas 18 años cuando fue arrestado en Cleveland, Ohio, acusado injustamente de un asesinato que jamás cometió. La única prueba en su contra fue el testimonio falso de un niño de 12 años, presionado por la policía. A pesar de ser inocente, Ricky fue sentenciado a muerte por el juez George McMonagle. Poco después, esa sentencia se transformó en cadena perpetua.
Durante los siguientes 39 años, Ricky Jackson permaneció en prisión. Mientras él sufría detrás de las rejas, perdiendo la juventud y todas sus oportunidades, el juez George McMonagle disfrutaba una vida de prestigio y respeto hasta su jubilación. Todo indicaba que la injusticia había triunfado definitivamente.
Pero en 2014 ocurrió algo inesperado. Aquel niño, ya convertido en un hombre adulto, decidió finalmente confesar la verdad: había mentido, nunca vio a Ricky cometer ningún crimen. La justicia comenzó a abrirse paso. Entonces, en una emotiva audiencia, fue el juez Richard McMonagle, hijo del juez que originalmente había condenado a Ricky, quien anuló aquella injusta sentencia dictada por su propio padre. Al anunciar la inocencia y libertad de Ricky Jackson, el juez declaró con profunda emoción:
«La vida está llena de pequeñas victorias, y esta es una grande.»
Durante casi cuatro décadas, parecía que el inocente sufría sin razón mientras el culpable vivía tranquilo. Pero finalmente llegó el día en que la justicia atravesó generaciones para imponerse con claridad.
Tarde o temprano, en esta vida o la venidera, la justicia se hará manifiesta y cada quien recibirá su recompensa.
El deseo de justicia es algo que Dios ha puesto en nosotros los humanos y que nos distingue de todas las demás criaturas. De hecho, somos tan sensibles a ella que un acto de injusticia puede producir en nosotros la más desconcertante de las indignaciones o por el contrario, un acto en el que brille la justicia puede producir un profundo sentido de satisfacción. Es una “gran victoria”.
Este es un nuevo aspecto que el Predicador aborda ahora con sus nuevos ojos, los que han sido alumbrados por el entendimiento de que Dios controla todos los tiempos.
En el sermón pasado vimos cómo respondió a la gran pregunta ¿qué provecho tiene el hombre en todo el trabajo con el que se acaba debajo del sol? Pero ahora la nueva cuestión es sobre la justicia.
En los primeros capítulos, el Predicador en su versión fatalista exclamó:
“Entonces me dije: «Como la suerte del necio, así también será la mía. ¿Para qué, pues, me aprovecha haber sido tan sabio?». Y me dije: «También esto es vanidad. Porque no hay memoria duradera del sabio ni del necio, ya que todos serán olvidados en los días venideros. ¡Cómo mueren tanto el sabio como el necio!». Y aborrecí la vida, porque me era penosa la obra que se hace bajo el sol, pues todo es vanidad y correr tras el viento.” — Eclesiastés 2: 15-17
Pero ahora la cuestión vuelve a salir a la luz esta vez a partir de su conclusión anterior: Es bueno para el hombre que haga el bien y goce del fruto de su trabajo; sin embargo, la realidad es que a veces las personas hacen el bien y no disfrutan del fruto de su trabajo y los que hacen el mal parecen disfrutar de todo en abundancia.
La respuesta del Predicador ya no es el aborrecimiento de la vida ante esta injusticia, sino una visión más madura: Un día Dios juzgará a cada uno.
Esta forma de ver la justicia es de lo que se trata esta sección y es justamente el argumento que quiero proponerles:
La injusticia parece vencer a la justicia debajo del sol, pero Dios juzgará todo a su tiempo.
Y los vamos a desarrollar a la luz de los siguientes encabezados:
- La realidad de la injusticia debajo del sol (v 16)
- El tiempo para el juicio encima del sol (v 17)
1. La realidad de la injusticia debajo del sol
Aún he visto más bajo el sol: que en el lugar del derecho está la impiedad, y en el lugar de la justicia está la iniquidad.
La observación del Predicador no trae nada nuevo que él no haya observador antes ni tampoco algo que nosotros no podamos comprobar.
No hace falta ser un observador minucioso para darnos cuenta que en este mundo, en esta vida debajo del sol, no siempre se cumple la regla de que las personas justas y rectas triunfan y las deshonestas fracasan, de hecho, el testimonio de la observación parece inclinarse más a la idea de que resulta más, en términos de cosechar éxito, riquezas y cosas materiales, ser injusto que justo; sin que eso por supuesto revele la realidad.
Cuando nos enfrentamos a esa realidad, es frustrante porque nuestro corazón, que anhela la justicia, espera siempre regocijarse en la recompensa de los que obran bien y no en lo contrario.
No negamos la realidad de la injusticia debajo del sol, que está ahí, ante nuestros ojos; pero eso no debe llevarnos a la conclusión de que Dios no hará nada al respecto.
el Predicador y los otros no somos los únicos que nos hemos dado de cara con esa realidad.
Esto dice Asaf en el Salmo 73:
En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos, porque tuve envidia de los arrogantes al ver la prosperidad de los impíos. Porque no hay dolores en su muerte, y su cuerpo es robusto. No sufren penalidades como los mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, el orgullo es su collar; el manto de la violencia los cubre. Los ojos se les saltan de gordura; se desborda su corazón con sus antojos. Se burlan, y con maldad hablan de opresión; hablan desde su encumbrada posición. Contra el cielo han puesto su boca, y su lengua se pasea por la tierra. Por eso el pueblo de Dios vuelve a este lugar, y beben las aguas de la abundancia. Y dicen: «¿Cómo lo sabe Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo?». Miren, estos son los impíos, y, siempre desahogados, han aumentado sus riquezas. Ciertamente en vano he guardado puro mi corazón y lavado mis manos en inocencia, pues he sido azotado todo el día y castigado cada mañana. Si yo hubiera dicho: «Así hablaré», habría traicionado a la generación de Tus hijos. Cuando pensaba, tratando de entender esto, fue difícil para mí. (Salmo 73:2–16, NBLA)
Pero Asaf no es el único que llega a esta conclusión:
Jeremías 12:1–2 (NBLA)
Justo eres Tú, Señor, para que yo presente mi causa ante Ti. Sin embargo, hablaré contigo de tus juicios: ¿Por qué prospera el camino de los impíos? ¿Por qué viven tranquilos todos los que obran con perfidia? Tú los has plantado, también han echado raíces; crecen, también dan fruto. Tú estás cerca de sus labios, pero lejos de su corazón.
Salmo 94:3–7 (NBLA)
¿Hasta cuándo los impíos, Señor, ¿hasta cuándo los impíos se regocijarán? Hablan con arrogancia, y todos los que hacen iniquidad se jactan. Aplastan a Tu pueblo, Señor, y afligen a Tu heredad. Matan a la viuda y al extranjero, y asesinan a los huérfanos. Y dicen: «El Señor no ve, ni hace caso el Dios de Jacob».
Habacuc 1:2–4 (NBLA)
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio y no escucharás, clamaré a Ti: «¡Violencia!», y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que mire la opresión? La destrucción y la violencia están delante de mí […] Por eso la ley es ignorada, y nunca prevalece la justicia. Porque el impío asedia al justo, por eso sale pervertida la justicia.
Malaquías 3:14–15 (NBLA)
Ustedes han dicho: “Es en vano servir a Dios. ¿Qué ganamos con guardar Su ordenanza, o con andar de duelo delante del Señor de los ejércitos? Ahora llamamos bienaventurados a los soberbios; no solo prosperan los que hacen el mal, sino que también tientan a Dios y escapan sin castigo”.
Y la lista podría seguir, pero en todos hay un patrón. La injusticia es evidente y produce tentación al corazón.
En todos hay un profundo sentido de indignidad. El problema con ese sentimiento es que, al menos en este caso, es muy cercano al pecado de considerar a Dios como alguien injusto que no hace nada frente a la impiedad y a la injusticia y eso es una gran afrenta.
Muchas veces hablamos con necedad lamentando la aparente injusticia de que los malos prosperen; sin embargo, sin darnos cuenta, estamos cuestionando la justicia de Dios.
Hermanos, de toda palabra ociosa que salga de nuestra boca, daremos cuenta a Dios. (Mt 12:36)
No debemos ceder a la tentación de considerar a Dios como un ser injusto por causa de las evidentes inequidades que vemos debajo del sol, porque es juzgar al creador del Universo antes de tiempo.
Quiero destacar al menos tres razones por las que, de acuerdo con este texto, nos tienta la prosperidad de los impíos:
- Porque pensamos demasiado en lo material y medimos el éxito solo en esos términos.
- Porque envidiamos lo que tienen los impíos. Pensamos que somos nosotros los que deberíamos disfrutar de esos bienes. Nos tienta pensar que es demasiado para ellos. No estar contentos con lo que tenemos es una forma de agraviar al Señor, quien es el que da a cada uno según Su voluntad.
- Porque pensamos que merecemos una recompensa terrenal por obrar con justicia o servir al Señor, como si tener riquezas y bienes en este mudo fuera la retribución prometida por obedecerle. Nos inquieta pensar que es muy poco para nosotros. Este tipo de pensamiento es pecaminoso, no es inocente. Es exactamente igual al del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo: Señor, todos estos años te he servido y nunca he recibido nada de ti. Mi hermano, nuestra espiritualidad, no debe ser una moneda de cambio para reclamar a Dios el favor que queremos.
Dios no nos debe nada. Si estamos en Cristo, hemos recibido más de lo que merecemos, el perdón de nuestros pecados.
Así que, es una realidad que hay injusticia debajo del sol, tal como observa el predicador; pero ver todo solo desde esa perspectiva, debajo del sol, nos lleva a la envidia pecaminosa y el pecado del descontento; sin embargo, cuando contemplamos estas cosas a la luz del hecho de que todo tiene su tiempo y un día todas las cosas serán puestas en su lugar, entonces sabremos cuál es la verdadera riqueza, cuál es la verdadera recompensa, cuál es el verdadero disfrute.
Y es justo eso lo que nos conduce al siguiente encabezado:
2. El tiempo para el juicio encima del sol
“Yo me dije: «Al justo como al impío juzgará Dios», Porque hay un tiempo para cada cosa y para cada obra.” Eclesiastés 3: 17 NBLA
¡Qué alivio leer esta versión del Predicador! Si. Ese mismo que en otro tiempo habría preferido la muerte antes de lidiar con la realidad de la injusticia, ahora se dice a sí mismo: Al justo y al impío Dios los juzgará.
Cómo cambian las cosas cuando se ven por encima del sol. Cuando ponemos a Dios en la ecuación.
Ya lo dijimos: No podemos cambiar la realidad de que en este mundo caído veremos injusticia y tampoco podemos cambiar al Dios que juzgará con justo juicio cuando llegue el momento cuando llegue el momento.
Hay dos pensamientos que el predicador ve aquí:
- El primero es el que acabamos de mencionar, que nadie se saldrá con la suyas y nadie burlará al juez justo.
- La segunda es que eso vendrá cuando sea el tiempo.
Esta segunda idea es clave por es la evidencia de que el contemplar que Dios es el dueño de los tiempos cambia por completo la forma en que vemos la vida, el trabajo y ahora la justicia.
Tiene mucho sentido. Si todo lo que vivimos en este mundo es todo lo que hay, entonces todo se reduce al absurdo.
Si no hay un Dios que juzgue toda acción buena o mala, entonces no hay ningún sentido en vivir una vida moral, por mucho que facilite la preservación de la especie.
Sin esta verdad en el medio, la vida, el mundo tal como lo conocemos, es una parodia porque las personas que se esfuerzan por vivir vidas virtuosas no tendrán ningún provecho de ello y entonces la bondad y toda acción noble es un desperdicio.
Esto también es un consuelo y el mejor antídoto que tenemos para la envidia, el descontento y el sentimiento de indignidad que produce ver a los impíos prosperar.
Esto mismo también se ve claramente en las Escrituras.
Más adelante el mismo predicador vuelve a reflexionar sobre esto:
Eclesiastés 8:11–13 (NBLA)
Puesto que la sentencia contra una mala obra no se ejecuta enseguida, el corazón de los hombres está en ellos entregado enteramente a hacer el mal. Aunque el pecador haga el mal cien veces y prolongue su vida, con todo yo sé que les irá bien a los que temen a Dios […] Pero no le irá bien al impío y no prolongará sus días como una sombra, porque no teme delante de Dios.
2 Tesalonicenses 1:6–10 (NBLA)
Porque después de todo, es justo delante de Dios retribuir con aflicción a los que los afligen a ustedes, y dar alivio a ustedes que son afligidos […] cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con Sus poderosos ángeles en llama de fuego, dando retribución a los que no conocen a Dios y a los que no obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesús. Estos sufrirán el castigo de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder.
Romanos 2:5–8 (NBLA)
Pero por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: a los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e inmortalidad, vida eterna; pero a los que son ambiciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia, ira e indignación
Noten el elemento común en cada uno de estos pasajes, todos sugieren que habrá un día, llegará un momento cuando Dios manifieste todas las cosas.
No sé si lo puedes ver, pero en el fondo mucha de la indignación que experimentamos por la injusticia es porque quisiéramos ver que los que hacen el mal reciban las consecuencias inmediatas. El morbo de la venganza. Quisiéramos ver con nuestros ojos el castigo de los malos. Pero el Señor no es como nosotros.
Somos como a los que el Señor llamó “los hijos del trueno”, que Él traiga el juicio inmediato contra los malos, pero nos olvidamos que si Dios actuara así, nosotros mismo ya habríamos sido consumidos.
El Señor es lento para la ira y grande en misericordia; lo que pasa es que nosotros confundimos tal lentitud con indiferencia y la misericordia con injusticia.
Evidentemente el problema está en nosotros, no en Dios.
Debemos pedirle a Dios que nos ayude para que cuando nuestros ojos contemplen las aparentes injusticias de este mundo podamos mirar no a través de nuestra visión distorsionada de justicia sino con sus ojos.
Fue exactamente con esto con lo que se encontró Jeremías durante la devastación de Jerusalén y al ver lo que su corazón no podía concebir y entender, que un pueblo malvado ahora estuviera destruyendo la ciudad Dios (Lamentaciones 3:18-24)
Y dije: Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová. Acuérdate de mí aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí; esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto, esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.
Cuando Jeremías se vio como alguien que también pudo haber sido consumido su lamento por la injusticia se convirtió en esperanza.
Esto es el resultado de ver por encima del sol. De levantar nuestros ojos.
Amados hermanos, que el Señor nos ayude a descansar en estas verdades.
Puede ser que hoy te encuentres batallando porque ves tanta injusticia a tu alrededor y tú, que procuran obedecer y hacer la voluntad de Dios parece que nada le sale; deja de mirar a los hombres y mira al Señor. Él es paciente bueno y justo; y luego cuando te convenzas de eso, mírate a ti mismo; tú también merecías el juicio de Dios y solo por su gracia y misericordia has recibido su favor.
Tu mayor problema ha sido resuelto. No tienes deudas con la justicia de Dios si has creído en Cristo y ese es el mayor acto de justicia del universo.
La manifestación de la justicia para los que creen no está en un día futuro sino en un día en el pasado, el día en que el juez justo cargó sobre su propio hijo nuestros pecados.
Y amigo que estás aquí; espero que haya sido claro para ti, que nadie se saldrá con la suya el día del juicio.
Tus posesiones, tus logros, tus placeres, todo lo que consideras preciado en este mundo, un día ya no estará y tendrás que presentarte delante del Señor para rendir cuentas. Nadie escapará de ese día.
El Señor te llama a que estés a cuentas hoy. Que te arrepientas y que ahora practiques la justicia y la verdad. Que vivas para Él.
Lo cierto es, mis amados hermanos, llegará un día para todos en que la justicia se exhibirá en su mayor esplendor y ese día será ¡una gran victoria.